Entrevista a Vicent Monsonís

Entrevista a Vicent Monsonís, director de la película «La invasió dels bàrbars», en el marco del Som Cinema, Festival de l’Audiovisual Català, en una de las salas del Hotel Real en Lleida, el sábado 25 de octubre de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vicent Monsonís, por su tiempo, sabiduría y generosidad, y al equipo del Som Cinema, por su tiempo, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La invasió dels bàrbars, de Vicent Monsonís

VENCEDORES Y VENCIDOS. 

“La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. 

Milan Kundera 

La imagen que abre La invasió dels bàrbars, de Vicent Monsonís (Valencia, 1968), tiene un significado muy poderoso ya que nos sitúa en una posición reflexiva ante lo que vamos a ver. La imagen es la  mano de una niña cogiendo unas moras de unas zarzas. Un leve gesto que nos lleva a pensar en la inocencia frente a lo salvaje, a lo irracional. Un relato que nos lleva a dos lugares: la Valencia de la primavera del 39, cuando la “Nueva España” imponía sus normas violentas y asesinas contra una población cansada, hambrienta y derrotada. El otro lugar es un pueblo cercano a Valencia 80 años después, cuando un grupo de personas lucha por abrir una fosa donde hay sepultados represaliados. La película que nació en las tablas de la mítica Sala Russafa de la mano de Chema Cardeña, coproductor de la cinta, se instala en el ayer y en la actualidad y lo hace desde la intimidad y la cercanía de una serie de personas que, desde diferentes posiciones, luchan por la memoria y otros, por la ley del silencio y el olvido.

Monsonís es un outsider del cine valenciano, su ópera prima Dripping (2001) realizada en la periferia de la industria que cosechó grandes elogios tanto de la crítica como del público. Un cineasta que ha trabajado en muchos lares, en series de televisión diaria como Bon dia, bonica, en tv movies, y cine en comedias y dramas como Matar al rey y de corte histórico como Un cercle en l’aigua. Ahora vuelve al drama histórico con una historia ambientada en dos sitios, en la del 39  sigue a Esperanza, una conservadora del Museo del Prado interrogada por la pintura desaparecida, auténtico Macguffin del relato, que da nombre a la película firmada por Ulpiano Checa de finales del XIX. En la actualidad, su nieta Aurora lucha por abrir la fosa con la oposición del alcalde de derechas de turno. La cinta está contada desde lo más profundo de los personajes: sus posiciones, sus deseos y sus dignidades, en que cada detalle está muy pensado y donde cada cosa tiene su razón de ser como el acto nazi en el ayuntamiento en el que se deja muy claro los tiempos atroces que campaban entonces. No es una película de buenos y malos, sino de unas personas que lucharon por la dignidad, la libertad y la democracia, y otros, que imponían sus ideales de terror, violencia y poder.

Monsonís ha sabido sacar el máximo rendimiento a una película modesta pero de gran factura como evidencia los diferentes aspectos técnicos como la cinematografía de Ismael Issa, con gran trayectoria en la industria británica, amén de documentales como Morente y series como Cristo y Rey, entre otras. Su luz áspera y tenue ayuda a penetrar en las vidas de unos y otros, en la que se opta por mostrar de manera natural sin ser invasivo en la sofisticación. El montaje que firman el dúo Ernesto Arnal, que tiene en su haber nombres como los de David Marqués y Guillermo Polo, y Vicente Ibáñez, con más de 30 años de experiencia en el sector, contribuyen a darle consistencia y solidez a las dos historias y los dos tiempos en sus casi dos horas de metraje que resulta interesante y nada plomizo. La excelente música de Vicent Barrière, uno de los nombres detrás del nuevo auge del cine valenciano al lado de cineastas reconocidos como Adán Aliaga, Claudia Pinto, Alberto Morais y Avelina Prat. Su composición es audaz y brillantísima acogiendo cada encuadre y cada secuencia y elevándose con gran elegancia y cercanía. Mencionar los apartados de producción, arte, vestuario y caracterización porque acompañan de forma estupenda a todo lo que se cuenta y cómo se hace. 

El apartado interpretativo, al igual que el técnico, está poblado por talento valenciano, amén de tres intérpretes catalanes, entre los que destacan una fantástica Olga Alamán que hace de Esperanza, una mujer que es el alma de la película y mucho más allá. Una actriz que lleva más de dos décadas dando el callo en mil y un proyectos. Alamán tiene esa imagen de actriz de cine mudo donde todo lo expresa con una mirada y un gesto que traspasan la pantalla, erigiéndose en el verdadero pilar de la historia con esos grandes momentos que tiene con el magnífico Jordi Cadellans como el teniente franquista, un actor que lleva muchos años siendo un rostro visible en las producciones. Rosa López hace de Aurora, la nieta que lucha por la fosa que se enfrenta al alcalde de derechas que también interpreta Jordi Ballester. También encontramos a Pep Munné, actor que ya estuvo en el citado Dripping, como coronel franquista, la presencia de Fermí Reixach en su última aparición en el cine, Gloria March, Pepa Juan, Enric Benavent y Pep Molina, entre otros, que conforman un excelente reparto en el que todos brillan y dan profundidad a la historia. 

Desde estas humildes páginas recomiendo enormemente una película como La invasió dels bàrbars y lo hago con tanto entusiasmo porque es una obra hecha con el corazón, con un gran implicación y esfuerzo de todo su equipo a pesar de los problemas de financiación que se encontró su director. Porque a pesar de tantos obstáculos la película es estupenda, tiene garra, tiene relato, y sobre todo, no diré la manida palabra necesaria, sino que optaré más por la relevancia de contar este hecho que desconocía por completo, la de aquellos primeros meses de posguerra en Valencia, el último lugar que cayó en manos del fascismo, seguro que los más inquietos recordarán el horror del puerto de Alicante. Nos quedamos con el nombre de Vicent Monsonís, un verdadero francotirador del cine, un tipo que, a pesar de los pesares, y de los múltiples impedimentos de unas políticas que valoran la ganancia frente a lo artístico, que después no es así, porque el cine de Monsonís gusta al público en los festivales donde se ha proyectado. Quizás la falta de memoria de algunos con poder, como explica la película, es la culpable de encerrarse en unos ideales caducos y explotadores y olvidar de dónde venimos con los problemas que genera en las generaciones venideras. En fin, gracias a Vicent y a todo su equipo por la película, por volver a hablar de memoria, de fosas, de desaparecidos, de represaliados, por contarnos nuestra historia, que por muy horrible que haya sido, es nuestra historia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Entrevista a Sergi Miralles

Entrevista a Sergi Miralles, director de la película «L’àvia i el foraster», en la cafetería del Hotel Mercure Barcelona Condor en Barcelona, el jueves 5 de septiembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Sergi Miralles, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Neus Agulló y Kandarp Mehta

Entrevista a Neus Agulló y Kandrap Mehta, intérpretes de la película «L’àvia i el foraster», de Sergi Miralles, en la cafetería del Hotel Mercure Barcelona Condor en Barcelona, el jueves 5 de septiembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Neus Agulló y Kandarp Mehta, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

L’àvia i el foraster, de Sergi Miralles

EL CUENTO SOBRE TERESA Y SAMIR.   

“Toda nuestra humanidad depende de reconocer nuestra humanidad en los demás”. 

Desmond Tutu

Érase una vez… un pueblo valenciano llamado Alcalà de la Sierra. Un pueblo como cualquier otro, un pueblo al que llega Enric, alguien que es del pueblo pero su inmigración lo ha convertido en un “forastero”. Enric viene al funeral de su abuela Teresa, la costurera del pueblo, que fue inmigrante de joven en Francia. Allí, sabrá de la existencia de Samir, un paquistaní, que ha llegado al pueblo, el tercer inmigrante, que conoció a Teresa y entre los dos se ayudaron para confeccionar el vestido de la elección del Rey y Reina de las fiestas patronales del pueblo. L’àvia i el foraster, la ópera prima de Sergi Miralles (Pego, Alicante, 1985), está contada como si fuese un cuento, una fábula sobre las actitudes que nos hacen humanos y las que no. Un relato sobre la fraternidad y la solidaridad, y nos es para nada una película condescendiente, ni mucho menos, es una historia que nos habla de nosotros mismos, de todos nosotros, de cómo miramos al otro, al diferente, y sobre todo, cómo nos relacionamos, y cómo nos definimos con nuestras acciones. 

Miralles que se ha fogueado a través de cortometrajes como Un domingo cualquiera (2016), y Confeti (2020), y series de la televisión valenciana como La forastera (2019), recupera vivencias personales de su abuela paterna para construir una historia llena de sensibilidad y muy cercana, recogiendo mucho de la idiosincrasia de su tierra, eso sí, sin ser localista ni sainetero, sino mostrando una forma de ser y hablar y estar, en un guion que firman María Mínguez (que ha coescrito películas como Vivir dos veces, Amor en polvo y Unicornios), Mila Luengo, coproductora de la cinta, y el propio director, a modo de cuento costumbrista y totalmente desdramatizado, en el que nos cuentan la pericia de Teresa, una mujer que cosa para los demás, y debido a una serie de circunstancias, Samir, uno de los fruteros del pueblo, le pide ayuda, porque necesita su máquina de coser para confeccionar el vestido de fiestas de su hijo. Entre metros de tela, pespuntes, dobladillos y dedales, nace una peculiar relación clandestina entre los dos, donde no hay diferencias de color y origen, sino un sinfin de intercambios y de pequeños lazos fraternales donde tanto uno como otro, se miran y se ayudan, conociéndose y queriéndose como hermanos, como iguales, en un entorno de bondad y generosidad. 

Miralles ha contado para su primera película con muchos de los cómplices que le han acompañado en su difícil viaje de hacerse una carrera como cineasta en este país, como el cinematógrafo Víctor Entrecanales, del que hemos visto La banda, otra buena muestra de cine valenciano, el documental Mujeres sin censura, y la reciente Llobàs, de Pau Calpe, entre otras, imprimiendo esa luz tranquila y mediterránea que nos acerca a los personajes y sus situaciones, en el que prevalece esos barrotes y aislamiento que siente el personaje de Enric. La delicada música del dúo Jorge Tortel y Jordi Sapena, que ya firmaron juntos en el citado Confeti, crean una banda sonora que ayuda a ver toda esa maraña de sentimientos que a veces, se muestran y otras, se ocultan. El montaje, que también firma Miralles, es reposado, sin prisas pero tampoco sin pausa, en esa idea de dos tiempos, los vividos por Teresa y Samir y luego, con la llegada de Enric, el nieto que a modo de investigador, va descubriendo todo lo que sucedió en la casa de la abuela y el objeto en cuestión: la máquina de coser, macguffin de la historia y clave en la trama. 

El reparto debía tener esa intimidad y naturalidad que emana de la película, y se acierta en esa interesante mezcla entre intérpretes más conocidos con otros del audiovisual valenciano. Tenemos a Carles Francino, que transmite con seguridad todas las dudas y miedos de alguien que ha emigrado a Manchester y ahora, se siente un extraño en los dos lugares. Un actor con carácter que desprende en ese mar de conflictos interiores y la galopante crisis personal que arrastra durante su estancia en el que fue su pueblo. Le acompañan la actriz valenciana Isabel Rocatti, con casi medio centenar de títulos, como la madre de Enric, que le urge vender la casa de la abuela por problemas con las dichosas naranjas. L’àvia Teresa que hace l a alcoyana Neus Agulló, que ha estado en película como Tierra y libertad, de Loach y Son de mar, de Bigas Luna, entre otras, transmite esa ternura y transparencia en cada mirada y gesto en un trabajo muy especial en el que llena la pantalla, junto a ella, la revelación de Kandarp Mehta, un actor indio que hace un Samir adorable, cercanísimo y humano, que crea una pareja inolvidable junto a Neus Agulló. Como todas las películas de este tipo, el reparto está muy bien y bien escogido entre los que destacan intérpretes de la “terreta” como Maria Maroto haciendo de Eva, ese amor del pasado que nunca olvidamos, Empar Ferrer como Encarnita, la madrastra de todos los cuentos, Jordi Ballester y Aïda Ballmann, entre otros que dan esa amplitud tan necesaria en películas de esta índole. 

No deberían dejar escapar una película como L’àvia i el foraster, de Jordi Miralles, porque a pesar de ser una producción modesta hace de esa carencia su mejor cualidad, porque habla de lo cercano de forma sencilla, construyendo un relato sobre valores humanos, algunos, desgraciadamente, difíciles de ver con asiduidad, como la solidaridad, la fraternidad, el ayudar para ayudar y muchas más que irán descubriendo los espectadores que elijan ver la película. En una no sociedad tan lanzada a la mercantilización de todo, extasiada por la felicidad efímera y la superficialidad materialista, se agradecen películas como esta en la que nos proponen sentarnos en una butaca de cine, acomodarnos con tranquilidad, y esperar a ver una historia que tiene un ritmo reposado, descubriendo historias pequeñas y muy cotidianas, donde se reflexiona sobre nuestra naturaleza, nuestros prejuicios y nos cuestiona nuestra forma de ver y relacionarnos con los demás, con los diferentes a nosotros, con diferentes orígenes, culturas y formas de vivir. Tiene el aroma de las fábulas clásicas donde se exponen conflictos que nos interpelan a ver de qué pasta estamos hechos, y eso, se agradece y mucho en los tiempos que vivimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Xesc Cabot y Pep Garrido

Entrevista a Xesc Cabot y Pep Garrido, directores de la película «Sense sostre», en Alhena Production en Barcelona, el viernes 20 de diciembre de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xesc Cabot y Pep Garrido, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Pere Vall de Comunicación de la película, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Sense sostre, de Xesc Cabot y Pep Garrido

JOAN VIVE EN LA CALLE.

“La calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan”

(Fragmento de Niebla, de Miguel de Unamuno)

La película se abre con un cuadro completamente negro. Un sonido afilado, de lija, industrial, difícil de reconocer, se va apoderando del plano. Lentamente, comenzamos a ver la silueta de un rostro humano, entre sombras y con algún resquicio de luz, alguien se mueve, su respiración es profunda y gutural. Reconocemos a un hombre de mediana edad, resguardándose del frío e intentando pasar la noche al raso. Luego, lo conoceremos un poco más, se llama Joan, vive en la calle, empuja un carrito lleno de trastos y le sigue fielmente su perro negro Tuc. Xesc Cabot (Vilassar de Mar, 1979) y Pep Garrido (Barcelona, 1979) llevan haciendo cine desde que se conocieron cuando estudiaban en la universidad. En el 2013 debutaron en el documental con Bustamante Perkins, en el que retrataban a Julio Bustamante, un músico outsider ajeno a modas, corrientes y demás.

Ahora, vuelven a ponerse tras la cámara para construir otro retrato, esta vez en el terreno de la ficción, aunque muy anclada en el campo del documento, ya que la película se basa en muchas historias de personas que han vivido en la calle. La cinta sigue a Joan, uno de tantos que vive en la calle, alguien que desconocemos su pasado y las circunstancias que le han llevado a esa situación, quizás en eso la película destaca entre otras sobre el mismo tema, en situarnos en el rostro y la mirada d Joan, alejándose de las consecuencias y centrándose en la cotidianidad de alguien que busca comida, algún lugar donde dormir, unas cuantos euros para comprar vino, y sobrevivir a pesar de la calle. Veremos su devenir diario sin más, sin respuestas, solo con hechos, como hacían los neorrealistas, explicando una realidad, visibilizando unas vidas ocultas, invisibles, ajenas a la sociedad, pero que están ahí, esas que nos cruzamos diariamente, convertidas en meras sombras por la indiferencia del resto.

Sense sostre pone cara y cuerpo a estas personas, las convierte en el centro de la acción, y en ningún caso, las convierte en víctimas, ni en sentimentalismos, ni nada que se tercie de ese estilo, sino que las mira, las retrata y las sigue, explicándonos sus existencias, su intimidad, sus momentos con ellos mismos y con los demás, todo aquello que viven en la calle, sin mirar al pasado, ni al futuro, solo con ese presente continuo que no tiene ni tiempo ni espacio, solo sus movimientos y su quehacer diario o nocturno, eso sí, iremos descubriendo, muy sutilmente, ese pasado a través de ese encuentro frío y distante, como dos desconocidos, entre Joan y su padre, casi dos meras figuras fantasmales que fueron algo o tuvieron algo, y ahora, simplemente, comparten un café, un cigarro y apenas se miran. La película tiene dos partes diferenciadas, en la primera, Joan se mueve por la ciudad, con su perro Tuc, una guía y una razón para continuar, una parte donde la película sigue más los postulados neorrealistas, donde la ciudad se convierte en el espacio de Joan, la maldita calle, los albergues, el compadreo con otros habitantes de la calle, y demás penurias en ese espacio donde eres vulnerable, te angustia la soledad, y lo peor de todo, casi nunca nadie te ve, y cuando te ven, te ignoran.

En la segunda mitad, Joan abandona la ciudad y emprende un viaje, en que la película se convierte en una road movie, situándose en el western, como aquellos vaqueros errantes volviendo a un lugar del que pertenecieron, como una forma de volver a las raíces, que en el caso de Joan iremos descubriendo de qué se trata. Cabot y Garrido enmarcan su relato en una forma apenas perceptible donde abundan los planos muy cercanos continuos, con cortes bruscos, con esa luz sombría y entre tinieblas, obra de Aitor Echevarría, autor de María (y los demás), entre otras, que en muchos momentos parece una película de terror puro, cotidiano, del que da más miedo y pavor, o el montaje preciso y seco de Meritxell Colell (directora de la interesante Con el viento) y esa música que rasga y duele, obra de Lucrecia Dalt y Adrián de Alfonso, que envuelve la película en esa existencia que siempre pende de un hilo, donde Joan arrastra su pasado, su alcoholismo, sus frustraciones, desilusiones y demás.

Enric Molina, que vivió 8 años en la calle, protagoniza la película, dotante de humanismo y presencia a un hombre roto, que apenas habla, un espectro que se mueve por inercia, alguien que iremos descubriendo quién es a medida que avanza el metraje, alguien igual que nosotros, alguien que quizás todavía está a tiempo. A su lado, en breves pero intensos roles nos encontramos con José María Blanco, actor habitual de José María Nunes, haciendo el personaje de padre, Laia Manzanares, una de las actrices jóvenes más extraordinarias del momento, con ese rostro brutal y esa mirada que traspasa, y Teresa Vallicrosa, evidenciando todas esas vidas difíciles y duras que viven algunos. Cabot y Garrido han hecho una película intensa y magnífica, que duele y hace daño por la realidad miserable que cuenta, e interpela directamente a los espectadores, sumergiéndolos en unas vidas con las que se cruzan a diario y giramos la mirada, mostrando indiferencia a unas personas que podríamos ser nosotros. Sense sostre es una película valiente, necesaria y magnífica, evidenciando la célebre frase de Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en éste”, esos mundos que la película muestra con toda su crudeza, intimidad y humanismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Itziar Castro

Entrevista a Itziar Castro, actriz de la película «Matar a Dios». El encuentro tuvo lugar el miércoles 19 de septiembre de 2018 en el hall de los Cinemes Girona en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Itziar Castro, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Toni Espinosa de los Cinemes Girona, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad y paciencia.

Entrevista a Caye Casas y Albert Pintó

Entrevista a Caye Casas y Albert Pintó, directores de la película «Matar a Dios». El encuentro tuvo lugar el miércoles 19 de septiembre de 2018 en el hall de los Cinemes Girona en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Caye Casas y Albert Pintó, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Toni Espinosa de los Cinemes Girona, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad y paciencia.

Matar a Dios, de Caye Casas y Albert Pintó

SÓLO PUEDEN QUEDAR DOS.

Se imaginan ustedes que se reúnen con su familia, eso sí, una familia harto peculiar, para celebrar la Nochevieja en una casa aislada en mitad del campo, y de repente, sin comerlo ni beberlo, sale del baño un tipo enano y mugriento con pinta de vagabundo, que dice ser Dios, y esa noche, deben elegir dos personas que se convertirán en los únicos seres que se salvarán de la humanidad, porque el resto morirá. Este es el arranque de la opera prima de Caye Casas (Terrassa, 1976) y Albert Pintó (Terrassa, 1985) que sigue la estela de sus anteriores trabajos, Nada S.A. y RIP, un par de cortometrajes con más de un centenar de premios. En su debut en el largometraje, convocan a una curiosa familia que según se mire está bien avenida o nada, un grupo familiar compuesto por Carlos, un tipo típico español, machista, cenutrio, con bigotito, pero de buen corazón (con el aroma de los personajes mendrugos que hacía López Vázquez en las españoladas) le sigue su esposa Ana, todo corazón, que arrastra un matrimonio de muchos años, que aunque le reporta pocas alegrías, sigue sin más, como si no tuviera fuerzas para empezar de nuevo, Santi, el hermano de Carlos, atraviesa un período depresivo, con tintes suicidas, ya que es incapaz de olvidar a su ex que se ha liado con un argentino y negro, y finalmente, el patriarca del clan, un setentón a vueltas de todo que disfruta de la vida fumando y bebiendo como un cosaco y gastándose la paga en putas, a pesar de sus problemas de corazón (un personaje que nos recuerda a los abuelos que pululan por las novelas y películas de David Trueba).

