Entrevista a Paloma Zapata, directora de la película “Peret, yo soy la rumba”, en el Soho House en Barcelona, el miércoles 13 de marzo de 2019.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Paloma Zapata, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez y Tariq Porter de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.
Fue a finales de los sesenta, más concretamente en 1968, cuando una canción arrasaba en cada sitio que se escuchaba, convirtiéndose en un éxito sin precedentes, la canción era “Borriquito”, y la cantaba y tocaba a la guitarra un tal Peret (1935-2014) acompañado de dos palmeros, su inconfundible estilo de guitarreo a ritmo del ventilador, el repiqueo de las palmas y una música nueva y diferente, nacida del rock de los cincuenta de Elvis Presley o Chuck Berry, los ritmos caribeños y el flamenco o música gitana, iba a convertirse en la década de los setenta la banda sonora para muchos, tanto propios y extraños. La directora Paloma Zapata (Murcia, 1979) después de Casamance: La banda sonora de un viaje (2016) un viaje por la música africana a través de Senegal, vuelve al género musical haciendo un recorrido por la vida del artista gitano Peret, desde los corrales de Mataró donde el artista nació en los albores de la Guerra Civil, pasando por la famosa calle de la Acera en el barrio del Raval de Barcelona, cuna de los gitanos, hasta recorrer medio mundo con sus rumbas, pasando por películas, éxitos y otros sinsabores que la vida le tenía guardados. Conoceremos a Pedro Pubill Calaf, al Peret más íntimo, más desconocido, más familiar y más sencillo, cuando era un niño que se ganaba la vida engañando en los mercadillos, o aquel que enamoraba a putas y chicas de Barcelona, o aquel otro que se ganaba unos duros divirtiendo a turistas alemanes en Lloret, o el que empezaba a asombrar a propios y extraños con su ritmo diferente y muy divertido. Del niño con penurias al artista consagrado, al desconocido, mitad gitano mitad payo, sus raíces, los suyos y otros que lo conocieron, lo trataron y lo amaron.
La directora murciana, afincada en Barcelona, mezcla varios tiempos y miradas para contarnos la vida de Peret. Desde el presente, a través de su familia, su mujer, sus hijos y sus nietas, en que nos hablan de la terrible vacío dejado por el músico, lo que se le añora y recuerda, hablándonos entre susurros de su intimidad, de aquel artista sin focos, sin luces, solo con los suyos en el ámbito doméstico, del hombre que había detrás o delante, del padre, del esposo, del patriarca que escuchaba, que hablaba con serenidad y el que ayuda a todos. También, desde el pasado, con imágenes de archivo donde vemos al Peret de niño, con sus primeras motocicletas, su caída que le arrastró una dolencia de por vida, sus primeras actuaciones cuando era uno más, sus grandes éxitos, su carisma como músico, como cantante, como virtuoso de la guitarra, que la utilizaba a modo de percusión, y sus letras que nos hablaban de alegría, tristeza, de amor, de los sinsabores de la vida. Canciones sentidas y propias que dibujaban un sentir muy íntimo de la vida, de aquellos duros años del franquismo y los otros, menos duros y más placenteros, donde la familia guardaba una parte de su gran corazón.
También, escucharemos a los músicos de su entorno, a aquellos que todavía quedan como el percusionista Petitet o la bailaora La Chana y otros músicos, arreglistas, productores, representantes que acompañaron a Peret en su periplo artístico, y por último, veremos unas ficciones que recorren algunos asuntos de la vida y milagros de Peret, filmados en un excelente blanco y negro y narrados por Andreu Buenafuente, al que se le asemeja la voz con el artista. Y claro, no podía faltar la banda sonora de la película, donde escucharemos las canciones más famosas de Peret y algunas de su primera etapa menos populares. La estructura de la película va hacia delante y hacia atrás, de un lado para otro, sin detenerse, con un ritmo acorde con las canciones rumberas de Peret, sin descanso, recorriendo su vida y todos aquellos que lo rodearon, o el momento cuando a principios de los ochenta, el artista decidió dejar su carrera musical exitosa y abrazar la fe de Dios haciendo pastor de una iglesia evangélica. Labor que se alargó hasta la década de los noventa en que el músico volvió a los ruedos musicales y volvió a su éxito, después vinieron los últimos éxitos, los homenajes, el reconocimiento de los más jóvenes y recién llegados, y finalmente, su enfermedad, su despedida y fallecimiento.
Zapata nos lleva en volandas de un espacio a otro y de un tiempo a otro, en sus 90 minutos frenéticos, donde hay tiempo para todo, para cantar, tocar la guitarra, palmear el ritmo, disfrutar de la vida y del éxito, pero también, hay tiempo para estar con los tuyos, para mirar atrás, para acordarse de aquellos que ya no están, o para recogerte en tu interior y ver el camino recorrido y todo lo hecho hasta ahora, sin rencores ni tristezas, sino viendo todo lo vivido y dejado, todos aquellos que conocisteis y todos aquellos que te auparon. La película tiene ese aroma de reivindicación, de devolver a una figura la importante de su tiempo y su legado a los nuevos tiempos, mismo proyecto que hicieron con la película Rumba Tres, de ida y vuelta (2015) de Joan Capdevila y David Casademunt, que rescataba del olvido al famoso grupo rumbero de Barcelona, o las recientes La Chana (2016) de Lucija Stojevic y Petitet (2018) de Carles Bosch, éstas dos últimas, junto a Peret, yo soy la rumba, podrían ser una especie de trilogía sobre figuras de la música gitana que revolucionaron la escena musical a través de lo más profundo del alma. Una película biográfica de uno de los artistas más grandes de la música gitana o rumbera, alguien que nunca abandonó sus raíces, a pesar de todo lo que le vino encima, que recoge lo mejor y lo peor de una época oscura, en la que quizás cantar y bailar era el mejor refugio para olvidar las tristezas de una realidad demasiado negra y horrible. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Arranca la película con un plano cenital, en el que observamos sobre una mesa un plato lleno de gusanos, junto a una cuchara y un vaso vacío. Una imagen relevante que explica la infancia oscura y terrible que vivieron los hermanos de Rumba Tres. En ese momento, irrumpe la música y la película deja paso a contarnos como les cambió la vida a tres chicos de barrio que consiguieron ser una referencia en el mundo de la rumba con su música, sus grandes éxitos, las giras multitudinarias por España, Latinoamérica y Europa.
Joan Capdevila (1977, Barcelona), hijo de uno de los integrantes de Rumba Tres, y David Casademunt (1984, Barcelona), nacidos en el seno de la ESCAC, con experiencia en producción, videoclips y publicidad, se lanzan en su puesta de largo a explicarnos las luces y sombras de un grupo que en la década de los 70 y 80 lograron uno de los mayores éxitos de la historia de la música española, con sus rumbas alegres y pegadizas, en las que contaban sus sueños, ilusiones y amores. Los directores barceloneses abren varios frentes dotando a su film de un rompecabezas en el que el espectador deberá reconstruir la trayectoria humana y profesional de Pedro y Juan Capdevila, y Pepe Sardaña. Utilizan material de archivo (fotografías, imágenes de televisión y recortes de prensa), entrevistan a familiares, mujeres e hijos, artistas, gentes del espectáculo, periodistas musicales (filmados desde un ángulo dejando el plano inundado por el espacio, para que podamos intuir el entorno que rodeaba al grupo), y finalmente, ficcionan, de forma estilizada y con ese “look” de películas setenteras, con aroma a “quinqui”, para filmar aquellos momentos alejados de las luces de neón, pero que vivieron de forma apasionada y humana los tres amigos.
Una película dividida por 8 capítulos, en los que en los dos primeros tercios, nos presentan los éxitos y la multitud que rodeaba al grupo, la parte brillante, llena de luces y bambalinas, las anécdotas y los sucesos que rodean a los grupos de éxito, a la parte de mito y espectáculo que acaban convirtiendo a estos hombres y mujeres en seres de éxito donde no faltan los aplausos y las felicitaciones, donde sólo los vemos a partir de otros, los que los conocieron, rieron con ellos, amaron, y compartieron ese mundo extraño y complejo de la fama, filmado de un modo enérgico, con un ritmo apabullante, de montaje apasionante y lleno de luz y calidez. Para el último tercio, los directores cambian el tono, plantan su cámara, y el ritmo se apaga, adquiere otra naturaleza, más serena y tranquila, y el primer plano inunda el relato. La película se recoge hacía dentro y nos presentan con entrevistas a los componentes de Rumba Tres, volvemos al plano del inicio, en la que nos hablan de su dura y terrible infancia en un colegio infernal que les marcó el resto de su vida, cómo la música actúo de terapia para superar los malos momentos, la pérdida de sus seres queridos, y la trayectoria de Rumba Tres y cómo el éxito se fue apagando y dejando paso a un olvido injusto. La película de Capdevila y Casademunt nos habla de aquella España de posguerra hambrienta y oscura, de los años setenta de aperturismo y nuevos tiempos, y los divertidos y veloces ochenta (aquellas carreteras secundarias, los casetes y los vinilos, las melenas cardadas, el fenómeno fan, los pantalones acampanados, etc…) para adentrarse en la locura inmobiliaria de los noventa, y cómo los tiempos iban cambiando, y los gustos del público también. Una obra sincera y honesta, que penetra de forma vital a las luces y sombras de un grupo pionero en la rumba de nuestro país, de la parte humana que están construido los sueños y cómo estos se materializan, a veces de forma abrupta, y como todo sueño finaliza de la misma forma, casi sin darse cuenta, condenándolos a un olvido sucio y oscuro, como se abandonan los zapatos viejos, que diría Sabina.