Ellas hablan, de Sarah Polley

UN DÍA, UNA NOCHE. 

“Las mujeres del pajar me han enseñado que la consciencia es resistencia, que la fe es acción, que se nos acaba el tiempo. Pero ¿puede ser también la fe volver, permanecer, servir?”.

De la novela “Ellas hablan”, de Miriam Toews.

Conocimos el inmenso talento como actriz de Sarah Polley (Toronto, Canadá, 1979), antes que cumpliese los veinte años en la fabulosa El dulce porvenir (1997), luego la vimos a las órdenes de grandes cineastas como Cronenberg, Winterbottom, Bigelow, Wenders, aunque será de la mano de Isabel Coixet en Mi vida sin mí (2003), donde veremos su inmenso potencial en uno de esos personajes más grande que la vida. Dos años después, el tándem volvería a repetir en La vida secreta de las palabras. Al año siguiente, en el 2006 debuta como directora con Lejos de ella, un intenso drama sobre el amor y el alzheimer, basada en un libro de Alice Munro, que protagonizó Julie Christie, con la que había coincidido en la segunda película con Coixet. Cinco años después dirige Take This Waltz, un drama romántico protagonizado por Michelle Williams. Un año después, se pone a rescatar la figura de su madre fallecida a través de sus familiares y amigos en el imperdible Stories We Tell

Ahora, nos llega un intenso y asfixiante drama protagonizado por un grupo de mujeres menonitas a partir de la novela homónima de Miriam Toews, que participó como actriz en Luz silenciosa (2007), de Carlos Reygadas, ambientada en este grupo religioso patriarcal, machista y pacifista. Una película con una exquisita y cercana producción detrás auspiciada por dos grandes nombres del cine más independiente como son Dede Gardner y Jeremy Keliner, y también Brad Pitt, que tienen en su haber nombres de gran interés como Andrew Dominik, Terrence Malick, protagonizadas por el mencionado Brad Pitt, y otras dirigidas por James Gray y Barry Jenkins, entre otros. La directora canadiense huye de la fisicidad y el movimiento para encerrarnos en un pajar alrededor de siete mujeres. Mujeres que se han reunido en ese lugar para debatir qué hacer con sus vidas, ahora que los hombres quedarán libres después de las denuncias por años de abusos, explotación y violencia hacia ellas. Un grupo de mujeres menonitas sin derechos, sin educación y sin vida, a merced de la voluntad del macho, tienen un día y una noche para ver qué deciden: seguir en el pueblo y luchar, o en cambio, marcharse. 

Polley opta por una delicada e intensa pieza de cámara Brechtiana, en el que asistimos a un combate feroz de la dialéctica y el verbo, donde unas y otras exponen sus razones, sus miedos, sus tristezas, sus desilusiones y sobre todo, su incertidumbre y su miedo. La cineasta de Toronto vuelve a acompañarse de luc Montpellier en la cinematografía, como hiciera en sus dos primeros trabajos como directora, en el que optan por una luz naturalista y llena de contrastes, una luz que va evidenciando los diferentes y complejos estados de ánimo por los que transitan estas mujeres acorraladas y llenas de rabia y furia, unas más que otras. Una luz que se ve potenciada por la grandísima música de Hildur Sudnadóttir, de la que ya habíamos escuchado trabajos memorables como los de Joker (2019), de Todd Phillips, y la más reciente Tár, de Todd Field. Una música afilada donde suena una composición elegante y lijada que recorre con intensidad y suavidad todo lo que vamos viendo, sumergiéndonos en ese estado de espera y miedo en el que están unas mujeres que ya han dicho basta y no van a seguir reprimidas e invisibilizadas. El tándem de montadores que forman Christopher Donaldson, del que destacan sus trabajos en series tan importantes como American Gods y El cuento de la criada, y Crimes of the Future, la última del citado Cronenberg, y la editora Roslyn Kalloo, con experiencia en el medio televisivo. 

Todo el impecable trabajo técnico quedaría muy ensombrecido, si una película de estas características, donde se opta por la intimidad y la sensibilidad, a la hora de afrontar un relato sobre abusos y horror en el seno de una comunidad profundamente religiosa y pacifista. Un reparto que brilla con fuerza y sensibilidad, acercándonos a todas las posiciones enfrentadas entre ellas, un ejercicio verbal que daña, que interpela y que también, es muy violento en ocasiones. Un grupo de actrices que dejan de ser actrices para ser mujeres menonitas, todas muy diferentes entre ellas pero haciendo frente común porque todas sufren los innumerables abusos y horrores. Un grupo encabezado por Rooney Mara, tan cercana, tan transparente, con esa voz que da volumen a las palabras, un actriz portentosa que lo dice todo sin mover los labios, Claire Foy, que deja la serie The Crown, para meterse en una mujer fuerte, de carácter, la guerrera del grupo, la que no se deja amilanar por ningún hombre violento, Jessie Buckley, que siempre está excelente y sigue a un gran ritmo de grandes interpretaciones después de La hija oscura y Men, las veteranas Judith Ivey y Sheila McCarthy, y las otras más de reparto pero igual de importantes como Michelle McLeod, Kira Guloien, Liv McNeil, Kate Hallet, Shayla Brown, y está también Frances McDormand, que es otra productora de la película, pocas palabras hay que añadir para una actriz que es todo un portento de la mirada y el gesto, como demuestra el par de ratos que aparece en la película, solo su presencia llena cualquier personaje. Y no olvidemos, el único hombre de la función, un Ben Whishaw, el maestro del lugar, un tipo sensible, terriblemente eterno enamorado de Ona, el personaje de Rooney Mara, un hombre que es el anti hombre rudo, violento y machista menonita, que ayuda a escribir el acta de todo lo que allí se dice, se discute y sobre todo, se acuerda. 

Ellas hablan no es una película al uso, digamos convencional, en el que todo tiene un conflicto y una resolución y todo está para molestar poquito. Aquí las cosas van por otro lado, porque aunque Polley opta por una estructura aristotélica, la convencionalidad se acaba ahí, porque lo que se plantea es sumamente actual y muy complejo, porque estas mujeres menonitas, que tendrían su más clara referencia en Siete mujeres (1966), la película con la que se despidió del cine uno de los grandes como John Ford, han dicho basta, se han cansado de tanto humillación y violencia, y eso las sitúa en una película que habla tanto de la historia de todas las mujeres, de las humilladas y pisoteadas, pero también, de todas aquellas que dijeron basta, que se levantaron, que se enfrentaron a sus agresores, que no se callaron, y sobre todo, que decidieron por ellas mismas, porque hubo un día que todo cambia, y ese día y esa noche, ya nada volverá a ser igual, porque después de ese día y esa noche, las mujeres menonitas han dejado de estar calladas y han hablado de lo que sienten, han hablado de todo lo que les duele, y sobre todo, han hablado y han decidido por ellas mismas, y ese gesto, que nunca habían hecho, las convierte en otras personas, en mujeres que ya no miran atrás y se lamen las heridas, en mujeres que viven por ellas mismas, en compañía y nunca más solas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La crónica francesa, de Wes Anderson

LOS HECHOS Y LOS PERIODISTAS.

“Cualquier escritor, supongo, siente que el mundo en que nació es nada menos que una conspiración contra el cultivo de su talento. No es posible que alguien sepa lo que va a pasar: está sucediendo, cada vez, por primera vez, por única vez”.

James Baldwin

El universo cinematográfico de Wes Anderson (Houston, Estados Unidos, 1969), está dividido en dos mitades. A saber. En la primera, la que comprendería de 1996 con Bottle Rocket, su opera prima, pasando por Academia Rushmore (1998), The Royal Tenenbaums (2001), Life Aquatic (2004), y Viaje a Darjeeling (2007). Todas ellas comedias sobre personajes excéntricos, cualidad que le acompañará en todas sus películas, localizadas en pequeños grupos, más bien familias, ya sean padres e hijos y hermanos, y sobre todo, desarrolladas en ciudades de la América profunda, con esa mirada crítica, ácida, burlona y grotesca del sentir y mediocridades estadounidenses. Con Fantastic Mr. Fox (2009), cinta de animación, comienza una segunda etapa, en que su cine se abre a otras posibilidades estéticas y arriesgadas, eso sí, sin perder un ápice de esos mundos oníricos, extravagantes y fabulosos, llenos de individuos cotidianos, pero llenos de rarezas, estupideces y locuras, donde la estética adquiere un elemento de suma importancia, y el dolorido aumentan, y su historias se hacen mucho más abiertas, y aumentan considerablemente los personajes y los lugares de pequeñas ciudades, pasan a lugares más exóticos y extraños. Moonrise Kingdom (2012), Gran Hotel Budapest (204), su vuelta a la animación con Isla de perros (2018).

