La inspiración. El gran Pirandello, de Roberto Andò

PIRANDELLO TRISTE. 

“Pero a un personaje no se le da vida en vano. Criaturas de mi espíritu, aquellos seis vivían ya una vida que era la suya propia, que había dejado de ser una vida que ya no estaba en mi poder negársela”.

Luigi Pirandello 

Nos encontramos en algún pueblecito de Sicilia, que podría ser Agrigento, el pueblo donde nació el famoso escritor y dramaturgo Luigi Pirandello en 1867. Estamos ahí porque el ama que cuidó al insigne poeta ha fallecido, y Pirandello se queda para despedirla y honrarle el último adiós. Allí, conocerá a una pareja muy peculiar de enterradores, Onofrio Principato y Sebastiano Vella, que, además de tan noble oficio, por las noches, se reúnen con un grupo de vecinos y ensayan su nueva obra de teatro, un vodevil y farsa en toda regla. El director Roberto Andò (Palermo, Italia, 1959), del que hemos visto Viva la libertad (2013), sobre la política y sus indudables máscaras, y Las confesiones (2016), en el que comparten intriga un monje y un alto mandatario del G8, ambas protagonizadas por el grandísimo Toni Servillo, un actor capaz de interpretar a tipos tan diferentes como el silencioso Titta Di Girolamo, el corrupto Giulio Andreotti y el siniestro Silvio Berlusconi, todas ellas en películas de Sorrentino. 

El cineasta italiano compone un guion junto al tándem Ugo Chiti y Massimo Gaudioso, escritores de las películas de Matteo Garrone, en el que imagina y fabula un momento de crisis creativa y tristeza del gran Pirandello, allá por la Sicilia de 1920, un hombre de reconocido prestigio y éxito, vuelve a su pueblo, y también se atasca con su nueva obra, donde una serie de personajes se le aparecen sin descanso. La historia va mucho más allá, porque a la tristeza del dramaturgo se añaden unas dosis de humor absurdo y tan italiano, en la piel del dúo cómico “Ficarra e Picone”, en la piel de un par de tipos que por sí solos ya podían tener muchas películas a sus espaldas. Pirandello se introduce casi sin quererlo en los ensayos de la obra de teatro amateur, o “unos aficionados profesionales”, como se menciona en algún momento, y vive ese otro mundo, o esos otros mundos, como comprobaremos, donde hay de todo: infidelidades, desamor, envidias, litigios y demás, con esa idea de “Por delante y por detrás”, de Michael Frayn, donde la ficción del teatro y la vida real se confunden. La mezcla de creatividad y comedia absurda y slapstick, funciona con orden y acierto, quizás podríamos decir que cuando la película se aloca se vuelve mucho más interesante y entretenida. 

Andò tiene en mente películas como El cartero y Pablo Neruda (1994), de Michael Radford, y Shakespeare enamorado (1998), de John Madden, en las que los poetas famosos lidiaban con personas anónimas y desconocidas y nos tropezamos con relatos llenos de humanidad, transparencia y muy cercanos. La película sigue a Pirandello y también a los otros, ese espejo donde el famoso dramaturgo italiano verá y se inspirará para su inmortal y magnífico texto de “Seis personajes en busca de autor”, que pondrá la piedra del teatro moderno, romperá la cuarta pared, y sobre todo, fusionará la vida, la ficción, el autor, la creatividad, la farsa, la mentira y tantas cosas imposibles de casar hasta entonces. Andò se reúne de un equipo conocido como el cinematógrafo Maurizio Calvesi, que tiene más de 100 títulos en su filmografía, y ha trabajado en las 7 de las 8 películas del director palermitano, y el mencionado Toni Servillo, ahora en la piel de un taciturno y silencioso Luigi Pirandello, en plena crisis creativa y tratando con tantos fantasmas, que recuerda a aquel Ebenezer de Dickens, y a su lado dos fichajes como el dúo cómico “Ficarra e Picone”, esos Gordo y Flaco, esos dos clowns, que podrían pulular por alguna de Valle-Inclán, por sus vidas tan sombrías y esperpénticas, muy del estilo de Buster Keaton y Chaplin y del cine silente. 

