Una noche con Adela, de Hugo Ruiz

MIENTRAS MADRID DUERME.  

“En la venganza el más débil es siempre más feroz”.

Honoré de Balzac

Cada año en la gran cantidad de películas que llegan a las salas, aparecen ese tipo de películas, modestas en su producción y atrevidas en su forma y en lo que cuentan, que sorprenden a propios y extraños y convencen incluso a los más escépticos. Una noche con Adela es de esas películas, que los anglosajones llaman “sleeper”, refiriéndose a esa cinta que se convierte en un éxito cuando nadie la esperaba. Que una película como ésta se meta en un certamen como Tribeca Festival de New York es una hazaña extraordinaria, y además, resulta galardona con el premio de Mejor dirección novel es absolutamente sorprendente, porque no estamos ante una película debut, que cuenta una historia muy oscura y violenta, y además, lo hace a partir de una narración muy audaz y dificultosa, con ese plano secuencia que nos lleva de aquí para allá, siguiendo los pasos de una antiheroína como la mencionada Adela, una barrendera del turno de noche. Una mujer que esa noche llevará a cabo una venganza que lleva años ideando. Una venganza que le sanará algunas heridas o quizás no. 

Detrás de las cámaras tenemos a Hugo Ruiz (Zaragoza, 1974), que conocíamos por su cortometraje Taxi fuera de servicio (2011), en la que mezclaba el drama con la comedia en un taxi que acaba convirtiéndose en un lugar parecido como el famoso camarote de los hermanos Marx. El maño debuta en el largometraje con Una noche con Adela, una película nocturna, que se detiene en una sola noche, durante el turno de la citada, recorriendo las calles recogiendo la basura, es decir, todo aquello que los ciudadanos no quieren, tropezando con esas rapiñas de la noche como abusadores, ladrones y gentuza de la peor calaña. Cuando parece que el relato se encaminará hacia el thriller más oscuro y destroyer, la película girará a lo personal, pero de un modo más profundo y salvaje, porque Adela tiene algo oculto para esa noche, que es su noche. Un viaje muy íntimo hacia la oscuridad de la condición humana, que se rompe con ese revelador diálogo de la protagonista con la locutora de radio, que se interpreta así misma la propia Gemma Nierga, que recupera su “Hablar por hablar”, un programa nocturno en el que personas solitarias compartían sus problemas y eran aconsejados por los demás oyentes. Adela conduce su camión recogiendo la basura, que deviene la metáfora del relato, en un viaje hacia la psique y lo físico, porque la barrendera entra en una espiral de drogas, sexo y violencia muy bestia. 

Mención aparte tiene el grandísimo trabajo de cinematografía de Diego Trenas, que debuta en el largometraje, con un detallista y preciso ejercicio de estilo, en un abrumador y lleno de tensión con los 105 minutos de un magnífico plano secuencia que sigue a la protagonista por ese Madrid oscuro y periférico, repleto de almas zombies que deambulan por las calles negras y vacías de la gran ciudad. Salvando las distancias, por supuesto, estamos ante un relato que emula aquellos que hicieron grandes como Boorman, De Palma, Scorsese y Lumet en los setenta en Estados Unidos, sacando la pala y desenterrando la miseria moral y física de una sociedad violenta y deshumanizada, porque Una noche con Adela es sencilla y honesta, no va más allá de lo que su modestia le permite, no juega a la pretenciosidad de otras películas, sino que conoce sus limitaciones y juega con ellas, sacando lo mejor de cada situación y trazando una parte de la radiografía humana de las calles cuando se llenan de noche y aparecen las criaturas de la noche, en la que Adela no es una más, sino alguien herido, derrotado pero no vencido, porque esa noche será su noche, y no de la manera que la cantaba Raphael, sino todo lo contrario, porque esa noche Adela llevará a cabo su venganza, una justicia que lleva años pensando y manteniendo en secreto. 

