Entrevista a OLiver Laxe

Entrevista a Oliver Laxe, director de «Mimosas». El encuentro tuvo lugar el viernes 6 de enero de 2016 en el domicilio de Santiago Fillol, coguionista de la película, en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Oliver Laxe, por su tiempo, generosidad, y cariño, a Ramiro Ledo y Xan Gómez de Numax Distribución, por su amabilidad, paciencia y cariño, y a Santiago Fillol, por su hospitalidad, generosidad y cariño, y tener el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.

Mimosas, de Oliver Laxe

mimosas-cartelLA ETERNIDAD NOS ESPERA.

“Si tú lo haces bien, yo lo haré mejor”

Una caravana de hombres a lomos de caballos y mulas atraviesan las escarpadas y áridas montañas del Atlas marroquí para llevar a cabo la última voluntad de un patriarca cheikh que quiere morir junto a los suyos en Sijilmasa. Entre ellos, viajan Ahmed y Saïd, dos buscavidas esperando su oportunidad, pero, el anciano muere antes, y deciden a hacerse cargo del transporte, tras previo pago, aunque desconocen el camino, aunque contarán con la aparición de Shakib. La segunda película de Oliver Laxe (París, 1982) mantiene el espíritu de libertad creativa de su anterior obra, Todos vós sodes capitáns (2010), en la que a través de un híbrido entre ficción y documental, el propio cineasta filmaba su experiencia como responsable de un taller de cine con niños desheredados en Tánger.  En Mimosas, Laxe (nacido en París de padres inmigrantes gallegos, que estudió cine en Barcelona, vivió en Londres un período y establecido en Marruecos durante la última década) nos traslada a un mundo mágico, de leyenda, de mito, que sólo existe en el cine, en un viaje maravilloso y brutal sobre la fe, sobre alguien, Ahmed, que la ha perdido, que representa al hombre moderno, escéptico y envuelto en sus deseos y objetivos, sin importarle su alrededor.

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El cineasta gallego enmarca su película en un aura de misticismo y aventura que evoca a otros elementos, aunque sin llegar a pertenecer a ninguno de ellos,  como la obra de aventuras con espíritu clásico, al estilo de los Ford o Hawks, con ese aire mítico de las grandes travesías infinitas por el desierto, o las obras crepusculares de Peckinpack, Hellman, o Los tres entierros de Melquíades Estrada, de Tommy Lee Jones, donde sus protagonistas, desterrados de la sociedad civilizada, deambulan por un mundo salvaje ajeno, en el que de alguna forma acaban materializándose con su paisaje, o los retratos de personajes en continua incertidumbre espiritual como Nazarín, de Buñuel, los franciscanos de Francisco, juglar de Dios, de Rossellini, el pintor de Andrei Rublev de Tarkovski, el párroco de Diario de un cura rural, de Bresson, entre otras. Laxe desestructura su relato en tres posiciones del islam: ruku (inclinación), quiyam (erguida) y sajdah (prosternación), que definen también los tres tiempos que transitan por su historia: la actualidad, ubicado en la ciudad, con automóviles y hombres en busca de empleo, en el que conoceremos al personaje de Shakib (pura bondad, el que mantiene la fe, aunque con sus dudas), un segundo tiempo, situado en las montañas del Atlas (en el que parece un tiempo lejano, perdido en los ancestros, donde nos encontraremos con Ahmed (el hombre sin fe, el escéptico, el errante que ha perdido su alma y sólo vela por sus intereses) y un tercer tiempo, sin tiempo, un universo espiritual, en el que sólo el alma se manifiesta, lo más profundo de nosotros, un mundo en el que Shakib parece pertenecer, que traspasa de un lugar a otro, este hombre convertido en ángel, en un ser de otro mundo.

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Laxe impone un ritmo reposado y místico a su aventura, sus personajes se mueven entre caminos difíciles, descansan entre arroyos o el calor de una fogata nocturna, se miran entre ellos, discuten sus diferencias, en un tiempo indefinido, un tiempo detenido, sin anclaje, en un paisaje, de complejo tránsito y naturaleza tenebrosa, que acaba convirtiéndose en uno más, que adopta launa imagen protectora ante sus circunstanciales moradores, siguiendo sus caminares pesados, y envueltos en polvo y frío (como nos diría Aldecoa) con la única compañía de su sombra que los acoge sin dejarles ir, siempre a su vera, acariciándolos o torturándolos según se precie. Unos personajes perdidos en su interior, en continúa batalla con su espíritu, que deberán confiar en los otros para poder seguir caminando hacia su destino, aunque todavía desconozcan cual será. Una película que ahonda en un cine de colores, de formas e imagen, con la bellísima y pausada luz, entre velada y de sombras, de Mauro Herce (que ya se doctoró en la naturaleza ancestral de Arraianos o el blanco y negro rasgado de O quinto evanxeo de Gaspar Hauser), un montaje ágil y sereno de Cristóbal Fernández (una filmografía con títulos tan interesantes como el perdido, La jungla interior o Aita) y el sonido envolvente y físico de Amanda Villavieja (habitual de Guerín o Isaki Lacuesta e Isa Campo) y la magnífica aportación en el guión de Santiago Fillol (coautor del interesantísimo trabajo sobre la impostura Ich Bin Enric Marco).

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Laxe es un cineasta muy personal y particular en el actual panorama cinematográfico, que construye un cine fascinante e hipnotizador, que se mueve entre las sombras del alma y los designios del espíritu, a partir de infinidad de referencias culturales, políticas y religiosas de orígenes múltiples, de diversas identidades y raíces, para abordar un universo en continua transformación espiritual, en el que conviven los hombres con fe y sin fe, en el que se mueven la tradición y la modernidad, en el que todo es posible, en el que se evoca el misterio, lo inefable, el espíritu de cada uno de nosotros, de los demás y todo aquello que nos rodea, que tiene la inspiración sufí como guía para relatarnos este retrato sobre los hombres y sus circunstancias, sobre cómo vencer la pérdida a través de lo que somos y entendernos, y vivir con eso, con nuestras batallas interiores y descubrirnos y saber quiénes somos y hacia donde nos dirigimos, aunque desconozcamos el camino que debemos seguir.

Caballo Dinero, de Pedro Costa

caballo-dinero-1LA MEMORIA DE VENTURA.

“Siempre decimos que esta película la hicimos para olvidar, una boutade que responde a ese lugar común de la crítica sobre el cine y la memoria. Pero sí, nosotros queríamos olvidar la pobreza y los recuerdos dolorosos. Olvidar nuestro fracaso, el de Ventura y el mío”

Pedro Costa

La película se abre con un bellísimo prólogo en el que vemos una serie de fotografías de Jacob Riis, fechadas en 1900, inmigrante danés que retrató su vida y su entorno en aquel Nueva York de primeros de siglo. En ellas, observamos prisioneros, interiores, sótanos, habitaciones sombrías,  catacumbas… Un tiempo de pasado que podría tratarse de nuestro presente. Seguidamente, nos encontramos en los pasillos oscuros, y en penumbra de un hospital, quizás un psiquiátrico, en el que un anciano negro, de nombre Ventura, recorre unos lugares vacíos, en los que se va encontrando con personas que pertenecen a su pasado y con los que revivirá episodios de su vida.

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El cineasta Pedro Costa (1959, Lisboa) vuelve a filmar a su personaje fetiche, Ventura, el inmigrante caboverdiano que encontró en el barrio lisboeta de Fontainhas, un paisaje ya desaparecido (sólo existente en el cine) ubicado en la periféria y habitado por gentes humildes, desplazados e invisibles, a los que la mirada de Costa se ha acercado de forma humanista rescatando sus vidas errantes, mutiladas y vejadas, dedicándoles varias películas como En el cuarto de Vanda (2000) en los que en sus casi tres horas construía un retrato íntimo y devastador de la vida de una toxicómana, en los que ya aparecía la sombra de Ventura, al que se dedicaría en cuerpo y alma en Juventud en marcha (2006) donde su cámara filmaba un proceso de cambio en el que Ventura dejaba su chabola de pedazos en Fontainhas, en la que había vivido casi cuatro décadas, para trasladarse a su nueva vivienda social, en los que cambiaba de hogar, pero seguía padeciendo la explotación, el hambre y el racismo del país de acogida. En el 2009, el cine de Costa alcanza sus cotas más profundas y conceptuales con Ne change rien, en la que a través de una filmación de claroscuro (más propia del cine de serie B de Lang, Mann, Tourneur, etc…, que se ha convertido en una de las señas de identidad de su cine) conmovía a través de una gran sencillez y una cercanía asombrosa, en la que nos sumergía en el retrato de la cantante Jeanne Balibar.

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En su segmento Sweet exorcism, perteneciente a la película colectiva Centro histórico (2012) ya apuntaba ciertos temas y elementos de Caballo dinero, centrándose en la secuencia/plano del ascensor, y la huida por el bosque, que recogen todo el espíritu que recorre la película/viaje que define la naturaleza de Caballo Dinero, la mirada de Ventura (que se convierte en onmipresentedurante todo el metraje) nos guía por este recorrido por los lugares que han estructuado su existencia, como el hospital, que más parece una prisión que otra cosa, el asilo donde voluntariamente se encarcela Ventura, una fábrica abandonada, un taller lleno de polvo, o una oficina en penumbra, lugares que ya han perdido su memoria, lugares vacíos de tiempo, un tiempo que no existe, que se ha desvanecido, que ha perdido su identidad y se ha convertido en otra cosa, un tiempo sin tiempo, en el que pasado y presente conviven en espacios que almacenan una memoria desaparecida, que el tiempo desvaneció, que ya no respira. Costa sigue a su cansado y desesperado Ventura, una figura fantasmal que se desplaza sin rumbo, perdido, sin alma, un hombre devastado por el tiempo, por años de sufrimiento y precariedad, de un hombre que se reencuentra con las personas de su pasado, sus paisanos caboverdianos u otros africanos (angoleños, guineanos) llegados de las antiguas colonias a mediados de los setenta, con los que comparte canciones de su patria perdida, recuerdos de sus primeros años, la dictadura, el trabajo, los amigos…, años de revolución, de cambio (con el fin de la dictadura que alcanzó medio siglo) años de ilusión en los que se soñaba con un mundo mejor, un mundo de derechos para los obreros y vidas dignas para todos, que los recién llegados nunca vieron materializarse. Todo aquello se consumió con el paso del tiempo, y lo que queda son recuerdos vagos, espacios sombríos, cansancio y locura.

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Costa construye su película a través ligeras cámaras digitales y un reducido equipo técnico, en el que filma a Ventura en planos dilatados y estáticos (hay pocos movimientos de cámara durante la película) en el que prima la acción y la palabra, sujetos a espacios limitados, más propios de una prisión, a través de su habitual claroscuro que escenifica ese mundo oscuro, entre sombras y espectros, más propios del cine de terror, en los que se ha convertido Portugal, y la vieja Europa, y en mayor medida, los inmigrantes que han sufrido la vida miserable de una Europa egoísta, injusta y a la deriva. Ventura ( que podría ser un trasunto del profesor Borg de Fresas salvajes, el Luis de La prima Angélica o el cineasta de La mirada de Ulises) se mueve entre el documento y la ficción, entre un espacio indefinido en el que Costa captura con su mirada 40 años de la memoria ahogada de un país roto y devastado por la crisis, centrándose en la mirada cansada, desesperada y mutilada de Ventura, alguien que no se mueve, se desplaza por espacios sin vida, oscuros, sin tiempo, en los que su memoria se amontona en infinidad de pedazos que aparecen de manera pausada y accidentalmente. El cine de Costa es un cine poético, artesanal y paciente, filmado con una textura agobiante e hipnótica, dotando a su obra de una atmósfera que fascina y aterra a la vez, cimentando un cine sólido, sin fisuras, en el que cada instante nos provoca una meditada reflexión, creando un espacio fílmico de una contundencia sobrecogedora, convirtiendo a su cine en una experiencia única, como la ya mencionada secuencia del ascensor, que a través de ínfimos elementos logra condensar en un mismo espacio, y sólo con dos personajes, todo un conglomerado del devenir histórico de no sólo Portugal, sino de Europa, en todo lo que podía haber sido, un continente de unidad y humanidad, y en lo que finalmente se ha convertido, el fin de la utopía, un lugar enfermo, en el que reina la precariedad y la injustica.

 


<p><a href=»https://vimeo.com/176600295″>Trailer oficial CABALLO DINERO (Pedro Costa, 2014)</a> from <a href=»https://vimeo.com/numax»>NUMAX</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

La venganza de una mujer, de Rita Azevedo Gomes

473694LAS RAZONES DEL CORAZÓN.

“La civilización extrema arrebata al crimen su aterradora poesía, y así, en este tiempo de inefable y delicioso progreso, el crimen ha adquirido una extraña fisonomía”

Un narrador (que recuerda a los que nos guiaban en las obras de Shakespeare) es el encargado de introducirnos en la película, y nos irá abriendo los diferentes capítulos que la componen. Nos presenta a Roberto, un dandy fatuo y hastiado, que recuerda con cierta nostalgia, los tiempos de pomposas fiestas en palacios y amores libertinos con nocturnidad y alevosía. Una noche, mientras regresa de una fiesta, se encuentra a una joven que lo invita a su casa, con el fin de proporcionarle una noche de placer y desenfreno, aunque todo cambia de rumbo, y la mujer le abre su corazón y le cuenta algo que le ocurrió en el pasado y sigue dominando sus emociones más profundas. La cineasta portuguesa Rita Azevedo Gomes (1952, Lisboa), que tuvo a Manoel de Oliveira (1908-2015) entre uno de sus mentores, al que dedicó una película, lleva un cuarto de siglo dirigiendo películas centradas en el universo femenino.

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En la que nos atañe ahora, producida en 2012, desarrolla una adaptación libre de un relato homónimo incluido en Las diabólicas (1874), de Jules Barbey D’Aurevilly. La cineasta lisboeta acomete la película, centrada en una sóla noche, desde el punto de vista de la mujer, una desdichada señora que se casó con uno de los hombres más ricos de España, pero al que no quería, su infortunio se produjo cuando se enamoró del primo de su marido, y todo desembocó en una tragedia, que le confinó a una vida miserable, encerrada en cuatro paredes y vendiéndose a todos los hombres que se interesan por sus favores carnales. No estamos ante una película de época, sino una representación de época, una máscara, artificial, con un propósito y sentidos concretos, con múltiples referencias de poesía, pintura y teatro, enraizados en una trama que se desarrolla en dos tiempos, el presente, y el pasado, que penetra de forma natural contaminando todo lo que está sucediendo. Una mise en scene estilizada, y de calculada y milimétrica elaboración (en la que predominan las tomas largas, suaves movimientos de cámara que encuadran a los personajes, y planos generales)  nos conduce por los diversos decorados, y sobre todo, por la casa de la mujer, donde se desarrolla principalmente la historia, a través de maravillosos juegos de luces y espacios, en los que el tiempo no existe, desaparece, se aleja a nuestros sentidos, en el que nos atrapa, de forma irreversible, un espacio fílmico de abrumadora belleza, en el que se imponen los colores oscuros y apagados con predominio del rojo, ese rojo de sangre, de vida, de amor y muerte.

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Gomes nos relata una historia terrible y de gran crudeza, huyendo de dramatismos y condescendencias, sumergiéndonos de forma sencilla y honesta en el oscuro pasado de una mujer muerta en vida, desgraciada en el amor, y desgarrada de emociones, que ya no vive, sólo respira para arrastrar su no dignidad, vendiendo su cuerpo a decenas de amantes ocasionales, para vengarse de aquel que le hizo daño, aquel que no la entendió, quién la convirtió en lo que es. Una película que recupera el aroma del romanticismo, de las historias de amor fou, relatos oscuros de amores arrebatados, de locura, sin razones, en las que las almas enamoradas se dejan llevar hacía el abismo, hacía la nada. Un film que nos devuelve a la memoria heroínas desdichadas en el destino del amor como la Gertrud de Dreyer o las aproximaciones al mundo romántico de Rohmer con La marquesa de O, Perceval le Gallois o El romance de Astrea y Celadón, obras de fuerte carga emocional y conceptuales que nos invitan a dejarnos llevar por historias de amor de verdad, de las que se sienten y padecen. El exquisito trabajo de luz y composición de Acácio de Almeida (colaborador de Tanner, Ruiz, Oliveira…) que en cierta manera, recuerda al trabajo que hizo Storaro para Goya en Burdeos, y el magnífico montaje de Patrícia Saramago, refuerzan la idea formalista y teatral con la que nos presenta su historia la realizadora portuguesa. El gran trabajo de la actriz Rita Durâo (coladora en la filmografía de la directora) que compone el personaje de forma admirable, dotándolo de matices y miradas, a una protagonista envuelta en amargura y rabia, que la mata por dentro, un espectro sin rumbo que se mueve entre sombras. Y su paternaire, el actor Fernando Rorigues que impone dignidad a un tipo venido a menos y cansado, algo así como un caballero errante. Gomes ha parido una obra de grandísima belleza, que nos hipnotiza, a través de una concepción formal abrumadora, y nos sumerge en el alma oscura y terrible de una mujer desconsolada que se mueve por inercia, sin capacidad para sentir, con el alma rota y vacía, con el fin de invadir de soledad a aquel que la dejó así.


<p><a href=»https://vimeo.com/163432396″>Trailer LA VENGANZA DE UNA MUJER (Rita Azevedo, 2012)</a> from <a href=»https://vimeo.com/numax»>NUMAX</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>