Dunkerque, de Christopher Nolan

EL HORROR DE LA GUERRA.

Entre el 26 de mayo y el 10 de junio de 1940, se libró una de las batallas más horribles y espeluznantes de cuantas acontecieron durante la segunda guerra mundial. El lugar elegido de siniestro recuerdo fue Dunkerque, en Francia, donde se agolparon en su playa, desesperados, sucios y hambrientos, más de 300000 soldados británicos y franceses a la espera de ser evacuados debido al imparable avance del ejército de la Alemania nazi. La evacuación, desesperada y plagada de bajas, ya que eran atacados por tierra, mar y aire, sobre todo, por aire, con sus cazas alemanes, a todas las embarcaciones que intentaban salir de esa playa siniestra, que se convirtió en una tumba para muchos de aquellos soldados. La décima película de la filmografía de Christopher Nolan (Westminster, Londres, 1970) describe minuciosamente buena parte de todo lo que aconteció en Dunkerque durante aquellos horribles 15 días, y lo hace desde la parte más primigenia del cine, como un viaje de regresión a la narrativa cinematográfica de los inicios, cuando la pureza de la imagen cimentaban las historias a falta de sonido.

Nolan, apoyándose en el 70 mm (como también hizo Tarantino con Los odiosos ocho) recupera el analógico en su carrera para sumergirnos en el alma de aquellos días, en el interior de cada uno de los personajes que nos cuentan sus íntimas odiseas para librar su batalla. Nolan construye una magnífica epopeya bélica, en la que la gran utilización del sonido y su música, obra del gran Hans Zimmer, nos convierte en un soldado más, en uno de aquellos jóvenes que hizo lo imposible por escavar de aquel maldito infierno de playa. Y sí, la película es espectacular, pero Nolan no sólo se queda en la imagen esteticista, sino que va mucho más allá, las llena de contenido, capturando las emociones íntimas de cada uno de los personajes, y lo hace de manera sencilla y cercana, ya con su arranque deja claro las intenciones de su propuesta, cuando vemos a unos cinco soldados caminando sin temor por las teóricas calles tranquilas de Dunkerque, pero de repente, comienzan a dispararles, y todos salen despavoridos a esconderse, la cámara sigue a uno de ellos, el que sobrevive, y a partir de ese instante, seguiremos el periplo de supervivencia que experimenta el soldado para salir con vida de esa ratonera.

Nolan despieza su película en cuatro voces, o digamos, cuatro segmentos o relatos, del joven soldado pasaremos a un coronel británico que se encarga de la evacuación, de los intentos de evacuar, mejor dicho, porque asistiremos a muchos hundimientos de barcos antes de que tomen alta mar, de ahí, también seguiremos en este caso el viaje de una embarcación civil que sale de Inglaterra para auxiliar a los soldados atrapados, un padre y un hijo que rescatarán a un aviador abatido destrozado psicológicamente, con el que vivirán más de un momento de tensión, y más tarde, a otro, pero este en mejores condiciones de salud, y finalmente, la cuarta de las historias, la viviremos en el aire, a bordo de uno de los aviones ingleses, que libra una batalla a muerte intentando parar a los temibles cazas nazis que bombardean la playa y los buques con soldados. Nolan nos muestra el horror de la guerra, con su locura, caos y supervivencia, dentro de una película fría y siniestra, donde todos los soldados, intentan escapar de ese inferno, utiliando códigos propios del cine de terror, y también el de aventuras, donde penetramos en el alma horrible y caótica de la guerra, de su imapacable deshumanización.

 

El director británico combina lo humano y lo íntimo de cada uno de los personajes, con lo oficial y lo colectivo, y lo hace de una forma sincera y honesta, en una película que parece recuperar ciertas inquietudes que poblaban sus primeras películas, como Memento o Insomnia, incluso El prestigio, relatos de personajes, donde la historia se posicionaba al servicio de las emociones, centrándose en la humanidad y sentimientos de cada uno de ellos, y dejando el espectáculo circense de apabullantes efectos  que si mantienen la trilogía de Batman, exceptuando sus últimas producciones Origen o Interstellar, donde sí que había intentos de construir elementos psicológicos de los personajes que ayudasen a que la historia mantuviera su pulso firme, aunque lastradas por el excesivo metraje y unos guiones desajustados que tendían al espectáculo porque sí. Ahora, Nolan, ha encontrado el ajuste ideal, un metraje que no llega a las dos horas, 106 minutos para ser exactos, muy lejos de los 150 minutos o más, de las películas que comentábamos, un relato de cuatro puntos de vista, donde vamos descubriendo las motivaciones de cada uno de los personajes, un guión no lineal, el detalle al servicio del espectáculo, y sobre todo, la locura y el caos de la guerra, donde todo se mueve a velocidad de crucero, y los pocos respiros que se sobreviven son sólo para contar cadáveres que expulsa el mar.

Nolan respalda sus abrumadoras y terroríficas imágenes con la aportación de unos grandes intérpretes como Mark Rylance (el padre que, junto a su hijo y un amigo, emprende un viaje para salvar a soldados indefensos) Tom Hardy (el valiente aviador que se juega su vida en el aire para derribar cazas alemanes) Cillian Murphy (el aviador muerto de miedo que lucha por huir del infierno) Kenneth Branagh (el coronel que lucha incansablemente para evacuar todos los soldados posibles, contradiciendo los augurios de Churchill) y Fionn Whitehead y Harry Stiles (los jóvenes soldados que luchan infatigablemente para salvar el pellejo), un reparto de grandes intérpretes que ayuda a involucrarnos en el aspecto psicológico de la contienda. El cineasta inglés cuenta de forma ejemplar y brutal una película que se convierte en uno de los títulos de referencia del género bélico como en su día lo fueron El día más largo, Un puente lejano, entre otras, como los primeros minutos de Salvar al soldado Ryan, dando cuenta a la primera gran derrota aliada de la segunda guerra mundial que, entre otras cosas, sirvió para cambiar la estrategia bélica y así devolver el tremendo golpe que costó la vida a muchos hombres, un golpe que tuvo lugar también en Francia, en las playas de Normandía, en el famoso día D,  hora H, de aquel 6 de junio de 1944.

 

No llores vuela, de Claudia Llosa

No_llores_vuela-407163688-largeLOS CAMINOS DEL DOLOR

La filmografía de Claudia Llosa (Lima, Perú. 1976) arrancó en 2006 de forma sorprendente con Madeinusa, ambientada en un pueblo en pleno corazón de la cordillera andina, se detenía en un relato deudor del realismo mágico, donde en pleno tiempo santo, una joven –dulce y maravillosa Magaly soler- era seducida por el amor carnal. Tradiciones y costumbres se mezclaban en una película desigual pero sugerente. Tres años más tarde confirmaba su talento con La teta asustada, también situada en el mismo epicentro que la anterior y nuevamente protagonizada por Magaly, aunque esta vez, en una trama realista en la que el interés radicaba en sobre cómo llevar las heridas del pasado, un pasado tortuoso en el que muchos andinos fueron asesinados durante el período de 1980 a 1992. Una película que se alzó con el Oso de Oro en la Berlinale y estuvo nominada a los Oscar. En No llores vuela, Llosa continúa por los mismos derroteros que en La teta asustada, mismo entorno, pero ha cambiado el idioma -rueda por primera vez en inglés-, y se ha refugiado en un drama íntimo y familiar. La cinta arranca a principios de los 80, cuando una madre angustiada y desesperada, con dos hijos, lleva al menor, que padece una terrible enfermedad, hacía un lugar donde espera encontrarse con un sanador. A partir de ese momento, Llosa quiebra su narración en dos tiempos: uno, donde esta madre lucha incansablemente por salvar a su hijo, y el otro, donde han transcurrido 20 años, en el que el hijo mayor, casado y padre de un hijo y se dedica a la cría de halcones, recibe la visita de una periodista que quiere encontrarse con su madre, que ahora se ha convertido en una sanadora. Los dos emprenden un viaje por las agrestes zonas heladas de Manitoba, Canada. Llosa mediante esta estructura in crescendo, va construyendo una atmósfera, tanto física como emocional, entre los tres personajes que les conduce hasta el inevitable reencuentro entre madre e hijo. Un viaje difícil y tortuoso por el desierto helado, en el que la directora, mediante una imagen realista y a la vez, mágica, atrapa al espectador por instantes, aunque en otros, la película demasiado concentrada en su entramado formalista,  pierde su contención emocional y divaga hacía otros aspectos menos interesantes. El trío protagonista raya a gran altura, Jennifer Connelly, la madre que arrastra su dolor y abraza su fe como camino redentor, Cillian Murphy, el hijo, que debe enfrentarse a su propio dolor para perdonarse y perdonar, y Mélanie Laurent, una periodista que emprende su particular viaje desesperado para encontrar su propia salvación. Tres seres que no pueden escapar de un pasado duro y doloroso, en este cuento de almas perdidas donde se ponen en liza temas como la culpa, el perdón y la fe en tiempos revueltos y confusos como los que vivimos.