He dejado para la parte final de este texto mi comentario sobre la interpretación de Laura Galán como la mencionada Adela. Una actriz que muchos de nosotros descubrimos primero en el corto y luego en el largometraje de Cerdita, de Carlota Pereda. Un thriller rural, que emulaba las películas setenteras de terror estadounidenses, donde la castellana demostraba sus buenas dotes compositivas para cambiar de alimaña a cazadora, en un inmenso trabajo que le valió muchos de los reconocimientos del año. Su Adela está en otro lado, aunque conecte con lo corporal y lo sensitivo, porque su barrendera nocturna es una mujer demasiado herida, que se ha hartado de tanta vileza y dolor, y se ha puesto manos a la obra, ejecutando la venganza contra aquellos que la hicieron así, o la convirtieron en una mujer que se destroza cada noche en un trabajo que no le satisface y lo llena de drogas, alcohol y sexo salvaje. Laura Galán vuelve a demostrar que es una actriz portentosa, capaz de meterse en cualquier piel y cuerpo, que transmite con esa mirada de rencor y rabia, que es todo un ejemplo que con trabajo y algo de suerte, se puede labrar una interesante carrera a pesar de los estereotipos que tanto abundan en esta sociedad. Me gustaría que Una noche con Adela  tuviera tiempo para labrarse un boca a boca entre el público, porque estamos ante una película que está bien contada, que tiene a una actriz que llena la pantalla, porque tiene carisma, porque transmite y es pura energía. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Corten!, de Michel Hazanavicius

¡REMI SE HA EMPEÑADO EN SALVAR LA PELÍCULA!

“El cine es cuestión de amor.”

Jess Franco, director de cine

Si exceptuamos alguna película que otra, el cine del director Michel Hazanavicius (París, Francia, 1967), tiene como costumbre instalarse en la parodia para revertir mucho de sus géneros preferidos, como hizo en su exitosa OSS 117 El Cairo, nido de espías (2006), y su secuela, dos años después, donde se daba un festín de carcajadas a costa de las películas de espías y más concretamente, al infantiloide y machista mundo de James Bond. Tampoco es la primera vez que dirige un remake, ya lo hizo con The Search en 2014, en una película serie sobre la guerra. Ni mucho menos, es la primera vez que se adentra en los entresijos del cine y todo lo que queda detrás, como su primer éxito Mes amis (1999), donde dos tipos, un productor de sitcom y un actor se enfrentaban a un cadáver. En The Artist (2011), su película más exitosa, tanto a nivel de público como de crítica, con nominaciones al Oscar y todo, se reivindicaba como autor serio con un excelente retrato sobre el Hollywood de los años veinte, rodada como una película muda y en blanco y negro, eso sí, con sus toques de comedia y burla. Siguiendo la estela de The Artist, volvió al cine y sus genios, en este caso, el de Godard y su relación con Anne Wiazemsky y los convulsos años sesenta en la estupenda Mal genio (2014).

Aunque todo hay que decirlo, con Corten!, nunca nos había divertido tanto ni lo habíamos visto tan desatado y gamberro, quizás la película original en la que se basa tiene mucha responsabilidad, porque One Cut of The Head (2017), de Shinichirô Ueda, película japonesa de fin de carrera, es todo un sincero y apasionado amor al cine, y sobre todo, a las ganas de hacer cine con los medios ridículos que se tengan, la misma sensación que tiene Remi (enamorados hemos quedado con la increíble interpretación de Romain Duris, que nunca lo habíamos visto tan alocado, nerviosísimo y sobre todo, tan encantador), porque tiene el encargo de hacer una película en directo y en plano secuencia, ahí es nada, y se empeñará con sabiduría, fuerza y todo lo que haga falta para acabar el rodaje y por ende, la película. El director francés, muy fiel al original, y con ecos de Zombies Party (2004), de Edgar Wright (una de las más gloriosas parodias del cine de zombies de los últimos años), nos sitúa en el rodaje de una película, en una película que tiene muchas partes dentro de sí misma y también, en una comedia, con muchas texturas y formas.

Empezamos viendo la película de zombies que están filmando, muy a lo serie B, incluso Z, todo muy al uso y destinada al público más gore, en que la comedia es muy disparatada. Luego, pasamos a ver otra película, que empieza unas semanas antes y nos muestran la preparación del rodaje, donde la cámara está más reposada y la comedia es más inteligente y elegante, dentro de lo que cabe. Y finalmente, en el tercer segmento, nos metemos de lleno en el rodaje en sí, y vamos viendo, con todo lujo de detalles, lo que queda detrás, lo que no vemos, como se van desarrollando las situaciones y los innumerables imprevistos que se van sucediendo donde no había nada pensado ni planificado, y todo se hace a lo bestia y de cualquier manera, donde la comedia es muy disparatada, burlona y surrealista, donde encima van a aparecer los zombies reales, a los que nadie del equipo, dentro de ese caos y locura, se percatan que son reales. Todos estos elementos juegan a favor de la película, que no pide seriedad ni mucho menos, sino todo lo contrario, muchas dosis de terror zeta, parodia y muchísima sangre y gore a doquier, en plan salvaje in crescendo y muy bestia.

La cámara de Jonatahan Ricquebourg, que ha trabajado con Albert Serra y Lucile Hadzihalilovic, es la más desatada de todos y todas, porque se sumerge en el rodaje, mimetizando en cada uno de los diferentes personajes y situaciones rocambolescas, en un grandioso trabajo digno de mención, como el extraordinario trabajo de montaje de Michael Dumontier, que corta cuando es precio, dando más importancia a los diferentes planos secuencia, y aglutina todos los momentos de la película, que son muchos, en sus casi dos horas de metraje, que para nada resultan flojas o aburridas, todo lo contrario, mantienen un ritmo infernal y lleno de diversión y locura. La música de un grande como Alexandre Desplat hace lo que falta, creando esa tensión, esa pausa, y esos ataques de nervios entre los personajes. El reparto juega de forma maravillosa a la propuesta de la película, con el ya mencionado Duris, ese antihéroe que viene a ocupar el rol de Jean Dujardin en muchas películas del director parisino, siendo ese cineasta de trabajos rutinarios que desea hacer su película, cueste lo que cueste, ese director, bueno, bonito y barato, para una película pagada por una japonesa que parece de los yakuza, tierna y dura.

La locura en la que se ha enredado Remi, tiene a sus cómplices de turno, que van a muerte con él, como su mujer, una brillante Bérénice Bejo, musa de Hazanavicius, aquí convertida en Nadia, una caracterizadora muy peculiar con sus momentos de karate. Y otros intérpretes como Grégory Gadebois, que repite con el director, y otros, al igual de divertidos y desatados, como Mathilda Anna Ingrid Lutz, como un actriz con poco talento, Finnegan Oldfield, el actor que lo piensa todo y demasiado, y otros integrantes del equipo a cual más nervioso y perdido. Hazanavicius ha construido un remake muy digno, y ha hecho una película que es una profunda y sentida cinta de amor al cine, al trabajo de equipo, al esfuerzo titánico y bestial que hay detrás de cada película, y sobre todo, al cooperativismo y la confianza que resultan necesarias para llevar a cabo el rodaje de una película, independientemente el resultado artístico de la película, con ese Remi, un director del montón, que va a hacer lo imposible para llevar a buen término su encargo, llevándose a todos los zombies por delante, ya sean reales o no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Victoria, de Sebastian Schipper

poster_victoria_A4NADIE SABE QUIÉN ERES

Victoria es una joven española que lleva 6 meses abriéndose camino en Berlín. Lo único que ha conseguido hasta ahora es de camarera en una cafetería por 1200 euros al mes. Una noche baila tecno en una discoteca del barrio Kreuzberg. Cuando sale conoce a Sonne y sus tres colegas que la invitan a conocer el Berlín de verdad, el que nadie conoce. Son un poco más de las 4:30 de la mañana, y a partir de ese instante, Victoria, Sonne y los 3 amigos, se irán introduciendo en una vorágine siniestra y oscura en la que tendrán que perpetrar el robo de un banco y huir de la policía. El director germano Sebastian Schipper (Hannover, 1968) en su cuarto filme, primero que vemos por estos lares, nos sumerge en un pozo de vértigo, locura y criminalidad que nos llevará a ritmo de música de piano, cuerda y electrónica por las fauces de una ciudad que parece que nunca quiere dormirse, que siempre quiere estar despierta, al acecho de algo o alguien.

Su propuesta es radical, interesante y harto compleja, nos cuenta su película utilizando una única toma, un plano secuencia de 140 minutos, sin cortes, ni trampas, donde apenas hay descanso, nos conduce por 22 localizaciones, donde vamos desde el final de la noche a las primeras horas del día, hasta llegar a eso de las 6:54 de la mañana, donde perderemos de vista a sus personajes y a este viaje hacía las entrañas de las calles iluminadas artificialmente, donde deambulan almas perdidas, gentes que no saben adónde ir, tipos que ocultan lo que no quieren que se conozca. Schipper emula el plano secuencia de Sokurov en El arca rusa, si aquel condensaba años de historia de la Rusia zarista, la propuesta del cineasta alemán parece fluir en el lado contrario, embutida en dos horas y algo, a contar la hora antes de un robo, el robo, y la hora que le sigue. Colocar al espectador en el “Aquí y ahora”, no hay nada más, sólo nos cuenta algo del pasado de algunos personajes, como que Victoria, se encuentra en un estado de frustración y de huida (cuenta a Sonne que después de 16 años, practicando piano durante 7 horas diarias, le han comunicado que no vale, que se dedique a otra cosa), también se nos explica que Boxer, uno de los colegas de Sonne, ha estado en la cárcel, experiencia que le llevará a lidiar con unos gánsteres que le pedirán el cobro de su ayuda. Y poca información más. Quizás el interés de la película se posa en ese sentido, en conocer poco de los personajes, en seguirlos, en participar en ese robo que tienen que cometer, en cómo se van desarrollando los acontecimientos, en esa agitación que les envuelve, en vivir deprisa, sin tiempo, sin respirar, sin aliento, sólo en hacer lo que tienen que hacer y punto.

Berlinale-2015-Victoria

Schipper logra una buena película, un más que interesante policíaco o thriller, como gusten. Nos conduce por una noche donde no hay escapatoria, donde las cosas se pueden torcer en cualquier instante, donde alguien que parece no tener nada que ver, acaba teniendo una importancia tremenda. La estupenda y contenida interpretación de Laia Costa que se revela como el alma de la película, en protagonista a su pesar, o dicho de otra manera, de sentirse como una isla perdida y triste, en ese estado de reencontrarse a sí misma, de llevar medio año en Berlín y no conocer a nadie, en dejarse llevar por una existencia que ahora no parece entusiasmarle, lo que empieza como un encuentro casual, donde conocer a unos tíos, y la aventura de un amour fou, le llevarán a meterse donde no debe, o donde no debería. Una mirada que ilumina, envuelve y conduce la película, ella es lo que vemos, ella es lo que sentimos, ella, al fin y al cabo, es nosotros. Un Oso de Plata en el Festival de Berlín de este año, y 6 Premios Lola de la Academia alemana de cine (incluyendo uno a Laia Costa, la primera vez que lo consigue una actriz española), certifican que la idea de Schipper no iba desencaminada, y el resultado es un viaje nocturno hacía lo desconocido, lleno de intensidad y energía, donde también hay tiempo para la dulzura y la delicadeza. El inmenso trabajo del cinematógrafo Sturla Brandth Grøvlen Dff, que escruta y se pega a los personajes y su situación, y la música de Nils Frahm ayudan de manera sencilla y contundente a conseguir ese aroma de huida imposible, de morir matando, y sobre todo, de escapar a donde sea con ese deseo irrefrenable de vivir la noche y a fuego.

 

Qué difícil es ser un dios, de Aleksei German

Qu_dif_cil_es_ser_un_dios-808171768-large LA BARBARIE EN ESTADO PURO

Arranca la película con un narrador en off que nos explica, frente a una imagen de un pueblo nevado, que nos encontramos en el planeta Arkanar, donde reina un régimen tiránico y se vive igual que hace 800 años, en plena edad media, siguiendo las estructuras de un sistema feudal. Nos presentan a Don Rumata, un caballero de armadura brillante, que tiene incrustado en la frente una joya y todos le atribuyen un poder divino, se ha erigido como el dueño, señor y dios de todos. A este dios se le ha atribuido una misión que cumplir, eliminar a los intelectuales del planeta. El cineasta Aleksei German (1938-2013), de filmografía breve, sólo 6 títulos, se embarcó en el año 2000 en el proyecto de su vida, que ya quiso llevar a cabo en el momento de la publicación del libro en 1969, una novela publicada por los hermanos Arcadi y Boris Strugatski (responsables también de las obras  Stalker (1979), dirigida por Tarkovski, y Días de eclipse (1988), de Sokurov). La novela  ya fue llevada al cine en 1989 por el alemán Peter Fleischmann con el título El poder de un dios, pero con resultados academicistas y estéticos que no agradaron a los escritores que la repudiaron públicamente. German tampoco  pudo hacerlo en aquel 1969, porque los tanques soviéticos invadieron Praga y las autoridades se lo prohibieron, ya que encontraban muchas similitudes con el poder gris. La segunda tentativa fue durante la prerestroika de Gorvachov, pero German pensó que sería un tema que no interesaría. Por fin, en el año 2013, ha visto la luz, después de un titánico esfuerzo de 13 años.

German nos sumerge en un inframundo donde sus personajes se mueven entre lo orgánico (saliva, mocos, heces, orina, vómitos, sudor, barro y sangre), donde una cámara, a través de planos secuencia (a la manera de Jancsó), penetra traspasando las paredes, los cuerpos y toda clase de objetos que se va encontrando a su paso. Una película filmada en un prominente blanco y negro (como casi toda la filmografía de su director), unos  escenarios de poderosos colores grisáceos, fielmente reconstruidos que respiran y exhalan toda la podredumbre y miseria, tanto moral como física, que asola la región. Unos hombres y mujeres que pululan como animales heridos y hambrientos, que se mueven en un reino caótico y podrido, en un planeta contaminado por la guerra y la barbarie, en un mundo harapiento de odios y mentiras. Un punto de vista completamente subjetivo donde la cámara flota de un personaje a otro, siguiendo los movimientos  torpes y lentos de Don Rumata, una cámara que se acerca de forma brutal, (casi chocando contra ellos, en encuadres difíciles e imposibles), a los personajes, en los interiores, entre las interminables estancias y mazmorras que están asfixiadas de gente de toda clase y estofa (criados deformes, esclavos ancianos, señoras obesas, mujeres dementes y demás seres vivientes de profunda animalidad que se pelean , y se humillan constantemente, soldados de La orden que asesinan impunemente, y señores altivos, etc…).

Don Rumata parece ser el único capaz de encontrar algún resquicio de luz ante semejante panorama de oscuridad y terror. Una obra de profundas actualidad, donde alguien se enfrenta al poder de lo establecido, para salvaguardar el arte y la poesía del mundo. Una película que nos remite al expresionismo, al imaginario y cinematografía de Jerzy Kawalerowicz, al Welles de Macbeth (1948), Otelo (1952), pero sobre todo a Campanadas a medianoche (1965), a Bresson de Lancelot du Lac (1974), y la pintura de Brueghel. La obra póstuma de un grandísimo creador, una película monumental, prominente, majestuosa e hipnótica, de belleza fascinante y conmovedora, de virtuosismo técnico, que subyuga y atrapa a todos aquellos espectadores que quieran viajar durante sus 170 minutos brutales y brillantes hasta la época del renacimiento que se encuentra perdida en los confines de la humanidad.