La niña de la cabra, de Ana Asensio

ELENA ENCUENTRA A SEREZADE. 

“(…) que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos”.

Fragmento de “Sé todos los cuentos”, de León Felipe 

Una de las películas más inolvidables que mejor ha abordado la gestión emocional de la muerte, la pérdida y el duelo durante la infancia es Cría cuervos… (1976), de Carlos Saura. La segunda película de Ana Asensio (Madrid, 1978), La niña de la cabra no está muy lejos del aroma de la cinta de Saura, porque también nos sitúa en Madrid, en un barrio de tantos en 1988 y bajo la atenta mirada de otra niña Elena, una niña que, en un mes hace la primera comunión y tiene un vínculo muy fuerte con su abuela. Al morir ésta, el universo de la niña se tambalea y es cuando aparece en su vida Serezade, una niña gitana que con su familia hace bailar a una cabra. Este encuentro será crucial para Elena que, perdida ante tanta cuestión y desaliento, se refugia en el mundo de Serezade, que ve como diferente y lleno de amor y colores. 

Después de la contundente y asfixiante Most Beautiful Island (2017), que Asensio dirigía y protagonizaba, en la que nos sumergía en un extraordinario thriller psicológico en la que una joven se veía abocada a realizar un trabajo de mucho riesgo donde se destapan las verdaderas miserias de New York. Ahora, la directora madrileña vuelve a su infancia, retorna para recuperar muchos recuerdos, sensaciones y emociones para situarnos en la mirada despierta de Elena, con un plano-Ozu, es decir, en que la cámara se sitúa a la altura de la protagonista, y por ende, el punto de vista del relato se vive desde la infancia, ese mundo bello y trágico a la vez, un universo donde somos príncipes y mendigos, llenos de preguntas, aislados del secretismo del mundo adulto, y en contrapartida, de la realidad en la que vivimos. Una etapa que, ante tanto misterio, nos inventamos la existencia, imaginando otros mundos y lugares y sobre todo, aventuramos una forma de relacionarnos con la vida, la muerte, la ausencia y el dolor, creando nuestra propia experiencia de forma libre, sin ataduras y siendo todo lo felices e infelices que conocemos. 

La parte técnica brilla en la película con la exquisita, íntima y luminosa luz de David Tudela, que ha trabajado en cortos, series y documentales, en un cercano trabajo con la luz que recuerda a los grandes trabajos de Alcaine, donde se recoge muy bien lo que eran el final de los ochenta, sin caer en el embellecimiento ni en el subrayado, amén de la mención del encuadre a la altura de sus “bajitas” protagonistas, que ayuda a introducirnos en ese universo paralelo que inventan. El sobrio montaje de un grande como Nacho Ruiz Capillas, con más de tres décadas de profesión y más de 120 títulos en su filmografía al lado de los grandes del cine español, compone un sutil retrato donde lo natural y lo “otro”, ya que no quiero desvelar ningún detalle de su trama, se magnetizan de forma enriquecedora. La música es otro de los elementos capital en la película de la realizadora madrileña porque ayuda a crear ese magnetismo que tiene la historia. Tenemos a la pareja de músicos rumanos Marius Leftarache y Ionut Radu que se alimenta con varios temas relacionados con la abuela, con el encuentro con Serezade y un temazo de la época que les sonará y mucho.  

Si la parte formal está a la altura de lo que se cuenta, el elenco actoral también se suma a la calidez, sensibilidad y transparencia con la que se interpreta cada personaje y cada situación. Tenemos a las dos niñas debutantes en la piel de Alessandra González como Elena y Juncal Fernández como Serezade que, no están muy lejos tampoco de Frida, que interpretaba Laia Artigas en la magnífica Estiu 93 (2017), de Carla simón, otro gran título sobre la pérdida en la infancia. Las niñas transmiten espontaneidad y calma ayudan a transmitir todos las alegrías y temores de ambos personajes, en su peculiar aventura de la invención y la fábula, en un hermosísimo cuento sobre la muerte en la infancia, en cómo dos niñas se encuentran, se relacionan y viven ese doloroso descubrimiento cuando no lo desconocen completamente. Los adultos, también importantes en la trama, son los padres de Elena, Lorena López y Javier Pereira que, escenifican con naturalidad muchos de los padres de entonces que vivían en un mundo totalmente paralelo a sus hijos, a los que ocultaban todo lo que consideraban oscuro. La abuela la hace una grande como Gloria Muñoz que añade ese vínculo tan cercano que tiene con su nieta. Y finalmente, la presencia de Enrique Villén como cura, con la religión como eje vertebrador de la vida para la pequeña Elena, ejemplificando esa función del bien y el mal, y de lo prohibido y lo que no, que aún confunde mucho más a la niña. 

No crean que La niña de la cabra es una película más con niñas y su descubrimiento al mundo de los adultos, con ese aire de azucarillo y blanqueo tan recurrente en el cine comercial estadounidense y de otras latitudes. Porque si piensan eso de esta película estarían desmereciéndola injustamente, ya que el segundo trabajo de Asensio es ante todo, una obra de una sensibilidad magnífica a un tema muy difícil, y tiene la delicadeza de indagar sin prisas y con el aroma de cuento urbano y no tan urbano a través de la atenta mirada de una niña de 8 años que, ante la falta de información conoce a una niña Serezade, tan diferente de ella, que le descubre otro mundo, otra forma de enfrentarse a las cosas y sobre todo, le arropa en una bonita e íntima amistad en que se tropezarán con muchos conflictos que resolverán a su manera, con una increíble imaginación y una naturalidad desbordante, sin importar el futuro, sólo su presente. Aún cambiando de registro, el cine de Asensio vuelve a demostrar que le van las historias mínimas e íntimas, y tiene especial elección en profundizar en esos temas que no queremos ver ni experimentar cómo la desesperación y la oscuridad en su ópera prima, y la muerte, la pérdida, el duelo y la ausencia, y la amistad en su segunda película. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ana Asensio

Entrevista a Ana Asensio, directora de «Most Beautiful Island», en el marco del Festival Internacional de Cine de Sitges. El encuentro tuvo lugar el jueves 5 de octubre de 2017 en el hall del Hotel Melià en Sitges.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ana Asensio, por su tiempo, generosidad y cariño, y a JJ Montero de ConUnPackDistribución, por su tiempo, generosidad, amabilidad y cariño.

Most beautiful island, de Ana Asensio

EL INFIERNO DEL SUEÑO AMERICANO.

Luciana es una española sin papeles que sobrevive con trabajos precarios en Nueva York. A través de Olga, inmigrante rusa, con la que trabaja alguna vez, acaba consiguiendo un trabajo que consiste en pasearse por una fiesta de lujo, aunque las cosas no parecen tan sencillas y además, hay gato encerrado. La puesta de largo en la dirección de largometrajes de Ana Asensio (Madrid, 1978) es una combinación magnífica y arrolladora de cine social y thriller psicológico, con el mejor aroma del cine independiente americano. Asensio dejó una carrera incipiente como actriz en la televisión en España para emprender la aventura del “american dream” y plantarse en la Gran Manzana para estudiar interpretación, aunque las cosas no salieron como esperaba y durante el último cuatrimestre del 2011, con los atentados de Nueva York en el ambiente, ella sobrevivió con trabajos precarios que la llevaron a vivir una experiencia desagradable  con uno de ellos. Toda aquella experiencia la ha plasmado en su primera película, que además de dirigir, escribe, protagoniza y coproduce, una cinta que ha levantado con el espíritu del cine combativo, resistente y la ayuda de unos colaboradores que han creído en su proyecto desde el primer momento.

Asensio, sin experiencia previa como directora, ha construido una película del aquí y ahora, una película que se desarrolla en una sola jornada, siguiendo a su protagonista, Luciana, durante un solo día, y documentando esa vida precaria, a salto de mata, con la falta de dinero acechando a cada momento, sin tregua, y sin descanso. Asensio, en la primera mitad de la cinta, nos introduce en un cine de gran efervescencia social, con los incesantes ruidos de la gran metrópoli, donde Luciana se mueve de aquí para allá, haciendo todo tipo de trabajos, a cual más miserable y desastroso, con multitud de problemas, como repartir propaganda vestida de pollo, de niñera recogiendo unos niños idiotas que la odian, sólo algunos de los empleos míseros que pululan para los más desfavorecidos, para todos aquellos que tienen que andar escondiéndose de la ley, para aquellos que vivir se ha convertido en un desagradable deambular. Luego, en la segunda mitad, y con un gran acierto del ritmo y la construcción dramática de la historia y su personaje, el ruido va cesando para penetrar en otro mundo, en esos lugares que se escapan de las miradas ajenas, esos espacios miserables y oscuros, donde siempre hay que bajar escaleras, e introducirse en lugares sin ventanas, donde la vida parece detenida, y nada ni nadie parece saber lo que ocurre entre esas paredes alejadas de la vista de todos.

Asensio logra con lo mínimo lo máximo, y seguimos con Luciana, sabiendo en todo momento lo único que ella sabe, sufriendo y angustiándonos con el personaje, su ansiedad y miedo que se van apoderando de ella a medida que va descendiendo a su infierno particular, a esa fiesta que no parece como tal, y siendo víctima, sin quererlo, todo por el maldito dinero, de un juego macabro y mortífero, para satisfacer a una minoría elitista y podrida de dinero que satisface sus deseos más oscuros y terroríficos explotando a los invisibles, a todos aquellos sin recursos que, sin saberlo, son capaces de aventurarse en juegos siniestros para seguir sobreviviendo en una ciudad aparentemente llena de luz, pero que bajo la alfombra oculta mucha oscuridad y miseria. Asensio ha logrado una película extraordinaria, que mantiene un increíble pulso narrativo, manteniéndonos en una tensión constante, con la ayuda de la crudeza y el grano que ofrece el Súper 16, obra del camarógrafo Noah Greenberg, en el que los espacios subterráneos adquieren una dimensión de constante peligro y terror, como ese sótano sin aire que respirar, en el que Luciana espera, nerviosa y muerta de miedo, su turno, con las miradas fijas en esa puerta y en los ruidos que salen de ella, mientras escuchamos esos sonidos, con espíritu vanguardista e industrial, que aún acrecienta la soledad, la angustia y el temor que recorre cada poro de su cuerpo.

La directora madrileña recoge el testigo de grandes autores como el espíritu independiente y revolucionario del cine de Cassavetes (el maestro del cine indie y referente de tantos) o los Baumbach, Anderson o Arnold, que describen con minuciosidad los detalles y la complejidad de sus personajes, explorando con precisión voyeurista los entresijos que experimentan sus criaturas en sus trabajos de carácter resistente y a contracorriente, sin olvidarnos de la película 4 meses, 3 semanas y 2 días, de Cristian Mungiu, con la que guarda muchos aspectos, tantos formales como de fondo, en el que también se describía las horribles vicisitudes que pasaban dos chicas en la Rumanía ochentera de Ceaucescu. Most beautiful island es una película excelente y con gran tensión narrativa, que alumbra la mirada de Ana Asensio como una directora a tener muy en cuenta en sus próximos trabajos, con una gran capacidad para focalizar desde la intimidad los problemas de los más desfavorecidos del primer mundo, penetrándonos en ese mundo alejado de los escaparates de grandes avenidas, de fiestas sin fin y demás excesos. Aquí se habla de aquellos que no se ven o no queremos ver, de aquellos que corren sin descanso a la caza de un mísero trabajo para seguir no se sabe dónde, aquellos que podríamos ser nosotros en algún momento de nuestras vidas.