Volver a ti, de Jeanette Nordahl

LA VULNERABILIDAD DEL AMOR. 

“La gente empieza viendo una cosa y acaba viendo la contraria. Empieza amando y acaba odiando, o sintiendo indiferencia y después adorando. Nunca logramos estar seguros de qué va a sernos vital ni de a quién vamos a dar importancia. Nuestras convicciones son pasajeras y endebles, hasta las que consideramos más fuertes. También nuestros pensamientos”. 

En “Los enamoramientos”, de Javier Marías

Una de las grandes “tragedias” de la existencia es la distancia tan abismal que, a veces, ocurre cuando los sentimientos resultan tan diferentes y alejados a las circunstancias en las que nos vemos sometidos. Momentos en que las ideas y planes establecidos se tambalean porque el azar, lo inesperado y lo incontrolable se impone de forma aplastante en nuestras insignificantes vidas, removiéndolo todo de tal manera que nos sitúa en una situación de fragilidad y extrema vulnerabilidad, en que la vida nos despierta de un sopapo y nos viene a explicar su verdadera significado. Esos “bombazos” emocionales sólo nos vienen a resituarnos en un lugar que no nos gusta y en realidad, es el esencial, porque en las crisis existencias es donde conocemos nuestra verdadera esencia como seres humanos. 

En Volver a ti (“Begyndelser”, en el original, traducido como “Principantes”), la segunda película de Jeanette Nordahl (Olstykke, Dinamarca, 1985), sitúa a sus protagonistas Ane y Thomas en una deriva muy real y también, muy incómoda. Ellos han decidido que sus vidas tomarán caminos separados, aunque todavía no han informado a sus dos hijas: Clara, adolescente y Marie, niña. La cosa se tuerce y mucho cuando un grave problema de salud de Ane obliga a no tocar nada y qué la cosa siga igual de forma fingida. Pero… “La vida te da sorpresas…” que cantaba Rubén Blades, y la cosa se tuerce aún mucho más, dejando a la “familia” en una situación aún más frágil, incómoda y compleja. La directora danesa que conocemos por sus series Cuando el polvo se asienta y Memorias de una escritora, y su primer largo Wildland (2020), que también hablaba de la familia, en ese caso, de una núcleo con apariencia normalidad que oculta una vida oscura y criminal. A partir de un guion escrito por Rasmus Birch, que tiene en su haber películas como Cuando despierta la bestia y Plan de salida, y la propia directora, el relato se instala en la vulnerabilidad de nuestros sentimientos y en cómo mutan las decisiones que creíamos firmes. 

Una cinematografía íntima y transparente, tremendamente cotidiana y cercana, que firma Shadi Chaaban, del que vimos La última reina, consigue introducirnos con suavidad y gran sensibilidad las sutilezas y detalles que llenan la historia, sin recurrir a ningún truco cinematográfico ni nada por el estilo. La música de un grande como Nathan Larson, con más 50 títulos en su filmografía, entre los que destacan sus trabajos con cineastas de la talla de Stephen Frears, Todd Solondz y Lukas Moodysson, construye con una cercanía que traspasa la pantalla un cine sobre la fragilidad humana, donde cada mirada y cada gesto presiden cada encuadre y plano. El montaje de Rasmus Gitz-Johansen, que ha trabajado con el reconocido Tomas Alfredson y series como Memorias de una escritora, donde coincidió con Nordahl, traza sin estridencias una sutil mirada sobre lo que somos, sobre las complejidades entre lo que decidimos y lo que deseamos, y las dificultades entre los sentimientos y la realidad que tenemos delante, a partir de unos personajes de verdad, que están trazados con cotidianidad, observando sus zonas amables, oscuras y otras, las que no podemos describir, en unos fascinantes 96 minutos de metraje. 

Una película que juega con lo que no se ve y la vulnerabilidad de la naturaleza humana, tan compleja y a la vez, tan llena de miedo, debía tener una pareja de intérpretes a la altura de unos personajes nada fáciles de componer. Tenemos a Trine Dyrholm, que también coproduce la cinta, una de las grandes actrices danes de las dos últimas décadas al lado de nombres como los de Vinterberg, Bier, Pernille Fischer Christensen, Scherfig y Annette K. Olesen. Su Ane es un gran reto que la actriz dignifica e interpreta con dignidad y verdad, con esos grandes momentos en la piscina y todos los demás, donde la mirada traspasa generando una vida alucinante. A su lado, otro actor inmenso como el sueco David Dencik como Thomas, con gran recorrido internacional y no es la primera que coincide con Dyrholm. Un personaje que defiende con gran exactitud y transmitiendo todos los innumerables matices. Las estupendas hijas que hacen Bjork Storm en la piel de Clara, la adolescente que será crucial en el devenir de la trama, y Luna Fuglsang Svelmoe como la pequeña Marie. Y Johanne Louise Schmidt que tiene el incómodo rol de Stine, la otra. La mujer en la sombra de la familia. 

Una de las cualidades que alberga una película como Volver a ti es su mirada nada complaciente a la condición humana, porque a modo de cirujano hábil va hurgando en las heridas de cada uno y extrayendo aquello que nos gustaría olvidar o simplemente, obviamos por miedo a enfrentarnos a esa parte de nosotros. La película en ese sentido es directa y va de frente, porque no es moralista, ni mucho menos, intentando encontrar inocentes ni culpables, aquí la cosa va de mostrar la fragilidad de nuestras emociones y lo fácil que nos resulta dejar de creer en aquello que creíamos firme y viceversa. También nos confirma como gran retratista de la oscuridad humana a la directora danesa Jeanette Nordahl, que sin caer en grandes historias y sobre todo, en piruetas argumentales ni mucho menos emocionales, consigue un relato de gran intensidad emocional sin caer en la sensiblería ni en nada que se le parezca, aquí hay mucha verdad, de la que nos hace vernos en los espejos que no queremos mirarnos, en los que devuelven reflejos incómodos, difíciles y que nos abofetean nuestras creencias, ideas, decisiones y sentimientos poniéndolas en un continuo cuestionamiento. Así somos, tan fuertes como frágiles. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Reina de corazones, de May el-Toukhy

LA MADRIGUERA.

“Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”

Tácito

Hace un lustro que May el-Toukhy (Copenhague, Dinamarca, 1977) debutó en la gran pantalla con Una larga historia corta, en la que se contaba las vicisitudes y conflictos románticos de un grupo de mujeres encabezados por Ellen. Debido al reconocimiento de crítica y público, el-Toukhy ha vuelto a trabajar con el mismo equipo en Reina de corazones, con Caroline Blanco en la producción, Maren Louis Käehne en el guión y Trine Dyrholm en la interpretación. En esta ocasión el relato se desplaza de la coralidad a la intimidad doméstica del hogar, situándonos en el marco de una familia formada por un matrimonio burgués Anne, abogada y Peter, médico, y sus dos preciosas gemelas. La armonía y la felicidad reinan en esta colmena ajena a muchas cosas, con sus leves idas y venidas de una pareja de éxito emocional y profesional, donde la cotidianidad se impone en una familia modélica bien posicionada. Toda esa aparente tranquilidad se resquebraja con la llegada de Gustav, el hijo del primer matrimonio de Peter, un chaval complejo y esquivo que causará varios problemas.

Cuando todo parecía que la relación paterno-filial iba a ser el detonante del conflicto, la película se centra en Anne, que ve en el joven Gustav una especie de liberación personal de un matrimonio demasiado cuadrado y una vida demasiado encajonada. Como ocurría en Teorema, de Pasolini, Gustav se convierte en esa amenaza del exterior, aunque en Reina de corazones, los tiros van por otro lado, porque Gustav si viene a pervertir la armonía burguesa, pero con el beneplácito de una mujer que quiere tener su aventura, una aventura que se le irá yendo de las manos. La directora danesa-egipcia utiliza la casa con su espectacular jardín, para ejercer ese poder que impone Anne, convirtiendo cada uno de esos espacios en aquello que puede mostrar y en lo que no, manteniendo las formas con su entorno burgués y sobre todo, manteniendo alejado de ese mundo a Gustav, situándolo en un lugar ajeno a todo ese universo, un mundo del que podrá expulsarlo cuando las cosas adquieran una amenaza en toda regla como sucederá a lo largo del metraje.

Si bien la película nos habla de una relación extramatrimonial de Anne, a través de un drama doméstico y familiar, la película se irá tornando más oscura, entrando en otros terrenos como el suspense a lo Hitchcock, muchos recordarán alguna de sus inolvidables cintas como Rebeca o Sospecha (donde lo doméstico adquiría todo el suspense necesario con acciones muy cotidianas) en que el tempo de la intriga contaminará toda la película, llevándonos por terrenos muy peligrosos en el que los personajes, sobre todo Anne, mantendrá su posición de dueña de la casa y protegerá a su familia de su desliz y de todo aquello que tenga que ver con Gustav, adoptando un rol de víctima, donde la mentira ejercerá de arma imprescindible para salir de cualquier entuerto. El retrato se convierte en un artefacto moral, donde los espectadores tienen el suficiente espacio y distancia para emitir sus veredictos sobre unos personajes confusos, de muchas piezas, que se ocultan en sus vidas y posesiones materiales como hace Anne, esa especie de mantis religiosa que decide la aventura sexual y también, decidirá cuando terminarla y cómo hacerlo, manteniendo su poder y ejerciéndolo, pase lo que pase y se lleve a quién se lleve, sin titubeos ni dudas.

La fantástica elección del reparto capitaneado por el aplomo y la sobriedad de una grandísima actriz como Trine Dyrholm, una de las mejores actrices de Dinamarca, que ya la habíamos visto en películas tan importantes como Celebración o La comuna, ambas de Thomas Vinterberg, o en otras dirigidas por Susanne Bier, o en la exitosa serie The Legacy, compone una maravillosa Anne, tanto en su parte más noble como en aquella más oscura, convirtiéndose en la auténtica dueña y señora de su vida, su familia y su hogar. Frente a ella, el joven Gustav Lindh, que ejerce al principio ese personaje liberador para Anne, para luego convertirse en un estorbo y en alguien peligroso que hay que reducir y sacar de su mundo. Y luego está Peter al que da vida Magnus Kreeeper, que hace ese marido enamorado y padre entregado, y por otro lado, padre de adolescente torpe y perdido. Una película sobre el poder, de cómo se ejerce sobre las personas, donde emergen sus mejores aliados, la manipulación y la mentira, sin olvidarnos de otros elementos como la hipocresía de la burguesía para seguir manteniendo su posición y privilegios a costa de lo más ruin de la condición humana, ejerciendo su estatus políticamente correcto, escondiendo bajo la alfombra todas las suciedades y maldades de sus existencias. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La comuna, de Thomas Vinterberg

la-comuna-cartel-a4-jpg_rgbLA UTOPÍA CUESTIONADA.

Érase una vez a mediados de los setenta al norte de Copenhague, un matrimonio de intelectuales, Anna (presentadora de TV) y Erik (arquitecto) y su hija adolescente Freja, heredaron un viejo caserón familiar. Debido a los grandes gastos que comportaba la casa, decidieron invitar a su amigo  díscolo Ole a vivir con ellos, luego llegó un matrimonio joven hippie con su hijo enfermo. Más tarde, una joven de vida sexual movida, y finalmente, un inmigrante con problemas de dinero. Y todos ellos, cada uno con sus excentricidades, pensamientos e individualidades comenzaron a vivir juntos, formando una gran familia, llena de amistad y amor (en la que hay sexo sensual y explícito, pero en grupo) en el que debatían y votaban todas las cuestiones de convivencia, aunque ninguno de ellos esperaba que todo aquello que tenían, lo que sentían y sobre todo, lo que vivían, se podría poner en peligro de manera tan sencilla, en el momento que viviesen una situación ajena a todos ellos, un conflicto con el que no tendrán más remedio que convivir, algo diferente que los pondrá a prueba, quizás demasiado.

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El nuevo trabajo de Thomas Vinterberg (Copenhague, Dinamarca, 1969) se basa en sus experiencias personales cuando vivió durante 12 años (desde los 7 a los 19) en una comuna, que después convirtió en una obra de teatro llamada Kollektivet, escrita por Morgens Rukov y él mismo, y ahora, en un guión escrito junto a Tobias Lindholm (con el que ya escribió las excelentes SubmarineLa caza). Vinterberg que se lanzó al panorama internacional cinematográfico con Celebración (1998) nacida bajo el amparo del Movimiento Dogma, auspiciado por Lars Von Trier, a la que siguieron algunas películas de desiguales resultados como It’s all about love (2003) o Querida Wendy (2005) ambas rodadas en EE.UU., pero volvió a demostrar su valía con densos dramas bien filmados como Submarino (2010) o La caza (2012), y su reciente trabajo, la muy conseguida Lejos del mundanal ruido, del año pasado, que adaptaba una novela de Thomas Hardy, que a su vez había adaptado John Schlesinger en el 67.

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El realizador danés con La comuna, vuelve a los temas que estrucuturan su filmografía, como los conflictos mínimos que se producen en el seno familiar o en comunidades pequeñas. Sus películas recogen las diferentes posturas morales que adoptan cada uno de sus personajes, y como esos problemas acaban resquebrajando la aparente tranquilidad que reinaba en el lugar hasta ese instante. Vinterberg construye una película que se inicia de forma tranquila, la “familia” , se ama, se entiende, se divierte, se bañan en pelotas todos juntos, confraternizan, viven con naturalidad e intensidad su nueva vida en todos los sentidos, en las que se sienten felices, con amigos y tranquilos, y superan con serenidad los problemas a los que va enfrentando su convivencia. Las dudas que acechaban a Erik en un principio quedan disipadas en el momento que viven la experiencia de vivir todos con todos, y además, ese estado de felicidad comunitaria contribuye a hacerle cambiar la propiedad del inmueble, y pasarlo a nombre de todos. Toda esta felicidad cambia, cuando Erik se enamora de Emma, una de sus alumnas. Este elemento ajeno, que viene en un principio a ser uno más, a convivir con todos, acaba siendo demoledor para la idea de la comunidad. Es en ese momento, cuando la película adquiere todo su significado, en los que los principios de libertad y compromiso comunitario se ponen en cuestión por los propios que lo alababan, y dejan paso a cuestiones más emocionales para los que no existe control ni razonamiento.

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Vinterberg nos propone dos películas, o podríamos ser más justos diciendo que nos invita a la reflexión a partir de dos situaciones, la primera, nuestro punto de vista a la idea de comunidad, de convivencia con el lema todo es de todos, bajo la forma de una comedia ligera y divertida, y seguidamente, con la llegada de Emma, ese elemento externo que viene a plantear una nueva situación, en la que nos explica, bajo un drama íntimo en el que sobresalen las emociones de cada uno de los implicados, lo que en un instante Anna cree como un idea excelente de convivencia con su marido y la amante de éste, como una idea de libertad en la que el amor libre se comparte y se acepta, acaba siendo una tortura para ella, la persona que dio origen a la idea de comuna, se siente rota y depresiva, y en una situación de destierro en su propia casa. La idea de comunidad y libertad, se ve invadida y resquebrajada por esta situación, y acaba absorbiendo a los implicados, maniatados en un conflicto que ni deseaban ni mucho menos esperaban.

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La maestría de Vinterberg en su manera de profundizar en conflictos humanos y cuestionar las ideas que parecían inamovibles de sus personajes, sin juzgarlos en ningún momento, simplemente narrando desde el distanciamiento, sin tomar partido, capturando todos los puntos de vista, contribuyendo a analizar de forma contundente e íntima las necesidades de cada uno de ellos, y la manera que tienen de reaccionar ante semejante entuerto. El plantel de intérpretes, ya dirigidos algunos en otras ocasiones por Vinterberg, encabezados por los convincentes y naturales Trine Dyrholm (enorme en su composición y alma de la película) y Ulrich Thomsen, entre otros, ayuda de manera extraordinaria a hacer creíbles los complejos personajes y las diferentes situaciones en las que se ven inmersos. El conflicto que  nos plantea el cineasta danés nos interpela directamente, poniendo en duda las ideas que teóricamente o en estados de placidez pueden funcionar, pero con cambios o agentes externos que vienen a materializar esas ideas, éstas no aguantan la presión emocional de los sujetos implicados, y están condenadas a cambiar de postura o inevitablemente, a desaparecer. Vinterberg nos sitúa en aquellos años 70, años de libertad, de ideas, de pensar y vivir un mundo diferente y más humano, aunque quizás lo que nos quiere proponer el director con su película, o al menos una de las ideas, es que quizás eran demasiado inocentes para prever todos los conflictos que podrían llegar, o como plantea uno de sus personajes, la era del amor se ha terminado y ahora vendrá otra, que ha de ser diferente, y probablemente, no sea tanto de nuestro agrado.