San Simón, de Miguel Ángel Delgado

LA MEMORIA SILENCIADA. 

“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”.

José Saramago 

Resulta muy paradójico la ausencia en el cine de ficción de nuestro país películas que hayan interesado en plasmar la vida cotidiana de alguno de los más de 300 campos de concentración franquistas que se dedicaron a encerrar, someter y asesinar a los vencidos. Por otro lado, hay una gran cantidad de documentación en forma de libros y cómo no, películas de no ficción como por ejemplo, Aillados (2001), de Antonio Caeiro, que recordaba la colonia penitenciaria de la isla de San Simón, un centro de detención y represión que funcionó durante 7 años desde julio de 1936 hasta el año 1943 por donde pasaron 6000 personas. La primera obra de ficción con tono documental del artista visual y cineasta Miguel Ángel Delgado bajo el título San Simón, recoge la cotidianidad del citado lugar, uno de los islotes de la ría de Vigo, en las Rías Baixas, un lugar de una sobrecogedora belleza que tristemente, albergó la impunidad, la venganza y el terror hacía aquellos republicanos que defendieron la libertad, la democracia y el futuro de una diferente forma de vivir, sentir y pensar. 

El cineasta manchego afincado en Galicia, autor, entre otras, de Alberto García-Alix. La línea de sombra (2017), trabajó durante cuatro años recopilando información sobre el siniestro lugar, y ha levantado una película que huye de lo convencional y lo estridente para construir un relato muy austero, sobrio y conciso que a través de uno de los presos, el que nos va introduciendo con su voz en off en los diferentes instantes en los que vemos el horror de la cotidianidad, esos momentos donde forman cabizbajos en silencio, van apuntando los nombres de los recién llegados, y se van mirando fijamente los dos hombres encargados a tal desagradable asunto, u otros del hacinamiento de sus habitaciones, y los diferentes quehaceres como descargar comida desde los muelles y las tareas duras de trabajo físico. Todo se cuenta desde el que observa en silencio, el que mira sin intervenir, retratando un espacio, una mirada y sobre todo, un estado de ánimo en el que prima la derrota, la resistencia pasiva y un presente continuo donde nada parece tener sentido, en que el tiempo se ha detenido, no avanza ni hacia ningún lugar, porque se ha parado como una metáfora de la derrota, de la violencia y de la muerte. Un horror que existe pero que no vemos, porque la película quiere centrarse en los rostros de aquellos que sufrieron prisión, miedo, dolor y muerte y la ausencia de los que ya no están. 

Una película que ha contado con un gran equipo de técnicos como Andrea Vázquez, coproductora de O que arde y Sica, que contiene una cinematografía de primer nivel con ese primoroso y crudo blanco y negro que traspasa la mirada y se te mete dentro como un peso que se arrastra que firma Lucía C. Pan, que conocemos por sus trabajos con Xacio Baño, Álvaro Gago, Andrés Goteira, Liliana Torres y Andrea Méndez, por citar algunos de sus reconocidos trabajos. La música de Fernando Buide ayuda a reflejar toda esa tensión constante y doméstica que condensa una atmósfera triste, irreal y dolorosa. El brillante montaje de Marcos Flórez que, en sus 108 minutos de metraje, construye un tiempo reposado en el que cada mirada, gesto y detalle tiene presencia, carácter y adquiere una importancia capital. El gran trabajo de sonido, donde cada paso y movimiento resuena en nuestro interior obra del dúo portugués Elsa Ferreira y Pedro Góis, dos brillantes técnicos con más de veinticinco años de carrera en las que han participado en más de 100 títulos. Y otros excelentes técnicos como Aleix Castellón y Analía G. Alonso como directores de producción, Inés Rodríguez en dirección de arte y Uxia Vaello como diseñadora de vestuario, entre otros. 

Un magnífico reparto que, al igual que el equipo técnico tiene descendientes de algunos de los presos de San Simón, encabezado por un impresionante Flako Estévez, al que hemos visto en películas tan importantes como Eles transportan a morte, Matria y O corno, entre muchas otras, es el guía, la voz y la desesperanza del relato. Un actor de pocas palabras que lo dice y siente todo. Le acompañan Javier Varela y Tatán con experiencia profesional, y otros como Alexandro Bouzó, Guillermo Queiro, Ana Fontenia, Mª del Carmen Jorge, Manuel F. Landeiro, y muchos más que conforman un álbum de la derrota, la desilusión y el no futuro. No dejen de ver una película como San Simón, de Miguel Ángel Delgado, por su mirada, audacia, inteligencia y por rescatar la memoria silenciada de tantos y tantas que sufrieron el terror del franquismo. Además, lo hace con la conciencia política, la concisión y la sobriedad de grandes obras como La pasajera (1963), de Munk, quizás la ficción que mejor ha retrato la realidad de un campo de exterminio, y otras como Un condenado a muerte se ha escapado (1956), de Bresson, Le Trou (1960), de Becker, y Fuga de Alcatraz (1979), de Siegel, entre otras, donde la vida penitenciaria se crea a través de una terrible cotidianidad, en que las miradas se fijan en la memoria, y donde cada detalle y movimiento reflexionan en silencio en el que prima la violencia y un horror en off pero que inunda todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jaione Camborda

Entrevista a Jaione Camborda, directora de la película «O corno», en el Hotel Sunotel Aston en Barcelona, el jueves 19 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jaione Camborda, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Janet Novás

Entrevista a Janet Novás, actriz de la película «O corno», de Jaione Camborda, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 18 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Janet Novás, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Oliver Laxe

Entrevista a Oliver Laxe, drector de la película «Lo que arde». El encuentro tuvo lugar el jueves 10 de octubre de 2019 en el hall de los Cines Verdi en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Oliver Laxe, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Xan Gómez de Numax Distribución, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Lo que arde, de Oliver Laxe

CAMINANDO CON EL FUEGO.

“Si hacen sufrir es porque sufren”

Cuanta razón tenía mi querido Ángel Fernández-Santos cuando mencionaba que en las primeras imágenes se condensaban el espíritu y las raíces de la esencia del relato que a continuación nos contarían. Lo que arde sigue ese impulso que sostenía el recordado crítico con su arranque poético y cruel con esas imágenes que abren el tercer trabajo de Oliver Laxe (París, 1982) sobrecogidos por su belleza y dureza, cuando observamos como una máquina va cortando sin ninguna piedad un grupo de árboles eucaliptos, arrasándolos literalmente, en que el mal llamado progreso devasta la naturaleza y por consiguiente, su patrimonio. De repente, esa destrucción se detiene en seco, la máquina queda paralizada frente a un imponente y centenario eucalipto, como si la naturaleza, en su último aliento, todavía tuviese fuerzas para doblegar la codicia humana. La primera película que rueda Laxe en Galicia, después de sus dos aventuras con Todos vós sodes capitáns (2010) y Mimosas (2016) ambas filmadas en Marruecos, donde el director residía, el cineasta galego mira hacia su interior, hacia sus orígenes, cuando viajaba los veranos para visitar a sus abuelos en los montes de Os Ancares, provincia de Lugo. Aquella tierra de la infancia se convierte ahora en el paisaje áspero y bello, difícil y dulce, duro y sensible, en el que se desarrolla el relato.

Una historia que arranca con la vuelta de Amador, después de cumplir condena por incendiario, a la aldea junto a su madre Benedicta y sus animales, con el aroma de western, cuando aquellos hijos prodigo volvían a casa, después de conocer la civilización y salir trasquilados, en la piel del Mitchum de Hombres errantes o el McQueen de Junior Bonner. Laxe, a medio camino entre el documento y la ficción, filma con detalle y precisión la cotidianidad del hijo y su madre, cuidando de sus vacas, caminando entre los árboles y los senderos escarpados y agrestes del bosque, subiendo colinas y montes y observando un territorio en continua contradicción, como la relación entre ser humano y naturaleza, un dificultoso enlace entre las necesidades y los intereses de unos contra los elementos naturales que siguen un curso invariable, ancestral y caprichoso. Pero también tenemos el lado humano, ese pueblo que estigmatiza y desplaza a Amador por su condición de incendiario, llevando esa cruz pesada que le ha asignado la sociedad del lugar, como le ocurría a Eddie Taylor en Sólo se vive una vez, de Lang, cuando al salir de la cárcel, intenta sin salida huir de su condición de proscrito.

Laxe arranca en invierno, siguiendo el estado de ánimo que atraviesa Amador, adaptándose lentamente a las condiciones adversas de la estación, con la llegada de la primavera, las lluvias y el frío dejan paso a la luminosidad y el esplendor de un bosque que despierta del letargo hibernal, para cerrar su película con el verano y el fuego como visitante perenne de cada estío, devastando, como la máquina del inicio, todo a su paso, con unos vecinos desesperados intentando salvar sus casas, cuando piensan en ellas como reclamo turístico. El cineasta gallego-parisino se mueve constantemente entre los extremos humanos y naturales, entre aquello que nos atrapa y también, aquello que nos somete, entre lo justo y lo injusto, entre la belleza de la naturaleza y los animales, ante los intereses económicos y el cambio climático que están acabando con el rural, con los paisajes naturales y sobre todo, con la subsistencia de tantas gentes del campo. Laxe lanza una oda hacia estos lugares naturales en vías de extinción, espacios donde la vida se trasluce entre gentes que abren senderos con su caminar diario, que cuidan de los animales y los rescatan de su terquedad o miedo, donde se habla poco y se observa más, donde estos paisajes se ven contaminados con la mano del humano, que encuentra intereses mercantiles en casi todo, como en ese momento doloroso en que Amador y sus vacas se tropiezan con máquinas devastando árboles y recomponiendo la naturaleza.

Laxe nos sumerge en un relato sencillo e intimista, lleno de luz brillante y sombría, en el que indaga sobre la condición humana, sobre el olvido, el perdón, el amor y el estigma, donde la tierra se vuelve tensa e incendiaria, donde todo pende de un hilo muy fino, donde todo puede estallar en cualquier instante, donde las cosas obedecen a una estabilidad frágil. El cineasta vuelve a contar con sus cómplices habituales como Santiago Fillol en la escritura, Mauro Herce en la cinematografía, Cristóbal Fernández en la edición o Amanda Villavieja en el sonido, para dar forma a una película asombrosa, elegante, sobrecogedora y apabullante, tanto en sus imágenes como en su narración, exponiendo toda la complejidad vital de lo humano frente al entorno, un paisaje bello y cruel, con sus cambios climáticos y sus cambios producidos por el hombre, contándonos esta fábula sobre lo rural, libre y salvaje, como lo hicieron en su día gentes como Gutiérrez Aragón en El corazón del bosque, Borau en Furtivos o Armendáriz en Tasio, y tantos otros autores, en que el hombre luchaba contra los elementos naturales y sociales como hacía Renoir en El hombre del sur o Herzog en Aguirre, la cólera de Dios, y ese progreso devastador que aniquila el paisaje para imponer sus normas y leyes que cambian la forma natural con el conflicto que lleva a las gentes que viven de él y los animales que lo habitan.

Una película hermosa y magnífica con esa limpieza visual que ofrece el súper 16, y esos temas musicales que van de Vivaldi a Leonard Cohen, que ayudan a comprender más la complejidad de lo humano que rige la película, para sumergirnos en un universo ancestral lleno de continuas amenazas, a través de Amador, un tipo silencioso y melancólico con ese rostro vivido y marcado por el tiempo y el dolor, con las grietas faciales que da una vida dura y tensa (que recuerda al rostro de Daniel Fanego de Los condenados, de Isaki Lacuesta) junto a su madre Benedicta Sánchez, una mujer sufridora y maternal, que cuando su hijo regresa lo primero que le suelta es si tiene hambre, alguien que ama a su hijo, independientemente de qué se le ha acusado,  un amor maternal sin condiciones ni reglas. Dos intérpretes, que recuerdan a los actores-modelo que tanto mencionaba Bresson, se suman a Shakib Ben Omar, que aparecía en las dos primeras cintas de Laxe, debutantes en estas lides del cine, bien acompañados por sus leves miradas, gestos y detalles, en las que consiguen toda esa complejidad que emana de sus personalidades, de su tierra y su entorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA