Pinocho, de Matteo Garrone

EL MUÑECO DE MADERA QUE QUERÍA SER UN NIÑO.

(…) Y aunque Pinocho era un muchacho de natural muy alegre, se puso también triste; porque cuando la miseria es grande y verdadera, hasta los mismos niños la comprenden y la sienten.

(Fragmento extraído de Pinocchio, de Carlo Collodi)

Millones de niños en todo el mundo, y aquellos que fuimos niños alguna vez, conocemos la historia de Pinocho (1881-2), de Carlo Collodi, a través de la película de Disney de 1940. Un relato que iluminaba y embellecía las partes más oscuras del cuento. Ninguno de nosotros, conocía la historia real, y como suele ocurrir, tiene poco que ver con la adaptación estadounidense animada. El cineasta Matteo Garrone (Roma, Italia, 1968), que saltó a la fama con la magnífica Gomorra (2008), basada en el libro de Roberto Saviano, donde explicaba con crudo realismo y cotidianidad, la existencia de los verdugos y víctimas de la mafia napolitana. Antes, el director italiano había realizado películas interesantes sobre los habitantes de la periferia romana como inmigrantes, en Terra di mezzo (1996) y Ospiti (1998), y la tragicómica Verano romano (2000), luego se instaló en el cuento de hadas oscuro y claustrofóbico en El taxidermista (2002) y Primer amor (2003), con El cuento de los cuentos (2015), adaptaba los cuentos de cortos de Giambattista Basile, autor del siglo XVII. Con Dogman (2018), volvía al realismo social, en una fábula moderna sobre la valentía.

En Pinocho, Garrone, mostrándose fiel al original, y en una historia de acción real, con un guión que coescribe con Misino Cecherini, nos sumerge en un universo onírico, barroco, sensible, muy oscuro y terrorífico, donde vuelve a un realismo cruel y durísimo, la Toscana rural de finales del XIX, como atestigua la secuencia que abre la película, con un Geppetto hambriento y sin trabajo, que intenta por todos los medios convencer al tabernero de la rehabilitación de su inmobiliario. La narración muestra dos mundos. En uno, Pinocho, el muñeco de madera, a pesar de su aspecto, es tratado como uno más. En el otro, fabulesco, donde los animales adoptan aspectos y actitudes humanas, el muñeco descubre el mundo real, en el que su ímpetu, liberación, egoísmo y mentiras, se convertirán en su mayor enemigo, y las consecuencias de sus actos serán terriblemente castigados, como el crecimiento de su nariz cuando miente, que acaba siendo una secuencia muy divertida y jocosa. Pinocho conocerá en su periplo, personajes de toda índole, algunos querrán engañarlo, otros lo engañarán, unos querrán juzgarlo, y otros, lo ayudarán y le reprenderán como la Hada, incluso algunos querrán enterrarlo.

Las aventuras y peripecias de toda clase que vivirá el muñeco de madera son realmente fascinantes e hipnóticas, llevándonos de un lugar a otro, caminando por esos campos y caminos, revelándonos aspectos de la personalidad del muñeco que debe cambiar, y mostrándonos muchos mundos dentro de este. Pinocho se muestra individualista, alguien que desea jugar y reírse y no ir a la escuela, alguien que no obedece, que se escaquea de sus deberes y obligaciones y opta por la mentira, como forma para hacer las cosas a su antojo y huir de la escuela, como los consejos que desoye del grillo,  y luego, se verá inmerso en las terribles consecuencias que le llevan sus acciones individualistas y egoístas. El espectacular y brillantísimo diseño de producción de la película, obra de Mark Coulier, en el diseño de los personajes y la caracterización, y los efectos visuales, obra del estudio One of Us, encabezado por Rachael Penfold, la excelente partitura de un músico reconocido como Dario Marianelli, el montaje de Marco Spoletini (habitual de Garrone) y la luz del cinematógrafo Nicolai Brüel, responsable también de Dogman.

