Tan cerca, tan lejos, de Cédric Klapisch

RECONSTRUIR LAS EMOCIONES.

“Cuando alguien se va, es como cuando alguien muere, hay un trabajo por hacer…”

Erase una vez… Mélanie, ronda la treintena, investigadora de profesión, con domicilio en París, en uno de esos distritos que todavía conservan lo más antaño con los nuevos comercios multiculturales regentados por personas de diversos orígenes. Mélanie todavía sigue anclada en una relación sentimental que acabó hace un año, y además, mantiene distancia con su madre a la que reprocha cosas del pasado. En cambio, o quizás deberíamos decir, al igual que Rémy, con la misma edad, que vive, sin saberlo, en un edificio junto al de Mélanie, balcón con balcón, mucho tienen en común, pero lo desconocen en absoluto, porque Rémy, se gana la vida como almacenero, aunque ahora lo cambiarán como tele operador en una mastodóntica factoría tipo Amazon, y al igual que Mélanie, atraviesa su particular depresión porque no acaba de conectar con la gente de su alrededor, y menos con su familia, azotada por una tragedia del pasado que no logran superar. Y así están las cosas, más o menos como siempre, con esas ciudades atiborradas de gentes, que van de aquí para allá, sin más, cabizbajos en sus quehaceres diarios, imbuidos por sus existencias vacías, tristes e invisibles.

Dos años después de Nuestra vida en la Borgoña, Cédric Klapisch (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1961) de la mano de su guionista cómplice Santiago Amigorena, vuelve a París, a su barrio, a mirar en sus calles, a sus gentes, y a través de un realismo estilizado, casi como una fábula de nuestro tiempo, explora las vidas de Mélanie y Rémy, interpretados por Ana Girardot y François Civil, estupendos e íntimos en sus roles, que rescata de su película sobre la Borgoña para llevárselos a París, y convertirlos en dos seres deprimidos, que arrastran traumas del pasado, ella, sentimental, que intenta, infructuosamente, llenarlo con rolletes a través de Tinder, y él, familiar, en la que se siente un extraño, un huido de ese pozo de silencio en el que viven sus progenitores. Si hay algo que caracteriza el cine de Klapish es que alrededor de una comedia ligera, incluso con humor negrísimo, se ha sumergido en ambientes opresivos y oscuros donde sus personajes, casi siempre repartos corales, se sienten perdidos, sin rumbo, envueltos en la bruma de la desesperación y la tristeza, unos huidos crónicos que casi siempre están corriendo huyendo de sus propias vidas, como ocurría en la excelente crónica de una familia devastada en Como en las mejores familias, o en la trilogía sobre los jóvenes y sus inquietudes y desilusiones que arrancó con Una casa de locos, le siguió Las muñecas rusas, y finalizó con Nuestra vida en Nueva York, o París, en la que un enfermo cambiaba su visión individualista para ver todo aquello que lo rodeaba, desde su entorno personal a su barrio.

Cine cercano, cotidiano, de aquí y ahora, ese cine donde no descarrilan los trenes, como decía Perec, un cine sobre gentes como nosotros, personas con las que nos cruzamos a diario en nuestro devenir diario. Klapisch nos sumerge en las vidas solitarias de dos jóvenes aislados por la sociedad, y sobre todo, por ellos mismos, discapacitados emocionales, como los mencionaba Bergman, incapaces de afrontar sus traumas, robinsones crusoes de las sociedades actuales, dando palos de ciego por sus vidas, refugiados en sus empleos, y en relaciones superficiales que les llenan el orgullo y poco más. El director francés nos habla de soledad, de aislamiento, de una sociedad hiperconectada a través de móviles, internet y apps, pero incapaces de relacionarse, de explicar sus miedos y de enfrentarse a su dolor. También nos habla de las herramientas que tenemos a nuestro alcance para alcanzar una madurez emocional y ser capaces de vivir la vida sin miedos, a través del psicoanálisis, mediante las terapias a las que asisten los dos protagonistas.

En este caso, el título original francés nos explica aún más si cabe el espíritu de la película con ese Deus Moi, que podríamos traducir como “Dos Yo”, clarividente título que deja claro el conflicto por el que atraviesan los dos protagonistas. La carga emocional de tristeza que estructura la película con dos personajes en proceso de reconstrucción emocional, tiene su ligereza y humor el personaje de Mansour, magníficamente interpretado por Simon Abkarian, ese tendero, que recuerda al mesonero perspicaz de Irma la dulce, dulce con sus clientes de su supermercado cosmopolita, y duro con sus empleados, relaja mucho la tensión que sufren los dos personajes principales y nos ofrecen los momentos más divertidos y sagaces de la película. Kaplisch nos habla de emociones, de curarse emocionalmente, de vivir nuestras propias vidas y tener ilusiones en nuestra vida, peor sanados interiormente, quizás muchos elementos manidos y demasiado vistos en otras películas, pero no por eso importantes, y sobre todo, nunca está de más que nos recuerden que para estar bien con alguien primero debemos estar bien con nosotros mismos, porque si no nada de lo que hagamos o sintamos servirá de mucho, y seguiremos dando vueltas sin sentido por este ancho planeta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/356649857″>TAN CERCA, TAN LEJOS – Tr&aacute;iler subtitulado</a> from <a href=”https://vimeo.com/filmsvertigo”>V&eacute;rtigo Films</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

H0us3, de Manolo Munguía

LAS PUERTAS QUE NO HAY QUE ABRIR.

