D’A 2019: Sessions Especials, Direccions, Talents y Transicions (1)

El pasado domingo 5 de mayo, cerró sus puertas la IV Edición del D’A Film Festival de Barcelona. Después de 10 intensos días de cine, presentaciones, mesas redondas, jornadas profesionales y demás actividades relacionadas con el mundo cinematográfico. La retrospectiva de este año estuvo dedicada al cineasta francés Christophe Honoré, bajo el subtítulo Nueve canciones de amor, las secciones, como vienen siendo habituales, se dividieron en Direccions, Talents, Transicions, Un impulso colectivo, programada por Carlos Losilla, y se volvió a apostar por los cortometraje con varias sesiones al respecto. Como ocurrió el año pasado, el D’A se vuelve a confiar en la iniciativa del Tour, excelente iniciativa en que algunas películas del festival se podrán ver en poblaciones fuera del epicentro Barcelona. La noche del sábado, en el Teatre CCCB, antes de la película de clausura, se entregaron los galardones: El Premio Talents y de la Crítica recayó en Familia sumergida, de María Alché, hubo una mención especial por parte de la Crítica a Sophia Antipolis, de Virgil Vernier. El Premio Movistar se lo llevó Letters to Paul Morrisey, de Armand Rovira, el Premio Openecam fue a parar a Hamada, de Eloy Domínguez Serén, que también tuvo una mención para Young & Beautiful, de Marina Lameiro. El Premio del público de los cortometrajes recayó en Suc de síndria, de Irene Moray. La Sala Jove, que repite en el festival, dirigido especialmente para un público de 16 a 25 años, desarrollado por la asociación A Bao A Qu (los impulsores de Cinema en Curs) y Moving Cinema, en la que hubo talleres, otorgó su premio a Ruben Brandt, collector, de Milorad Krstic, y finalmente, el Premio del Público recayó en An Elephant Sitting Still, de Hu Bo. Premios que dieron carpetazo a un sinfín de actividades para todos los paladares, en un festival que después de 9 años, viene dedicándose al cine resistente, diferente, reflexivo y contundente, consolidándose en una ciudad en la que existe un público interesado por este cine, y ha hecho de esta cita, a comienzos de primavera, una concentración del cine que deja huella en los festivales más prestigiosos de todo el mundo.

Mi camino por el D’A arrancó con la película incluida en las SECCIONES ESPECIALES, LOVE ME NOT, de Lluís Miñarro. El cuarto largometraje del cineasta barcelonés, el segundo de ficción después de Stella cadente (2014) vuelve a situarnos en el universo de la realeza, en el que Amadeo de Saboya ha dejado su turno al rey Herodes y su hija Salomé, peor la acción se ha trasladado a la guerra de Irak, en mitad del desierto, en mitad de una nada en el que el deseo y la pasión no compartida serán los ejes de una película inspirada en la obra de Oscar Wilde. Miñarro ha hecho una película valiente, arriesgada e inclasificable, en la que aborda de forma libre y subversiva temas como el erotismo, el sexo, la violencia y el esperpento en una fábula antibelicista que no dejará indiferente a nadie que mezcla política, estética pop, deseo desenfrenado, pasión arrebatadora y mucha frustración en un ambiente opresivo y vacío, donde sus personajes andan perdidos, agobiados de tanta estupidez y ansiosos de dar rienda suelta a sus instintos más profundos y reveladores. De la misma sección descubrí la propuesta de AN ELEPHAN T SITTING STILL, de Hu Bo. https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2019/05/04/an-elephant-sitting-still-de-hu-bo/

De la sección DIRECCIONS me acerque a LA PORTUGUESA, de Rita Azevedo Gomes. https://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2019/04/27/la-portuguesa-de-rita-azevedo-gomes/. De TALENTS abrí la andadura con LURRALDE HOTZAK/COLD LANDS, de Iratxe Fresneda. La cineasta bilbaína sigue en el cine y sus herramientas como hiciera en su primera película Irrintziaren Oihartzunak (Los ecos de Irrintzi, 2016) donde rescataba a la cineasta pionera en euskera Mirentxu Loyarte. Ahora, nos embarca en una road movie que recorre el País Basco, Navarra, Alemania, Suecia, Dinamarca e Islandia para sumergirnos en una película hipnótica, sugestiva y espectral donde aborda la construcción de la mirada cinematográfica recorriendo lugares que sirvieron de espacios cinematográficos, y también, acercarse a otros espacios tanto urbanos como rurales para volver a mirarlos, a redescubrirlos, y sobre todo, a filmarlos, construyendo un envolvente ensayo cinematográfico que explora los mecanismos de la imagen, la mirada y aquello que nos revela de nosotros mismos, sin dejar de abordar el urbanismo codicioso y los males de nuestro tiempo, pero con una voz propia y llena de poesía y amargura a la vez, en un viaje fascinante sobre los lugares, las imágenes que nos los evocan y la capacidad de mirar en libertad, sin prejuicios ni miedos, en un mundo demasiado convulsionado con la fabricación de imágenes sin contenido.

También descubrí la propuesta de JESUS, de Hiroshi Okuyama. El joven cineasta japonés de tan sólo 22 años, nos sumerge en la cotidianidad de un niño que deja Tokio para vivir junto a sus padres y abuela viuda en un pequeño pueblo de montaña. Allí, en un colegio católico se irá enfrentando a su propia identidad cuando se le aparece un Jesucristo en miniatura que le concede todos sus deseos. Con ecos de Ozu y Koreeda, Okuyama construye una fábula realista pero con toques de comedia absurda, fantasía surrealista y apariencia naïf, para acercarnos a la aventura de crecer, a la construcción de nosotros mismos y sobre todo, al descubrimiento de los deseos más profundos de alguien que debe empezar de nuevo, adaptarse a un entorno extraño y diferente para él, en una película que habla de la religión desde su profundidad y contradicción, a través de la mirada de alguien que la está descubriendo y todavía desconoce sus secretos y límites, los ajenos y los propios. Cerré la sección con la película BÊTES BLONDES, de Alexia Walther y Maxime Matray. La primera película de la pareja francesa es un auténtico viaje lisérgico, a través de una comedia absurda y surrealista, en el que mezcla con audacia y humor irreverente a lo Tati y slapstick para hablarnos del amor romántico y la muerte, con dos personajes a cual más extravagante, un antiguo actor de sticom desmemoriado y traumatizado con una pérdida, y un soldado enamorado que pasea la cabeza decapitada de su antiguo amante ahora fallecido. Una película de ritmo frenético, con situaciones extrañas y diferentes que nos acercan a un mundo que encierra almas a la deriva, vacías y solitarias, en un filme que gustará a todos aquellos que flipan con las aventuras sin sentido, los espacios raros de digerir y los personajes antihéroes que parece que nada les saldrá bien, que sobreviven en una huida constante y se irán metiendo en lío tras lío en una película con muchas capas, laberíntica en personajes y situaciones, y sobre todo, en mirar con ternura, pero sin sentimentalismo, a aquellos que se curan las heridas como pueden.

De la sección TRANSICIONS tuve la oportunidad de ver ASAKO I & II, de Ryûsuke Hamaguchi. El director de Happy Hour (2016) vuelve a hablarnos de Asako, una treintañera que rescata las indecisiones, soledades y derivas de aquellas cuatro amigas que relataba en su película anterior. Ahora, nos envuelve en un relato de amor y sobre el amor, en el que la joven citada queda hechizada por un amor apasionado que desaparece de su vida. Tiempo después en otra ciudad conoce a alguien idéntico físicamente a aquel que despareció y emprende un affaire. Hamaguchi nos habla de amor, de inseguridades, de indecisiones y de reencuentros inesperados en una fábula moderna en un marco de exquisita naturalidad y proximidad, un cuento que habla de amor, de tiempo, de relaciones y sobre todo, de fragilidades, de aquello que somos, sentimos y cómo nos relacionamos con los demás, de superaciones o no, de mentiras o no, y de verdades dichas, ocultas y sentimientos tan vulnerables como los tiempos que nos han tocado vivir y sobrevivir. Cerré la sección con la mirada de TARDE PARA MORIR JOVEN, de Dominga Sotomayor. La directora chilena vuelve a centrarse en el ámbito familiar, como hiciera en su debut De jueves a domingo (2012), después del paréntesis que supuso su segundo trabajo, Mar (2014) en la que ahondaba en los conflictos de pareja. Ahora, y a través de la mirada de Sofía, una adolescente que vivirá su propia revolución sentimental y familiar, nos sitúa en el Chile de principios de los noventa, en el que con el final de la dictadura, un grupo de familias decide vivir en una comunidad en armonía con la naturaleza, alejados de la ciudad que vemos a lo lejos. Pronto surgirán los problemas internos de cada familia y los sociales de clase entre los diferentes habitantes, en que la mirada de Sofía articula toda la propuesta en la que a través de una imagen naturalista e íntima vamos descubriendo las contradicciones y conflictos que van padeciendo unos personajes que ocultan sus miserias a través de la mentira y la inseguridad de un tiempo que todavía está por llegar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

An Elephant Sitting Still, de Hu Bo

UN VACÍO, UN PAÍS.

“El secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”

Fiódor Dostoievski (1821-1881)

En una de las primeras imágenes de la película, vemos a un tipo que ha olvidado algo en su apartamento y vuelve a buscarlo, y para sorpresa de él, se descubre que su mujer está con otro hombre, sin más dilación, se lanza al vacío desde una altura considerable. La secuencia se queda paralizada, los dos amantes se miran, atónitos, perplejos, sin saber qué decir y hacer. Un personaje, del que desconocíamos por completo su existencia, se acaba de quitar la vida, ese fatalismo que recorrerá el destino de los personajes será el elemento imprescindible del relato que veremos a continuación. Un fatalismo que impregnó la vida de Hu Bo, el director de la película, que se suicidó después de terminar la película por desavenencias con los productores relativas a la duración de la película, los productores querían un metraje de un par de horas y el director los 234 minutos con los que finalmente veremos la película. La opera prima y testamento fílmico de Hu Bo, un creador que hasta la fecha había dirigido un cortometraje, Distant Father (2014) de éxito internacional y publicado un par de novelas en el 2017.

En uno de sus relatos cortos encontró la semilla que después ha dado origen a An Elephant Sitting Still, un título que nos remite a un famoso elefante del circo de la ciudad de Manzholui, el cual para sorpresa de propios y extraños, permanece sentado siempre, impasible y ajeno a todo aquello que le rodea, quizás un enigma del misterio de la vida, ese que anhelan los personajes de la película. Hu Bo plantea una película anclada en el norte de China, una zona posindustrial, quizás perdida en el tiempo y en la historia, con ese cielo nublado, gris y plomo que oscurece y aprisiona a todos sus habitantes, que viven o simplemente, existen, en uno de esos altísimos edificios con minúsculos apartamentos, uniforme y feo, sin nada que llame lo más mínimo su estructura vasta y cotidiana. La película en sus larguísimos e inmensos 234 minutos, se centra en un día, las 24 horas de cuatro personajes: un anciano al que su hijo y su nuera quieren quitárselo de encima llevándolo a una residencia para quedarse con su vivienda, una adolescente con difíciles relaciones con una madre amargada, un adolescente, amigo de la anterior, que se siente un extraño en su casa con sus padres y finalmente, un joven, de negocios ilícitos, que tiene una amante y presencia el suicidio del marido de ella, y a su vez, es rechazado por la mujer que ama.

Un incidente entre adolescentes en el colegio los llevará a buscarse, a encontrarse, a perderse y a sentirse en medio del caos vital y emocional que recorre las calles de esa ciudad. Cuatro vidas o no, cuatro existencias, cuatro formas de no vida, cuatro almas a la deriva, cuatro miradas vacías y melancólicas que andan como no muertos sin saber qué rumbo tomar o cómo sentir unas vidas que parecen alejadas de ellos mismos. Una ciudad asfixiante y opresiva los tiene ahogados, incapaces de sentir algo bello, envolviéndolos en una tristeza profunda que les ha dejado vacíos, inútiles de emociones, carentes de sensibilidad, atónitos a esa existencia que ahoga y mata cada día un poco más, rodeados de esa violencia física y moral que impregna cada lugar de esa urbanidad seca y abrupta en la que viven. Hu Bo nos cuenta su película a partir de una forma estricta, empleando pequeñas secuencias filmadas en planos secuencia uno tras otro, y un encuadre cercano, muy próximo a sus personajes, capturando el más mínimo detalle de sus rostros, sus cuerpos, sus miradas, y sus gestos, envueltos en esa pérdida emocional, en ese ser no ser, en ese deambular como viviendo una vida que no les pertenece, que no les llena, exhaustos de tanta fealdad y podredumbre a nivel físico y emocional. Calles sin alma, sin salida, con la única esperanza en creer en algo asombroso como ese elefante sentado que les ayude a salir cuanto antes de tanta miseria y desánimo.

El cineasta chino evoca a la inmensidad de su país, sus rígidas normas sociales, económicas, culturales y vitales, como metáfora de ese vacío emocional que afecta a los individuos, y lo hace a través de lo mínimo, deteniéndose y mirando a los grandes problemas que asolan su país, a través de la intimidad y la cotidianidad de estos cuatro personajes, de sus vidas vacías, de sus nulos intentos de sentir alguna cosa que no sea tan fea, como ese anciano que tiene a su perro como único amigo, que nos remite al Umberto D, de Vittorio de Sica, con esa idea de que el tiempo cambia pero los conflictos parecen enquistados, sin solución o esa chica, agobiada con su madre, que encuentra en un profesor ese cariño y esa paz que no tiene en casa, aunque su mejor amigo lo vea con tan malos ojos, o ese chaval que no entiende la desidia de sus padres y se siente sólo, sin nadie, y hace frente al matón del instituto con tan mala fortuna que lo lanza escaleras abajo, y por último, el joven gánster con una amante quizás para pasar el rato y llenar ese vacío de manera frugal, y es hermano del matón del colegio y emprenderá la búsqueda del chaval para rendirle cuentas o simplemente para percatarse que todo está muerto y nada ni nadie tiene salvación.

Hu bo y su película recorren lugares propuestas formales y narrativas del cine de Bi Gan y su película Largo viaje hacia la noche, donde manifiesta la buenísima salud de la cinematografía china, la que mira a su país de forma demoledora y con contundencia, describiendo en profundidad ese vacío emocional que duele en el alma. La película de Hu Bo evoca a su mentor Béla Tarr y a sus Armonías de Werckmeister, aquí la ballena se ha convertido en elefante, pero los personajes siguen siendo fantasmas que vagan sin remedio en la inmensidad del tiempo y el espacio, sin más destino que sus desdichas y conflictos emocionales, aunque eso sí, Hu Bo imprime un hálito de esperanza a su película, mínimo, pero quizás un leve aliento de ilusión o quizás podríamos decir, un destino más o menos esperanzador aunque sólo sea ver a una ballena varada dentro de un camión o un elefante que permanece sentado, puede ser que en esas bestias de feria, inmensas y extrañas, encontremos algo a que agarrarnos, quizás un misterio por revelar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA