El primer día de mi vida, de Paolo Genovese

UNA SEMANA MÁS. 

“El suicidio no acaba con las posibilidades de que la vida empeore, el sucidio elimina la posibilidad de que mejore”.

Kat Calhoun  

No me digan que no recuerdan a George Bailey, el esposo y padre de familia, de la pequeña localidad de Bedford Falls que, agobiado por las deudas, una noche decide acabar con su vida. Pero, cuando lo va a hacer, se le aparece un ángel y todo cambia. ¿Ya saben de quién les hablo?. Sí, correcto, la película es ¡Qué bello es vivir? (1946), de Frank Capra. Algo parecido les sucede a los protagonistas de El primer día de mi vida, de Paolo Genovese (Roma, Italia, 1966), porque un ángel también los recoge en coche una noche de lluvia intensa. Tenemos a Napoleone, casado y empleo bien remunerado, pero desconoce el motivo de tanta infelicidad. Arianna, policía y divorciada, no soporta vivir después que su hija muriese. Emilia, la eterna segundona en gimnasia, no quiere vivir en su silla de ruedas después de un grave accidente. Y, finalmente está Daniele, un niño que odia ser youtuber y comer tanto, pero sus padres no lo escuchan. Cuatro almas que han dejado de vivir. Cuatro almas que tendrán una semana más, siete días para ver sus vidas, o lo que fueron, y sus no vidas, la huella que han dejado en los otros. 

De más de la decena de películas de Genovese, comedias entre lo romántico y el drama, siempre con temas actuales, como hizo en Una famiglia perfetta  (2012), Tutta colpa di Freud (2014), The Place (2017), Una historia de amor italiana (2021), y Perfectos desconocidos (2016), su gran éxito, que ha sido exportado a muchos países en forma de remake, como el que hizo Álex de la Iglesia en 2017. Con Il primo giorno della mia vita, en su título original, con un guión escrito a cuatro manos por el propio director junto a sus cómplices Rolando Ravello, con más de 40 títulos, entre los que destaca trabajos con Scola y Sorrentino, Paolo Castella e Isabella Aguilar, en la que construyen un relato íntimo y profundo, recogido y tranquilo, en la que hablan de forma madura y concisa de un tema tan difícil como el suicidio, pero haciéndolo desde su complejidad, huyendo de lo simplista y los manidos mensajes de positividad y  demás aspectos tan machacados en la actualidad, porque la película mira de frente, sin estridencia ni piruetas argumentales, construyendo una trama lineal, convencional, con personajes diferentes y cercanos, donde cada uno expone sus razones y sus circunstancias. 

La película es una película sobre la escucha, sobre mirarnos, sobre no tratar de entender sino escuchar, quedarse cerca del otro y escucharlo, eso que nunca hacemos. Una película sobre problemas y sobre cómo afrontarlos, aunque a veces las soluciones no se vean o tarden en verse, y quizás, no sean de nuestro agrado, porque la felicidad nunca está asegurada y en ocasiones, no sabemos qué nos ocurre, y debemos seguir así, intentando mejorar y mejorarnos, porque es la única forma de hacer las cosas. Al igual que en el apartado guion, en la parte técnica, el director italiano también opta por viejos conocidos como el cinematógrafo Fabrizio Lucci, con esa luz nocturna y de interior, con pocos exteriores de día, con ese hotel anclado en el tiempo y espacio, que nos recuerda a las viejas películas en blanco y negro, la editora Cosnuelo Catucci, en un buen trabajo de montaje, en una historia que va a las dos horas de metraje, en un relato que apenas hay movimiento y poco diálogo, y finalmente, la música de Maurizio Filardo, que añade lo que no se dice y lo que callan los personajes, apoyándose en el silencio y en las diferentes composiciones. 

Un gran reparto, bien conjuntado y diferente, que logra un buen empaque con personajes de edades desde la infancia a la adultez, y variadas posiciones sociales y culturales. Encabezados por el gran Toni Servillo, que descubrimos con la maravillosa composición de Titta Di Girolamo en Le conseguenze dell’amore (2004), de Paolo Sorrentino, y con el paso de los años, se ha convertido en uno de las grandes figuras de la interpretación europea. Su ángel, sobrio y comedido, es todo un arte de la composición de personaje y de mirar, porque Servillo no sólo mira, sino traspasa. Le acompañan Valerio Mastanorea como Napoleone, que ya había trabajado con Genovese en The Place, y también, con Virzì, Ferrara, Winterbottom y Bellocchio, entre otros, en un personaje muy cerrado, el más parecido al que hace Servillo, ya lo descubrirán, la estupenda Margherita Buy es Arianna, una de las actrices de la última época de Nanni Moretti, amén de Ozpetek, Veronesi y Tornatore, y muchos más, que como Servillo y los grandes, mira muy bien, es decir, que explica sin decir nada, y entendemos muchas aspectos de un personaje que sufre mucho. Sara Serraiocco hace de Emilia, la joven machacada que no encuentra su ilusión después de no poder hacer lo que más le gusta. Una actriz que hemos visto junto a los citados Salvatores, Virzì y Cavani. El niño Gabriele Cristini, con más de 30 títulos en su intensa filmografía, se queda con el personaje de Daniele, el niño sometido por su padre por los beneficios de youtube. 

La película de Genovese tiene muchas historias dentro de ella, algunas más alegres que otras, y otras, agridulces como la vida misma, podemos verla como una balada, por todo lo que cuenta y cómo lo hace, pero suena a jazz, en una noche de lluvia, tal y como arranca la película, y su desarrollo va en consonancia a las emociones encontradas y contradictorias de sus variados personajes. Unas almas que no necesitan ganas de vivir, si no que les ha llevado a quitarse la vida, y no a base de golpes, sino con diálogo, cariño y cercanía, y sobre todo, sentirse acompañados, y sobre todo, escuchados, ese mal tan instalado en la sociedad actual, con todos y todas con nuestros quehaceres cotidianos, en continuo movimiento, como pollos sin cabeza, tan intensos y ocupados, y nos olvidamos de lo más importante, de detenernos, de mirar a nuestro alrededor y no olvidarse de quién tenemos junto a nosotros y nosotras, porque quizás, el día que lo hagamos ya es demasiado tarde, y no nos conceden una semana más para pensar en nosotros, y lo que dejamos en los demás, como le ocurría a George Bailey y los personajes de El primer día de mi vidaJOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Deja un comentario