La película hace gala de una gran sabiduría cinematográfica, aunando espectacularidad con artesanía, donde hay espacio para el realismo social y el cuento de hadas, mezclándonos aspectos de unos y otros, como el zorro y el gato de la obra, ahora convertidos en malhechores sin escrúpulos, el circo de marionetas, una especie de carromato propio de las películas de Fellini, donde los títeres son una hermandad que nos recuerda a los Freaks, de Browning, el castillo decadente de la Hada, como ese lugar oscuro y mágico a la vez, donde todas las cosas cambian según el comportamiento de Pinocho, la idea de la responsabilidad y el trabajo del muñeco para ayudar a su padre, o el carromato del señor que recoge niños con la ilusión de jugar, que oculta a un señor con fines terroríficos, que recuerda al aroma que se respiraba en Hansel y Gretel, de los Grimm, o el famoso interior de la ballena, convertido en una especie de mito de “La caverna”, de Platón, y la idea que ronda a toda la película, donde Pinocho, nos recuerda al monstruo de Frankenstein, de Mary Shelley, un ser de otro mundo, que debe relacionarse en una sociedad donde existe la maldad, la violencia y la mentira, en pos a una humanidad e inocencia, que irremediablemente, chocan contra esos infaustos valores.

El relato se cuenta con pausa y elegancia, no hay argucias argumentales ni elementos que no casen con el contenido, todo se mueve en pos a lo que se cuenta y se intenta que se cuente de la mejor forma, extrayendo un relato de aventuras cotidianas, donde siempre encontramos el reflejo en la sociedad, donde cada acto tiene nefastas consecuencias para Pinocho, un muñeco de madera que desencaja en un mundo demasiado mercantilizado, miserable y lleno de gentuza que se aprovecha constantemente de la buena fe del prójimo, donde hay muchos instantes de puro terror, donde la fantasía se vuelve siniestra y los personajes se envuelven en la falsa moral para agredir a Pinocho. Garrone ha construido una película fascinante y llena de verdades, que funciona como un espejo donde emergen las realidades sociales más miserables, tanto física como anímicamente, en la que Pinocho se convierto en el centro de las enseñanzas que debe y necesita aprender cuanto antes, escuchando a aquellos que quieren ayudarlo, y sobre todo, compartiendo con los demás, convirtiéndose en aquello con lo que sueña, dejar de ser un muñeco de madera para convertirse en un niño de carne y hueso, no como los demás, sino mejor que los demás, conociendo el amor, siendo capaz de ser él mismo, sin olvidarse de los demás, sobre todo, de Geppetto (un sobrio y comedido Roberto Benigni), convertido en su “padre”, y lo más importante, que no hay necesidad de mentir, y si de ser valiente con la verdad y lo que somos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dogman, de Matteo Garrone

PERROS SALVAJES.

Aunque ya llevaba cinco títulos en su filmografía, fue con Gomorra (2008) un durísimo retrato sobre el hampa napolitana, basada en la novela de Roberto Saviano, inspirada en hechos reales, la película que catapultó el nombre de Matteo Garrone (Roma, Italia, 1968) a nivel internacional. Un cine que ya había dado muestras de su carácter indómito con retratos sobre inmigración y oscuras historias de amor y odio, ancladas en lugares de la periferia o alejados, donde van a acabar aquellos con pocos recursos o marginales, con historias protagonizadas por los más débiles, aquellos invisibles que se mueven entre la suciedad y lo más terrible de la sociedad, con un marcado estilo documental, donde el retrato de los personajes y sus vidas, se acaba fusionando con esos lugares casi ruinosos de sus ambientes, atmósferas duras, ásperas y sucias donde gentes humildes se relacionan con la gentuza más horrible de la sociedad. Un cine que recuerda a la fealdad y pesimismo del cine de Pasolini, donde sus personajes parece ser que tienen marcado un destino negro hagan lo que hagan. En Dogman, noveno título de su carrera, se centra en la vida de unos pequeños comerciantes instalados en las afueras de la ciudad, y más concretamente en uno de ellos, Marcello, un hombrecito enclenque y divorciado, que tiene una relación fraternal con su hija pequeña Alida, y regenta su peluquería canina, y mantiene una relación amable con sus vecinos también comerciantes. Aunque, hay algo que preocupa a Marcello y los demás, y tiene un nombre, Simoncino, una mala bestia que ha creado el terror en el lugar, adicto a la cocaína, que le proporciona Marcello, y con un carácter violento que asola el lugar y tiene muy preocupados a los comerciantes.

Garrone narra un cuento ético, sin moralina, sólo muestra unos hechos, y convoca al espectador para que se mantenga despierto y alerta, donde nos habla de manera sobria y concienzuda sobre las consecuencias de las elecciones en nuestras vidas, y cómo esas decisiones nos convierte en personas que odiamos, en la parte sombría de nuestra alma, y cómo el miedo y la confusión nos lleva a realizar actos impuros y deshumanizados, traicionando a aquellos que más queremos, y provocando terribles consecuencias para nuestras existencias. El cineasta italiano construye una película sobre lo peor de la condición humana, donde no hay esperanza ni salvación, o al menos hay muy poca, y muchos menos para todos. Un cine de personajes enfrentados con aquello más oscuro y terrible, donde la sociedad se vuelve más siniestra y feroz, en el que sobrevivir se convierte en la preocupación diaria, porque hay veces que la razón ya no vale, y la violencia es el único argumento para salir adelante, algo así como una huída por miedo a enfrentarse a esa bestia que cada día nos humilla y nos aniquila más.

Garrone plantea una película de atmósfera agobiante y brutal, que deja sin aliento, donde el tiempo siempre está nublado o lluvioso, con muy pocas horas de sol, con unos personajes que hacen sus típicos trapicheos ilegales para ganarse unos billetes, y que a veces acaban trasgrediendo los límites, y cuando se dan cuenta ya es demasiado tarde. Una trama construida a través de dos ambientes, la primera, observamos la vida cotidiana de Marcello y los demás comerciantes de la zona, con esos momentos tiernos y agradables de Marcello con su hija, planeando viajes que my probablemente nunca realizarán o sí, y luego, tenemos la presencia inquietante y violenta de Simoncino, que se encuentra desatado y sus actitudes violentas van a más, un mundo sórdido y brutal, donde la película vuelve a los ambientes del hampa napolitana de Gomorra, donde traficantes, ladrones y gentuza de la misma calaña, pululan por la vida de Simoncino, y por la de Marcello, a veces a su pesar, cuando el gigante lo mete en sus negocios turbios, porque cada día quiere más, y nunca tiene suficiente.

El cine de Peckinpah, y sus personajes atrapados en la violencia y con esos destinos fatales cargados en su pasado y conciencias, fatalidades de las que no pueden escapar, sería un fiel reflejo al que se mira Garrone, donde la violencia siempre se desata de forma muy violenta y las consecuencias siempre son trágicas, como la espiral violenta que narra el director italiano, que va in crescendo, sin nada ni nada que pueda evitarla, donde cada acto en apariencia inocente, se vuelve turbio y cruel, con la magnífica metáfora de esos perros enjaulados que asisten atónitos a toda la maldad humana. Garrone narra con dureza y contención una venganza, un combate a muerte entre el hombre bueno y la bestia violenta que ataca su mundo humilde y sencillo, en el que sobresalen las dos magnificas interpretaciones de la pareja en cuestión. La cuidada y contenida interpretación de Marcello Fonte (un actor que había trabajado con Scorsese o Scola, entre muchos otros) se convierte en el centro de la trama, bien acompañado por su contrincante en estas lides, el enorme y violento Simoncino, una mala bestia suelta y peligrosa al que da vida Edoardo Pesce, convirtiéndose en un enemigo a la altura de la composición de Fonte. Dos grandes trabajos que nos llevan de un lado al otro, de un extremo a otro, donde ya nada tiene regreso, donde siempre se va hacia adelante, con extrema violencia, en este cuento moderno sobre la amistad, las zonas oscuras del alma, las decisiones que tomamos, y sobre las jaulas que nos inventamos, nos creamos y esas vidas que no llevamos por miedo o por desilusión.