Entrevista a Catherine Corsini

Entrevista a Catherine Corsini, directora de la película «Regreso a Córcega», en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Pulitzer en Barcelona, el lunes 8 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Catherine Corsini, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Martin Samper, por su gran labor como intérprete, y al equipo de comunicación de Surtsey Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Regreso a Córcega, de Catherine Corsini

RECONCILIARSE CON LA IDENTIDAD.  

“Estamos más cerca unos de otros cuando callamos que cuando hablamos”. 

Guy de Maupassant 

En el universo cinematográfico de Catherine Corsini (Dreus, Francia, 1956), compuesto por 11 películas, tan interesantes como Partir (2009), La belle saison (2015), Un amor imposible (2018), y La fractura (2021), entre otras, existen dos ejes principales: el amor y lo combativo, donde la mirada se posa en personajes nada convencionales que luchan por lo que consideran justo a cuchillo, nada complacientes y siempre inquietos e intensos. Individuos que viven alejados de prejuicios y en total libertad, enfrentándose a todas las personas que intentan oponerse. Con Regreso a Córcega (Le retour, en el original), se centra en la vida de Khédidja, una mujer senegalesa que, después de 15 años, regresa con sus dos hijas Jessica (18) y Farah (15), como cuidadora de niños de una familia adinerada a la Córcega veraniega del título, un lugar que conoce muy bien, ya que vivió junto a su marido fallecido y dónde tuvo sus dos hijas, y donde tuvo que huir por necesidad y falta de libertad. Durante este tiempo, el silencio ha sido su mejor aliada, pero ahora, con sus hijas ya mayores y haciendo muchas preguntas, deberá enfrentarse a su pasado, y sobre todo, reconstruir la verdad y enfrentarla con sus hijas.

La directora francesa posa su mirada a través de la mencionada Khédidja y sus dos hijas, sobre todo, en ellas, en el que Jessica, a punto de entrar en la universidad a hacer políticas entabla una relación íntima con Gaïa, la hija díscola de los jefes de su madre, tan diferente y a la vez tan interesante para la primera experiencia de Jessica. Farah, por su parte, es la adolescente eternamente malhumorada que no se deja amedrentar por nada y nadie, tan rebelde como inquieta de experiencias de todo tipo que conocerá a un joven camello. Jóvenes ante un verano lleno de pasión, aventuras y nuevas amistades donde descubrir y descubrirse, y ante ese silencio de su madre que lentamente, irá abriéndose y las dos hermanas irán descubriendo el pasado real del que nunca se ha hablado. Corsini consigue hilar a través de un estupendo guión coescrito junto a Naïla guiguet, que coescribió el de El inocente (2022), de Louis Garrel, un cuento de verano de descubrimientos del amor, del sexo y demás para las dos hermanas, entrelazando con sabiduría toda la amalgama de emociones a medida que se van destapando el difícil pasado en el que se despiertan recelos, tensiones y problemas entre las tres mujeres, donde no hay sentimentalismo, sino una verdad real, muy intima y profunda, en que la película coge altos vuelos y se muestra muy honesta y cercanísima. 

Corsini, fiel a sus cómplices, sigue contando con la cinematografía de Jeanne Lapoire, con casi sesenta títulos en su filmografía con nombres tan importantes como Ozon, Techiné, Pedro Costa, Robin Campillo y Valeria Bruni Tedeschi, etc., con la que ha trabajado en cinco títulos, con una imagen y color que recuerda a las cintas veraniegas rohmerianas, con esa luz mediterránea que contrasta con la oscuridad y el silencio que se cierne en la familia, en el que nunca se cae en imagen de postal, sino en aquella con su posición social y política, como tienen las películas de Corsini, así como el inteligente montaje de Frédéric Baillehaiche, cuatro películas con la directora francesa, en el que en sus intensos y libres 107 minutos de metraje cabe de todo, con las continuas idas y venidas emocionales de los personajes y sus soledades, miedos, pasiones y sentimientos enfrentados y contradictorios ante la avalancha de acontecimientos y descubrimientos por los que pasan. Sin olvidarnos de la variada música que va de la clásica a la más moderna, creando esa dualidad que navega por toda la historia, donde convergen jóvenes y adultos, con esa fiesta salvaje donde se evidencian los momentos emocionales por los que atraviesan las dos hermanas, tan perdidas y tan deseosas de encontrarse, tanto con ellas como con la otra. 

