Los destellos, de Pilar Palomero

LA TERNURA DEL CORAZÓN.  

“Hay tantas formas de amor como momentos en el tiempo”. 

Jane Austen

En Los destellos, tercer largometraje de Pilar Palomero (Zaragoza, 1980), no dista mucho de sus anteriores largometrajes. Tanto en Las niñas (2020), y en La maternal (2022), la historia se construía a través de la relación íntima, profunda y distante entre una hija y su madre, envueltas en un conflicto exterior que las acerca o aleja según las circunstancias. En la primera, la cosa iba de la educación cristiana de una niña en contraposición a los cambios del país en la España del 92, y en la segunda, el tema rondaba en un embarazo adolescente.  Si bien es cierto que, en esta última, a la relación de madre e hija, se le añade la cercanía de la muerte, a través de la enfermedad del padre y ex, respectivamente. La cineasta, de modo casi natural, ha ido añadiendo años a sus hijas, y ahora, estamos frente a una joven universitaria, manteniendo, eso sí, en las dos primeras, a madres solas, ya no en esta última, donde la madre tiene pareja y vive junta a ella. La historia nace del relato “Un corazón demasiado grande”, de Eider Rodríguez, donde se habla de cómo nos enfrentamos al hecho de la muerte, de su gestión y sobre todo, de ese eterno presente en el que vivimos. 

Como sucedía en sus anteriores trabajos, el relato naturalista y nada efectista cambia lo urbano para adentrarse en nuevo espacio, muy cercano a la directora, ya que es el pueblo de su familia, el Horta de Sant Joan, en Tarragona, en las Terres de l’Ebre y del Matarraña. Un rural que se aleja de lo primario para mostrar un espacio lleno de cotidianidad, de intimidad, con esa atmósfera tan cercana que se puede tocar, donde escuchamos respirar a los personajes, como si pudiéramos escuchar cada uno de sus latidos, cada una de sus emociones, en un equilibrado guion donde todo lo que vemos y escuchamos emana verdad, una verdad tranquila, nada impostada, ligera y reposada como cualquier día, donde la vida va pasando sin sobresaltos, o quizás, sin darnos cuenta, entretenidos a nuestros quehaceres cotidianos y nuestros futuros. Esa aparente tranquilidad se ve trastocada con las visitas de la hija, Madalen, que pasa los findes junto a su madre y visitando a su padre enfermo, Ramón, hasta que, la hija pide a su madre, Isabel, que visite a su padre y ex. Un hecho que reaviva el pasado, después de 15 años separados, donde volverán sentimientos que se creían superados y hará que el presente se convierta en sumamente trascendental. 

La delicada cinematografía de Daniela Cajías, que ya hizo la de Las niñas, y se coronó con la de Alcarràs (2022), de Carla Simón, se instala capturando con extrema sencillez la luz mediterránea, con sus contrastes y sus atardeceres, creando ese ambiente donde la vida y la cercanía de la muerte van creando esa luz viva, que nos deslumbra y también, nos ensombrece un poco, avivando todo ese interior complejo que está gestionando Isabel. La música de Vicente Ortíz Gimeno, del que conocemos sus trabajos en series como El día de mañana y La línea invisible, entre otras, huye de la sensiblería recurrente en este tipo de historias, para adentrarse en otros espacios, el de acompañar sin hostigar, el de estar sin entrometerse, el de estar callado sin interrumpir. El excelente montaje de Sofi Escudé, tercera película con Palomero, donde en sus 101 minutos de metraje se aleja de lo habitual para crear esa atmósfera donde cotidianidad y enfermedad se van dando la mano, como novios tímidos, y poco a poco, sin prisas ni agitaciones, se van acercando, acogiéndose y estando, acompañándose los unos a los otros, compartiendo el presente echando la vista al pasado que vivieron, que estuvieron, pero desde ese instante actual en que la vida parece detenerse e ir muy rápido, entre esas aristas donde se instala la película. 

El reparto de la película, magnífico bien escogido, con una Patricia López Arnaiz en el papel de Isabel, tan contenida como íntima, que traspasa la pantalla a partir de una naturalidad tan emocionante, muy bien acompañada por Antonio de la Torre como Ramón, que lleva con dignidad su enfermedad aunque se muestre distante al principio, también tendrá, como les ocurre a todos los personajes, un proceso que no le resultará fácil, con Julián López como Nacho, la pareja de Isabel, que va dejando sus personajes más cómicos para atreverse con tipos diferentes, más comedidos, en que prevalece la mirada y el gesto a la palabra. Finalmente, tenemos la presentación de Marina Guerola que hace el personaje de Madalen, otro grandísimo acierto de la directora zaragozana, como ya hiciese con Andrea Fandós en Las niñas, y con Carla Quílez en La maternal, otro gran rostro para el cine español, en una interpretación que ha sido todo un gran desafío para la actriz debutante, porque su personaje, que hace de puente entre sus padres, es una de esas composiciones que suponen todo un tránsito entre el pasado y presente, a través de dos seres que no se conocen, que son dos perfectos desconocidos, o quizás no tanto. 

Celebramos y aplaudimos una película como Los destellos, de Pilar Palomero que, además de convocarnos a una historia tan natural como real, nos conmueve con pequeños y leves detalles, sin caer en el manido relato de la compasión y la tristeza, sino en toda una lección de vida, del hecho de vivir, de enfrentarse a lo que somos, a lo que fuimos y lo que, quizás seremos, siempre desde el amor, el cuidado y el de mirarse en el alma del otro, o al menos, comprenderla y estar a su lado, porque en estos tiempo actuales donde las prisas y la acumulación de tareas se ha convertido en el sino de todos y todas, la película reivindica el tiempo detenido, olvidándonos un poco de nuestro ego, de nosotros y acercarnos a los otros. El tiempo para los otros como la mejor herramienta para conocernos y querernos, el hecho de estar, relajados y tranquilos observando un atardecer con una copa de vino o charlando sin más, como las mejores cosas que podemos hacer, olvidándonos de nuestras vidas mercantilizadas, y mirándonos en los demás, en sus cosas, ya sean la enfermedad, los recuerdos, los buenos y no tan buenos, así, sin más, sin nada que hacer, sólo compartiendo, un hecho que ya pocos hacen, sometidos a sus vidas y a sus cosas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista al Colectivo Nucbeade

Entrevista al Colectivo Nucbeade (Quiela Nuc y Andrea Beade), directoras de la película «A cinquito con derecho a tocar», en el marco de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona, en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el sábado 11 de junio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Quiela Nuc y Andrea Beade, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Anne Pasek y Teresa Pascual de Good Movies, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Donde acaba la memoria, de Pablo Romero Fresco

EL DETECTIVE DE LA MEMORIA.  

“En España ha habido una falta de valentía ética. Un país no puede dejar a 100.000 personas en cunetas. Es atroz. Estamos en Europa, al lado de la Merkel, y los alemanes sí han hecho los deberes… y Portugal y Chile y Argentina… ¿Dónde está el museo de la memoria?”.

Ian Gibson

Desde que Ian Gibson (Dublín, Irlanda, 1939), descubriera la poesía de Lorca a finales de los cincuenta, su vida se ha convertido en una implacable obsesión por desenterrar la historia oculta de España, y todo lo que ha tenido que ver con el citado poeta, y Buñuel y Dalí, sus dos compinches de la Residencia de Estudiantes. El hispanista irlandés les ha dedicado libros, documentales con el director británico Mike Dibb, y demás acciones y trabajos en relación a ellos, y muy especialmente, a descubrir la fosa donde se hallan los restos del poeta granadino. Toda una quimera para un hombre tozudo y paciente, en un país como España que ha olvidado su pasado más tenebroso y ha dejado en el olvido a decenas de miles de desaparecidos de la Guerra Civil y el Franquismo.

Lo que empieza como una forma de cerrar la segunda parte del libro dedicado a la vida de Buñuel, por  falta de apoyos, se acaba convirtiendo en una película profundo y muy reflexiva sobre el que busca y no es otro que Ian Gibson, porque si hay una forma de retratar a alguien que rastrea el pasado. esa no es otra que verlo en acción y sobre todo, rastreando su presente y pasado. La película de Pablo Romero-Fresco, que debuta en el largometraje, después de varios cortometrajes sobre cine accesible, y su labor en Inglaterra como profesor de cine y traductor,  con una película que ha sufrido una terrible odisea en su producción con ocho años de rodaje, cincuenta horas de metraje, robo del primer montaje, cambios personales del director y una pandemia, en un relato en el que acompañamos al insigne historiador y a Dibb a un viaje a Las Hurdes, como el que hizo Buñuel en 1933 para rodar Las Hurdes. Tierra sin pan, pasando también por los lugares de rodaje del mítico documental, como La Alberca y La Peña de Francia, y hablando y visitando los lugares donde casi ochenta años antes habían estado el equipo.

Una película-viaje que también pasa por Madrid, por la mítica Residencia de Estudiantes, y hablamos de Buñuel, Dalí y Lorca con el cineasta Carlos Saura y Javier Herrera, y luego por Sitges, para comentar con Romà Gubern y Paul Hammond, autores del libro “Los años rojos de Buñuel”. Personas que aportan informaciones y detalles de la vida del excelente cineasta aragonés, y finalmente, como no podía ser de otra manera en el caso de Gibson, acabamos en Granada y con Lorca, la gran obsesión del hispanista, y de recuperar los restos del poeta asesinado por el franquismo. La cinematografía de Martina Trepzcyck, que acoge con sensibilidad e intimidad una película viajera, una especie de road movie, en el que seguimos varios paseos, los de Buñuel y su mítica película, los de Gibson y su obsesión por la memoria, y finalmente, Lorca y su tumba. Destacamos el gran trabajo de montaje de Xacio Baño, cineasta gallego con una magnífica filmografía donde explora la memoria y la esencia de su tierra como en su largometraje Trote, en un estupendo ejercicio de montaje donde prima la armonía y un espacio cercano y sensible en una película breve, de solo setenta minutos de metraje, en la forma de contar y acercarnos al universo del historiador y su camino de lucha contra el olvido.

Pablo Romero Fresco Ha construido una película que también puede mirarse como el primer acercamiento al historiador Ian Gibson, en que el hispanista se abre en todos los sentidos, a pesar de su timidez y reserva, peor lo ahce a través de sus trabajos e investigaciones, en una suerte de Sherlock Holmes de la memoria, acercándose a su vida y a su universo de forma sencilla, profunda y muy reflexiva, donde descubrimos al sabio de manera humilde donde nada se subraya ni se romantiza, donde se profundiza en el ser humano, en todo lo que vemos y sobre todo, todo aquello que queda ocultado, en alguien que se ha obsesionado por Lorca y su muerte, que sigue investigando, en el oficio de detective de la memoria, en un continuo rastreo que lo ha llevado de aquí para allá, siempre en el camino, como una especie de Don Quijote, un tipo sencillo, cercano y lleno de pasión por la memoria y contra el olvido, alguien que con más de ochenta años sigue en su idea, y sobre todo, transmitiéndola a los demás, no solo con palabras, sino también con hechos, que es a la postre lo que nos define como seres humanos, todo aquello que hemos hecho, que hacemos y seguimos haciendo, todas esas huellas que los demás seguirán. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA