El cautivo, de Alejandro Amenábar

DE LO QUE LE SUCEDIÓ A CERVANTES CAUTIVO EN ARGEL.  

“La lectura es el único medio a través del cual nos deslizamos, involuntariamente, a menudo sin poder hacer nada, a la piel del otro, a la voz del otro, al alma del otro”. 

Joyce Carol Oates

Después de tres películas como Tesis (1996), Abre los ojos (1997) y Los otros (2001), que encumbraron a Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972), como uno de los grandes valores del género del terror psicológico, cosechando buenas críticas y excelentes resultados en taquilla. Un período que viró con Mar adentro (2004), donde dejaba la ficción pura y dura para adentrarse en las ficciones sobre personajes reales. A Ramón Sampedro le siguieron la filósofa y atea Hypatia en Ágora (2009), la excepción de Regresión (2015), que volvía a sus orígenes, y la vuelta a los personajes con Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra (2019), para finalizar, de momento, con Miguel de Cervantes (1547-1616) en El cautivo, sobre los cinco años que estuvo preso en Argel. A partir de una historia junto a Alejandro Hernández, que ya lo acompañó en la citada de Unamuno y en la serie La fortuna (2021), el director madrileño imagina al joven Cervantes que, contaba con 28 años cuando fue apresado, y su período y sobre todo, su relación con su captor Hásan, el Bajá de Argel.  

Amenábar construye una eficaz y entretenida fusión de película de aventuras y carcelaria, donde se profundiza sobre las relaciones personales, de poder y necesidad, así como de liberación sexual, en el que la ficción cuenta con un peso enorme en la trama, convirtiéndola en vehículo capital para sobrevivir tanto física como mentalmente. La trama es reposada y nada estridente, no juega con el espectador mediante giros inverosímiles y demás argucias, sino que cimenta un buen ejercicio de miradas y gestos en su primera mitad para después, en su segundo tramo, acentuar lo físico y los deseos y anhelos de los personajes principales y los satélites que los acompañan. Nos encontramos a un Cervantes todavía muy joven, que lee vorazmente y también escribe, junto a su mentor en prisión el fraile Antonio de Sosa, que es quién nos cuenta la película. A su lado, también tenemos la antítesis, Blanco de Paz, otro fraile del Santo Oficio, que se convertirá en el lado oscuro de la trama. A través de un reducido grupo nos van contando las peripecias de Cervantes que, gracias a su ingenio como contador de historias se ganará muchos privilegios del Bajá, levantado muchas ampollas entre sus compañeros de cautiverio. 

Amenábar, como es costumbre, presenta una película que ha contado con una gran producción para trasladarnos al siglo XVI, y más concretamente al Argel de 1575, donde brillan sus apartados técnicos como la cinematografía de Alex Catalán, que ya estuvo en la mencionaba Mientras dura la guerra, con una luz natural y nada estridente que, caza toda la multiculturalidad que reinaba en el lugar, así como la abundancia de colores y texturas que se respiraba en el ambiente. El diseño de producción que firma Juan Pedro de Gaspar, otro habitual en las últimas producciones de Amenábar, y el director de arte Hedvig Király, al que conocemos por sus trabajos en El hijo de Saúl, de Nemes, y La reina de España, de Trueba, y el vestuario de la italiana Nicoletta Taranta, responsable de Romanzo criminale y A ciambra, brillando cada uno/a en sus respectivos apartados. La música del propio Amenábar consigue ese acercamiento a las singularidades y complejidades que se palpan tanto en prisión como en esos “escapes”. El montaje de Carolina Martínez Urbina, conocida por su trabajo en la mítica serie Crematorio, y el cine de Cobeaga, y su segunda experiencia con el director después de la citada Regresión. Un empleo magnífico de realidad-ficción en la que cada secuencia y encuadre nos atrapa hasta el final en sus rítmicos 133 minutos de metraje. 