Si el cine de Corsini resulta interesante por los temas que trata y la forma de presentarlos dotándolos de complejidad y profundidad, su reparto resulta primordial para creernos todo lo que se cuenta, y en Regreso a Córcega, la cosa sigue apuntando muy alto con una gran Aïssatou Diallo Sagna, que ya tenía un papel en la mencionada La fractura, y las dos formidables “hermanas” Suzy Bemba como Jessica, a la que vimos en la reciente Pobres criaturas, de Lanthimos, y Esther Gohourou como Farah, como una de las protagonistas de Mignonnes, y Lomane de Dietrich como Gaïa, la hija pija que conoce a Jessica, el interesante rol de un estupendo actor como Cédric Appietto, y las estimulantes presencias de Virginie Ledoyen y Denis Podalydès, como los señores de la película y padres de Gaïa. La película indaga en la identidad, en cómo se construye y reconstruye, y el autodescubrimiento en la Córcega destino de vacaciones para muchos, pero para estas tres mujeres un lugar donde todo empezó, con el significativo arranque del relato, un lugar para reconciliarse en todos los sentidos con su familia, la que dejaron atrás y sobre todo, con la familia que tienen delante, la madre y sus dos hijas venciendo el silencio y los medios y enfrentarse a las acciones y perdonarse para construirse y construir todo lo dejado atrás, porque no podemos continuar cada día mejor y hacia adelante, si no aceptamos y nos reconciliamos con el pasado, por mucho que cueste. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La isla roja, de Robin Campillo

ADIÓS A MADAGASCAR. 

«Cada vez que un hombre en el mundo es encadenado, nosotros estamos encadenados a él. La libertad debe ser para todos o para nadie».

Albert Camus

La descriptiva y demoledora secuencia que abre La isla roja, cuarta película de Robin Campillo (Mohammèdia, Marruecos, 1962), nos muestra a un par de familias francesas a punto de juntarse para comer en el patio frente a su casa. Es una escena cotidiana sin más aparentemente, pero no estamos en Francia, sino en Madagascar, en una de las últimas bases militares, a principios de los setenta. En un momento, el padre expulsa a uno de los sirvientes, un nativo que les sirve pero que ocultan, como meras sombras sin vida ni identidad. La naturalidad del momento oculta algo más oscuro y siniestro, la colonización en todo su esplendor, unos ocupantes franceses que usan a los malgaches, y también, se quedan con su clima, su sol y su todo. Sin hacer una película autobiográfica, según sus palabras, Campillo que vivió su infancia en la mencionada Marruecos, Argelia y en Madagascar, ya que su padre era un militar aéreo francés, recupera recuerdos y memoria para contarnos una película con base real pero con un aroma de fábula de final de la infancia o quizás, mejor dicho, el final de un mundo colonialista. 

Las tres películas anteriores del director francés se han movido bajo temas y elementos que van a la contra de lo convencional, donde hay cabida para situarnos en aquellos más invisibles y ocultos, donde investiga sobre la fragilidad de nuestras existencias con la muerte como satélite importante. En La resurrección de los muertos (2013), combinaba de forma inteligente el terror con lo social, en Chicos del este (2013), en la que se centraba en la inmigración, la prostitución gay y lo más cercano, y finalmente, 120 pulsaciones por minuto (2018), done pivotaba sobre dos temas: homosexualidad y Sida en la Francia de principios de los ochenta. En La isla roja construye un guion complejo, alguien que ha trabajado en ese menester con Cantet, Zlotowski y Meier, que se mueve a partir de dos conceptos: la mirada de Thomas, un niño de 10 años que se parece mucho a la vida de Campillo, que no entiende el colonialismo, y es un extraño de su país Francia en la que nunca ha vivido, y además, se siente perdido en ese final de la niñez. Un mundo desconocido que intenta comprender a través de Fantômette, una niña heroína de tebeo y su compañera de colegio. Y luego, está el colonialismo a partir de la familia Lopez, donde su realidad tranquila y vacacional, esconde ese terror del ocupante frente al nativo. 

Sin ser una película de terror, lo es y mucho, aunque Campillo, muy hábilmente se deja de convencionalismos y extremos, y nos presenta una cotidianidad que traspasa, como si estas familias francesas de militares estuvieran en su paraíso perdido, ajenos al terror y la usurpación de su gobierno y sus respectivos trabajos, con los ecos de la brutal represión de 1947. Ayuda mucho la estilización y la intimidad de la cinematografía de un grande como Jeanne Lapoirie, que ha estado en los tres trabajos de Campillo, uno de los nombres más reputados en el país vecino al lado de grandes nombres como los de Téchiné, Ozon, Pedro Costa, Verhoeven, Corsini, Bruni Tedeschi, entre otras. Así como el gran trabajo de edición que firman el propio Campillo, y la pareja Anita Roth y Stéphane Léger, que ya estuvieron en la mencionada 120 pulsaciones por minuto, y han trabajado con Bonello y Cantet, respectivamente, consiguen un ritmo pausado y tranquilo, sin excesos ni dramatismos, sólo observando esa cotidianidad cálida y vacacional, que oculta el terror invisible y violento, en una película muy bien equilibrada y de gran tempo en sus casi dos horas de metraje. 

La música de Arnaud Rebotini, que tiene en su haber películas como Curiosa, y directoras como Argento y Hélèna Klotz, creando esa dualidad entre la postal y la oscuridad, con unas melodías que muestran pero también ocultan todo lo que se cuece en ese lugar francés y malgache, amén de los temas más populares que describen esas vidas aparentemente felices que ocultan esa idea de no volver a Francia y seguir sumidos en esa realidad paradisíaca ficcionada. El grupo de intérpretes también mantiene esa línea de transparencia e intimidad que tanto demanda la trama, empezando por una magnífica Nadia Tereszkiewicz, que vaya añito se está marcando de estupendas películas como Mi crimen, La gran juventud y La última reina, hace la madre protectora y con una relación tensa con su marido, que hace un increíble Quim Gutiérrez, más asentado en la cinematografía francesa, que se mueve entre la ambigüedad y lo extraño, el fantástico niño Charlie Vauselle, que añade toda la fantasía y realidad ajena de una mirada inquieta y pérdida, Amely Rakotoarimalala y Hugues Delamarlière, que interpretan a Miangaly y Bernard, la nativa y el joven militar francés y una relación que escenifica todo lo que la película muestra y reflexiona, esos dos mundos tan alejados que se empeñan en relacionarse, cada uno a su manera. Y luego, están los otros, los franceses que están y disfrutan de todo, como Sophie Guillemin y David Serero, un curioso y divertido matrimonio, etc… 

No se pierdan una película como La isla roja, que nos habla de familia, matrimonio y de franceses que parecen huir de sí mismos, y de toda convencionalidad, pero en el fondo están detenidos y ensimismados en una tierra que aman pero no es suya, están ocupando ilegalmente. Un filme que nos habla de terrorismo de estado francés, pero no de forma evidente, sino escarbando en sus quehaceres diarios, en los que mandan y los que sirven, las que hacen paracaídas para los franceses o los que sirven cafés para los mandamases, con el mismo aroma de películas como Los juncos salvajes (1994), de Téchiné, donde unos adolescentes se relacionan con los ecos de la descolonización de Argelia en los sesenta, o Hacia el sur (2005), de Cantet, donde el turismo occidental femenino llegaba a las playas de Haití en busca de amor y cariño. Reflexionaran sobre la tragedia del colonialismo, la idea banal del occidental sobre el paraíso y demás, el amor interesado, la fragilidad de la vida acomodada y alejada de la realidad, esa falsa idea de paraíso, sobre la pérdida y la idea del adiós a aquello que crees que siempre te perteneció, y todo a partir de la mirada de un niño de 10 años, que mira, observa y no comprende nada, quizás sólo a través de la ficción, en el que todo está más claro y es más sencillo, no tan ambiguo y complejo como la realidad de los adultos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA