Never Alone (Nunca más), de Klaus Härö

UN CIUDADANO ANTE LA INJUSTICIA. 

“La injusticia, allí donde se halle, es una amenaza para la justicia en su conjunto”. 

Martin Luther King

La Alemania nazi estuvo doce años en el poder imponiendo el terror y la violencia como jamás se había implantado. Un período funesto imposible de olvidar. Eso ha provocado una infinitud de material escarbando todo lo que significó en la historia de la humanidad. El cine, cómo no podía ser menos, encontramos tal cantidad de películas relacionadas que se podría categorizar el nazismo como un género en sí mismo. Hay muchas historias contadas y otras que todavía esperan su oportunidad. El relato que cuenta Never Alone (Nunca más), de Klaus Härö (Porvoo, Finlandia, 1971), es una historia real y olvidada de tantas que todavía quedan por contar. Se sitúa en el Helsinki de 1942, en un contexto muy peculiar, cuando el gobierno finés se alió con los nazis, hecho que provoca que judíos que llegaron al país huyendo del horror se topan nuevamente con los mismos conflictos. Ahí aparece la figura de Abraham Stiller, un comerciante que ante tamaña injusticia, alzará no sólo su voz sino que hará lo imposible para que no sean deportados.

El director finlandés, autor de obras sencillas y honestas, protagonizadas por personajes cotidianos en las que prevalece un retrato muy profundo sobre la condición humana, en el que queda reflejada su complejidad, sus miedos y demás aspectos que suelen quedar ocultos en el cine más popular. La historia se centra en Stiller, los más cinéfilos recordarán el apellido del gran cineasta sueco Mauritz, del que era hermano. El mencionado hombre se enfrenta ante la polícia política que, hermanada con la Gestapo, quiere sacar del país a los judíos. La película no adorna ni se muestra condescendiente con lo que cuenta, sino que aborda de forma ejemplar todas las oscuridades de nuestras decisiones, si son correctas o no lo son. Una deriva que Stiller debe lidiar constantemente, alguien que, a pesar del miedo, se muestra firme ante el horror y hace lo imposible para ayudar a los más necesitados. Un personaje que guarda alguna similitud con Albert Lory, el profesor de escuela que interpreta Charles Laughton en la excelente Esta tierra es mía (1943), de Jean Renoir que, en un gran acto de miedo y valentía, se enfrenta a los nazis. 

El director de películas tan valiosas como Mother of Mine, se ha rodeado de grandes técnicos con los que ya había trabajado a lo largo de sus nueve películas como el coguionista Jimmy Carlsson, con el que ha escrito cinco de sus títulos, el cinematógrafo Robert Nordstrom, con tres cintas juntos, que consigue una luz etérea que describe con exactitud, no sólo la época difícil que vivieron los diferentes personajes, sino que construye ese tono, ni sobrepasado ni demasiado academicista que ayuda a bucear por el complejo interior de Stiller y todo lo que ha de vivir. La música de Mattie Bye, que arrancó su carrera con un el telefilme El último suspiro (1991), dirigido por el gran Ingmar Bergman, y ha trabajado también en tres películas con Härö, impregna las imágenes con una composición que nos acerca la convulsa historia y además, lo hace desde un fono humano e íntimo. El editor Tambet Taylor, con el que hizo la magnífica La clase de esgrima, impone un ritmo reposado con los altibajos correspondientes, en una edición convencional pero no exenta de sorpresas en sus intensos 85 minutos de metraje, con memorables secuencias donde la película se transforma en un espías de suspense al mejor estilo de Hitchcock.  

En una película donde la historia es mínima y en la que el valor se le concede a los intérpretes era de recibo que Abraham Stiller fuera interpretado por un actor de corte poderoso con una mirada que atraviesa la pantalla como Ville Virtanen, cara conocida en el país escandinavo con más de 40 títulos. Su Stiller es de esos personajes que calan en el alma, por su coraje, por su humanidad y sobre todo, por su deseo de justicia cuando no la había. Le acompañan el antagonista, el recto/nazi jefe de la policía política finesa que hace Kari Hietalahti, también popular en su país. El tercero en discordia es uno de los judíos que es Rony Herman, que lo hemos visto con Winterbottom y hace poco en Septiembre 5, Nina Hukkinen es Vera Stiller, la esposa de Abraham, que tranquiliza los aires de ira del citado protagonista. Muchos pensarán que ahora mismo, con el genocidio en Gaza, no es el mejor momento de ver una película como Never Alone (Nunca más), de Klaus Härö, donde un judío se planta ante el horror, pero en este momento hay muchas voces críticas y con poder en Israel que critican lo que está sucediendo. Eso hace la película muy oportuna, porque ante la barbarie siempre hay que protestar y hacer, aunque nos equivoquemos y tengamos que arrastrar la culpa de no poder haberlo hecho mejor, porque de lo contrario, si no hacemos nada si que nos dolerá eternamente, porque eso significa haber sido cómplice ante la barbarie, y eso, no se puede tolerar ahora ni nunca. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Alexandros Avranas

Entrevista a Alexandros Avranas, director de la película «Vida en pausa», en el marco del D’A Film Festival, en la Sala Raval del Teatre CCCB en Barcelona, el viernes 28 de marzo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alexandros Avranas, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Anna Suades, por su gran labor como intérprete, y a Alexandra Hernández de LAZONA Cine, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Vida en pausa, de Alexandros Avranas

EL ESTADO CONTRA EL CIUDADANO. 

“Todos somos iguales ante la ley, pero no ante los encargados de aplicarla”. 

Stanislaw Lem

De las cinco películas que ha dirigido Alexandros Avranas (Larisa, Grecia, 1977), cuatro de ellas están estructuradas a través de la familia, situados en entornos aislados y muy domésticos, todo contado a través de una intimidad nada empática, con una atmósfera fría, concisa y alejada, que sume a los espectadores en una trama inquietante, más cerca del terror, pero de lo oscuro de lo cotidiano, de la manera de los cineastas polacos, donde lo más cercano se va convirtiendo en algo extraño, confuso y asfixiante. A partir de un guion que escriben Stavros Pamballis y el propio director donde tenemos a la familia rusa que integran Sergei y Natalia, y sus dos hijas, Alina y Katja, se han visto desplazados de su país natal y llegan a Suecia de 2018 en busca de refugio y asilo. Las niñas entran en coma porque padecen el Síndrome de Resignación infantil, una dolencia postraumática que afecta a los niños de padres obligados a dejar sus país de origen. En ese instante, los padres se ven separados de sus dos hijas, llevando su situación al límite por las continuas restricciones del estado que los trata como criminales. 

El cuidadoso y detallado trabajo de diseño de producción de Markku Pätilä, habitual del gran Aki Kaurismäki, resulta fundamental para crear ese ambiente asfixiante y claustrofóbico en los que se ven inmersos los cuatro protagonistas, a la manera kafkiana, donde se ven envueltos en una maraña legal y terrorífica, donde sus vidas se ven completamente suspendidas como reza el título Vida en pausa (“Quiet Life”, en el original). Una no vida que pasa entre funcionarios implacables, más próximos a una dictadura sudamericana que una democracia occidental, que los ametrallan a cuestiones de todo tipo acusándolos por el mero hecho de estar ahí y no convencerles la historia que cuentan por la que decidieron dejar Rusia. A pesar de su aparente frialdad y distancia, muy cerca del cine de Haneke y de Lanthimos, la película consigue sumergirnos en esa especie de parábola maquiavélica más próxima a una distopía de ciencia-ficción orwelliana que a una realidad en la que se ven inmersos gran cantidad de refugiados cada momento. Estamos ante una obra que quiere explicar una situación muy real y que parece invisible para la mayoría de ciudadanos, sin caer en la consabida película-denuncia, la cinta de Avranas huye del panfleto y se sitúa en lo emocional y la cotidianidad de la familia.

Amén del mencionado gran trabajo en el arte, la película tiene la espectacular cinematografía de Olimpia Mytilinaiou, que ya estuvo en otra de las importantes cintas de Avranas Miss Violence (2013), y vuelve a brillar en un trabajo nada fácil, que integran varios elementos y texturas dándole ese toque de naturalidad agobiante, basados en una demoledora sobriedad y un milimétrico cálculo de cada plano y encuadre resulta esencial para contar la historia demencial que viven los protagonistas. La música del compositor finlandés Tuomas Kantelinen se adapta como una segunda piel a las imágenes sin estorbar ni tampoco acompañar sin más, sino dándole ese aspecto de terror cotidiano que demanda tanto la película. El montaje de 99 minutos de metraje que firma Dounia Sichov, que tiene en su haber grandes cineastas como Mikhaël Hers, Denis Coté, Sârünas Bartas y Abel Ferrara, entre otros, compone una sobriedad que inquieta muchísimo, y que encuentra ese limbo intermedio donde vemos una cotidianidad que duele y un ambiente de constante amenaza en el que cada mirada y cada gesto resultan de un dolor insoportable, donde sentimos el dolor y el miedo monstruoso a cada instante.

El cuarteto protagonista de Vida en pausa construyen unos personajes verosímiles y muy cercanos encabezados por los padres de nacionalidad rusa como Chulpan Khamatova, con una extensa trayectoria junto a cineastas de la talla de Valery Todorovsky, su participación en la exitosa Goodbye, Lenin!, Alexey German Jr., Jôao Nuno Pinto, Krzysztof Zanussi, Kiril Serebrennikov, entre otros, y Grigoriy Dobrygin, al que hemos disfrutado en películas de Anton Crobijn y Semih Kaplanoglu, entre otros, y las niñas, Naomi Lamp y Miroslava Pashutina, y la presencia de Eleni Roussinou, en su tercera película que hace con Avranas, la sueca Elena Endre, vista en películas de Bille August, Daniel Bergman, Liv Ullmann, Paul Thomas Anderson, y la última de Thomas Alfredson, y Alicia Eriksson, vista en la extraordinaria El triángulo de la tristeza, de Östlund. Un reparto heterogéneo que debe mucho al gran esfuerzo de producción que ha tenido la película en la que participan compañías procedentes de seis países como Francia, destacada por la presencia de la productora Sylvie Pialat, Alemania, Suecia, Estonia, Grecia y Finlandia. 

Podría parecer que una película como Vida en pausa, como ya hemos mencionado, perteneciera a una sociedad inventada, aunque desgraciadamente, muchos refugiados de aquí y de allá, deben pasar por estos controles exhaustivos y terroríficos por los llamados países occidentales y civilizados y democráticos que, en el fondo y en su apariencia, usan sus métodos legales e ilegales pero apoyados por la ley de unos pocos contra unos muchos, para demoler al otro, y criminalizar cualquier ciudadano que venga de esos países enemigos o supuestos enemigos. Si el cine es una herramienta eficaz para desenterrar los monstruosidades que hacen nuestros estados, ésta película es un buen ejemplo, porque nos habla del Síndrome de Resignación Infantil, que desconocía por completo, y además nos vuelve a recordar que sólo vivimos en el mejor de los mundos aparentemente, hasta que das con tus huesos con la ley, con las leyes, y las personas que la aplican, tan funcionarios, tan rectos, tan serios, y sobre todo, tan seguros de aplicar una ley justa e igualitaria para todos los ciudadanos, sin reflexionar, sólo ejecutores de la legalidad, que nada tiene que ver con la necesidad humana, que nada tiene que que ver con la empatía, con el dolor y el sufrimiento del extraño. En fin, el terror siempre tiene forma de funcionario obediente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tribunal, de Chaitanya Tamhane

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En la obra  teatral Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano, el pensador griego se enfrentaba a un juicio por criticar duramente la falta de democracia de un sistema corrupto, y ajeno a las necesidades del pueblo. La primera película de Chaitanya Tamhane (1987, Bombay, India) se sitúa en los mismos parámetros. Aquí, el perseguido es un hombre que enseña cantos tradicionales, y también, es activista político, Narayan Kamble, acusado de incitar al suicidio a través de una canción protesta. Es arrestado y comienza el juicio. La película sigue los pasos de su abogado defensor en la difícil tarea de demostrar su culpabilidad enfrentado a un sistema anclado en el pasado, corrupto y siniestro.

El cineasta indio nos muestra el funcionamiento de la falta de justicia, en un país que todavía mantiene leyes del siglo XIX impuestas por la colonización inglesa, unos procesos judiciales que se dilatan en el tiempo, un sistema de castas ancestral que prevalece ante los hechos, un sistema policial corrupto que paga a falsos testigos para inculpar a inocentes, y sobre todo, un sistema caduco y aterrador que sólo funciona para perseguir y enjuiciar a todos aquellos que protestan injusticias, como la falta de democracia y libertad que impone el gobierno. La cinta no sólo muestra esa sala de juicios deshumanizada y perversa, sino también sigue a los personajes fuera de ella, en sus quehaceres diarios, sus investigaciones, sus ratos de ocio, como viven, sus relaciones familiares y personales, su alimentación, en medio de las calles laberínticas de la inmensa urbe de Bombay, que no sólo actúa como imagen de la sociedad india, compleja y rica culturalmente, sino que se erige como reflejo siniestro de un sistema que sólo existe para los necesitados, y favorece a los poderosos.

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Tamhane sitúa su cámara en el centro de todo, a través de un realismo y una veracidad sobrecogedora, muy alejada de otras películas judiciales, aquí el tribunal y los funcionarios, permanecen cansados y agobiados por su trabajo, deseando acabar rápido y marcharse a casa, independientemente que el hecho juzgado sea de mayor o menor gravedad. El realizador indio muestra unos hechos y no los juzga, cede la palabra para que los espectadores sean los que reflexionen sobre las imágenes que están viendo y sean ellos los que saquen sus propias conclusiones. Una película moderna y libre, también política, necesaria y valiente, que maneja con sutileza el microcosmos de la burocracia a la que retrata de forma aterradora y estúpida, de una sencillez que asombra por su realismo, y que deviene una forma de trato humano aniquilador y sujeto a unas normas conservadoras que, ejercen una dureza sin límites para arrasar todo aquello que atente contra el estado y el sistema vacío, anquilosado y terrorífico por el que se rige. La película muestra lo que sucede, a través de planos medios y generales, fijos en su mayoría, viaja del drama a la comedia, pasando por el surrealismo de algunas situaciones que se producen, no pretende ni actúa como un alegato político ni nada de eso, su discurso no es retórico ni estético, todo está contado con una especie de frialdad tenebrosa y deshumanizada, extrayendo todo ese alma corrupta y kafkiana que late en todo el sistema judicial del país.