Otra característica del cine del madrileño es su gran capacidad para componer personajes complejos para los que elige intérpretes que se enfundan con naturalidad consiguiendo que nos olvidemos de la máscara y nos quedemos con el personaje. Como hizo con Nicole Kidman en Los otros, Javier Bardem en Mar adentro, Rachel Weisz en Ágora y con Karra Elejalde y Eduard Fernández en Mientras dure la guerra. El sorprendente Julio Peña, habituado a vehículos comerciales muy poco atractivos, se destaca dando vida al joven Cervantes, en un personaje que va creciendo a lo largo del metraje, mostrando su capacidad inventiva, inteligencia y coraje para salir airoso de varios entuertos. Frente a él, el actor italiano Alessandro Borghi como el Bajá, con más de 30 títulos a sus espaldas,  como el recordado en Las ocho montañas, siendo el señor que todo lo ve y decide desde las alturas que, mantendrá una relación nada convencional entre lo que podría ser captor y reo. Y luego están los “otros”, empezando por un Miguel Rellán, tan grande, tan cálido y un actor que hace de todo y muy bien, Fernando Tejero está muy bien como un fraile altivo. Están Luis Callejo, Roberto Álamo, José Manuel Poga, Albert Salazar, César Sarachu y Mohamed Said, entre muchos otros. 

Polémicas aparte, que además apenas son 10 minutos de película, El cautivo es una excelente película porque aborda un tema que todavía no se había tocado en el cine, la vida del joven Cervantes, quizás el escritor más célebre de la historia por su libro que no necesita presentación alguna. La película lo aborda como un joven en eterna lucha y huida, devorador de libros, escritor empedernido y contador de historias fabuloso, que se las ingenia para entretener a los demás presos, y además, despierta el deseo del Bajá, que también lo pretende como contador de relatos. Además, la película se enfunda el traje de fabulador de su protagonista, y ejerce una trama que va y viene a través de lo real y lo ficticio, de lo que se sabe y lo que se inventa, porque no hay verdad que este cargada de mentira, y viceversa, porque necesitamos la mentira-ficción para soportar tanta verdad, o quizás, lo que inventamos es la verdad para que no parezca tan dura, o tal vez, la mentira es todo lo que vemos y hemos inventado la verdad para vivir con algunas verdades que sabiendo mentiras, las creemos como verdad. Lo que está claro es que, Cervantes y sus cinco años de cautiverio, que para la resolución de la película es un dato que no molesta, ni mucho menos, es la historia de alguien que quería sobrevivir y, al igual que otros, se inventaron una historia, una identidad o lo que fuese. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Entrevista a Kari Anne Moe

Entrevista a Kari Anne Moe, directora de la película «Mina y la radio de los presos», en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en la terraza del Hotel Casa Gràcia en Barcelona, el martes 4 de febrero de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Kari Anne Moe, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sam Wallis, por su gran labor como intérprete, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mina y la radio de los presos, de Kari Anne Moe

LA MUJER INCONFORMISTA. 

“Hay que dar bastante guerra. Con los perros rabiosos nadie se atreve, en cambio a los mansos los patean. Hay que pelear siempre”. 

Isabel Allende

En tiempos actuales donde la masificación audiovisual nos ciega y nos aparta del tiempo de reflexión, es de agradecer que todavía existan pequeños espacios de luz. Películas que no sigan la corriente imperante por las televisiones, y se aventuran a explicar temas que los poderes invisibilizan y prejuzgan a diario. El trabajo de la directora y productora Kari Anne Moe (Sandefjord, Noruega, 1976), es un cine a contracorriente que investiga conflictos sociales como la educación en Bravehearts (2012), sobre cuatro estudiantes juveniles y activistas enfrentados a la masacre de Utoya, en la que murieron 69 jóvenes, y en Rebels (2015), sobre cuatro jóvenes que han dejado el instituto, y ahora nos llega Mina y la radio de los presos, sobre la vida de Mina Hadjian, una periodista iraní-noruega que tenía un programa de radio muy popular y contestatario del que fue despedida por presiones y más tarde, ha creado el podcast “Radio Bandit”, en el que habla con presos profundizando en sus vidas, circunstancias e ilusiones.  

La cineasta noruega construye una película incómoda, en la que sitúa frente a la cámara la cotidianidad de Mina y la estrecha relación que tiene con sus colaboradores. Tenemos a varios presos como un musulmán convertido que era adicto a las drogas, un transgénero y Rune, un inadaptado que ha crecido en ambientes de violencia y ahora lucha contra la injusticia, incluso en la guerra de Ucrania. Tres almas que iremos conociendo a través de Mina y su espacio de radio, donde nos dan cuatro hostias de realidad y se investiga y analiza la realidad de las prisiones en Noruega, y su falta de humanidad en la rehabilitación de los presos. La película pone voz y alma a unas personas completamente estigmatizadas por un sistema demasiado racional y poco empático ante las situaciones de muchos jóvenes sin futuro y que han crecido en ambientes muy desfavorables. La película huye del panfleto y consigue eliminar bastantes prejuicios y convencionalismos que arrastran muchos de estos jóvenes. Una cinta construida a través de la intimidad y la transparencia de los personajes, donde hay muchos altibajos emocionales, enfrentados a sus luchas internas y sociales, amén de la propia Mina que no ceja de trabajar por construirles un futuro emocional diferente.

La película de Kari Anne Moe es crítica contra el sistema fallido y deshumanizado basado en el castigo para los individuos, pero lo hace desde el conocimiento situándonos en el centro de la cuestión, conociendo y escuchando las diferentes realidades de los presos en cuestión, con una cámara que huye de lo convencional y la superficialidad para adentrarse en las profundidades, donde todo se construye desde la naturalidad, construyendo un espacio íntimo y cercanísimo en el que Mina y sus colaboradores se erigen como vehículo perfecto para conocer sus vidas y sus pasados y sus posibles futuros. Es una película sobre el encuentro y el diálogo, también de la escucha, a través de su sencillez y honestidad en el que responde con hechos y realidades a las leyes prejuiciosas y clasistas de la élite política que no soluciona problemas sino que los hace más grandes, debido a una vagancia consumada en que no investiga los diferentes casos y circunstancias. La película recupera parte del cine político que nos deslumbró en los sesenta y setenta en que se hacía política a través de un cine inconformista y crítico que buscaba realidades invisibilizadas y les daba una visibilidad que no correspondía con las falsedades que lanzaban los medios oficiales. 

No deberían dejar pasar una historia como la de Mina y la radio de los presos, de Kari Anne Moe, porque seguramente no conocen su trabajo y sólo por eso debería ser suficiente para acercarse a su propuesta de podcast, en una actualidad donde hay propuestas de todo tipo y tan prescindibles la mayoría, que optan al entretenimiento sin sustancia. El trabajo de Mina es de verdad, porque ella es una activista que lucha encarnizadamente por sacar de los pozos del olvido a personas de carne y hueso que tienen una vida, unas ilusiones y proyectos como todos y todas. Debemos agradecer a la iniciativa de DocsBarcelona y su trabajo de comunicación con la propuesta de El Documental del Mes, porque no sólo acercan un cine totalmente invisibilizado por los poderes, que aquí tiene no sólo su espacio sino una forma de resistencia y fuerza como la cineasta Kari Anne Moe que sigue en la trinchera haciendo cine y promoviendo reflexiones de lo que nos rodea y por desgracia, ni vemos ni mucho menos conocemos, porque si lo hacemos nos daremos cuenta de todo lo que no sabemos y sobre todo, lo que damos por hecho y lo que nos influyen las ideas oficiales construidas desde el desconocimiento. Así que, sigan investigando y encontrarán y de esa manera, podremos conocer la realidad de forma honesta e íntima. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Borgo, de Stéphane Demoustier

LA FUNCIONARIA DE PRISIONES. 

“Todos tienen buenas y malas fuerzas trabajando con ellos, contra ellos y dentro de ellos”. 

Suzy Kassem

A partir de la familia y un hecho concreto que tensiona toda esa aparente tranquilidad, se construye el cine de Stéphane Demoustier (Lille, Francia, 1977), ya lo vimos en sus dos primeras películas Terre battue (2014) y Allons enfants (2018), pero sobre todo en La chica del brazalete (2019), donde la acusación de asesinato de una hija de 16 años, a los que sus padres creen fielmente, desencadenará, a medida que avanza el juicio, en la sombra de la duda. En Borgo, basada en un hecho real como sucedía con La chica del brazalete, conocemos a Melissa que acaba de instalarse en Córcega con su marido e hijos para empezar una nueva vida alejada del mundanal ruido de la capital parisina. En su trabajo como funcionaria de prisiones se relaciona de forma estrecha con algunos reclusos, sobre todo con el joven Saveriu, situación que le comporta introducirse en un terreno muy pantanoso. El tono y la atmósfera de la trama, muy alejada de lo oscuro y grisáceo del género noir, se compone de mucha luz, naturalidad y cercanía, para acentuar la idea de la trabajadora corriente que se va metiendo en un mundo demasiado bestia para ella. 

A partir de un guion del propio director en colaboración con Pacal-Pierre Garbarini, con el que ya coescribió la citada La chica del brazalete, la cámara se posa en la mirada y actitudes de la mencionada Melissa, un joven treintañera, con dificultades económicas, su marido no trabaja, y además, envuelta en una prisión muy diferente a las que ha trabajado, con un régimen muy abierto para los presos, donde hay camaradería y buen trato con los funcionarios, sin olvidar la idiosincrasia de un lugar como Córcega, vital para la película, como también lo era en Regreso a Córcega, de Catherine Corsini, que vimos hace pocos meses, donde las cosas en la isla funcionan muy distintas a Francia. Todos estos elementos están divididos en dos frentes para Melissa, si bien, en su buena parte de la historia, estamos ante una película muy carcelaria, que vive de grandes títulos que nos vienen a la mente, en cierto momento, la película vira y mucho, al thriller psicológico, donde la fina línea que separa entre el deber y la necesidad, articula completamente el relato, llevándolo a una película donde la construcción es fundamental, porque los dos ejes principales de la película irán convergiendo de forma intensa y muy áspera, generando unas buenas dosis de suspense. 

La excelente cinematografía de David Chambille, que trabajó con el director en la serie L’Opéra (2021), antepone la intimidad y lo naturalista ante lo convencional del noir, donde abunda la luz diaria y los espacios cotidianos, donde no se incurre en los manidos tan recurrentes en este tipo de films. La magnífica música de Philippe Sarde, un grande entre los grandes, con un sinfín de trabajos, ayuda a conducirnos por una trama donde se evidencia lo fácil que resulta convertirse en alguien muy ajeno a ti mismo debido a las circunstancias y la necesidad individual, donde se tienen interpretaciones muy diferentes el significado de ayudar o de la amistad. El trabajado montaje de Damien Maestraggi, que ha trabajado en tres de las cuatro películas de Demoustier, amén de un cortometraje, y otros títulos tan importantes como La batalla de Solférino (2013), de Justine Triet, y Nuestras madres de César Díaz (2019), entre otras. Su edición es un gran trabajo de precisión y concisión, porque lo social y lo noir están muy bien mezclados, y las dos tramas, la de Melissa y la de la investigación están muy bien explicadas y generan la tensión y la asfixia necesarias en sus inolvidables 117 minutos de película. 

Si hablamos de grandes aciertos de la cinta, el que más relevancia tiene es, sin lugar a ningún tipo de duda, la elección de Afasia Herzi en el papel principal de Melissa, porque sabe transmitir, sin imposturas ni sensiblerías, todas las emociones, dudas e inseguridades de un personaje transparente y cotidiano, en alguien que no llama la atención, en alguien que ve una oportunidad sin pensar en las consecuencias, o quizás, pensando en ellas pero no viendo la temeridad. Le acompañan Moussa Mansaly como el marido, Michel Fau como un peculiar comisario, que hemos visto en películas de Ozon, Techiné y Dupontel, entre otros, y luego, otros intérpretes naturales que dan la profundidad necesaria para hacer creíble la historia. No se pierdan Borgo, de Stéphane Demoustier, porque tiene trazas del mejor cine social, el noir más humano, lo carcelario, tan diferente como bien contado, y sobre todo, tiene una trama que no les dejará indiferente, ya que nos cuenta la experiencia de alguien que podríamos ser uno de nosotros/as, porque, en algún momento de nuestras existencias, quizás nos veamos expuestos a hacer algo que va en contra de nuestros valores pero, por el contrario, nos reportaría una solución a nuestros conflictos. Un dilema difícil de manejar, y si no que pregunten a Melissa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Royal Game, de Philipp Stölzl

EL AJEDREZ COMO RESISTENCIA.

“He oído que en Estados Unidos no es tan importante quién eres o quién fueras. Sino quién quieres ser. – Ni siquiera sé la persona que era antes”.

Novela de ajedrez, de Stefan Zweig (1881-1942), fue la última novela que escribió el genio vienés, publicada póstumamente en 1942 después de su suicidio junto a su esposa en Brasil. Zweig escribió una obra durísima contra el nazismo, dejando una terrible crónica de los espeluznantes métodos de la Gestapo, la incomunicación y el exilio forzado, que sufrió el propio escritor. En los años sesenta tuvo una adaptación al cine, también fue adaptada como ópera y en cómic. Ahora nos llega una nueva traslación a la gran pantalla del magnífico texto de Zweig, dirigida por el director Philipp Stölzl (Múnich, Alemania, 1967), que muchos conocemos por otra adaptación, la de la novela El médico (2013), de Noah Gordon, amén de haber dirigido óperas y desarrollar una filmografía con títulos populares. En The Royal Game, nos pone en la piel de Josef Bartok, un notario vienés detenido por la Gestapo en la Viena de 1938, cuando los nazis se apoderaron del país.

La intención de los nazis es sacarle a Bartok un bien altamente preciado, la existencia de unos códigos numéricos que descifrarán los lugares donde se hallan las grandes fortunas de nobles austriacos. Bartok no da su brazo a torcer y resiste la prisión, asilamiento, miedo y locura en el hotel más lujoso de la ciudad convertido en prisión por los nazis. Toda esa terrible existencia cambia radicalmente cuando cae un manual de ajedrez en manos de Bartok, un objeto insignificante se tornará en un objeto preciado para el recluso, que lo estudiará concienzudamente. A partir de un guion del letón Edlar Grigorian, la película se estructura a partir de dos instantes en el tiempo, que se intercambiarán en continuas idas y venidas en el tiempo ye le espacio, creando esa sensación de frágil equilibrio que padece el protagonista. Viajaremos desde el presente de la Viena del 38 con Bartok preso y torturado, y luego, al otro tiempo, el de Bartok ya liberado, viajando en un magnífico barco con rumbo a Estados Unidos, donde se jugará una partida de ajedrez de lo más subyugante. La cuestión que plantea la mirada de Stölzl no es si lo conseguirá o no, porque eso ya lo sabemos, si no otra muchísimo más interesante, como es el proceso de resistencia de Bartok en el tiempo de prisión, y luego, como gestionará el trauma de tanto tiempo recluso.

El cineasta alemán envuelve su película en un viaje al terror del nazismo, y a todos los miedos y dolor que provoca, y lo hace con suma elegancia y belleza, que en algunos momentos nos viene a la memoria la preciosidad del cine de Ophüls o Minnelli, en la que la parte técnica brilla con armonía y sensibilidad, donde el director alemán cuenta con colaboradores anteriores como el cinematógrafo Thomas W. Kiennast, el montador Sven Budelman, y el músico Ingo Ludwig Frenzel, donde nos quedamos fascinados con esa Viena pre nazi, con esos bailes majestuosos y esa clase alta que parece ajena al infierno que se les viene encima, y qué decir del fascinante viaje en barco, donde encontramos todo tipo de elementos y detalles, desde la psicosis que sufre Bartok, rodeado de fantasmas y espectros de su vida, y esos personajes enigmáticos e inquietantes que, atraen y repelen a partes iguales. Un plantel extraordinario de intérpretes ayuda a generar esa tensión y terror que impregna todo el metraje, entre los que destacan actores destacados en la cinematografía alemana como Samuel Finzi, Albrecht Schuch, en el rostro del maléfico oficial de la Gestapo, Joel Basman en un papel de Barman, que hemos visto hace nada como el protagonista de Pájaros enjaulados, el actor sueco Rolf Lassgârd,  la maravillosa presencia de Birgit Minichmayr como la esposa de Bartok, que muchos la recordamos en interesantes películas como La cinta blanca, de Haneke, y Entre nosotros, de Maren Ade, con su belleza, corporeidad y esa imagen de mujer moderna y enamorada.

Y finalmente, la magnífica aportación de Oliver Masucci en la piel del desdichado Bartok, que conocemos por su participación en la serie Dark y en La sombra del pasado, entre otras, un actor que nos recuerda físicamente al intérprete danés Mads Mikkelsen, compone un personaje inolvidable, uno de esos tipos que se admiran por su coraje y humanidad cuando no tenemos nada y estamos en el pozo más oscuro y solos, un personaje que padece una transformación brutal en la trama, que pasa de un vienés de clase alta a un despojo humano que resiste gracias al ajedrez, un juego que cae del cielo, una forma de entretenerse y sobre todo, ejercitar la mente ante el abismo en el que se encuentra. Stölzl ha construido una película con hechuras, bien ejecutada, que mantiene esa tensión emocional durante todo el proceso, sin caer en ningún momento en la sensiblería que padecen muchas películas actuales, sino en todo lo contrario, en un viaje a las entrañas del nazismo y sus terribles consecuencias, y encima, asistimos a una inquietante y magnífica partida de ajedrez entre el campeón del mundo, y Josef Bartok, alguien que sabe que después de estar en el infierno, no tiene nada que perder. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Old Man and the Gun, de David Lowery

EL CABALLERO ANDANTE.  

“No se trata de ganarse la vida, se trata de vivir”

La película arranca de forma ejemplar y emocionante, cuando vemos a Forrest Tucker, un señor que pasa de los 60 años, de impecable traje, gabardina, sombrero y bigote, entrar en una sucursal bancaria, con toda la tranquilidad y parsimonia del mundo, se acerca a la cajera y le pide amablemente que le dé todo el dinero, mostrándole un revólver que tiene en el cinto. La cajera, entre la estupefacción y el asombro por los modales del atracador, comienza, sin levantar sospechas, a darle una gran cantidad de dinero. Cuando Tucker considera que es suficiente, se despide de la cajera con respecto y se va del banco con la misma tranquilidad y parsimonia con la que había entrado. Estamos a principios de los años 80, en un mundo con ese regusto del tiempo, de cuando las cosas se saboreaban y se sentían de forma especial, en un mundo donde todavía la tecnología no había llegado, en un mundo donde todavía deambulaban viejos atracadores con un historial delictivo a sus espaldas, con unas 18 fugas de prisión, con una vida dedicada al hurto, y con idas y venidas a la prisión.

Forrest Tucker es un personaje quijotesco, uno de esos tipos que parece salido de las películas clásicas de robos, algo así como uno de esos viejos pistoleros a los que los nuevos tiempos ha condenado a una existencia de ostracismo e inadaptación a una sociedad que le es ajena, porque ellos siguen siendo fieles a sí mismos, viviendo al margen de la ley para bien o para mal, porque en realidad, nunca han hecho otra cosa, desde la adolescencia han sido así y ahora ya es tarde para cambiar, si de verdad pretendieran cambiar. The Old Man & the Gun, es la última película en la que actúa Robert Redford, después de una larga trayectoria que abarca casi 6 décadas, en las que ha trabajado con grandes autores como Pollack, Pakula, Penn, Roy Hill, Mulligan, etc… Además, de dirigir 7 títulos como director, y haber cosechado un gran reconocimiento del público y la crítica. Redford dice adiós, y lo hace con una película que resume mucho su filmografía, dando vida a un tipo que ha hecho lo que le ha gustado, que ha sido fiel a su espíritu rebelde y libre, un outsider en toda regla, uno de esos antihéroes que debido a sus condición de delincuente, ha tenido que dejar tantas cosas de su vida, lugares queridos, personas amadas y encuentros inolvidables.

David Lowery (Milwauekee, Wisconsin, EE.UU., 1980) es el encargado de dirigir la película, en su segunda colaboración con Redford después de Peter y el dragón (2016), y de haber dirigido dos interesantes películas como En un lugar sin ley (2013) que retrataba la huida de un fugitivo para reunirse con su esposa en el Texas de los años 70, y A Ghost Story  (2017) donde un músico fallecido volvía como un fantasma a casa con su mujer, dos cintas protagonizadas por la misma pareja, Rooney Mara y Casey Affleck. Este último vuelve a trabajar con Lowery dando vida a John Hunt, el detective que va tras la pista de Tucker, un padrazo y buen tipo, que muy a pesar suyo, admira y respecta a su enemigo, un hombre dado a su condición, aunque esta sea la de delinquir. Lowery construye un relato clásico, escrito junto a David Grann (autor del artículo sobre Tucker publicado en el The New Yorker) una película que no es un vehículo más de la estrella, sino que se esfuerza en contarnos una película que hace un retrato sincero y humanista de un hombre de carne y hueso, uno de esos antihéroes que tanto han inundado las páginas de sucesos de los diarios, un tipo que no sólo vemos atracando en solitario y junto a sus dos compinches ancestrales, que se hacen llamar “Los carrozas”, que no son otros que Danny Glover y Tom Waits, y la breve aparición de Keith Carradine.

También, lo vemos enamorándose de Jewel, una mujer madura e inteligente que interpreta Sissy Spacek, de manera sencilla, sensual y natural como nos tiene acostumbrados, haciendo muy fácil un personaje difícil y nada condescendiente, que lo ama aceptando su peculiar oficio y sin juzgarlo. La película también deja espacio para conocer la trayectoria delictiva y las incontables fugas de prisión de Tucker, haciendo referencia a títulos protagonizados por Redford como Propiedad condenada, La jauría humana o Dos hombres y un destino, en una película-homenaje a la carrera de un gran actor, pero no sólo se queda ahí, va más allá, teje con acierto y habilidad las diferentes capas de la película, preocupándose de su ritmo y las características emocionales de cada personaje, desde el propio Tucker, con su complejidad y soledad, el policía y su familia, en este juego sencillo y humanista del gato y el ratón, para contarnos y rendir homenaje a todos esos outsiders que vivieron diferente en un tiempo que era diferente, donde las cosas tenían otro ritmo y las personas guardaban tiempo para mirar un atardecer sentados en el porche en compañía con una cerveza, ese tiempo pre tecnología que hablan las películas de Lowery, cuando la vida, a pesar de sus altibajos, todavía se parecía a vivir.

Redford se despide del cine a lo grande, con una película a su medida, que huye de la nostalgia, para sumergirnos en una cinta con acierto e inteligente, en la que interpreta a un caballero que siguió atracando hasta los 80 años, resguardado en su amabilidad y respeto, manteniendo un oficio que adoraba y fue su modus vivendi, una forma de no aceptar las reglas del juego, de vivir su vida, de vivir al margen de la ley. La película tiene un corte clásico, con ese carácter crepuscular de las películas de Peckinpah o Yo vigilo el camino, de Frankenheimer, que también interpretaba Gregory Peck, un personaje que tiene mucho en común con el que hace Redford, algo así como una balada agridulce que podría cantar Dylan, o como esa canción de los Kinks donde hace referencia a esa “Lola”, a la mujer que todos amamos, algo así como mirar el tiempo recorrido desde la perspectiva de haber sido fiel a uno mismo, sin miedo a lo que vendrá, que será diferente y sobre todo, más apacible, donde podremos volver a sentarnos en el porche, o levantarnos temprano para ir a pescar en la mejor de las compañías.