Los hijos de otros, de Rebecca Zlotowski

LA OTRA MADRE. 

“Madre es un verbo. Es algo que haces, no algo que eres”.

Dorothy Canfield Fisher

Si exceptuamos la serie Los salvajes (2022), las cuatro películas que componen la filmografía de Rebecca Zlotowski (París, Francia, 1980), se centran en mujeres metidas en historias que las sobrepasan, aunque ellas no se rinden y siguen hacia adelante como la chica rebelde de Belle épine (2010), la joven y su amor prohibido en Grand Zentral (2013), las hermanas que se comunican con fantasmas en Planetarium (2016), y la adolescente en busca del amor en Una chica fácil (2019). Películas que forman parte de una especie de continuidad coherente en la que la directora francesa va acercándose a los cambios que va produciendo la vida y sus circunstancias. Así, que en su quinto trabajo, hablarnos de Rachel era un paso natural en su cine, porque la heroína cotidiana de esta película es una mujer de cuarenta años, sin hijos, profesora implicada en chicos con problemas y con una vida aparentemente plena. Un día conoce a Ali del que se enamora perdidamente y comienza una historia. Una historia que le llevará a entablar relación con Leila, la hija de cuatro años  en custodia compartida. La vida de Rachel da un vuelco considerable, porque además de disfrutar de un amor intenso, bello y sexual, también es madre cada dos semanas.

Zlotowski construye su drama íntimo y cotidiano mirando a aquellas mujeres fuertes y honestas que poblaron el cine estadounidense de los setenta, las Sally Field, Jill Clayburgh, Meryl Streep, Ellen Burstyn, Diane Keaton, protagonistas de historias en las que se enfrentaban a problemas de toda índole que rompían los estereotipos de esposa y madre feliz. Rachel es una digna heredera, porque es una mujer con su trabajo, una vida acomodada, y además, ha encontrado un amor en el que se siente dichosa. El conflicto que plantea la película no es grandilocuente ni nada espectacular, tampoco lo necesita, porque hurga en esas pequeñas grietas que aparentemente son invisibles para nuestros ojos, pero que revelan todo el problema que se cierne sobre los personajes principales. Podrías dividir la película en dos mitades bien diferenciadas. En la primera estaríamos siendo testigos de ese amor y esa convivencia con la hija de Ali con sus pequeños conflictos pero sin nada que resaltar. En la segunda la cosa va cambiando, porque aparece en escena la ex de Ali, y la cosa adquiere más tensión y preocupación.

La directora se acompaña de algunos de los cómplices que le han acompañado durante su carrera como el músico Robin Coudert, con esas melodías casi invisibles pero que ajustan todo el entramado emocional en el que viven los personajes, el cinematógrafo George Lechaptois, que también ha trabajado en películas tan destacadas como Los perros (2017), de Marcela Said y Próxima (2019), de Alice Winocour, entre otras, componiendo una luz tan cercana y tangible en el que nos invitan a ser uno más, siendo testigos sin manipular lo que está ocurriendo, y finalmente, la montadora Géraldine Mangenot, a la que hemos visto en películas tan interesantes como Mi hija, mi hermana, Porto y El acontecimiento, entre otras, con un ritmo pausado y sin aspavientos, consigue condensar de forma intensa los ciento cuatro minutos de metraje en una película que no dejan de suceder cosas. Zlotowski siempre se ha rodeado de grandes intérpretes en su cine, nos acordamos de Léa Seydoux, que protagonizó sus dos primeras películas, Natalie Portman, Amira Casar, Olivier Gourmet, Denis Ménochet y Marina Foïs, ahora muy actuales por protagonizar la estupenda As Bestas, entre otros. 

En Los hijos de otros vuelve a rodearse de grandes como Roschdy Zem, que recupera después de protagonizar la serie de Los salvajes, con una extensísima carrera al lado de nombres ilustres como Techiné, Bouchareb, Desplechin, y demás, en la piel de un tipo enamorado de Rachel, buen padre de Leila, que deberá decidir lo mejor para su hija cuando las cosas cambian de tono. A su lado, una mujer valiente y llena de amor como Virginie Efira como Rachel, con esa lucidez y brillo que tienen las actrices que saben dónde van y tienen esa capacidad para imprimir veracidad, humanidad y sensualidad a sus personajes, unos individuos que traspasan la pantalla y que construyen sus roles a través de aquello que se ve, a partir de lo invisible, mediante miradas, gestos y detalles ínfimos pero muy importantes. Resaltamos dos apariciones, una más breve que la otra, la de Chiara Mastroianni como la ex de Ali, y el gran cineasta Frederik Wiseman en el papel de un entrañable, divertido y peculiar ginecólogo.

Zlotowski nos invita a mirar a sus personajes y sus vidas cotidianas como si estuviéramos viéndolos desde una mirilla, siendo testigos privilegiados de sus alegrías y angustias, de sus deseos y frustraciones, de todo lo que les ocurre en compañía y en soledad, en la que todo está reposado, un drama tejido con honestidad y humanismo un relato muy actual, una historia en la que tarde o temprano la viviremos o la tendremos muy cerca, con un conflicto tremendamente cotidiano pero muy bien presentado y mejor desarrollado, donde una mujer que desea ser madre y está en el límite de poder serlo de forma convencional, se siente que siempre será la otra madre de la pequeña Leila, y se debate en una historia de amor en la que disfruta y siente con intensidad, pero por otra parte, tiene esa necesidad de ser madre por primera vez, de sentirlo de otra manera, y la película explica con sabiduría este conflicto con sus luces y sombras, con sus pequeñas felicidades y tristezas, con sus silencios, tan incómodos y tan asfixiantes, con todos esos detalles que hacen de Los hijos de los otros una película que nos lanza muchas cuestiones y algunas de difícil resolución, pero hay que seguir como hace Rachel que no se detendrá ante nada ni nadie. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ex Libris: La biblioteca pública de Nueva York, de Frederick Wiseman

LAS ENTRAÑAS DE LA INSTITUCIÓN. 

“Para empezar para mí no existe “la” biblioteca. Cada una es diferente. (…) Mucha gente piensa que son almacenes de libros y yo creo que el núcleo son las personas que quieren adquirir conocimientos. Y eso se puede hacer a través de los libros o por muchas otras vías. Se trata de un proceso de aprendizaje a largo plazo, a través de generaciones. Las bibliotecas son, no son tan solo. Tienen una importancia cultural, pero también económica. (…) También es importante que una biblioteca refleje las necesidades de una ciudad, la investigación, como archivo de la ciudad, el préstamo de libros… con este edificio en mente, yo sueño con atmósferas distintas, diferentes maneras de estudiar… (…) Cuando la diseñamos en 1991, todo el mundo me decía: “En el futuro ya no necesitaremos bibliotecas”. Y es una opinión que sigue vigente. ¿La oís muy a menudo? Y es porque se sigue pensando en las bibliotecas como almacenes de libros. La gente piensa en las bibliotecas de su infancia. Muy poca gente sabe qué está pasando en las bibliotecas de hoy y lo necesarias que son”

Francine Houben, arquitecta

Jorge Luis Borges, que fue bibliotecario en su juventud, relacionó el paraíso con algún tipo de biblioteca. Brillante y aguda reflexión que pone de manifiesto la importancia de la biblioteca como espacio de conocimiento, de aventura y sobre todo, humanista, un lugar donde las personas entran en ese paraíso al que se refería Borges para saber, y también, para conocerse más. Una fuente de sabiduría inagotable, inmensa y sumamente liberador, en el que las personas comienzan el viaje más intenso y profundo de sus vidas. Un lugar que es el punto de partida para viajar a lo más profundo de nuestra alma. Bajo el título de Ex Libris: La biblioteca pública de Nueva York, y sus maravillosos y audaces 197 minutos de metraje, la mirada inteligente, intensa y sutil de Frederick Wiseman (Boston, EE.UU., 1935) penetra en las entrañas de la institución de forma clara y transparente, abriéndonos sus paredes y ventanas para profundizar en una de las bibliotecas más importantes del mundo occidental contemporáneo, recorriendo y escuchando sus espacios, pasillos, reuniones, sus 92 sedes repartidas por la ciudad, respirando con sus responsables y usuarios, mostrando las diferentes realidades sociales y humanas que se relacionan en las distintas sedes.

Asistimos a las innumerables actividades que se acogen en la biblioteca: desde conferencias sobre su funcionamiento, tanto público como social, en beneficio de la comunidad, encuentros con figuras de las artes o humanidades como Elvis Costello o Patti Smith, actividades educativas para adultos o niños, conciertos de música, reuniones informativos y cursos sobre aspectos sociales, laborales, económicos, históricos, etc…, clubs de lectura, y todo tipo de actividades para ofrecer apoyo a las diferentes necesidades de los usuarios-ciudadanos. Wiseman ha dirigido más de 42 documentales, donde ha retratado las múltiples y diversas experiencias humanas más cotidianas en relación a las instituciones sociales, por su objetivo han pasado hospitales, institutos, departamentos de policías, museos… convirtiéndose en uno de los más grandes cronistas de la sociedad norteamericana, muchos recordarán sus fabulosos retratos en Titicut Follies (1967) en la que debutó, High Scool (1968), Ley y orden (1969), Primate (1974), Central Park (1991), La Danza (2009) o National Gallery (2014) y su única ficción La última carta (2002).

Wiseman ha construido un archivo inmenso y magnífico lleno de películas que no solo recogen el funcionamiento humano e institucional de los diferentes sectores públicos de la sociedad, sino que retratan las experiencias más íntimas y cotidianas de las personas en relación a éstas, donde Wiseman ha creado un universo esencial e inmenso para conocer con exactitud y sabiduría buena parte de la sociedad estadounidense desde mitad del siglo XX en adelante. En Ex Libris: La biblioteca pública de Nueva York, Wiseman aborda el lugar desde su peculiar mirada observacional, sumergiéndonos en el alma del edificio, sus sonidos y sus espacios, cuando está deshabitado y cuando está ocupado por personas, creando de forma sutil e intensa una estructura dramática, en la que el cineasta norteamericano mira y observa, sin necesidad de hacerse notar, mostrando su invisibilidad, sí, pero una invisibilidad corpórea y concreta, mirando más allá, creando el espacio cinematográfico necesario para que las cosas sucedan de la forma más natural y transparente, siendo uno más, pero desde fuera, convirtiéndose en una de las personas que está participando de forma muy activa en aquello que estamos viendo.

Wiseman nos sumerge adoptando todo aquello que captura desde su cámara, con su fiel colaborador John Davey, una parte física más del director estadounidense, filmando todo aquello que estamos viendo, que escuchamos, y sobre todo, aquello que estamos sintiendo, construyendo una eficaz y estimulante amalgama de colores, luces, sonidos, etc… Wiseman nos traslada de un lugar a otro, desde el edificio central de la biblioteca, con sus grandes escaleras y espacios, asistiendo a esas reuniones del equipo, donde se debaten la parte humana, social y económica de la institución, como ocurría en National Gallery, a algunas de las sedes, siempre utilizando el mismo método, el plano general desde el otro lado de la calle, y luego, con un precio corte, en el interior donde prevalecen los rostros, las miradas y los gestos de las personas que participan, capturando todo aquello que está ocurriendo de manera in situ, de forma instantánea, documentando lo efímero del momento, todo bien urdido y ensamblado en el montaje, obra de Wiseman, al igual que el sonido, una edición milimétrica, exhaustiva y profunda en la que va tejiendo con precisión quirúrgica todos las secuencias y planos de la película, creando esa sensación de ligereza, intensidad y profundidad bien armada e inteligente, en la que el sonido ambiental se convierte en una pieza fundamental en la película, exceptuando de la música extradiegética, salvo en el instante del parque, donde suena el popular tema de Scott Joplin al piano para la película El golpe.

Wiseman, convertido en una figura esencial, no solo para estudiar el documental como herramienta necesaria y fundamental para mirar el mundo contemporáneo, sino para entender la trastienda de ese mundo que se nos escapa por culpa de la hipérbole en la que estamos instalados en nuestras vidas. Un cineasta que consigue en su cine algo que está al alcance de muy pocos cineastas, una clarividencia absoluta en aquello que está filmando, sin ser intruso ni invasivo, en un cronista capaz de registrar aquello que está sucediendo de forma natural, sin necesidad de ser uno más, en esa capacidad de ser y estar, sin ser ni estar, mostrando el edificio, el quipo humano que lo habita y su funcionamiento institucional de la mejor forma posible, dejando al propio espectador como una especie de detective que irá descubriendo la película, una experiencia que no lo dejará indiferente en absoluto, dejando un poso muy profundo en la forma de relacionarse con el espacio cuando lo vuelva a ocupar en su cotidianidad, invitándolo a descubrirlo nuevamente, y sobre todo, a descubrirse a él mismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Encuentro con Frederick Wiseman

Encuentro con el gran cineasta Frederick Wiseman, con motivo de la presentación del ciclo dedicado a su obra “Frederick Wiseman, documental  i servei públic”. El evento tuvo lugar el martes 3 de mayo de 2016, en la Filmoteca de Cataluña.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Frederick Wiseman, por su tiempo, conocimiento y generosidad, al Máster en Documental de Creación de la UPF, por invitar al cineasta, y a Esteve Riambau y al equipo de la Filmoteca, por su trabajo, paciencia, amabilidad y cariño.