Entrevista a Rocío Mesa

Entrevista a Rocío Mesa, directora de la película «Secaderos», en los Cinemes Girona en Barcelona, el martes 30 de mayo de 2023

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Rocío Mesa, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Carnota de Begin Again Films, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Secaderos, de Rocío Mesa

LA NIÑA Y EL MONSTRUO. 

“Te lo he dicho, es un espíritu. Si eres su amiga, puedes hablar con él cuando quieras. Cierras los ojos y le llamas. Soy Ana… soy Ana…”.

Frase escuchada en El espíritu de la colmena, de Víctor Erice

Empezar una película no es una tarea nada fácil, elegir ese primer plano, la distancia entre la cámara y el objeto o paisaje en cuestión, el sonido que se escuchará o por el contrario el silencio que nos invadirá. En Secaderos, la segunda película de Rocío Mesa (Granada, 1983), se abre de forma espléndida, en la que en un encuadre lo vemos todo y mucho más. Esa bestia/criatura, formada de plantas de tabaco secas y colores pálidos, errante que vaga frente a nosotros por las plantaciones escasas de tabaco, y más allá, en segundo término, unos operarios arrancan las plantas para seguir cultivando. El presente y el pasado en un sólo plano, en cierto modo, la muerte y la vida, como capturaba Johan van der Keuken en su magistral Las vacaciones del cineasta (1974), una idea en la que se ancla una película que nos habla de ese lugar y ese tiempo finitos, donde el paisaje se llena de casas para turistas, los adultos sólo vienen de vacaciones, y los jóvenes sueñan con huir de unos pueblos, los de la Vega granadina, donde sólo quedan los más mayores que se venden sus tabaqueras y una forma de vida que es sólo recuerdo y memoria.  

De la directora granaína conocíamos su anterior película Orensanz (2013), una película de auténtica guerrilla, en la que profundiza en el arte de Ángel Orensanz entre el New York más cultural y el Pirineo aragonés. También sabíamos de su exilio artístico californiano donde ha levantado un festival de cine “La Ola”, centrado en la promoción del cine español, y ha producido interesantes documentales como Next (2015), de Elia Urquiza y Alma anciana (2021), de Álvaro Gurrea. en su segundo largometraje, retorna a casa, al lugar donde creció, a esa Vega machacada por un progreso deshumanizado, y lo hace a través de dos niñas, Vera, de 4 años, que visitas a sus abuelos acompañada de su madre, y otra, Nieves, adolescente que vive y trabaja junto a sus padres en una de las pocas tabaqueras que quedan en pie (edificaciones artesanales de madera que se usa para secar el tabaco). Mesa construye una película singular y tremendamente imaginativa, porque conviven la ficción y el documento de forma natural y sencilla, y también, el fantástico, con esa criatura que va entre el tabaco o lo que queda de ellos, lamentándose y triste, una metáfora del lugar, como lo era ese otro monstruo de Frankenstein en la inolvidable El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, y su encuentro con la niña, en este caso, con dos niñas, donde el tiempo no existe, donde el tabaco está despidiéndose, donde sólo los niños y niñas pueden verla si de verdad quieren verla. 

Una película que sin pretenderlo ni posicionarse directamente, nos habla de lo social y de lo humano, de verse encerrada en un espacio que te pide huir de él, cuando los demás, tu entorno te obliga a seguir sin más, siguiendo una especie de tradición que no entiendes ni sientes. Tiene Secaderos esa mirada de vuelta a lo rural, como la tienen las recientes Alcarràs, de Carla Simón, y El agua, de Elena López Riera, de retratar un lugar antes que no desaparezca a través de las relaciones humanas y sobre todo, de esos pueblos atrapados en un tiempo que ya pasó, y en otro, el futuro, que ya no serán. La cineasta andaluza se ha acompañado de Alana Mejía González en la cinematografía que, después de la interior y oscura Mantícora, de Vermut, realiza otro soberbio trabajo, desde las antípodas del mencionado, ya que se va a exteriores y mucha luz. El gran ejercicio de sonido de un grande como Joaquín Manchón, que ha trabajado con Enciso, Subirana, Muñoz Rivas y Pantaleón, entre otros, el conciso y trabajado montaje de Diana Toucedo, de la que hemos visto sus últimas películas con Lameiro y Bofarull, en una historia que se va a los 98 minutos de metraje, y tiene muchas localizaciones por varios de los pueblos que componen la riqueza de la Vega granadina. 

Mención aparte tiene el magnífico trabajo de David Martí y Montse Ribé, que frente su empresa de efectos especiales DDT, han llenado de monstruos y criaturas de las más extrañas y fascinantes el cine español, que alcanzaron la gloria internacional con El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro, y siguen imaginando monstruos bellos y trágicos como el que pulula por la película, en otra obra de arte de la imaginación, que mezcla fantasía y realidad. Aunque la sorpresa mayúscula de una película como Secaderos es su fantástico y equilibrado reparto entre las que destacan las dos niñas, ¡Pedazo actuación de naturalidad y transparencia se marcan las dos debutantes!, las Vera Centenero de tan sólo siete años, que no está muy lejos de la Ana Torrent de la mencionaba El espíritu de la colmena, y Ada Mar Lupiáñez siendo Nieves, esa chica atrapada en un lugar y en un tiempo, que tan sólo lo quiere ver lejos, y después tenemos a la actriz profesional Tamara Arias, que se camufla como una más junto a los Jennifer Ibáñez, Eduardo Santana Jiménez, Cristina Eugenia Segura Molina, José Sáez Conejero y Pedro Camacho Rodríguez, vecinos de los pueblos de la Vega reclutados para la película. 

Secaderos, de Rocío Mesa no es una película más, es otro ejemplo más de la buena salud del cine español, taquilla aparte, que mira a lo rural, que siempre había sido caldo de cultivo de nuestro cine, desde lo humano, contando las dificultades para continuar con el trabajo más artesano y natural, frente a esas ansías destructivas de especulación y destrozar el paisaje con horribles casas unifamiliares, y es un magnífico retrato sobre ese estado de ánimo triste y desolador instalado en esa que algunos mal llaman “España vacía”, porque la realidad dice lo contrario, porque no está vacía del todo, siguen habitando personas que resisten y trabajan, con sus costumbres, su gazpacho fresquito, sus tardes veraniegas de tertulia y una idiosincrasia muy particular, lo que les dejan unas autoridades empecinadas en un progreso que destruye para mal vender un territorio al mejor postor, una lástima, porque como bien nos dice la película, finalmente, todos seremos como la criatura de la película, una bestia desamparada, que no habla, que emite sonidos y se lamenta sin consuelo. Quizás estemos a tiempo de salvarnos, aunque la sensación y la realidad más inmediata no ofrecen muchas esperanzas de salvación y mucho menos de vivir dignamente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Carlos Vermut

Entrevista a Carlos Vermut, director de la película «Mantícora», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 23 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carlos Vermut, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Lara Pérez Camiña de BTeam, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mantícora, de Carlos Vermut

EL MONSTRUO OCULTO.

“Me gustan tus monstruos. Tienen mucha vida interior… ¿no?. Tienen esa mirada melancólica, como si les preocupara algo…”

El universo cinematográfico de Carlos Vermut (Madrid, 1980), se mueve en los espacios de una aplastante cotidianidad, en los que la acción física está supeditada a lo emocional, a la parte psicológica, a esos mundos interiores donde sus personajes luchan contra sí mismos, deambulando por sus infiernos particulares, en una pesadilla constante del que hacen lo imposible para salir de ella, aunque con resultados extraños y perturbadores. Un cine de terror, peor un terror que de tan cercano, asusta más, porque los monstruos de sus películas no tienen un aspecto terrible, sino que son como nosotros, incluso nosotros, seres heridos que se mueven entre las sombras ocultas, entre las tinieblas de sus realidades, y sobre todo, monstruos sensibles, melancólicos y solitarios que inevitablemente no pueden huir de ellos mismos. Con Mantícora, esa criatura mitológica con cabeza humana y cuerpo de animal, vuelve a los terrenos que transitó en Magical Girl (2014), que era heredera directa de aquella gran sensación que fue Diamond Flash (2011), con esos personajes complejos y sus discutibles acciones, y deja el melodrama de terror que practicó en Quién te cantará (2018).

 

La película se centra en Julián y lo sigue en esa especie de diario de su protagonista, un joven modelador de monstruos para videojuegos, como esa apertura sensacional de la película, en que vemos en la pantalla el resultado virtual del monstruo que está diseñando el protagonista. Un tipo que se debate entre dos realidades, la suya propia, que intenta ocultar por todos los medios, y esa otra, la virtual, aquella en la que su imaginación se suelta y se libera. Todo ese quehacer diario de casa y trabajo, se rompe con la irrupción de Diana, una veinteañera de otra ciudad que está en Madrid cuidando de su padre enfermo, y en un momento de su vida en pleno tránsito, pensando que hacer con ella. Vermut plantea una película sencilla y muy trabajada, donde nada deja al azar, desde el implacable diseño de producción de Laia Ateca, que estuvo en la citada Quién te cantará y en La abuela, con guion de Vermut y dirigida por Paco Plaza, el conciso y cortante montaje que se va a las dos horas de metraje, medida habitual del director madrileño, que firma Emma Tusell, que vuelve a trabajar con el director después de la experiencia de Magical Girl, y esa luz claroscura de tonos suaves que impregna la trama de Alana Mejía González, que tiene en su haber el último trabajo de Carla Simón, y el interesante cortometraje Forastera (2020), de Lucia Aleñar Iglesias.

 

Y qué decir de su asombrosa y peculiar pareja protagonista formada por un Nacho Sánchez, que después que flipáramos con su Ismael en Diecisiete (2019), de Daniel Sánchez Arévalo, en un rol contenido y de hermano mayor, y de su estrambótico Carlo en Doctor Portuondo, la serie de Carlo Padial para Filmin, nos encontramos con otro registro muy diferente en el que da vida a Julián, un tipo solitario y melancólico, como los monstruos que diseña, alguien encerrado que con la aparición de Diana, deberá enfrentarse a todo aquello que esconde. Y la otra parte de esa inusual y bien escogida pareja es Zoe Stein, que nos había encantado en L’oreig (2014), de Blanca Camell, y en la mencionada Forastera, sendos cortometrajes en los que interpretaba a adolescentes, una en el final de un tiempo, y otra, en ayudar a la demencia de su abuelo. En Mantícora es Diana, un joven que, como Julián, se encuentra perdida, sola y sin más vida que una realidad difícil y sin rumbo. Una pareja que nos encanta por su absorbente naturalidad, cercanía y ese lado complejo que también muestran y ocultan según el momento.

 

La película de Vermut es un inquietante y perturbador cuento de terror, que se asemeja mucho a aquellos films de los sesenta y setenta como los que hacían Losey, Melville, Polanski, Saura, Fernán Gómez y Erice, entre otros, donde prima más el aspecto psicológico de los personajes, siempre en espacios domésticos, donde la carga del pasado es sumamente importante, y donde la cotidianidad los ahoga y se sientes desencajados y desplazados del resto y una sociedad demasiado hedonista y material. Las historias del cineasta madrileño se mueven a partir de conflictos invisibles, donde aparentemente, sus individuos parecen ajenos a lo que sucede, donde sus tramas están estructuradas a partir de un crescendo magnífico, en el que a los espectadores nos va envolviendo de forma sutil y elegante, casi sin darnos cuenta, en unas construcciones que recuerdan al imaginario hitchcockiano, recuerdan aquellas de Encadenados, Recuerda y La sombra de la duda, donde se juega a todo aquello que se muestra y a todo aquello que se oculta, en un juego macabro en que el respetado público deberá decidir sobre la moral de las acciones de los personajes, si es que se ve capaz, porque nunca es sencillo y mucho menos claro.

 

Vermut nos habla de temas incómodos, invisibles y muy tenebrosos, peor lo hace de forma inteligente, pausada y sin estridencias ni atajos sensibleros ni ninguna otra artimaña de trilero. Todo lo hace desde la emocionalidad, desde la sensibilidad de acercarse a unos personajes oscuros, a unas personas que no se muestran mucho, de escarbar en su cotidianidad, en sus pequeñas acciones, en sus relaciones sencillas, en todo aquello que está en sus vidas pero hay que acercarse detenidamente para poder verlo, construyendo todo el artificio cinematográfico de la forma más natural e íntima para que todo lo que nos ocultan se revele frente a nosotros, sin obstáculos, sin mediadores, mostrándose en toda su fealdad, mirándonos fijamente, sin poder desviar la mirada, sumergiéndonos en todo eso que intentamos no ver ni aceptar, pero que está, y el cine de Vermut lo mira, lo describe, y sobre todo, reflexiona sobre ello, y lo hace de forma inteligente y brillante. No se pierdan Mantícora, porque indaga en lo más oscuro de la condición humana y aunque no queramos asumirlo, también pertenece a lo que somos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA