Peret, yo soy la rumba, de Paloma Zapata

EL HOMBRE Y EL ARTISTA.

Fue a finales de los sesenta, más concretamente en 1968, cuando una canción arrasaba en cada sitio que se escuchaba, convirtiéndose en un éxito sin precedentes, la canción era “Borriquito”, y la cantaba y tocaba a la guitarra un tal Peret (1935-2014) acompañado de dos palmeros, su inconfundible estilo de guitarreo a ritmo del ventilador, el repiqueo de las palmas y una música nueva y diferente, nacida del rock de los cincuenta de Elvis Presley o Chuck Berry, los ritmos caribeños y el flamenco o música gitana, iba a convertirse en la década de los setenta la banda sonora para muchos, tanto propios y extraños. La directora Paloma Zapata (Murcia, 1979) después de Casamance: La banda sonora de un viaje (2016) un viaje por la música africana a través de Senegal, vuelve al género musical haciendo un recorrido por la vida del artista gitano Peret, desde los corrales de Mataró donde el artista nació en los albores de la Guerra Civil, pasando por la famosa calle de la Acera en el barrio del Raval de Barcelona, cuna de los gitanos, hasta recorrer medio mundo con sus rumbas, pasando por películas, éxitos y otros sinsabores que la vida le tenía guardados. Conoceremos a Pedro Pubill Calaf, al Peret más íntimo, más desconocido, más familiar y más sencillo, cuando era un niño que se ganaba la vida engañando en los mercadillos, o aquel que enamoraba a putas y chicas de Barcelona, o aquel otro que se ganaba unos duros divirtiendo a turistas alemanes en Lloret, o el que empezaba a asombrar a propios y extraños con su ritmo diferente y muy divertido. Del niño con penurias al artista consagrado, al desconocido, mitad gitano mitad payo, sus raíces, los suyos y otros que lo conocieron, lo trataron y lo amaron.

La directora murciana, afincada en Barcelona, mezcla varios tiempos y miradas para contarnos la vida de Peret. Desde el presente, a través de su familia, su mujer, sus hijos y sus nietas, en que nos hablan de la terrible vacío dejado por el músico, lo que se le añora y recuerda, hablándonos entre susurros de su intimidad, de aquel artista sin focos, sin luces, solo con los suyos en el ámbito doméstico, del hombre que había detrás o delante, del padre, del esposo, del patriarca que escuchaba, que hablaba con serenidad y el que ayuda a todos. También, desde el pasado, con imágenes de archivo donde vemos al Peret de niño, con sus primeras motocicletas, su caída que le arrastró una dolencia de por vida, sus primeras actuaciones cuando era uno más, sus grandes éxitos, su carisma como músico, como cantante, como virtuoso de la guitarra, que la utilizaba a modo de percusión, y sus letras que nos hablaban de alegría, tristeza, de amor, de los sinsabores de la vida. Canciones sentidas y propias que dibujaban un sentir muy íntimo de la vida, de aquellos duros años del franquismo y los otros, menos duros y más placenteros, donde la familia guardaba una parte de su gran corazón.

También, escucharemos a los músicos de su entorno, a aquellos que todavía quedan como el percusionista Petitet o la bailaora La Chana y otros músicos, arreglistas, productores, representantes que acompañaron a Peret en su periplo artístico, y por último, veremos unas ficciones que recorren algunos asuntos de la vida y milagros de Peret, filmados en un excelente blanco y negro y narrados por Andreu Buenafuente, al que se le asemeja la voz con el artista. Y claro, no podía faltar la banda sonora de la película, donde escucharemos las canciones más famosas de Peret y algunas de su primera etapa menos populares. La estructura de la película va hacia delante y hacia atrás, de un lado para otro, sin detenerse, con un ritmo acorde con las canciones rumberas de Peret, sin descanso, recorriendo su vida y todos aquellos que lo rodearon, o el momento cuando a principios de los ochenta, el artista decidió dejar su carrera musical exitosa y abrazar la fe de Dios haciendo pastor de una iglesia evangélica. Labor que se alargó hasta la década de los noventa en que el músico volvió a los ruedos musicales y volvió a su éxito, después vinieron los últimos éxitos, los homenajes, el reconocimiento de los más jóvenes y recién llegados, y finalmente, su enfermedad, su despedida y fallecimiento.

Zapata nos lleva en volandas de un espacio a otro y de un tiempo a otro, en sus 90 minutos frenéticos, donde hay tiempo para todo, para cantar, tocar la guitarra, palmear el ritmo, disfrutar de la vida y del éxito, pero también, hay tiempo para estar con los tuyos, para mirar atrás, para acordarse de aquellos que ya no están, o para recogerte en tu interior y ver el camino recorrido y todo lo hecho hasta ahora, sin rencores ni tristezas, sino viendo todo lo vivido y dejado, todos aquellos que conocisteis y todos aquellos que te auparon. La película tiene ese aroma de reivindicación, de devolver a una figura la importante de su tiempo y su legado a los nuevos tiempos, mismo proyecto que hicieron con la película Rumba Tres, de ida y vuelta (2015) de Joan Capdevila y David Casademunt, que rescataba del olvido al famoso grupo rumbero de Barcelona, o las recientes La Chana (2016) de Lucija Stojevic y Petitet (2018) de Carles Bosch, éstas dos últimas, junto a Peret, yo soy la rumba, podrían ser una especie de trilogía sobre figuras de la música gitana que revolucionaron la escena musical a través de lo más profundo del alma. Una película biográfica de uno de los artistas más grandes de la música gitana o rumbera, alguien que nunca abandonó sus raíces, a pesar de todo lo que le vino encima, que recoge lo mejor y lo peor de una época oscura, en la que quizás cantar y bailar era el mejor refugio para olvidar las tristezas de una realidad demasiado negra y horrible. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carles Bosch

Entrevista a Carles Bosch, director de la película “Petitet”, en el marco del DocsBarcelona. El encuentro tuvo lugar el lunes 14 de mayo de 2018 en el Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carles Bosch, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Tariq Porter y Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Petitet, de Carles Bosch

LA PROMESA DEL RUMBERO.

“A los gitanos, lo que nos pasa, es que cuando decimos algo lo hacemos”

Petitet

Joan Ximénez es “Petitet”, un gitano de Barcelona, de la calle de la Cera, que fue uno de los mayores músicos percusionistas de la rumba catalana requerido y admirado por todos,  e hijo de uno de los palmeros de Peret. Ahora, Petitet tiene una rara enfermedad, que le ha retirado de la música, que lo debilita muscularmente, y necesita de una máscara de oxígeno para seguir hacia adelante. Petitet prometió a su madre moribunda que llevaría la rumba catalana a un gran teatro acompañada de una orquesta sinfónica. El cineasta Carles Bosch (Barcelona, 1952) uno de los grandes nombres del periodismo, director y realizador del mítico “30 minuts” de TV3, arrancó con Balseros  (2002) que nació de un programa para convertirse en un documento esencial e íntimo sobre 7 cubanos y su odisea de emigrar a EE.UU., le siguió Septiembres (2007) donde recogía las historias de amor de un grupo de presos de la cárcel Soto del Real de Madrid, y Bicicleta, cuchara y manzana (2010) en la que filmaba al ex alcalde y ex presidente de la Generalitat Pasqual Maragall, cuando anunció públicamente que padecía alzheimer y su crónica diaria.

Ahora, Bosch vuelve al retrato individual, sin olvidar lo colectivo, si bien como su anterior trabajo nos habla de la intimidad y la cotidianidad de alguien enfermo, en sus dos primeras películas, el retrato colectivo daba paso al individuo, a su contexto y sus circunstancias, como ocurre en la película sobre Maragall y en Petitet, dos hombres y un destino, enfrentados a su enfermedad, con determinación y resistencia ante los avatares de la vida. Petitet emprende su empresa, nada fácil y extremadamente compleja, en cierta medida, su aventura urbana nos recuerda a esos personajes como Fitzcarraldo o Lope de Aguirre de las películas de Herzog, porque son seres que, contra viento y marea, izan sus velas y emprenden su viaje, acompañados de los suyos y sin que nada ni nadie les impida cumplir su objetivo. Petitet es un tipo corpulento, le cuesta horrores moverse y físicamente esta “fotut”, pero él, como buen gitano de palabra, sigue a lo suyo, reclutando y juntando a sus compadres músicos y a otros (algo así como el jefe de Los siete samuráis) para formar su grupo, su orquesta y empezar con sus ensayos y la planificación que no es poca.

Bosch filma a Petitet y su odisea urbana y cercana, durante un año, capturando su empuje, su resistencia y valentía, convencido de que a pesar de su maltrecha salud y la empresa titánica en la que está enfrascado, tirará pa’lante como sea y con las pocas fuerzas que le queden, porque como bien explica el propio Petitet en la película: “El tren ya está en marcha, no puede parar”. Bosch crea un espacio escénico extremadamente humanista e íntimo, de una cercanía que traspasa, pero sin articular ningún discurso o enjuiciamiento, nos habla a “cau d’orella”, de personas que a pesar de las dificultades extremas y las circunstancias adversas, no se detienen ante nada, y siguen convencidos de su tarea, de su idea, cueste lo que cueste, y en todo momento, flaquean o decaen, aunque los vemos cansados, con dudas y temores, pero después de un lapsus, siguen con su idea hasta las últimas consecuencias, enfrentándose a los conflictos, tanto externos como internos, siempre manteniéndose en pie, y sin perder la dignidad.

Petitet como buen gitano, adora a su familia y es su motor vital, y en la promesa a su madre fallecida, encuentra su manera de contribuir a la rumba catalana (esa fusión de flamenco con los ritmos afrocubanos) sacarle de su olvido, después de sus años primorosos, donde gente como “El Pescaílla”, Gato Pérez, Peret, “Los Chicos” y compañía, la hicieron grande y exitosa. Petitet toma el testigo, que no es nada sencillo, y monta este tinglado (que recuerda al que montaron Newman y Redford en El golpe) para poner en el candelero nuevamente, para que los más jóvenes la conozcan y bailen con sus ritmos. Bosch ha vuelto a emocionarnos, desde la sencillez y la humanidad de sus personajes, capturando las conversaciones, las diferentes posiciones, los ensayos, las risas, las discusiones, y el compadreo y la amistad,  filmando la esencia de sus curiosos tipos, de esos gitanos de barrios populares, que no saben leer música, pero no hay nadie que se les compare a la hora de componer ritmos y variaciones musicales, porque lo llevan en el adn gitano, ese que se hereda de abuelos a padres, y éstos, a sus hijos, y luego, a sus nietos, y así siempre. Bosch nos hace bailar, emocionarnos, reír y también, sufrir, porque aparte de que Petitet consiga materializar su promesa, estamos ante un hombre que cree en sí mismo, a pesar de todo y todos, que a su manera, es alguien emprendedor, valiente y cabal.

Rumba Tres. De ida y vuelta, de Joan Capdevila y David Casademunt

Rumba_Tres_de_ida_y_vuelta-412937002-largeCUANDO SE APAGAN LAS LUCES.

Arranca la película con un plano cenital, en el que observamos sobre una mesa un plato lleno de gusanos, junto a una cuchara y un vaso vacío. Una imagen relevante que explica la infancia oscura y terrible que vivieron los hermanos de Rumba Tres. En ese momento, irrumpe la música y la película deja paso a contarnos como les cambió la vida a tres chicos de barrio que consiguieron ser una referencia en el mundo de la rumba con su música, sus grandes éxitos, las giras multitudinarias por España, Latinoamérica y Europa.

Joan Capdevila (1977, Barcelona), hijo de uno de los integrantes de Rumba Tres, y David Casademunt (1984, Barcelona), nacidos en el seno de la ESCAC, con experiencia en producción, videoclips y publicidad, se lanzan en su puesta de largo a explicarnos las luces y sombras de un grupo que en la década de los 70 y 80 lograron uno de los mayores éxitos de la historia de la música española, con sus rumbas alegres y pegadizas, en las que contaban sus sueños, ilusiones y amores. Los directores barceloneses abren varios frentes dotando a su film de un rompecabezas en el que el espectador deberá reconstruir la trayectoria humana y profesional de Pedro y Juan Capdevila, y Pepe Sardaña. Utilizan material de archivo (fotografías, imágenes de televisión y recortes de prensa), entrevistan a familiares, mujeres e hijos, artistas, gentes del espectáculo, periodistas musicales (filmados desde un ángulo dejando el plano inundado por el espacio, para que podamos intuir el entorno que rodeaba al grupo), y finalmente, ficcionan, de forma estilizada y con ese “look” de películas setenteras, con aroma a “quinqui”, para filmar aquellos momentos alejados de las luces de neón, pero que vivieron de forma apasionada y humana los tres amigos.

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Una película dividida por 8 capítulos, en los que en los dos primeros tercios, nos presentan los éxitos y la multitud que rodeaba al grupo, la parte brillante, llena de luces y bambalinas, las anécdotas y los sucesos que rodean a los grupos de éxito, a la parte de mito y espectáculo que acaban convirtiendo a estos hombres y mujeres en seres de éxito donde no faltan los aplausos y las felicitaciones, donde sólo los vemos a partir de otros, los que los conocieron, rieron con ellos, amaron, y compartieron ese mundo extraño y complejo de la fama, filmado de un modo enérgico, con un ritmo apabullante, de montaje apasionante y lleno de luz y calidez. Para el último tercio, los directores cambian el tono, plantan su cámara, y el ritmo se apaga, adquiere otra naturaleza, más serena y tranquila, y el primer plano inunda el relato. La película se recoge hacía dentro y nos presentan con entrevistas a los componentes de Rumba Tres, volvemos al plano del inicio, en la que nos hablan de su dura y terrible infancia en un colegio infernal que les marcó el resto de su vida, cómo la música actúo de terapia para superar los malos momentos, la pérdida de sus seres queridos, y la trayectoria de Rumba Tres y cómo el éxito se fue apagando y dejando paso a un olvido injusto. La película de Capdevila y Casademunt nos habla de aquella España de posguerra hambrienta y oscura, de los años setenta de aperturismo y nuevos tiempos, y los divertidos y veloces ochenta (aquellas carreteras secundarias, los casetes y los vinilos, las melenas cardadas, el fenómeno fan, los pantalones acampanados, etc…)  para adentrarse en la locura inmobiliaria de los noventa, y cómo los tiempos iban cambiando, y los gustos del público también. Una obra sincera y honesta, que penetra de forma vital a las luces y sombras de un grupo pionero en la rumba de nuestro país, de la parte humana que están construido los sueños y cómo estos se materializan, a veces de forma abrupta, y como todo sueño finaliza de la misma forma, casi sin darse cuenta, condenándolos a un olvido sucio y oscuro, como se abandonan los zapatos viejos, que diría Sabina.


<p><a href=”https://vimeo.com/140774929″>RUMBA TRES, DE IDA Y VUELTA</a> from <a href=”https://vimeo.com/user43470042″>Rumba Tres</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>