El arranque de la película podría confundirnos, haciéndonos creer que estamos ante uno de esos productos que tanto ha trillado el cine de género contemporáneo en el que un grupo de amigos que hace tiempo que no se ven, se reúnen en un casa rural alejados de todo y todos para pasar un fin de semana. A partir de esa situación, uno de ellos, del que no se desvelará su identidad hasta el desenlace, va acabando con la vida de cada uno de ellos. O la otra vía, el mismo grupo de amigos reunidos pero en este caso no veremos sangre, sino un montón de dudas existenciales y sentimentales de los jóvenes de aquí y ahora. Ni una película de terror al uso, ni una de brotes sentimentales de juventud, la primera película de Manolo Munguía, ingeniero de telecomunicaciones que dejó su profesión para dirigir primero cortos y ahora su primer largometraje, nos lleva por otros derroteros, más estimulantes y provocadores, si, porque la premisa del relato se centra en internet y sus innumerables aciertos y desventajas. Estamos en una casa rural donde unos amigos que no se ven desde la universidad donde eran unos cerebritos de internet se vuelven a juntar junto a sus respectivas parejas.

En la primera mitad de la película, Munguía con un guión bien elaborado e interesante, nos envuelve en algún que otro juego para medir la inmensa capacidad de estos informáticos de tomo y lomo. Lentamente, Rafa, que lleva la voz cantante y organizador del encuentro, empieza a hablarles de WikiLeaks, Assange y una serie de archivos encriptados donde se guarda una de las informaciones más secretas de internet, los cuales Rafa ha lograda abrirlos y se los muestra a sus amigos, en forma de una app de realidad aumentada que tiene la capacidad de mostrar el pasado y el futuro. A partir de esa información que desborda a todos los asistentes, la película, que hasta entonces se había desarrollado entre el drama psicológico y las identidades falsas, inventadas o reales de cada uno de ellos, se encamina hacia otro estado más propio del terror psicológico con aroma de ciencia-ficción, donde los descubrimientos de lo que está por venir sacudirá a cada uno de los personajes, sumergiéndolos en una espiral de curiosidad, miedo y heroísmo que no esperaban.

Munguía sabe atraparnos con esa atmósfera propia del cine de género, situándonos en un solo espacio y dosificando con mucho acierto la información que nos va desvelando, siguiendo con detalles las distintas reacciones de sus criaturas, las cuales van tomando protagonismo según tercie en el relato. Quizás la parte más dificultosa de la historia sea convencernos que algo así pudiera suceder, y es en ese elemento donde Munguía más convence con su película, metiéndonos de lleno en todas esas materias de internet, convocando a esos informáticos con sus tecnicismos junto a sus parejas, completamente peces en la materia, y más terrenales, porque parece ser que los lunáticos de internet no tienen suficiente y quieren seguir investigando la app y sus infinitas posibilidades, en cambio, los acompañantes se muestran reacios a seguir abriendo esas puertas oscuras que pueden cambiar el curso de la humanidad.

Dentro de su modestia H0us3 se mueve como pez en el agua, sin abarcar más de lo necesario, siendo fiel a su estructura y dejándose llevar por lugares conocidos y bien transitados, mirándose al espejo de otras producciones sencillas en argumento y forma como La invitación o Paranormal Activity, creando esa sensación de suspense y terror, donde cada paso que se da lo cambia todo, donde cada personaje muestra diferentes caras o va mostrando su rostro más oscuro mientras avanzan los hechos, o quizás la curiosidad es superior a nosotros y no somos capaces de avanzar a nuestros miedos o acciones. Un reparto coral compuesto por nueve intérpretes jóvenes que derrochan entrega y naturalidad en que el conjunto es algo desigual, con personajes más atractivos o intérpretes más desenvueltos en sus roles, animan y de qué manera este relato humilde y profundo sobre internet, sus peligros, la alteración de datos y tiempo, la información como forma de poder y manipulación, la vulnerabilidad de nuestra identidad, nuestros datos, ya sean profesionales o personales, y todos los infinitos y laberínticos datos que pueden formar todo aquello que todavía desconocemos y quizás, el futuro del que habla la película solo este tan cerca que ya no somos capaces de adivinarlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA