My Beautiful Baghdad, de Samir

LAS REJAS DEL PASADO.

“Bagdad, todavía eres un prisionero tras las rejas. Pero has sustituido a un carcelero por otro. Bagdad, todavía estás en mi vida. Baghdad, todavía estás a mi sombra.”

La película se abre de forma intensa y muy descriptiva del tono y la forma. Una imponente panorámica sobre Baghdad que recorre el río Tigris va descendiendo para enmarcar un mural de Saddam Hussein. En una calle desierta que custodian dos hombres armados, irrumpen dos autos y se detienen frente a una puerta. De él bajan varios hombres armados, que llevan consigo dos hombres encapuchados, que son introducidos en el edificio a golpes. Estamos en pleno régimen iraquí, cuando la dictadura perseguía y torturaba a todos aquellos que consideraba enemigos. Pasamos a la actualidad, cuando Taufiq, un antiguo comunista y poeta, uno de los encapuchados, se ha exiliado en Londres. De repente, es llevado a la policía y es preguntado por unos hechos ocurridos en un parque. El director Samir (Baghdad, Irak, 1955), emigró a Zurich en los sesenta junto a su familia, y desde entonces ha compuesto una filmografía donde abundan elementos políticos y sociales tanto en la ficción, el documental y el cine experimental en una carrera que abarca más de cuarenta títulos.

A través de un imponente guion que firman Furat al Hamil y el propio director, My beuatiful Baghdad (en el original, Baghdad in My Shadow, que en dialecto iraquí-árabe tiene el doble significado de memoria y sombra), se estructura con un intenso flashback vamos conociendo la pequeña comunidad de iraquíes exiliados en Londres, que se reúnen en el Café Abu Nawas, que recibe el nombre de un poeta clásico que vivió hace 1300 años. El lugar epicentro, que sirve como centro cultural y también, como espacio donde convergen y se relacionan personajes dispares que tienen en común de ser iraquíes, en el que se reúnen varias generaciones como las del propio Taufiq, ahora vigilante nocturno, Amal, una mujer que quiere olvidar su pasado y volver a ilusionarse junto a su novio inglés, Muhanad, que debido a su condición homosexual debe esconderse, Zeki, el dueño del café, y su querida ex esposa, Naseer, sobrino de Taufiq, que se está radicalizando a través de la mezquita del barrio, que con la llegada de Ahmed Kamal, un antiguo esbirro del régimen de Saddam, se generará una tensión brutal entre todos los personajes en cuestión.

El director iraquí nos habla de tres tabúes importantes en el mundo árabe: el ateísmo enfrentado a los religiosos fanáticos, el adulterio, y sobre todo, la libertad de la mujer,  por último, la homosexualidad. Todos los temas son tratados con honestidad e inteligencia, sin caer en ningún instante en el estereotipo ni nada que se le parezca, sino profundizando en sus constantes contradicciones y disputas que padecen los personajes tanto a nivel interior como exterior. Este grupo de exiliados deben hacer frente a todo su pasado, y su presente, a vivir a pesar de todo, a pesar de los que aparecen para enturbiarles sus existencias, y la película lo muestra con sobriedad y contención, penetrando en esa intimidad de sus vidas, con todos sus traumas, tanto pasados como actuales, en una cafetería convertida en un oasis en el que convergen sus dos universos, el iraquí y el londinense, el ateísmo y al religión, la prisión y la libertad, como demuestra la apertura de la película con ese río que divide Baghdad, esos dos mundos enfrentados, dos mundos diferentes, dos formas de vivir y sobre todo, sentir.

Un grandísimo reparto que añade sinceridad, naturalidad y humanismo, encabezado por Haytham Abdulrazaq en el papel de Taufiq, Zahraa Ghandour como Amal (que ya nos encantó en la impresionante La decisión (2017), de Mohamed Al Daradji), Wassem Abbas en el rol de Muhanad, Shervin Alenabi como Naseer, Kabe Bahar como Zeki, Ali Daeem en Ahmed, Farid Elouardi como Yasin, el jeque radical, y los ingleses Maxim Mehmet en Sven, Andrew buchan como Martin y Kerry Fox como editora, entre otros. Es de agradecer que la distribuidora Surtsey Films apueste por este tipo de cine, y de un país como Irak, del que conocemos muy poco a nivel cinematográfico, con escasos títulos en nuestras carteleras, si exceptuamos algunas como Zaman, el hombre de los juncos (2003), de Amer Alwan, Las tortugas también vuelan (2004), de Bahman Ghobadi, y Homeland (Irak año cero) (2015), de Abbas Fahdel. Un cine profundo, magnífico y humanista que nos habla de la situación política, económica, social y cultural de un país, que tuvo su esplendor en materia de libertad y modernidad en los cincuenta y sesenta, y con la llegada de Hussein entró en la oscuridad y el terror del que todavía no ha salido. My Beautiful Baghdad no solo nos habla de exilio, sino también de algo mucho más universal, la necesidad de olvidar el pasado y sobre todo, de reconciliarse con él, a pesar de las decisiones que tuvimos que tomar, que quizás no eran las más adecuadas, pero fueron las que decidimos, y debemos continuar hacia adelante, perdonando y perdonándonos, para ver lo que vendrá de forma más humana y honesta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

La decisión, de Mohamed Al-Daradji

EL ALMA DE LA TERRORISTA.

Estamos en Bagdad (Irak) el 30 de diciembre del año 20016, primer día del Eid al-Adha – la celebración del Sacrificio, una de las más sagradas festividades musulmanas – son las primeras horas del amanecer, la cámara cenital sigue el paso firme y sereno de una joven que se encamina en dirección a la estación central de Bagdad, donde ese día tiene previsto una ceremonia de reapertura, después de los tres años de guerra devastadores. La cámara se posa en el rostro de la joven que se llama Sara, impertérrita y decidida, se adentra en la estación y se sienta en uno de los bancos. El bullicio es enorme, las gentes se confunden con los viajeros apresurados, Sara mira a su alrededor, como expectante, como si algo tuviera que suceder de un momento a otro. Se sienta junto a ella un joven que se llama Salam, que intenta seducirla, Sara se levanta y Salam la sigue, y debido a su insistencia con Sara, esta lo acorrala contra la pared y le muerta un detonador que guarda celosamente en el bolsillo. Salam, sin respuesta y en silencio, no tiene más remedio que acompañar a Sara que se pierden hacia el exterior. El tercer largo de ficción de Mohamed Al-Daradji (Bagdad, Irak, 1978) vuelve a centrarse en la guerra de su país, pero ahora, bajo premisas diferentes, en su debut, Ahlaam (2005) se detenía en las vicisitudes de unos enfermos de un psiquiátrico mientras el ejército de EE.UU. llevaba a cabo su ofensiva, en la siguiente, Son of Babylon (2009) un niño kurdo buscaba a su padre desaparecido después de la caída del régimen de Saddam Hussein.

Ahora, en su nuevo trabajo se centra en la jornada de una terrorista suicida, un único día, y en su misión, en esa decisión que habla el título de la película, y sobre todo, en el encuentro fortuito con Salam, el cual intentará por todos los medios que desista de su empeño, abogándola hacia el sentimiento humano, hacia la estupidez de su plan, y sobre todo, de volver a sentirse persona después de la guerra, de volver a levantarse y mirar de nuevo, aunque para ello allá que arrastrar tantas pérdidas, tantas heridas sin cerrar y tanta miseria vivida. El cineasta iraquí centra su película en Sara y Salam, pero no olvida las microhistorias que pululan por el microcosmos de la estación, desde el niño limpiabotas, la niña vendedora de flores o aquel otro niño que vende cigarrillos, esa infancia desamparada y rota, que sobrevive con lo poco que puede, o aquel represaliado político que después de 20 años preso, toca el clarinete con su banda mientras lidia con su enamorada tantos años de angustia y terror, o la mujer huida de su familia que la quiere matar que intenta empezar de nuevo junto a su bebé, o esa niña que también escapa obligada a casarse por su familia, y entre tantas pequeñas o grandes dramas, los soldados estadounidenses que siguen dirigiendo y maltratando las vidas de tanta gente que ha sufrido.

Al-Daradji nos habla de política, pero sin hacer un discurso político ni nada por el estilo, sin posicionarse en ningún momento, dejando paso al humanismo, apelando al sentimiento humano, o a lo que queda en el almas de estas personas, sobre todo, en Sara, esa mujer joven de pasado traumático que ve en el atentado su forma de luchar contra la opresión y salvarse ella mismo, dirigida por otros, aleccionada por psicópatas en la sombra, y luego, tenemos a Salam, que quizás no destaca por su ejemplaridad como ciudadano, pero tiene buen corazón, él engaña a sus clientes, pero no es un asesino, a pesar de todo, cree en las personas, mira de frente a los demás e intenta, como todos en la estación, ganarse cuatro duros para seguir hacia adelante, con muy poco eso sí, pero al fin y al cabo, hacia delante, a mirar lo que vendrá con algo de más optimismo que ayer. El realizador iraquí no esconde sus influencias neorrealistas, sobre todo, en el Rossellini más humanista e íntimo, que miró a sus personajes heridos con sinceridad y honestidad, donde esas almas rotas intentaban seguir con la vida a pesar del horror cotidiano.

La película crece y se engrandece considerablemente cuando el rostro de Zahraa Ghandour, que da vida a Sara, agarra la historia, y con su mirada profunda y ese gesto de pérdida y soledad, se adueñan del encuadre, creando los momentos más extraordinarios de la película. A su lado, Amir Ali Jabarh consigue acompañar con aplomo su personaje, un tipo corriente, pero que se convertirá en la mejor compañía para Sara, en ese espejo deformado donde la realidad ya no parece de la misma manera que nosotros la creíamos, donde nuestra convicciones políticas y sociales, adquieren otra textura, otra piel, como si las cosas se transformarán en otra cosa, en el que nuestro camino se tambalea y podemos mirar más allá, a los demás, a los invisibles, a los que parece que no existen, pero andan de un lado a otro, trabajando con lo poco que tienen por su oportunidad, su momento, aunque nuestro alrededor parezca empeñarse en lo contrario, en lo más negro y oscuro.