Entrevista a Laia Marull

Entrevista a Laia Marull, actriz de la película «La terra negra», de Alberto Morais, en la cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 27 de agosto de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laia Marull, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Eva Herrero de Madavenue, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Alberto Morais

Entrevista a Alberto Morais, director de la película «La terra negra», en la cafetería de los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 27 de agosto de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alberto Morais, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Eva Herrero de Madavenue, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La terra negra, de Alberto Morais

LAS GENTES DEL MOLINO. 

“Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante que ocupa el poder, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. ante esta antropología del ganador de lejos prefiero al que pierde”. 

Pier Paolo Pasolini 

El universo cinematográfico de Alberto Morais (Valladolid, 1976) lo componen relatos sobre lo humano y la resistencia en el que pululan “los otros”, desplazados e invisibles que hacen de su cotidianidad un coraje para seguir adelante a pesar de los pesares, a partir de una estructura en la que el itinerario establece la forma y el fondo.  En su primera obra Un lugar en el cine (2007), un alegórico documental que  seguía a Angelopoulos, Erice y Tonino Guerra en sus reflexiones sobre la experiencia cinematográfica, en Las olas (2011), un anciano hacía un largo viaje para volver a Argeles, donde estuvo preso después de la guerra, en Los chicos del puerto (2013), unos chavales recorrían de punta a punta Valencia con el propósito de hacer un último recado al abuelo de uno de ellos, y finalmente, en La madre (2016), un adolescente deambula en busca de cariño tropezando con la cruda realidad. 

Con La terra negra, el cineasta, valenciano de adopción, con un guion escrito por Samuel del Amor y él mismo, en el que continúa con los derrotados, pero virando un poco, en ésta ya no hay movimiento ni viaje, todo es mucho más interior, donde vuelve a lo rural como hiciese en La madre, instalándose en una película de corte clásico, estática y pausada, partiendo de una estructura del western más cercana a Peckinpah y Hellman, nos sitúa en un pueblo valenciano en la actualidad alrededor del trabajo de un molino regentado por dos hermanos, Ángel y María al que llega un forastero, Miquel, para trabajar y ser uno más. Inmediatamente, asaltan los recelos de los otros habitantes de la zona y amigos de Ángel, que ansían poder controlar el codiciado molino. Y no acaba ahí la cosa, porque Miquel tiene un poder que puede influenciar en la conducta de las personas. Como pueden imaginar, el conflicto se desata. Morais planta la cámara y nos cuenta una historia con reminiscencias a la tragedia griega, donde la bondad y lo humano y lo sagrado se enfrentan a lo oscuro, a la envidia y a la violencia, y lo hace con una película que se ve con mucho interés, donde todo avanza con reposo y calma, a partir de un tempo en el que prevalecen los personajes, sus relaciones y los abundantes silencios, miradas y gestos, generando una atmósfera muy oscura a través de lo más cotidiano. 

La excelente cinematografía de Roberto San Eugenio, al que conocemos por sus trabajos con el director Samuel Alarcón, construye una luz muy cercana y natural, porque lo que se busca es que lo doméstico adquiera esa misticidad que proviene del personaje de Miquel rodeado de un microcosmos donde impera una rabia violenta que emana en las raíces del odio y la maldad. El montaje de Julia Juániz, tercera película con Morais, después de las citadas Un lugar en el cine y La madre, donde vuelve a realizar un trabajo excelente, en que se impone un ritmo adecuado y abrumador, donde el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad es constante, donde lo terrenal y lo divino se manifiestan como en el cine de Pasolini, claro referente que ya estaba en Un lugar en el cine, ya que Angelopulos viajaba hasta Ostia, la playa donde fue asesinado el insigne cineasta-poeta italiano. Juaniz, con más de 70 películas en su filmografía al lado de Carlos Saura, con el que hizo 10, amén de Erice y Mercedes Álvarez, entre otros, construye una magnífica película con unos intensos 100 minutos de metraje, con unos planos que no sólo explican lo que vemos sino todo aquello que permanece en el lugar pero todavía no sabemos ver.

Otro elemento fundamental en la película y en todas las obras de Morais son sus excelentes repartos. Aquí tenemos a una pareja extraordinaria como son Laia Marull, en su tercera película con el director, después de ser la bondadosa compañera de viaje del abuelo de La olas, siguió con la no madre ausente e inmadura de La madre, y ahora, le ha tocado en suerte a María, la que volvió al molinos después que la vida le zurrara bastante, sobrevive llena de amargura y silencio, la llegada de Miquel, interpretado por un grande como Sergi López, uno de los grandes actores del país y de Europa, que da ese toque de extrañeza, persona de vuelta de todo y humanidad que tanto falta en el pueblo maldito. El tercero en discordia es Ángel que hace un magistral Andrés Gertrudix, el hermano heredero, amigo de todos los “otros”, un tipo débil que no acaba de asumir el mando. Y luego están los codiciosos: tenemos a Abdelatif Hwidar, y los valencianos, la gran presencia de un poderosa actriz como Rosana Pastor, Álvaro Báguena, María Albiñana, que ya estaba en La madre, Toni Misó y Bruno Tamarit, que conforman “el pueblo” tan arraigado a la tierra que cualquier extrañeza y diferencia la enfrentan con miedo y usando la violencia grupal como recurso cobarde y enfermizo. 

Morais hace su película más poderosa y más llena de recovecos y pliegues que se erige como ejemplo de una sociedad que no acaba de romper con ese pasado de crueldad y violencia y no tiene la capacidad de resolver sus conflictos mediante la palabra y el amor. Quizás hay una parte de nuestra condición que se resiste a dejarnos y nos golpea con fuerza cuando el miedo al otro y a la pérdida de no sé qué valores ancestrales que nos someten a una realidad que ya no existe, porque los tiempos cambian y nuestras formas de ser parecen ancladas a realidades pasadas que nos envuelven en un aire de superioridad que se mezcla con miedo e irracionalismo. La terra negra es una película que expone todo esto, y lo hace con sencillez y honestidad, sin trampas ni estridencias argumentales, con mucha naturalidad en el que se fusionan lo humano con lo sagrado, lo más terrenal con lo místico, tiene aquello que tanto le gustaba a Bresson, donde los cuerpos lo dicen todo, sin recurrir al diálogo. Tiene ese aroma de la tragedia rural, donde todos están contra todos, donde el bien parece un leve resquicio de luz ante tanta podredumbre y un odio visceral que no razona, que no habla, que pega y mata. Sigamos alerta porque los monstruos siempre se disfrazan de todo menos de lo que son. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La madre, de Alberto Morais

lamadre_poster_a4_webLAZOS ROTOS.

La película arranca de forma abrupta, sin concesiones, de modo seco y muy duro, sin tregua al espectador, nacida desde las entrañas, sin embudos ni parafernalias, capturando la vida, o podríamos decir la no vida de Miguel, un chaval de 14 años que está solo, aunque viva con su madre, trapichea lo que puede dentro de su mísera existencia, el bocadillo del compañero de clase, vende paquetitos de pañuelos a dos euros en los semáforos, roba embutido de extranjis en el súper de la esquina, y ahí va, huyendo de su vida, de una madre irresponsable que ni lo cuida ni se cuida, de un entorno social que ahoga, que no da tregua, que simplemente aniquila todo lo diferente, lo que escapa de lo establecido.

El cuarto largo de Alberto Morais (Valladolid, 1976) es un leve cambio de rumbo en su filmografía, un golpe de timón hacia un cine directo, un cine anclado en la realidad de ahora, en el instante fugaz de la actualidad, de lo de ahora, si bien sigue manteniendo el tono de documento con lo social y lo inmediato que ya tenían sus anteriores trabajos, y la estructura de viaje, retratando el itinerario que siguen sus personajes, pero se desmarca levemente en el tema de la memoria que, estructuraba su filmografía hasta ahora, en la que debutó con Un lugar en el cine (2008), un bellísimo homenaje al cine en el que el director Theo Angelopoulos en compañía de otro insigne realizador, Víctor Erice, viajaban hacía Ostia, playa donde fue asesinado Pasolini, a la que siguió Las olas (2011), en la que un señor viajaba hacia el campo de refugiados de Arguelès-sur-mer después de la muerte de su mujer, y finalmente, Los chicos del puerto (2013), en la un chaval en compañía de sus amigos deambulaban por Valencia con la esperanza de devolver una chaqueta militar a un antiguo compañero de su abuelo fallecido.

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Morais que vuelve a colaborar en labores de escritura con Ignacio Gutiérrez-Solana (con el que escribió Los chicos del puerto), y con Verónica García Navarro (socia-productora) logran hilar un relato marcado por la desilusión, el drama cotidiano y doméstico, donde el ámbito familiar ha sido derrotado, excluido y roto, en el que Miguel deberá subsistir como puede, y donde pueda, con lo que pueda conseguir, se ha convertido en un barco a la deriva, sin cariño, sin amor, sin nadie. Unos encuadres y planos que asfixian a los personajes, que sigue sin descanso a unos seres angustiados, sin futuro, que más que caminar o desplazarse, se mueven porque tienen que hacerlo, sin nada ni nadie que les espere, siempre mirando hacia atrás, en esa continua huida que se ha convertido sus maltrechas vidas, con mochila al hombro y a la carrera, con el miedo de los servicios sociales siempre acechando, en una vida que no es vida, sino alma en pena, perdida y desamparada, en un abandono que duele, que mata, que no debería ser así, pero lo es.

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La fotografía de Diego Dussuel (colaborador de Isaki Lacuesta) consigue atrapar esa luz seca, que encoge el ánimo, que nos penetra en el alama sin nada a lo que agarrarse, y el montaje de Julia Juániz (en muchas películas de Carlos Saura, y en la fascinante El cielo gira, de Mercedes Alvárez) abrupto, de corte limpio, soportando esos planos que pesan, en los que no entra la luz y el aire, que muerden, y el sonido de Daniel Fontrodona, un experto en la materia, consiguiendo ese aroma de la inmediatez, en la que los sonidos invaden todos los lugares y los estados de ánimo de los personajes. Un reparto ajustado en el que cada intérprete apoya la mirada de Miguel (un excelente Javier Mendo, que ha crecido en la pequeña pantalla a través de la serie Los protegidos) una mirada donde se sustenta toda la trama de la cinta, en la que Laia Marull (que aparecía en Las olas) compone una madre sin trabajo, vacía, sin nada, alejada de sí misma, y sobre todo, de su hijo, que contrapone con la aparición de la siempre estimulante Nieve de Medina, como la mujer redentora, dispuesta a ofrecer una mano si hace falta a nuestra criatura indefensa, y la presencia de Ovidiu Crisan dando vida a Bogdan, actor rumano (Rumanía es el país coproductor de la película, junto a Paulo Branco, el reconocidísimo productor de nombres como Wenders, Tanner, etc…, que actúa como productora asociada) de gran presencia física y temperamento, dando vida al ex-amante de la madre.

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Morais ha conseguido una película brillante, de talle delicado, construida a través del abandono, de esa mirada triste, en la que no juzga a sus personajes, sino que los retrata de forma realista, manteniéndose a la distancia prudente de no caer en maniqueísmos ni sentimentalismos de otras producciones. Una película que bebe de la gran tradición del cine británico, desde los tiempos del Free Cinema a los Loach, Frears o Leigh, en retratar los ambientes sociales más complejos y duros, y buena parte de la cinematografía francesa como Truffaut, Pialat, etc… en los que abordan de manera concisa y terrible los problemas a los que se ven sometidos los menores, sin olvidarnos de la fantástica aportación a este terreno de los hermanos Dardenne en el niño de la bicicleta. Cine de gran contenido social, que describe de forma brillante, y necesaria los problemas que nos rodean cada día, en respuesta a los medios y gobernantes de turno que no se detienen ni lo más mínimo en su atención, y cuando lo hacen, lo abordan de una forma simplista y terrible.


<p><a href=»https://vimeo.com/166356815″>TRAILER LA MADRE</a> from <a href=»https://vimeo.com/user15386244″>Olivo Films</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>