Entrevista a Mireia Noguera, directora de “Nunca te dejé sola”. El encuentro tuvo lugar el martes 15 de octubre de 2019, en Barcelona.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mireia Noguera, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.
La guerra en la antigua Yugoslavia estalló en 1991 y se alargó hasta una década después, luchas internas entre las seis ex repúblicas yugoslavas que pertenecían a la federación. Una guerra cruenta y desoladora entre hermanos, que ocasionó unos 140000 muertos y más de 4 millones de desplazados. El cine se ha hecho eco a través de películas que nos hablan sobre el antes, durante y el después de la guerra en películas como Underground (1995) de Emir Kusturica, El polvorín (1998) y Optimistas (2006) ambas de Goran Paskaljevic, Before the rain (1998) de Milcho Manchevski, En tierra de nadie (2001) de Danis Tanovic, o una de las más recientes, Bajo el sol (2015) de Dalibor Matanic, que a través de la historia de amor de una mujer serbia y un hombre croata relataba los inicios, él durante y el después de la guerra. Ahora, nos llega una película sobre el conflicto desde una perspectiva diferente, instalada en aquellos primeros días de la Guerra, pero en Pristina, en Kosovo, en 1992, cuando la Guerra avanzaba por Croacia y amenazaba a Bosnia. El relato se detiene en Fadil y Hana, un matrimonio que vive junto a su hijo adolescente y su hija pequeña, y el cuidado de su padre incapacitado, en uno de esos apartamentos uniformes y llevando una vida más o menos cotidiana. Todo estallará, de un día para otro, cuando el gobierno serbio de Slovodan Milosevic anula la autonomía de Kosovo, disuelve el parlamento y cierra la televisión nacional, ocupando todos los organismos y edificios públicos y sobre todo, imponiendo sus normas y claudicando a toda la población. Muchos de los ciudadanos dejan sus trabajos y se manifiestan en contra de la ocupación, pero Fadil que trabajo como archivista se niega, y antepone el bienestar de su familia a todo lo demás. A partir de ese momento, la vida de Fadil y su familia, será presionada, señalada e insultada por la decisión tomada.
Después del documental Beyond the Rainbow (2008) donde abordaba el tabú de la homosexualidad en su país, el cineasta kosovar Ismet Sijarina aborda aquellos primeros días de guerra en que muchos albano kosovares tuvieron que elegir muy a su pesar, entre seguir manteniendo sus trabajos y convertirse para los suyos en enemigos y espías serbios, o en cambio, abandonar sus trabajos, recibir el apoyo de los suyos y apoyar la causa patriota, y dejar desamparada a sus familias, dos opciones injustas y muy difíciles. Sijarina opta por el formato cuadrado de 4:3, que evidencia aún más si cabe ese ambiente opresivo, de asfixia y laberíntico en el que deberá vivir Fadil y los suyos, además, de la inquietante y oscura atmósfera de ese noviembre frío y gélido, tanto físicamente como emocionalmente para los personajes, sensación que ya quedaba reflejada en su arranque, en el interior del automóvil, que circula en un ambiente hibernal, con nieve por todos los lados, y el espacio reducido del vehículo como único espacio casi de libertad ante tanta opresión del exterior, situación que se mantendrá durante todo su metraje, en que las cosas, tanto en el trabajo como en la calle, y en su entorno, irán cada vez mal dadas, en una especie de laberinto kafkiano de agobiante resolución.
Sijarina conduce una drama familiar sencillo y casi doméstico, tremendamente asfixiante, apenas hay exteriores, y la única música que escuchamos es desde esa guitarra que toca Fadil como terapia y vía de escape y porque no, de esa ansiada libertad que no tiene, como un grito para que las cosas volviesen a ser como antes. El cineasta kosovar nos sumerge en una película que tiene esa luz natural oscurecida y tenebrosa, casi parece una película de terror, donde el enemigo acecha desde el exterior, en que podemos tocar a los personajes y sentir como ellos, muy íntima y cercana, donde huye de ese sentimentalismo exacerbado o de cosas por el estilo, aquí hay contención y sobriedad, todo el drama que se produce es interno, observamos a Fadil, Hana y los demás ese virus maligno que se ha instalado en su casa y sobre todo, en sus vidas, en una sensación de amargura y soledad que desconocen donde les llevará, tomar o no la decisión de seguir en el trabajo o dejarlo, convertirse en la diana de todos, sentirse aislados y ver como los amigos de siempre los ven como enemigos y apestados, complejas situaciones y emociones difíciles de llevar y compartir.
Sijarina sabe contarnos con pausa y sin estridencias, manejando una narración honesta y muy íntima, con ese aroma de las películas familiares y sociales de cineastas como Mike Leigh y Ken Loach. Un gran elenco de intérpretes ayuda a imprimir verdad y sencillez a todo lo que se cuenta, con momentos de pura emoción, por ejemplo, cuando Fadil y su padre se sinceran y se desnudan emocionalmente, en un gran instante de la película, en la que vemos como la amargura y la rabia pro la decisión tomada y las terribles consecuencias que acarrea, en que, a diferencia de muchas películas de este tipo, el protagonista se refleja en ese espejo de contradicciones e inseguridad. Sijarina ha construido un relato humanista, sincero y brutal sobre las consecuencias de las decisiones que tomamos y cómo afrontar los problemas ajenos, aquellos que no esperamos, aquellos que, queramos o no, debemos de asumir y batallar con ellos, resisitir como podamos, a pesar de todos y todo, por mucho que nos desespere, que no aguantemos o simplemente, sigamos en pie, tiempos de monstruos, de guerras, tiempos que nos ha tocado vivir.
La filmografía de Claudia Llosa (Lima, Perú. 1976) arrancó en 2006 de forma sorprendente con Madeinusa, ambientada en un pueblo en pleno corazón de la cordillera andina, se detenía en un relato deudor del realismo mágico, donde en pleno tiempo santo, una joven –dulce y maravillosa Magaly soler- era seducida por el amor carnal. Tradiciones y costumbres se mezclaban en una película desigual pero sugerente. Tres años más tarde confirmaba su talento con La teta asustada, también situada en el mismo epicentro que la anterior y nuevamente protagonizada por Magaly, aunque esta vez, en una trama realista en la que el interés radicaba en sobre cómo llevar las heridas del pasado, un pasado tortuoso en el que muchos andinos fueron asesinados durante el período de 1980 a 1992. Una película que se alzó con el Oso de Oro en la Berlinale y estuvo nominada a los Oscar. En No llores vuela, Llosa continúa por los mismos derroteros que en La teta asustada, mismo entorno, pero ha cambiado el idioma -rueda por primera vez en inglés-, y se ha refugiado en un drama íntimo y familiar. La cinta arranca a principios de los 80, cuando una madre angustiada y desesperada, con dos hijos, lleva al menor, que padece una terrible enfermedad, hacía un lugar donde espera encontrarse con un sanador. A partir de ese momento, Llosa quiebra su narración en dos tiempos: uno, donde esta madre lucha incansablemente por salvar a su hijo, y el otro, donde han transcurrido 20 años, en el que el hijo mayor, casado y padre de un hijo y se dedica a la cría de halcones, recibe la visita de una periodista que quiere encontrarse con su madre, que ahora se ha convertido en una sanadora. Los dos emprenden un viaje por las agrestes zonas heladas de Manitoba, Canada. Llosa mediante esta estructura in crescendo, va construyendo una atmósfera, tanto física como emocional, entre los tres personajes que les conduce hasta el inevitable reencuentro entre madre e hijo. Un viaje difícil y tortuoso por el desierto helado, en el que la directora, mediante una imagen realista y a la vez, mágica, atrapa al espectador por instantes, aunque en otros, la película demasiado concentrada en su entramado formalista, pierde su contención emocional y divaga hacía otros aspectos menos interesantes. El trío protagonista raya a gran altura, Jennifer Connelly, la madre que arrastra su dolor y abraza su fe como camino redentor, Cillian Murphy, el hijo, que debe enfrentarse a su propio dolor para perdonarse y perdonar, y Mélanie Laurent, una periodista que emprende su particular viaje desesperado para encontrar su propia salvación. Tres seres que no pueden escapar de un pasado duro y doloroso, en este cuento de almas perdidas donde se ponen en liza temas como la culpa, el perdón y la fe en tiempos revueltos y confusos como los que vivimos.