Drive My Car, de Ryûsuke Hamaguchi

LA VIDA… Y LUEGO NOSOTROS.

“Cuando se carece de verdadera vida, se vive de espejismos…”

De la obra “Tío Vania”, de Anton Chéjov

Apenas tres meses del estreno de La ruleta de la fortuna y la fantasía, volvemos a cruzarnos con otra película de Ryûsuke Hamaguchi (Kanagawa, Japón, 1978), y como no podía ser de otra manera, volvemos a reencontrarnos con sus personajes de existencias cotidianas, de instantes fugaces, de sentimientos vulnerables, con sus conflictos existenciales, sus continuas derivas emocionales, y sobre todo, volvemos a mirar de frente aquellos problemas invisibles, aquellos que ocultamos a los demás, y también, y sobre todo, a nosotros mismos. El cineasta nipón nos habla sobre la vida, o mejor dicho,  sobre aquello que creemos que es vivir, sobre todo aquello que nos ocurre, sobre todas esas heridas y el dolor que nos producen las situaciones vitales, y sobre como gestionamos ese dolor, la forma en que nos relacionamos con él, y como lo usamos o no frente a los demás. Sus relatos se van sucediendo frente a nosotros como ocurría en las obras de Ozu, casi sin darnos cuenta, aplastadas por la cotidianidad de nuestros quehaceres diarios, unos relatos breves y fugaces que se perdían casi sin llamar la atención, pero que continuaban viviendo en nuestro interior. Esos pequeños conflictos a los que apenas damos importancia, pero acaban dirigiendo nuestras vidas, porque están ahí, quietos, sin revolver, viviendo en nosotros, agazapados y esperando su oportunidad, donde serán expuestos y enfrentados y quizás, resueltos o no.

En esta ocasión, la mirada de Hamaguchi toma prestado un cuento homónimo de Haruki Murakami (de título extraído de una canción de The Beatles), que apareció en el libro “Hombres sin mujeres”, y escribe junto a Takamasa Oe un guion que nos sitúa frente a una pareja dedicada a contar historias. Él, Yusuke Kafuku, actor y director teatral, y ella, Oto, guionista de televisión. Una pareja que se quieren, y poseen una peculiar forma de contarse las diferentes historias que van inventándose. El automóvil de él, un Saab 900 Turbo, un vehículo de más de diez años de vida, es el encargado de acoger esas historias y funciona como espacio donde los personajes se abren mucho más y exponen más sus emociones y por ende, descubrimos lo que son en realidad. Estamos ante una película donde la interpretación y la fabulación son usadas como máscaras, como escaparates ficticios para ocultar los verdaderos sentimientos en forma de heridas. No obstante, veremos dos obras de teatro representadas. La primera, Esperando a Godot, de Beckett, la obra que más ha buceado por el hastío y el vacío vital, que explica con detalles todo lo que le sucede al personaje masculino, y luego, en las dos terceras partes siguientes, asistiremos a los ensayos de Tío Vania, de Chéjov, una de las obras que mejor ha descrito la desesperación y el vacío de la vida, en la que cada uno de los personajes arrastra sus heridas y su desconsuelo vital.

El automóvil actúa como acicate ante tanto dolor no compartido, la parsimonia de la circulación y la paz que le produce al protagonista es usado como bálsamo de paz, porque mientras conduce va escuchando la obra recitada por su mujer Oto. No es casualidad que la acción suceda en Hiroshima, la ciudad junto a Nagasaki, arrasadas por las bombas atómicas. Una ciudad de dolor, sobre el dolor, en la que todavía se perciben las secuelas de la tragedia y el inmenso dolor que produjo. En ese espacio, en sus calles, va a parar Yusuke, arrastrandon su dolor, y mientras trabaja en el montaje de “Tío Vania”, recorrerá sus calles y diferentes espacios con un chófer que le pone el festival de teatro, la elegida que conducirá su coche es Misaki, una joven de veinte años, que será su compañera, confidente y escuchadora durante esos dos meses en Hiroshima. Otro personaje clave en la película es Koshi Takatsuki, un actor que volverá a la vida de Yusuke, que pertenece a su pasado, a ese pasado que compartió con Oto.

Los aspectos técnicos del cine de Hamaguchi son extraordinarios y sumamente elegantes y llenos de matices. Desde todo el anacronismo existente en la película, con ese automóvil en la cabeza, un modelo del pasado, con sus cintas de casete donde vamos escuchando las obras, o ese tocadiscos, con sus discos de vinilo que escucha la pareja. La excelente banda sonora que escuchamos firmada por Eiko Ishibashi, donde se van detallando con suma delicadeza todos los sentimientos de los personajes que van aflorando tímidamente. El ágil, exquisito y rítmico trabajo de edición de Azusa Yamazaki,  como si se tratase de una partitura musical, para aligerar sus ciento setenta y nueve minutos de metraje, que se nos pasan casi sin darnos cuenta, completamente ensimismados por sus imágenes, sus palabras y sus emociones. La cinematografía de Hidetoshi Shimoniya ayuda a armonizar toda esa gama de sentimientos complejos que arrastran los dos personajes principales, donde la ligereza y suavidad de sus imágenes, confronta con todo ese espacio interior, donde todo es complejidad, oscuridad y dolor.

La mirada de Hamaguchi no está muy lejos del cine de Rohmer y Hong Sang-soo, otros dos autores-cronistas sobre las dificultades emocionales ante la vida y sus catástrofes, con sus personajes sin tiempo, que hablan y discuten, y miran y se mueven intentando ser, que nos es poco. Hamaguchi es otro creador maravilloso de personajes, porque es a través de ellos que se cuentan los diferentes conflictos, a través de sus hermosos y transparentes diálogos, y sus importantísimos silencios, quizás más elocuentes y auténticos, con ese revelador detalle del personaje que no habla y solo se comunica con el lenguaje de signos. Sus criaturas son individuos como nosotros, cercanísimos en sus problemas emocionales, en el que cada uno de ellos actúa como reflejo del otro, como espejo deformador de sus propias existencias, donde las diferentes composiciones, en los que abundan los personajes femeninos fuertes y sensibles, como sucede en Drive My Car, con esa Oto y Misaki, quizás dos mujeres muy diferentes o no, que conducirán, y nunca mejor dicho, la existencia y el trabajo de Yusuke. Un grupo de grandes intérpretes como los Hidetoshi Nisgijima, al que vimos recientemente en El teléfono del viento, de Nobuhiro Suwa, da vida a Yusuke, el tipo que encontrará en la actuación la terapia para acompañar y vivir su dolor, aunque quizás la amargura de Vania esté demasiado cerca para poder interpretarlo.

Y los de reparto, igual de importantes que los principales, por la huella y la presencia-ausencia que dejan en estos, como Tôko Miura es Misaki, la joven que también arrastra su herida, y se convertirá no solo en la eficiente chófer de Yusuke, sino en su confidente, y su hermana de dolor, y los dos compartirán mucho más que la mera relación profesional. Reika Kinishima es Oto, una mujer compleja, enamoradísima y una herida difícil de llevar, y finalmente, Masaki Okada es Koshi, el joven actor que aparecerá en las vidas de la pareja de forma inesperada e intensa. Hamaguchi ha vuelto a construir una grandiosa película, como son las grandes películas, de armazón ligero, suave como una brisa frente al mar, y denso y complejo en su interior, con unos personajes cercanos e íntimos, pero convertidos en una especie de islas emocionales, llenos de heridas, llenos de dolor, que les iremos conociendo y sintiendo en su proceso de acompañar el dolor, de mirarlo de frente, de no huir de él, de vivir con ello, porque la vida a pesar de su tristeza y su sin sentido, siempre está ahí para regalarnos una conversación con alguien, una mirada cómplice o simplemente, compartir unas miradas y un silencio que lo dicen todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La ruleta de la fortuna y la fantasía, de Ryûsuke Hamaguchi

MIENTRAS TANTO LA VIDA.

“La vida no es un problema para ser resuelto, es un misterio para ser vivido”

Thomas Jefferson

El cine de Ryûsuke Hamaguchi (Prefectura de Kanagawa, Japón, 1978), vive por y para el misterio de la vida, pero sin intentar comprenderlo o sacar alguna conclusión al respecto, sino todo lo contrario, su base se caracteriza en sus temas emocionales, en el azar y la imaginación de sus individuos, que son gentes corrientes, personas de aquí y ahora, con vidas más o menos convencionales, eso sí, atrapados en los entresijos y extrañezas de la amistad y el amor, y llevados hacía aquí y hacía allá, expuestos a esas misteriosas y reveladoras coincidencias de la vida, aunque quizás el cine de Hamaguchi nos es más que un pretexto para hablarnos de las múltiples realidades e irrealidades de un mundo en continuo movimiento, y unas relaciones expuestas a la fragilidad y la vulnerabilidad de los sentimientos, y la fugacidad de nuestra existencia. Todos los amantes del cine con conciencia de causa nos quedamos absolutamente maravillados con la excelencia que contenía cada plano de Happy Hour (2015), una monumental película-retrato de más de cinco horas, sobre las relaciones de cuatro amigas. Una obra que cimentó el aura de gran autor de Hamaguchi, y además, demostró ser un cineasta muy personal y profundo en esta milimétrica radiografía actual sobre lo que somos y como nos relacionamos con los demás, con todos esos misterios propios y ajenos.

En La ruleta de la fortuna y la fantasía, título muy esclarecedor de las intenciones de la película, nos divide el relato en tres episodios aparentemente diferentes, porque explica tres historias distintas, pero con muchísimos puntos en común en relación a los temas y elementos que concurren en ellos. En el primer capítulo: Magia (o algo menos reconfortante), nos habla de uno de los temas predilectos del cineasta, las coincidencias o azares de la vida, a través de dos mujeres que acaban de conocerse, la más joven, modelo, y la otra, más mayor, del equipo de rodaje, y resulta que la más joven fue la pareja del hombre que la otra acaba de conocer. Pero el director japonés nos lo presenta de manera interesantes. Primero, nos muestra una conversación en un taxi de las dos mujeres, y luego, la joven acude a la oficina del hombre, y ahí, nos damos cuenta de la terrible o no coincidencia. En el segundo: Una Puerta abierta de par en par, el relato se centra en un joven que convence a su chica, más mayor, para que seduzca a su profesor que le ha suspendido injustamente. El epicentro de la historia se centra en el intento de seducción de la mujer al profesor, mientras lee un capítulo erótico del libro que acaba de publicar el citado docente. Y finalmente, en el episodio que cierra la película: Una vez más, se centra en una coincidencia de dos mujeres que no se veían desde que compartieron clase en el instituto y tuvieron un affaire sentimental que quedó en suspenso.

El aspecto formal de Hamaguchi es extraordinariamente sencillo, ínitmo y directo, porque se aleja de todo artificio que pueda distraernos o esos incómodos elementos que nos recuerdan que estamos ante una película, el cineasta nipón quiere y construye una película que huye del entramado cinematográfico todo lo que más puede, apoyándose en la luz natural siempre, con esos encuadres oscurecidos por la poca luz del espacio, no le importa al realizador todos esos inconvenientes elegidos, porque su cine se basa en la palabra, en los rostros de sus personajes, en sus pensamientos, silencios y errores. Con esos maravillosos primeros planos, al estilo de Yasujiro Ozu, con sus personajes hablando entre ellos, pero también, hablándonos a nosotros. Con largas secuencias, inteligentemente troceadas y editadas, con ritmo, pausa e intimidad, sin prisas, donde a veces, se detiene a contemplar y contemplarse, tanto unos personajes con otros, como el entorno en el que se encuentran, donde el inevitable azar hace acto de presencia irremediablemente. Y esos epílogos de cada episodio, donde el tiempo ya no es aquí y ahora, y ha pasado un tiempo, en el que se define mucho más las consecuencias irremediables del destino. Su grupo de intérpretes, principalmente femenino, no adornan sus actuaciones, todo está pensadísimo, ocupando su espacio, y sobre todo, regalándonos unas escuetas, adorables y brillantes composiciones de unos individuos que se ríen, lloran, se equivocan, aciertan, y andan muy perdidos en los temas de la vida, el amor y de ellos mismos.

Hamaguchi construye historias mínimas y reveladoras, y lo hace con el sello inconfundible de películas como La ronda (195), de Max Ophüls, con la que comparte esa idea de la vida como un interminable e infinito carrusel que nunca se detiene, y nos lleva a un destino que nunca podemos controlar, y Mesas separadas (1958), de Delbert Mann, donde las diferentes historias se confundían y nos hablan de esas pequeñas cosas que no damos importancia pero definen completamente nuestras fugaces existencias, o el inequívoco aroma de cineastas como Rohmer y Hong Sang-soo, entre otros, donde todo se cuenta desde la emoción y las palabras, donde las cosas nunca son lo que parecen, en el que cada plano muestra una quietud y una conciencia diferente, donde la realidad es un mero pretexto, porque nunca se entiende, y lo que nos hace estar en ella es un misterio que nunca sabremos en qué consiste, y mucho menos para qué, pero siempre nos quedarán nuestras emociones y cómo nos relacionamos con ellas, y con los demás, aunque con frecuencia todo eso nos lleve a la frustración y la soledad, pero la vida es así, y por mucho que nos empeñemos en que pueda ser de otra manera, no hay nada que hacer, la lucha está perdida, así que, vivamos como podamos, no hagamos un drama de nuestras continuas equivocaciones, y aunque lo consigamos muy poco, seamos buenos con los demás, y sobre todo, con nosotros, o al menos soñemos que podemos hacerlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

D’A 2019: Sessions Especials, Direccions, Talents y Transicions (1)

El pasado domingo 5 de mayo, cerró sus puertas la IV Edición del D’A Film Festival de Barcelona. Después de 10 intensos días de cine, presentaciones, mesas redondas, jornadas profesionales y demás actividades relacionadas con el mundo cinematográfico. La retrospectiva de este año estuvo dedicada al cineasta francés Christophe Honoré, bajo el subtítulo Nueve canciones de amor, las secciones, como vienen siendo habituales, se dividieron en Direccions, Talents, Transicions, Un impulso colectivo, programada por Carlos Losilla, y se volvió a apostar por los cortometraje con varias sesiones al respecto. Como ocurrió el año pasado, el D’A se vuelve a confiar en la iniciativa del Tour, excelente iniciativa en que algunas películas del festival se podrán ver en poblaciones fuera del epicentro Barcelona. La noche del sábado, en el Teatre CCCB, antes de la película de clausura, se entregaron los galardones: El Premio Talents y de la Crítica recayó en Familia sumergida, de María Alché, hubo una mención especial por parte de la Crítica a Sophia Antipolis, de Virgil Vernier. El Premio Movistar se lo llevó Letters to Paul Morrisey, de Armand Rovira, el Premio Openecam fue a parar a Hamada, de Eloy Domínguez Serén, que también tuvo una mención para Young & Beautiful, de Marina Lameiro. El Premio del público de los cortometrajes recayó en Suc de síndria, de Irene Moray. La Sala Jove, que repite en el festival, dirigido especialmente para un público de 16 a 25 años, desarrollado por la asociación A Bao A Qu (los impulsores de Cinema en Curs) y Moving Cinema, en la que hubo talleres, otorgó su premio a Ruben Brandt, collector, de Milorad Krstic, y finalmente, el Premio del Público recayó en An Elephant Sitting Still, de Hu Bo. Premios que dieron carpetazo a un sinfín de actividades para todos los paladares, en un festival que después de 9 años, viene dedicándose al cine resistente, diferente, reflexivo y contundente, consolidándose en una ciudad en la que existe un público interesado por este cine, y ha hecho de esta cita, a comienzos de primavera, una concentración del cine que deja huella en los festivales más prestigiosos de todo el mundo.

Mi camino por el D’A arrancó con la película incluida en las SECCIONES ESPECIALES, LOVE ME NOT, de Lluís Miñarro. El cuarto largometraje del cineasta barcelonés, el segundo de ficción después de Stella cadente (2014) vuelve a situarnos en el universo de la realeza, en el que Amadeo de Saboya ha dejado su turno al rey Herodes y su hija Salomé, peor la acción se ha trasladado a la guerra de Irak, en mitad del desierto, en mitad de una nada en el que el deseo y la pasión no compartida serán los ejes de una película inspirada en la obra de Oscar Wilde. Miñarro ha hecho una película valiente, arriesgada e inclasificable, en la que aborda de forma libre y subversiva temas como el erotismo, el sexo, la violencia y el esperpento en una fábula antibelicista que no dejará indiferente a nadie que mezcla política, estética pop, deseo desenfrenado, pasión arrebatadora y mucha frustración en un ambiente opresivo y vacío, donde sus personajes andan perdidos, agobiados de tanta estupidez y ansiosos de dar rienda suelta a sus instintos más profundos y reveladores. De la misma sección descubrí la propuesta de AN ELEPHAN T SITTING STILL, de Hu Bo. https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2019/05/04/an-elephant-sitting-still-de-hu-bo/

De la sección DIRECCIONS me acerque a LA PORTUGUESA, de Rita Azevedo Gomes. https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2019/04/27/la-portuguesa-de-rita-azevedo-gomes/. De TALENTS abrí la andadura con LURRALDE HOTZAK/COLD LANDS, de Iratxe Fresneda. La cineasta bilbaína sigue en el cine y sus herramientas como hiciera en su primera película Irrintziaren Oihartzunak (Los ecos de Irrintzi, 2016) donde rescataba a la cineasta pionera en euskera Mirentxu Loyarte. Ahora, nos embarca en una road movie que recorre el País Basco, Navarra, Alemania, Suecia, Dinamarca e Islandia para sumergirnos en una película hipnótica, sugestiva y espectral donde aborda la construcción de la mirada cinematográfica recorriendo lugares que sirvieron de espacios cinematográficos, y también, acercarse a otros espacios tanto urbanos como rurales para volver a mirarlos, a redescubrirlos, y sobre todo, a filmarlos, construyendo un envolvente ensayo cinematográfico que explora los mecanismos de la imagen, la mirada y aquello que nos revela de nosotros mismos, sin dejar de abordar el urbanismo codicioso y los males de nuestro tiempo, pero con una voz propia y llena de poesía y amargura a la vez, en un viaje fascinante sobre los lugares, las imágenes que nos los evocan y la capacidad de mirar en libertad, sin prejuicios ni miedos, en un mundo demasiado convulsionado con la fabricación de imágenes sin contenido.

También descubrí la propuesta de JESUS, de Hiroshi Okuyama. El joven cineasta japonés de tan sólo 22 años, nos sumerge en la cotidianidad de un niño que deja Tokio para vivir junto a sus padres y abuela viuda en un pequeño pueblo de montaña. Allí, en un colegio católico se irá enfrentando a su propia identidad cuando se le aparece un Jesucristo en miniatura que le concede todos sus deseos. Con ecos de Ozu y Koreeda, Okuyama construye una fábula realista pero con toques de comedia absurda, fantasía surrealista y apariencia naïf, para acercarnos a la aventura de crecer, a la construcción de nosotros mismos y sobre todo, al descubrimiento de los deseos más profundos de alguien que debe empezar de nuevo, adaptarse a un entorno extraño y diferente para él, en una película que habla de la religión desde su profundidad y contradicción, a través de la mirada de alguien que la está descubriendo y todavía desconoce sus secretos y límites, los ajenos y los propios. Cerré la sección con la película BÊTES BLONDES, de Alexia Walther y Maxime Matray. La primera película de la pareja francesa es un auténtico viaje lisérgico, a través de una comedia absurda y surrealista, en el que mezcla con audacia y humor irreverente a lo Tati y slapstick para hablarnos del amor romántico y la muerte, con dos personajes a cual más extravagante, un antiguo actor de sticom desmemoriado y traumatizado con una pérdida, y un soldado enamorado que pasea la cabeza decapitada de su antiguo amante ahora fallecido. Una película de ritmo frenético, con situaciones extrañas y diferentes que nos acercan a un mundo que encierra almas a la deriva, vacías y solitarias, en un filme que gustará a todos aquellos que flipan con las aventuras sin sentido, los espacios raros de digerir y los personajes antihéroes que parece que nada les saldrá bien, que sobreviven en una huida constante y se irán metiendo en lío tras lío en una película con muchas capas, laberíntica en personajes y situaciones, y sobre todo, en mirar con ternura, pero sin sentimentalismo, a aquellos que se curan las heridas como pueden.

De la sección TRANSICIONS tuve la oportunidad de ver ASAKO I & II, de Ryûsuke Hamaguchi. El director de Happy Hour (2016) vuelve a hablarnos de Asako, una treintañera que rescata las indecisiones, soledades y derivas de aquellas cuatro amigas que relataba en su película anterior. Ahora, nos envuelve en un relato de amor y sobre el amor, en el que la joven citada queda hechizada por un amor apasionado que desaparece de su vida. Tiempo después en otra ciudad conoce a alguien idéntico físicamente a aquel que despareció y emprende un affaire. Hamaguchi nos habla de amor, de inseguridades, de indecisiones y de reencuentros inesperados en una fábula moderna en un marco de exquisita naturalidad y proximidad, un cuento que habla de amor, de tiempo, de relaciones y sobre todo, de fragilidades, de aquello que somos, sentimos y cómo nos relacionamos con los demás, de superaciones o no, de mentiras o no, y de verdades dichas, ocultas y sentimientos tan vulnerables como los tiempos que nos han tocado vivir y sobrevivir. Cerré la sección con la mirada de TARDE PARA MORIR JOVEN, de Dominga Sotomayor. La directora chilena vuelve a centrarse en el ámbito familiar, como hiciera en su debut De jueves a domingo (2012), después del paréntesis que supuso su segundo trabajo, Mar (2014) en la que ahondaba en los conflictos de pareja. Ahora, y a través de la mirada de Sofía, una adolescente que vivirá su propia revolución sentimental y familiar, nos sitúa en el Chile de principios de los noventa, en el que con el final de la dictadura, un grupo de familias decide vivir en una comunidad en armonía con la naturaleza, alejados de la ciudad que vemos a lo lejos. Pronto surgirán los problemas internos de cada familia y los sociales de clase entre los diferentes habitantes, en que la mirada de Sofía articula toda la propuesta en la que a través de una imagen naturalista e íntima vamos descubriendo las contradicciones y conflictos que van padeciendo unos personajes que ocultan sus miserias a través de la mentira y la inseguridad de un tiempo que todavía está por llegar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA