EL DINERO DE LOS OSAGE.
“El dinero es la felicidad humana en abstracto; en consecuencia, aquel que no es capaz de ser feliz en concreto, pone todo su corazón en el dinero”.
William Shakespeare
Tres años después de El irlandés, financiada por Netflix, volvemos a encontrarnos con una película de Martin Scorsese (New York, EE.UU., 1942), Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon), con Apple Studios al frente de la producción. La película se basa en el libro de David Grann, transformado en un guion escrito por el propio Scorsese y Eric Roth, uno de los grandes escritores cinematográficos estadounidenses con casi medio siglo de carrera al lado de nombres como los de Mulligan, Mann, Spielberg, Fincher y Villeneuve, que escribió El buen pastor (2006), segunda cinta como director de Robert De Niro. La trama se posa en la década de los veinte del siglo pasado, acabada la Primera Guerra Mundial, en la zona de Oklahoma, con la llegada de Ernest Burkhart a casa de su tío William Hale, una especie de benefactor e íntimo amigo de los indios Osage, unos nativos expulsados de sus tierras a Oklahoma, donde se tropezaron con el petróleo y se convirtieron en los más ricos del país. La película nos cuenta como cientos de blancos llegaron al lugar y se hicieron amigos de los nuevos ricos con el fin de atraerlos y quedarse con su riqueza.

El film número 26 de Scorsese es una película tipo de su magnífica e intensa filmografía en la que ha dedicado muchas historias a explorar y profundizar en todos aquellos que llegaron al Nuevo Mundo con el afán de enriquecerse fuera por los medios que fueran, dedicándose al mundo oscuro y al gansterismo. En este caso, como suele ocurrir, las cabezas visibles son personas aceptadas por la comunidad, gentes de bien que se suele decir, personas que llevan vidas paralelas, porque cuando no los ven, hacen y deshacen a su antojo, con el único fin de quedarse aquello que no es suyo, por ejemplo, el dinero de los indios Osage. La película se cuenta y se saborea, contándonos los detalles cotidianos, arrancando con el excelente prólogo donde nos ponen en situación, dando buena cuenta del pasado y presente de los Osage, en el que vamos asistiendo a sus fiestas y tradiciones, costumbres, sus plegarias y demás componentes que nos ayudan a ver todo lo que allí acontece y cómo. La trama gira en torno al romance, boda e hijos de la pareja del citado Ernest Bukhart y la india Mollie Kyle, todo bajo el amparo del tío Hale, todo un mandamás en la sombra que hace todo lo posible e imposible para que sus planes de riqueza a costa de la inmensa fortuna de los Osage caiga en sus manos.

La cinta tiene una calidad técnica excepcional en una historia pensada para verse en una pantalla grande con sus encuadres panorámicos y sus planos a lo Ford y Wyler, en la que ha vuelto a contar con el trabajo del cinematógrafo Rodrigo Prieto, en su cuarta película juntos, donde lo íntimo como lo colectivo tiene una factura exquisita y tremendamente visual, en que cada detalle y cada encuadre está al servicio de lo que se quiere contar y cómo hacerlo. Mención aparte tiene la montadora Thelma Schoonmaker, con 83 años de edad, y editora de casi todas las películas del director italo-estadounidense con el que empezó en ¿Quién llama a mi puerta? en 1967, consiguiendo un relato pausado y lleno de tensión y un ritmo cadencioso y tranquilo, sin prisas, donde todo se va contando con esa idea de la cotidianidad más sencilla y transparente, donde sus 206 minutos de metraje no cansan en absoluto, sino todo lo contrario, nos quedamos saciados de un relato dividido en ⅔ partes en los que vemos una cosa, y luego, vemos otra, que prefiero no desvelar por el bien de la experiencia del espectador.

La música de Robbie Robertson también va en consonancia con sus imágenes dejando la épica a un lado y escarbando en estos pecados originales de la construcción de los Estados Unidos donde en unos cuatro años, los que van de 1921 a 1925, unos setenta indios fueron asesinados por esos blancos codiciosos sin escrúpulos y sin humanidad. Tiene la película semejanza con aquel otro monumento que es La puerta del cielo (1980), de Michael Cimino, casi idéntica en duración, que posándose a finales del XIX, también sacaba de la alfombra las matanzas que hubo por Wyoming de los colonos más antiguos a los inmigrantes que venían de Europa del Este, en el que se escarbaba también en los cimientos asesinos y oscuros de Estados Unidos. La película es uno de los proyectos más codiciados por Scorsese desde sus inicios, que por fin a podido ver la luz, y eso se nota en cada instante, en que el director aparece como uno de los productores, porque no quería que ningún detalle por ínfimo que fuese quedase al azar, como su extensa duración, a la que algunos les ha parecido errónea, aunque para el que está escribiendo este texto, la película necesita ese tiempo y ese ritmo, porque no resultaba nada fácil armar semejante trama, sin no detenerse en las complejas relaciones de unos y otros.

El reparto de la película, como sucede en las del cineasta americano, siempre resulta muy bien elegido y mejor interpretado, empezando por Leonardo DiCaprio, en el sexto largometraje con el director, dando vida a Ernest Bukhart, un rudo, pardillo y truhan sin oficio ni beneficio, que quedará al amparo de su tío, siendo la arma ejecutora de sus asesinatos, y demás deslices criminales y mucho más, convirtiéndolo en esposo de la india para que se acaba quedando con su dinero. De Robert De Niro poco hay que decir, que bien está cuando lo coge un tipo como Scorsese, en su décima película al alimón, porque su William Hale es el prototipo de rico americano, porque tiene muchas caras, la buena que ama toda la comunidad, porque hace edificios, hospitales y demás cosas que ayudan, pero por otro lado, es un vulgar criminal que hace y deshace a su antojo, eliminando indios sin más. La gran sorpresa de la película es la presencia de Lily Gladstone como Mollie Burkhart, la esposa de Ernest, que ya nos encantó tanto en Certain Women (2016) y First Cow (2019), ambas de Kelly Reichardt. Su papel como india Osage es de una profundidad excelente, como mira esta mujer, como se mueve y cómo se coloca la falta y ese mantón que la resguarda de los malos augurios y de los malos hombres blancos. Todo un acierto para un personaje con un gran peso en la trama de la película. Después tenemos una retahíla de personajes made in Scorsese, y digo esto porque no parecen intérpretes, porque son ellos sin necesidad de adornos superfluos ni estridencias de ningún tipo, como Jesse Plemons, que ya estaba en El irlandés, Tantoo Cardinal, John Lithgow, Brendan Fraser, Cara Jade Myers, Scott Shepherd, Louis Cancelmi, Sturgill Simpson, y muchos más, que explican el buen hacer de Scorsese en la exhaustiva elección del reparto y su concienzuda dirección de actores donde todos son y nada más.

Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese es una nueva muestra, y esto lo digo para los escépticos, de uno de los grandes del cine, un tipo que ha sido fiel a su cine y su forma de hacerlo, desenterrando las miserias y la violencia del país donde nació, en el que se ha sumergido sacando todo aquello que la política blanca y mercantilista nunca ha querido ver y siempre se ha esforzado por negar y ocultar, ya sea en el New York oscuro, violento y mugriento de los británicos que lo crearon y los italianos que lo continuaron o de los americanos que han vuelto de una guerra tan absurda y perdida como la de Vietnam, o los gangsters que construyeron Las Vegas, o esos tipos blancos que se creyeron los reyes de todo, hasta llegar a esos blancos también que asesinaban para enriquecerse siempre bien vestidos y con buenos modales, esos hombres blancos que hoy día siguen manejando el cotarro, y haciendo que otros sigan haciendo lo que ellos quieran para que las cosas sigan su curso y siga todo tan mal para todos los demás, como muestra la última de Scorsese, que esperemos que no sea la última y siga encontrando recursos para seguir mirando su país y todos esos hombres malolientes y asesinos que lo construyeron. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

LOS PERDEDORES SOMOS GENTE HONRADA. 


EL ÚLTIMO GÁNSTER.






EL HOMBRE QUE RÍE. 