Aunque podrían parecer un grupo muy heterogéneo que se prepara para dar el golpe de su vida, el golpe se lo dan a ellos, con la llegada de Dios (un tipo cabroncete, malhablado y bebedor) y semejante dilema. Casas y Pintó han construido una comedia negra, negrísima, que bebe de innumerables fuentes, arrancando con el mundo de Azcona y Berlanga, donde seres cotidianos y mundanos desean cambiar de existencia y todo lo que idean les lleva a un túnel aún más oscuro, con esa peculiaridad de retratar el sentir cañí, donde el surrealismo, el esperpento de Valle-Inclán, o la miseria moral de Pérez Galdós, se daban la mano creando universos peculiares, extraños y tragicómicos, donde hablaban certeramente de la sociedad cutre y miserable que reinaba en la España franquista de celibato, tradicionalista y pobre. También, encontramos la mala uva de las películas de los estudios Ealing (en la que El quinteto de la muerte, de Mackendrick sería la más abanderada) el universo de los hermanos Coen, con esas almas en pena que creen haber encontrado su gran fortuna y desconocen que eso les llevará al peor de los abismos, o la atmósfera de títulos tan emblemáticos como Delicatessen, de Jeunet y Caro, donde payasos depresivos sueñan con enamorar a la hija miope de bestias inmundas, o los personajes grotescos del cine de Alex de la Iglesia, con esa amalgama de seres tupidos y descerebrados que pretenden convertirse en uno más.

Los directores terrasenses convierten su relato negro y enfermizo en una parábola sobre la sociedad y la incapacidad de relacionarnos que tenemos, en los que nos cuesta hablar de lo que sentimos y lo mal que tratamos a aquel que tenemos más cerca, evidencia que queda reflejada en la conversación que tienen los dos hermanos, donde se sinceran profundamente, y en la otra charla, entre suegro y nuera, donde hablan abiertamente de los problemas y las situaciones emocionales. La película se acota a esa noche, esa larga noche donde todo cambiará o no, y todo será diferente o no, ese dilema que los cuatro personajes deberán dilucidar arropados por la oscuridad de la noche, y rodeados de los extraños objetos de una casa llena de animales disecados (con claras referencias al terror clásico y al universo Carroll).

El quinteto protagonista luce con energía y soltura, dotando tanto al relato como a los personajes, la hondura y la comicidad necesaria, donde cuatro seres con sus problemas a las espaldas, deberán decidir el destino de la humanidad, con un fantástico Eduardo Antuña, con esa empanada mental y ese carácter que lo aparta de todos, a pesar de su buen corazón, bien acompañado por Itziar Castro (que ya había protagonizado RIP) que después de años como actriz de reparto en películas de género, se consagra como una actriz de fuerza y enigmática, David Pareja convierte a su Santi en el ser más sincero y  racional de todo el grupo, que quiere lo mejor para los demás aunque sea él el perjudicado, el aplomo y la amargura que destila Boris Ruiz planteando un personaje de final del camino que quiere pasárselo en grande aunque le perjudique.

Y finalmente, el quinto pasajero, Dios que en este caso, actúa como el maligno, porque va a destruir a todo el mundo, sin ton ni son, sin saber porque, interpretado por Emilio Gavira (que protagonizó el primer corto de los directores) un ser siniestro, muy oscuro y comilón y bebedor, que rompe con esa solemnidad que nos tienen acostumbrados cuando presentan a altísimo, aquí, se rompe con todo eso, y se busca otra comicidad más mundana y cercana. Los 93 minutos de esta fábula negra y moral que nos construyen Casas y Pintó tiene fuerza, risas y nos hace pensar, donde el ritmo no decae, y donde sus personajes, entre disputas y miedos, logran inmiscuirnos en sus reflexiones e ideas para dar con sus elegidos, enmarañándonos en tamaña elección, con sus cuitas y mentiras, con sus inseguridades y testimonios, en un relato que gustará a los amantes del género y a todo aquel que quiera reflexionar sobre las cuestiones trascendentales de la vida, pero con humor y cercanía, eso sí.