No podemos olvidar la breve aparición pero tremendamente estelar como la de Renato Carpentieri, uno de esos actores que llevamos más de cuatro décadas viendo en películas tan importantes como las de Gianni Amelio, Nanni Moretti, Alice Rohrwacher y el citado Paolo Sorrentino, y otros intérpretes maravillosos y juguetones que componen una marabunta de personajes que viven y sobreviven en ese desbarajuste de obra de teatro, que habla más de lo que ocurre en el pueblo que del vodevil que quieren representar o quizás, es al revés. La inspiración. El gran Pirandello (“La stranezza”, en el original, traducido como “La extrañeza”), viajamos al inicio de la década de 1920, en uno de esos pueblos con la textura y el tono del “realismo mágico” de García Márquez, con esos personajes tan cercanos y a la vez, tan extravagantes y curiosos, que se dejan querer y mucho, y una historia que se ve con entusiasmo, con sensibilidad y con ese aroma de fábula, de cuento de antes y de siempre, donde la realidad adquiere una fantasía que nos lleva a imaginar, a inventar y sobre todo, a vivir, porque sería la vida sin el amor por la pasión y la aventura de ser otros, de intercambiarnos y de sentir que podemos ser y sentir de diferentes formas, maneras y seguir siendo siendo otros y otras. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Leonardo Di Costanzo

Entrevista a Leonardo Di Costanzo, director de la película “Ariaferma”, en el marco de la Mostra de Cinema Italià de Barcelona, en el Hotel Condes en Barcelona, el viernes 10 de diciembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Leonardo Di Costanzo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Alba Laguna y Eva Herrero de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ariaferma, de Leonardo Di Costanzo

GUARDIAS Y RECLUSOS.

“Todos somos reclusos de alguna prisión, pero algunos estamos en celdas con ventanas, y otros no”.

“Arena y espuma” (1926), de Gibran Jalil Gibran.

Nos encontramos en algún indeterminado de Italia, que nunca será desvelado, en el interior de una cárcel del XIX, una prisión que se cierra y todo ha sido trasladado. Los problemas burocráticos impiden su cierre total, y tienen que custodiar doce presos a la espera de su traslado definitivo. Tanto guardias como reclusos deberán compartir las cuatro paredes de un espacio, un lugar en el que nadie quiere estar, y donde la convivencia no será nada fácil, en un extraordinario guion que firman Bruno Oliviero (que ya estuvo en L’intrusa), Valeria Santella, que ha trabajado con Moretti y Bellocchio), y el propio director. Tercer trabajo en la ficción del reputado director Leonardo Di Costanzo (Ischia, Napoli, Italia, 1958), reputado en el campo documental con títulos como A scuola (2000), un forma de trabajo, desde la realidad y para la realidad, porque en sus ficciones están llenas de elementos propios de ese campo, porque la verosimilitud del espacio, al que le da mucha importancia, porque no está construido, sino que son reales las localizaciones, les da un aspecto de realismo cinematográfico donde la realidad se mezcla de forma inteligente con la ficción.

El director italiano vuelve a un espacio aislado y cerrado en el que vuelve a profundizar en los roles de prisionero y carcelero, a partir de personas de diferentes índole deben compartir, y sigue indagando en las relaciones complejas de esa situación incómoda y difícil, como ya hizo en L’intervallo (2012), en la que dos niñas comparten une edificio abandonado de la periferia, y en L’intrusa (2017), donde una maestra de una escuela para niños desfavorecidos, debe ayudar a una mujer de un mafioso y sus dos hijos en plena huida. En Ariaferma, construye su relato a partir de dos hombres, dos personalidades aparentemente opuestas que tienen más en común de los que se imaginan. Por un lado, tenemos a Gaetano Gargiolo, el guardia y jefe de la prisión, y por el otro, nos topamos con Carmine Lagiola, un famoso preso, que podemos imaginar que se trata de la camorra italiana. Entre los dos, sin quererlo y sin buscarlo, se irá creando una relación más íntima y humana en el que sus roles iniciales irán dejando paso a otros más cercanos y profundos, como la puesta en escena con esos barrotes que encuadran a unos como otros, y ese patio central donde se difuminan guardias y reclusos.

Exceptuando un breve prólogo de los guardias en el exterior y alrededor de un fuego, una especie de celebración de despedida de la cárcel, siempre estaremos en el interior de las cuatro paredes de la prisión, donde escucharemos de forma realista y detallada todos los sonidos de puertas que se abren y cierran, en un grandioso trabajo de Xavier Lavorel, un habitual del cine de Alice Rohrwacher, un sonido que recuerda a las películas de Bresson y más concretamente a Un condenado a muerte se ha escapado (1956), de la que Ariaferma bebe mucho. Una cinematografía que nos envuelve en los claroscuros de un espacio que a veces está ensombrecido y velado, en un preciosista trabajo de Luca Bigazzi, uno de los grandes nombres de la cinematografía italiana con películas de Gianni Amelio y Paolo Sorrentino en su haber. El soberbio trabajo de montaje de Carlotta Cristiani, una cómplice habitual de la filmografía de Di Costanzo, que consigue con lo mínimo lo máximo, encerrándonos en esa prisión para todos, y condensando con inteligencia una película que se va casi a las dos horas de metraje, y todo se desenvuelve con agilidad y ritmo.

Finalmente, nos encontramos con la magnífica e intensa música de Pasquale Scialo, debutante en la ficción después de un recorrido por el documental y las series televisivas, otro elemento que destaca sobremanera, con esos estupendos ritmos de fusión con percusión que usa para crear esa atmósfera inquietante que preside la película y su suavización. Mención aparte tiene el ajustadísimo y magnífico reparto de la película con un grupo de experimentados intérpretes italianos que dan vida a los guardianes y reclusos como los Fabrizio Ferracane, Salvatore Striano, Roberto De Francesco y Pietro Giuliano, entre otros, que atravesados por la contención y aplomo que respira toda la película, componen unos individuos que dan esa verosimilitud tan necesaria en una película de estas características, donde la mayor parte de la trama se apoya en la composición de los personajes y sus relaciones. Después tenemos a dos tótems de la actuación italiana como son Toni Servillo en el rol de guardián, un actor con todas sus letras que nos ha dejado excelentes e inolvidables tipos siempre de la mano de Sorrentino como el apesadumbrado y silencioso Titta di Girolamo en Las consecuencias del amor, el siniestro e inquietante Giulio Andreotti en Il divo, y el caradura y decadente Jep Gambardella en Le Grande Bellezza.

Frente a Servillo, más conocido por estos lares, tenemos a otro titán como Silvio Orlando que, es como el otro lado del espejo de Servillo, con el que tiene muchas diferencias y muchas más similitudes, un actor de clase, elegancia y temple como su oponente, al que hemos visto brillar en películas de Daniele Luchetti y Nanni Moretti, y con Sorrentino también, en la serie The Young Pope y su segunda temporada. Resulta curioso que tanto el director como Servillo y Orlando, comparten Napoli como la región de nacimiento, y sus años que van de 1957, 58 y 59, respectivamente, en su primer trabajo juntos. Di Costanzo ha construido una película soberbia y detallista, concisa y profundamente humana, que indaga con sabiduría y aplomo las ambiguas relaciones que se van produciendo entre guardias y reclusos cuando las estrictas y escrupulosas normas carcelarias van dejando paso a los diferentes caracteres y a ir más allá, dándose la oportunidad de conocer al otro, independientemente de las razones que lo han llevado a esa situación, porque en la mayoría de los casos, siempre conocemos su apariencia a través de prejuicios adquiridos y no nos atrevemos a quitarnos las máscaras y tantas leyes y normas que nos sitúan en roles que nada tienen que ver con lo humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

¡Déjate llevar!, de Francesco Amato

MENEO AL PSICOANALISTA.

En La fiera de mi niña, de Howard Hawks, una alocada hija de papá protagonizada por Katherine Hepburn, trastocaba la anodina existencia y  llevaba al traste todos los asuntos de un paleontólogo tímido y despistado al que daba vida Gary Grant. Una de las obras cumbres del “screwball comedy”, un género que vino a criticar inteligentemente a las clases burguesas a golpe de risa y enredos por doquier. En Déjate llevar, tercera película de Francesco Amato (Turín, Italia, 1978) siguen con fidelidad los patrones del universo Hawks, en el que nos presentan a Elia Venezia, un aburrido, ególatra y estúpido psicoanalista (que interpreta con sutileza y nervio el grandísimo Toni Servillo) que pasa sus días entre sus pacientes, a los que parece no hacer caso, y además es vecino de su ex mujer, a la que todavía ama en secreto, pero que le demuestra lo contrario. Para más inri, durante un chequeo, su médico le recomienda a hacer deporte, situación que le llevará a conocer a Claudia, una alocada, enérgica y jovial jovencita que se convertirá en su personal trainer. Todo se enredará y de qué manera, cuando aparezca en la función una especie de novio de Claudia que anda tras un botín que no recuerda donde escondió.

La película tiene momentos divertidos, donde la comedia desternillante, con carreras, situaciones cómicas y demás, lleva a los personajes de aquí para allá, sometiéndolos a momentos de puro histrionismo, donde las bofetadas y los objetos vuelan sin dirección. También, se agradece la labor de los intérpretes, donde Servillo demuestra que vale para un roto como para un descosido, en el que no deja de reírse de su personaje, convirtiéndole en una caricatura de esos señores barbudos y gafas que se muestran soberbios e intransigentes frente a los demás, aunque en su soledad, la de sus cuatro paredes, no son más que unos pobres diablos que odian su soledad y se sienten inseguros. Verónica Echegui defiende su personaje con arrojo y sinceridad, siendo una madre soltera que intenta ganarse la vida como puede, una especie de buscavidas de barrio,  moviéndose de un lado a otro, y metiendo en varea a su cliente, ese psicoanalista muy capaz en su oficio, pero muy endeble con las relaciones personales. Una pareja en las antípodas, que como suele pasar en este tipo de películas, encontrarán más de una complicidad, ya que en el fondo, aparentemente parecen muy diferentes, pero en la cercanía, sienten los mismos miedos e inseguridades.

Tanto el psicoanalista como la personal trainer se verán empujados a una aventura, en el que se enfrentarán al noviete de Claudia, que acaba de salir de la cárcel junto a un cómplice y andará tras ellos ya que necesita de su ayuda para encontrar su botín. Unos secundarios inteligentes y audaces que animan el cotarro como Giovanna, la ex mujer de Elia, que cansada de las impertinencias del doctor, rehará su vida aunque eso alertará a su ex marido. Amato ha hecho una película sencilla y honesta, construyendo una comedia ligera, aquella que hace años en Italia se llamaba “comedias blancas”, donde pasar un rato agradable, y además, y si esto es posible, dejar algún poso en los espectadores, sabiendo que vamos a pasar un rato divertido, en el que nos reiremos de unos personajes que aunque no lo parezca, tienen mucho que ver con nosotros, en nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos, y sobre todo, con los demás, en todos las estupideces y gilipolleces que cometemos, ya que estamos muy bien formados para el trabajo, pero no para las relaciones, en las que nos equivocamos demasiado, y cuando queremos solucionarlo, aún lo fastidiamos más, ya que nos dejamos llevar por nuestra soberbia, cabezonería y orgullo de pacotilla.