La décima película del director tejano que tiene el título de La crónica francesa (Del Liberty, Kansas Evening Sun), sigue la línea de sus últimas películas, y elabora con ingenio y brillantez, una especial carta de amor a la revista que leía en su juventud “The New Yorker” Magazine, inventándose su sección francesa, ubicada en la ciudad de Ennui-sur-Blasé, y lo hace desde el amor a la crónica periodística, a esas personas que bolígrafo en mano relataban los sucesos más extraños y fantásticos que se sucedían a lo largo y ancho del siglo XX. La trama de Anderson escrita por él mismo a partir de una historia ingeniada por él, y cómplices que están casi desde las primeras películas como Roman Coppola, Hugo Guinness y el actor Jason Schwartzman, que se reserva una aparición en la película. La acción arranca con el fallecimiento del querido director Arthur Howitzer Jr., el personal se reúne para escribir su obituario y recuerdan sus “casos”, sumergiéndonos en cuatro historias: un reportero ciclista nos propone un diario de viajes por la ciudad a través de sus zonas más oscuras, sórdidas y deprimentes.

En la segunda de las fábulas, “La obra maestra del cemento”, sobre un demente pintor condenado por homicidio, su carcelera convertida en su musa y amante, y el marchante fascinado por su obra, y enloquecido por todo el dinero que ganará. En “Revisiones de un manifiesto”, es un relato de amor y muerte, sobre el levantamiento de unos jóvenes estudiantes contra la tiranía y el poder, y se cierra con “El comedor privado del comisario de policía”, una historia negra que desprende una trama de drogas, secuestros y exquisitez. No es la primera vez que el cine de Anderson mira a Francia, y a su cine y cultura, ya lo hizo en la mencionada Life Aquatic¸ una especie de retrato muy particular y cotidiano del gran Jacques Cousteau, y Moonrise Kingdom, donde desplegaba todo el abanico de amor al cine de Truffaut y Rohmer, en una tierna y real love story protagonizado por dos jóvenes adolescentes en su primera vez. En La crónica francesa, el amor a lo francés invade cada plano y encuadre de la película, con esos tableau vivants, marca de la casa, que estructuran toda la película, y el blanco y negro de los relatos que contrasta con ese color pop y detallista de la vida en la redacción de la revista.

El sincero y maravilloso homenaje al cine primitivo en la primera historia, al genio de los Lumière y sobre todo, Mélies, en la segunda, podríamos reconocer al cine de entreguerras, al de los Carné, Renoir, Prevert, etc…, con ese blanco y negro sucio y lleno de desesperanza, en una historia tremendamente fatalista, donde cada uno de los personajes está sujeto a la desdicha, a sea personal como social, con su amor fou, donde el amor, el destino y el contexto social dirimen completamente la existencia de los personajes. En la tercera, la sombra de Godard y su película La chinoise es más que evidente, con todos esos estudiantes, sus cigarros Gauloises, sus cafeterías de tertulia política y existencialista con los Camus y Perec, y toda esa discusión sobre todo de la vida, la lucha, el amor, la libertad, etc…, con ese periodista negro que homenajea al gran James Baldwin. Y por último, nos encontramos con el relato de género negro más puro, con polis, gánsteres, putas y gentes de mal vivir, con ese aroma de los Melville, Clouzot, Becker, Vernuill, y otros, del cine francés noir de los cincuenta y sesenta.

Anderson se nutre de sus colaboradores más cómplices y estrechos, empezando por Robert Yeoman en la cinematografía, seis películas juntos, Andrew Weisblum en el montaje, cuatro trabajos juntos, al igual que Adam Stockhausen en el arte, Milena Canonero en el vestuario, y la excelente música de todo un experto como Alexandre Desplat, que repite con el director después de Isla de perros. El reparto, otro tanto de cómplices y amigos, con Bill Murray a la cabeza, como el director de la película, Owen Wilson, que ya estaba en su primera película, como reportero ciclista, Elisabeth Moss como inquietante secretaria, Tilda Swinton como narradora-oradora que explica la segunda de la historias, con un animal y genio Benicio del Toro, como ese pintor mitad loco-mitad animal, con Léa Seydoux, como la musa que le arrebata todo, y Adrien Brody, el marchante enloquecido por su arte. Frances McDormand es la periodista que relata las revueltas estudiantiles de la tercera historia, con un grandioso Timothée Chalamet, un interesante cruce entre Jean-Pierre Léaud y el poeta Georges Perec, bien acompañado por una dulce y fuerte Lyna Khoudri. Jeffrey Wright es el homenaje al gran Baldwin en el relato que cierra la película, con un comisario Mathieu Amalric, que ayudado por su hijo, intenta descifrar el enigma, en la que vemos a Saoirse Ronan como prostituta, y otras apariciones de la película son las de Edward Norton, Anjelica Huston y Willem Dafoe, entre otros.

El cineasta estadounidense ha construido una película maravillosa y asombrosa, convertida en una cinta de culto al instante, como suele pasar con los últimos títulos del cineasta de Houston, llena de ritmo, ágil, laberíntica y caleidoscópica, con esa estructura de muñecas rusas, donde las historias van y vienen por el presente y el pasado, y donde cada personaje, sombra, detalle y objeto adquieren una importancia atroz, en un viaje hipnótico y fascinante por la cultura francesa y esos hombres de prensa, aquellos que ya no quedan, con sus relatos, sus miradas y esa forma de implicarse en lo que contaban, cuando los diarios eran no solo un objeto para informarse, sino una fuente magnífica de conocimiento, entretenimiento, y sobre todo, vitalista. Y este homenaje a su revista y por ende, a su juventud, Anderson lo hace a través de miles de referencias cinematográficas, literarias, teatrales, circenses, desde el teatro del Grand Guignol, esas pequeñas localidades francesas, con su suele adoquinado, que en la realidad es la ciudad de Angoulême, esos bares, esas putas, esa vida bohemia de gentes de vida oscura, escritores sin trabajo, marineros en busca de diversión, mujeres solitarias, amantes sin amor, vidas sin destino, y sobre todo, muchas historias y relatos que se perdían cada día, a cada hora y cada momento, porque todo lo que nos cuenta La crónica francesa solo es una pequeña porción de todas las vidas y existencias que se cocían en esas calles y tugurios, donde todo pendía de un hilo demasiado fino. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Nomadland, de Chloé Zhao

LA OTRA AMÉRICA.

“Las fronteras no son el este y el oeste, el norte o el sur, sino allí donde el ser humano se enfrenta a un hecho”.

Henry David Thoreau

En un país tan vasto e inabarcable como Estados Unidos con una población de más de trescientos millones y una superficie de casi diez millones de km2, una extensión parecida a Europa, encontramos formas de existir muy diferentes, donde sus habitantes tienen muchas formas de vida, tantas como visiones se ven reflejadas en su cine, y no hablo de ese cine comercial que muestra una América basada en lo superficial, la falsedad y en los valores tradicionales y conservadores, que tiene más de operación de marketing que mostrar una realidad contemporánea de las formas de vida y trabajo de sus habitantes. Ese “otro cine”, a las antípodas del comercial, lo podríamos encontrar en cineastas como Kelly Reichardt, Greta Gerwig, Sean Baker, Noah Baumbach, Richard Linklater, Charlie Kaufman, entre otros muchos. Cineastas que reflejan esa “Otra América”, ese otro país, esas otras gentes que viven en zonas grises y tristes como cualquier lugar en el mundo, donde el oropel y las luces de neón son falsas y no dicen nada, esos otros lugares, donde encontramos personas como tú y como yo que cada día se levantan intentando labrarse una vida que no resulta nada fácil.

De Chloé zhao (Pekín, China, 1982), conocíamos su opera prima, Songs My Brothers Taught Me (2015), documento que abordaba la cotidianidad de los indios en las reservas de Dakota del Sur. Su segundo trabajo The Rider, dos años después, abordaba, también en un tono real, la traumática experiencia de un joven indio que, después de un terrible accidente, debe vivir alejado de los rodeos y los caballos. Para su tercera película, se basa en el libro “Nomadland”, de Jessica Bruder, para retratar la vida de Fern, una mujer madura que después de la recesión de 2011, y el cierre de la fábrica que daba trabajo al pueblo de Empire en Nevada, se queda sin marido, que ha muerto, y con su única posesión de su autocaravana, convertida en su hogar, deja su pueblo en busca de nuevas oportunidades, como en la campaña navideña de una gran compañía al sur de California, y de allí, empezará una travesía por la citada California y Arizona, enganchando trabajos de temporada, muy precarios y viviendo en su autocaravana.

Durante su viaje irá conociendo a otros nómadas como ella, Linda May, Charlene Swankie, Bob Wells, Gay Deforest, entre otros, nómadas de la vida real, que van mostrando a Fern otra forma de vida, muy alejada de la convencional, donde no hay fronteras ni ciudades, solo carretera y desiertos donde acampar, un camino en el que la mujer va conociendo y relacionándose con otros como ella, que han hecho de su vida una conquista diaria, porque si los ancestros llegaron al oeste, una tierra vasta y por descubrir, estas personas de aquí y ahora, emprenden su propia conquista, no ya de una tierra, sino de sí mismos, en busca de nuevas oportunidades laborales, y sobre todo, dejar el pasado, un pasado que duele, que todavía sangra, y emprender mucha carretera y cómplices en este viaje emocional. Zhao nos envuelve en un relato donde no hay épica ni heroísmo, sino todo lo contrario, centrándose en las personas y su humanidad, rodeados de unos países de exultante belleza y silencio, que contrasta con estas vidas errantes, de existencia difícil y solitaria, donde la soledad no es una enemiga, sino una aliada muy necesaria y agradecida, sin desdeñar a todos los que van cruzando en el camino de Fern y son bienvenidos.

Como en sus anteriores trabajos, la directora chino-estadounidense, una especie de nómada también, ya que ha vivido en varias ciudades, compone un magnífico, honesto y transparente ejercicio entre la ficción y el documento, ya que, por un lado, tenemos al personaje principal de Fern, lo interpreta una actriz como Frances MacDormand, una actriz muy diferente, con un cariz y una mirada muy alejada del estereotipo que tanto vende el cine comercial, tanto en lo físico como en lo emocional, y otro actor, el inmenso David Strathairn, siendo ese contrapunto de la existencia de Fern, quizás una historia de amor, un amigo inseparable, o uno de esos tipos que han dejado huella en el viaje de Fern. Y por el otro, el documento, donde los demás personajes son interpretados por ellos mismos, una mezcla que tiene su origen en el Toni, de Renoir, y después, tuvo su eclosión en el Neorrealismo italiano, donde la ficción y el documental se mezclan, se fusionan, creando un nuevo cine, un cine donde ya no hay fronteras ni géneros, sino diferentes recursos, ya sean extraídos de la realidad o la ficción, para construir el relato hibrido y sincero que se quiere contar, como hizo Rossellini con su extraordinaria Stromboli, con una imponente Ingrid Bergman rodeada de lugareños reales asfixiada en una isla.

Zhao vuelve a hacer gala de una mirada íntima y sobrecogedora a la hora de acercarse al dolor y las heridas de sus criaturas, con esa forma honesta y sensible que requiere una película que aborda temas tan delicados como estos, no hay artificio ni nada que se lo parezca, con la espléndida luz del cinematógrafo Joshua James Richards, en todas las películas de Zhao, y en el rítmico y reposado montaje que firma la propia directora. Seguimos la vida de esta mujer como testigos privilegiados, de un modo de acompañamiento, observando sus acciones, la gente que se va encontrando en el camino, y demás situaciones que va experimentando, desde una posición de silencio, de quietud y sobre todo, sin juzgar nada de lo que hacen, porque la directora no busca nada de eso, sino mostrar una forma de vida, una forma de hacer y deshacer, en ocasiones, con el contrapunto de esa vida más convencional, como el instante maravilloso cuando Fern visita a su hermana, donde la película se abre a las posiciones diferentes a las de la protagonista. La tradición de ese “otro cine” estadounidense, “los desheredados” como Fuller, Ray, Cassavetes o Jarmusch, tienen su voz en cineastas con personalidad y potentes como Chloé Zhao que, bajo el marco de aquellos grandes deudores, también nos habla de los desheredados de la tierra, de aquellos, que ya sean por los motivos que sean, emprenden su “desconquista del oeste”, ya no para encontrar un lugar donde instalarse, sino para encontrar ese lugar interior-exterior donde el dolor y la tristeza duelan menos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tres anuncios en las afueras, de Martin McDonagh

UNA MADRE ENFURECIDA, UN POLICÍA VIOLENTO Y UN ASESINATO SIN REVOLVER.

«¿Qué dice la ley sobre qué se puede poner o no en una valla?»

En Ebbing, Misuri, un pueblo del medio oeste de Estados Unidos casi nunca pasa nada, es uno de esos lugares de la América profunda donde todo parece pasar de largo, los forasteros no lo conocen ni por casualidad. En ese lugar todos se conocen, la vida o algo parecido a ella, sigue su curso cotidiano y anodino, donde parece que las cosas le pasan a otro, y la mayoría simplemente se entera por casualidad. Aunque, hace unos meses, la aparente tranquilidad del lugar ha quedado ensombrecida, porque una adolescente Angela Hayes fue encontrada violada y asesinada, y la policía no tiene ningún sospechoso y además, parece muy perdida. Cosa que Mildred Hayes, la madre de Angela, no puede soportar, y debido a la inexactitud policial, decide tomar cartas en el asunto, y contrata tres vallas publicitarias en desuso evidenciando la incompetencia de la policía. Hecho que la pondrá en contra de la policía y algunos habitantes. El tercer trabajo en la filmografía de Martin McDonagh (Camberwell, Londres, 1970) es un sobrio y enérgico retrato del aroma del sur estadounidense, en el que mezcla diversas texturas como el drama y la comedia negra, muy en la línea de sus anteriores películas, como la fantástica Escondidos en Brujas (2008), que significó su debut cinematográfico (después de una larga trayectoria en las tablas donde cosechó grandes éxitos de crítica y público) donde seguía los problemas existenciales de dos asesinos a suelo, y su siguiente trabajo Siete psicópatas (2012) en el que un guionista en crisis encontraba inspiración en el descabellado plan de dos amigos con secuestro peligroso de por medio. Retratos violentos y grotescos, azotados de una violencia dura y áspera, donde la existencia de sus personajes se ve envuelta en situaciones tragicómicas, dentro de su aparentemente cotidianidad, encerrándoles en situaciones de difícil encaje y no menos solución.

En Tres anuncios en las afueras se centra en tres personajes y el enfrentamiento que se produce entre ellos, un entuerto en el que conoceremos a Mildred Hayes (divorciada, mujer de armas tomar, madre de un hijo adolescente, que hará lo indecible para conseguir capturar al asesino de su hija) el jefe de policía Willoughby (dialogante y comprensivo, padre de familia y querido en el pueblo, que oculta un galopante cáncer terminal) y el tercero en discordia, el oficial Dixon (racista y violento que vive al amparo de una madre alcohólica). El cineasta anglo irlandés construye una retrato complejo y de ritmo sobrio, donde los personajes se mueven casi por instintos, dejándose llevar por la situaciones que experimentan, con ese aroma tan sureño, ese olor putrefacto donde las cosas no se resuelven con buenas palabras, sino a pistoletazo limpio, como los antiguos pobladores, en el que todos luchan incansablemente por defender su lugar en la comunidad, pese quién pese, y según las circunstancias que se produzcan. Un retrato contundente y demoledor sobre una madre enfurecida, una madre que debe levantarse cada día y trabajar como empleada en la tienda de souvenirs a pesar de lo sucedido, sin poder dormir, acarreando el dolor de una madre que ha perdido a su hija y no ha pasado nada, nadie ha pagado por ello, y además, parece que la policía no hace nada para resolver el crimen.

McDonagh ha construido una película donde su argumento tiene nervio y fuerza, dónde sus personajes, complejos y vivos, podrían tener cada uno de ellos su propia película, unos individuos que se mueven con decisión, que se muestran contundentes y violentos si la ocasión lo merece, defendiendo lo que es suyo y lo que creen justo, aunque, en ocasiones, pierdan los estribos y la cosa se líe demasiado. El director británico impregna su cinta del sello de los westerns de los setenta, en los que el crepúsculo absorbía todas las vidas que no encontraban su lugar, donde sus maduros pistoleros se movían sin saber hacia dónde, casi en bucle, añorando viejos tiempos, y queriendo inútilmente seguir el ritmo de los acontecimientos, y percatarse que la modernidad los había desplazado para siempre. Esos títulos como Yo vigilo el camino, El fuera de la ley, Missouri, Los vividores, La balada de Cable Hodge o El último pistolero, donde los Frankenheimer, Eastwood, Penn, Altman, Peckinpah o Siegel (testigo que han heredado los hermanos Coen con inteligencia y aplomo) no retrataban las heroicidades de los pistoleros legendarios, sino todo lo contrario, lo más íntimo de unos tipos cansados, viejos y sin lugar, con demasiado polvo en las botas, camisas roídas, pistolas oxidadas y canas, hombres que en su día fueron alguien a base de tiros, y ahora, simplemente son objetos oxidados que el tiempo va borrando de un plomazo. Mildred Hayes podría ser uno de estos individuos, pasados de vueltas, a los que la vida ha zurrado de lo lindo, que tienen que aguantar como su ex marido maltratador y pusilánime la ha dejado por una niña de 18 años, y encima viene a darle lecciones de moralidad y demás, o las difíciles relaciones con su hijo, y para colmo de males, soportar con dignidad la inoperancia policial y demás miradas inquisidoras del maldito poblacho.

McDonagh ha construido un relato inmenso, de gran elegancia formal y argumento poderoso, con esa fotografía de Ben Davis, que captura el aroma setentero de luces apagadas y lugares sombríos (con esos espacios tan característicos como los bares nocturnos grasientos, las casas con porche en las que se divisa el pueblo, o los días en familia con el lago como testigo) la excelente score de Carter Burwell, que nos atrapa y nos describe el ritmo ausente y lúgubre de esos pueblos tan perdidos y cercanos a la vez, en un guión brillante que firma en solitario el propio McDonagh, donde prima la fuerza y el interior de sus incómodos personajes, a cuál más complejo y enrevesado, donde el trío protagonista raya a una altura impresionante, como la sublime y cautivadora Frances McDormand, que compone esas miradas duras, ausentes y ásperas, o Woody Harrelson y Sam Rockwell (segunda colaboración de ambos con el director) que son los personajes antagónicos, dos polis frente a frente, en las antípodas de cómo llevar su trabajo, muy diferentes en modos y ejecuciones, sin olvidarnos de los maravillosos secundarios, como suele pasar en este tipo de películas, com el hijo de Mildred, la esposa maternal y abnegada de Willoughby, el ex marido de Mildred interpretado por el correcto John Hawkes o Peter Dinklage como ese amigo de Mildred que le echa mas de un capote.

McDonagh se afianza en esta película como un gran director, un cineasta que necesita de muy poco para sumergirnos en un ambiente tranquilo y hostil, en una atmósfera cadente y putrefacta, donde los personajes no siempre se muestran obedientes y sumisos, sino que asumen la realidad injusta y la conducen a su terreno, haciendo lo posible para cambiarla, aunque para ello deban enfrentarse a ellos mismos y a un entorno muy hostil, miserable, hipócrita y violento. La película nos azota e incómoda, y nos sumerge en el sur, el maldito sur, lleno de enfrentamientos y heridas sin revolver,  en el que nos impregnamos del espíritu de los westerns desmitificadores del American New Wave, donde las heroicidades y patriotismo dejó espacio a uan realidad viva y diferente, un tiempo de personas comunes, sencillas y solitarias, que pueblan lugares vacíos y tranquilos, con el único entretenimiento que fumarse un cigarro en el porche mientras la carretera se muestra cada vez más extraña, personas que la vida con demasiada frecuencia les violenta con demasiada fuerza y brutalidad, aunque son gentes de corazón inquieto y carácter rudo que seguirán, aunque duela mucho, derribando todos los muros que se les pongan por delante.