Fuera de temporada, de Stéphane Brizé

EL AMOR QUE CREÍAMOS OLVIDADO. 

“Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.”

De la novela “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera 

Hay un amor, sólo uno, que no olvidamos, fingimos que sí, que forma parte del pasado, que ya no está en nuestro presente, pero sabemos que no es así. Un amor que sigue ahí, en silencio, sin molestar, sin estar. Un amor que ha quedado olvidado, o al menos, si en el pasado, que la cotidianidad del momento, el llamado día a día, le ha pasado por encima y lo ha hecho desaparecer. Pero sabemos que no es así, que alguna vez, sin conocer los motivos, aparece, se hace presente en nuestros pensamientos, en nuestra intimidad, y lo recordamos un instante, y luego vuelve a ese lugar que desconocemos de nosotros mismos. No sabemos porque vuelve sin llamarlo, sin pensarlo. Tantas cosas de nosotros que nunca sabremos porqué se producen, aunque lo único que sabemos es que sigue ahí entre nosotros, que nos sigue acompañando y no sabemos porqué. 

De las 10 películas que ha rodado Stéphane Brizé (Rennes, Francia, 1966), tenemos su trilogía sobre el universo laboral protagonizadas por su actor fetiche Vincent Lindon: La ley del mercado (2015), En guerra (2018) y Un nuevo mundo (2021), y sus obras románticas: No estoy hecho para ser amado (2005), Mademoiselle Chambon (2009), El jardín de Jeannette (2016), y algún drama, comedia y demás. Su último trabajo Fuera de temporada (Hors saison, en el original), coescrito junto a Marie Drucker, con la que hizo la mencionada Un nuevo mundo, pertenece a las historias románticas, quizás la más clásica de todas, donde recoge el tono, la atmósfera y personajes a la deriva para situarnos en una pequeña localidad costera en invierno como El fantasma y la Señora Muir (1947), de Joseph Leo Mankiewicz, donde ha ido a parar Mathieu, un actor de éxito casado y con una hija, que ha huido de los ensayos de una obra de teatro y se ha refugiado para ser anónimo y estar consigo mismo. Pero la vida en su afán de desbaratar los sentimientos siempre nos acaba llevando adonde debemos estar, y a este hombre perdido lo reencuentra con Alice, un amor del pasado. Una mujer que se refugió en el lugar y se ha casado y ha tenido una hija. Una pareja que nos recuerda a la de Tú y yo (1957), de Leo McCarey, porque las cosas nunca salen como las imaginas. 

La película de Brizé está llena de silencios y momentos de espera, de no hacer nada o quizás, no saber qué hacer. Desde su exquisita mise en scène, que firma Antoine Héberlé, en 4 películas con Brizé, amén de Ozon, Tsai Ming.Liang y Thomas Liti, entre otros, a partir de un cuadro que nos acerca a la intimidad de los personajes, casi siempre desde la mirada de Mathieu, aunque hay instantes donde el relato se posa en Alice. Una profundidad de campo que nos advierte una historia de la que somos testigos privilegiados, mirada desde fuera, en silencio y sin molestar, donde el gélido y solitario lugar se llena de estos dos invitados inesperados o dos náufragos de un pasado que se diluye y se hace presente, donde ese amor qué fingimos olvidado, intenta hacerse presente a su manera, torpe y sigiloso, casi sin querer o quizás, queriendo a pesar de nuestra voluntad que se empeña en empequeñecer lo que sentimos y dejar todo cómo estaba, aunque no nos haga felices. La oscura comodidad de una vida sin sobresaltos pero sin amor de verdad. Un fantástico montaje de Helena Klotz, en 9 títulos con el director francés, lleno de ritmo pausado y cotidiano, donde el corte es sutilísimo, imperceptible, donde todo va ocurriendo en sus interiores, donde el exterior refleja la existencia tan fugaz, tan rara y tan indescifrable. 

Mucho de lo que les pasa a estas dos almas reencontradas y confundidas es lo que les sucedía a la pareja enamorada de viajeros en el tren de Breve encuentro (1945), de David Lean, porque sienten ambos y también tienen sus vidas, o lo que es lo mismo, la vida continúa y nosotros en mitad de la nada, con el amor que no olvidamos. La magnífica pareja que forman Guillaume Canet y Alba Rohrwacher que se dicen todo sin expresarlo verbalmente, a través de sus miradas, cómo se miran, no se puede fingir una mirada, unos ojos llenos de amor, los lugares que comparten, todo lo que se dicen a través del gesto, el cuerpo y al caminar juntos. Los magníficos encuadres que los enmarcan como dos figuras furtivas que viven no aquel amor que se paró, sino el amor que todavía sienten, o quizás, sienten el amor, un amor que nadie olvida. La excelente música de Vincent Delerm, que ya nos entusiasmó en Seize Printemps (2021), de Suzanne Lindon, tan llena de belleza, de armonía, de sutileza, y de bellísimas melodías que ayudan a acercarnos a la maraña de sentimientos que experimentan la pareja protagonista, donde los miramos como si se tratase de un espejo, en el que la película se convierte en una mera excusa para psicoanalizarse y pensar en un amor que fingimos haber olvidado. 

Si han llegado hasta aquí, ya saben que deben hacer con una película como Fuera de temporada, y si pueden, no duden en verla en su versión original (si no están acostumbrados, no se preocupen, no van a sufrir mucho porque hablan poco sus personajes), y déjense llevar por su lugar, por su atmósfera, casi perdido en el tiempo, con un paisaje para pensar, para caminar sin rumbo, para estar consigo mismo, que tanto necesitamos para aclararnos o confundirnos aún más, quién sabe. Brizé nos invita a conocer a Mathieu y a Alice que, después de 15 años, vuelven a reencontrarse, o podríamos decir, vuelven a aquel lugar, al marco donde estaban enamorados, vuelven al amor que fingían olvidado, y resulta que parece que el tiempo no lo ha borrado, nunca lo borra, y no me digan por qué, como tampoco lo saben nuestros protagonistas, simplemente saben lo que sienten, y eso tropieza y mucho con sus vidas acomodadas de ahora, las que creían firmes y duraderas. ¿Acaso ahí algo así?. No lo creo, también lo fingimos. Quizás fingir es la razón para soportar la vida y olvidar los sueños que lo eran todo. Está claro que deberíamos dejar de fingir y empezar a pasar más tiempo con nosotros y no dejar pasar el amor que creíamos olvidado, porque tendremos otros, pero no como aquel. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La gracia de Lucía, de Gianni Zanasi

LA MADONA SE ME APARECE.

“¿Has hablado con los hombres?”

“Oye, yo no hablo con los hombres, ¿no crees que ese es tu negocio?».

Lucía es una joven treintañera, madre soltera de una hija adolescente muy rebelde, de vida sentimental confusa y vida profesional a tiro de mata (maravilloso su momento pícaro con el que la película presenta al personaje). Su gran oportunidad le viene con la construcción de un gran complejo turístico del ayuntamiento a las afueras de su ciudad de provincias, con el encargo topográfico del terreno. Todo parece sonreírle, aunque las ilusiones comenzarán a lastrarse cuando los planos son inexactos y peligra el ambicioso proyecto. Y no sólo eso, la aparición de una extraña mujer que se presenta como la Virgen María aún desestabiliza la vida personal y profesional de Lucía. Entre la incredulidad y el espanto, la Madona le comunica a una Lucía perpleja en todos los sentidos, que debe detener la obra e instar a los hombres a construir una iglesia. El nuevo trabajo de Gianni Zanasi (Vignola, Emilia-Romagna, 1965) gira en torno a una tragicomedia, una aventura personal y alocada sobre una joven que tiene ante sí un verdadero dilema, contar lo que le sucede con la Virgen y perder su ansiado trabajo, o mantener silencio y seguir como si nada, además de colaborar en un proyecto fraudulento que está saltándose los términos legales debido a la falsedad de los planos.

Lo que empieza como una crónica más o menos social sobre muchas mujeres jóvenes que se ganan la vida como pueden, y además, tienen que tirar su casa e hijos palante, irá desembocando en una comedia a ratos social, reivindicativa, excéntrica, romántica y sobre todo, fantástica, todo ello mezclado con grandes dosis de comedia loca, peor con los pies en el suelo, donde todo se desarrolla desde una mirada personal, que va desde lo absurdo hasta lo ecológico, pasando por los vaivenes emocionales que va sufriendo Lucía, que dentro de su caos vital, aún más se le añade la aparición de la Madona. Una Virgen María que recuerda a las apariciones del universo de Pasolini, muy alejada de la imagen icónica del arte, y más cerca a esa idea humanística, donde lo terrenal y lo místico se cruzan, creando una mujer próxima y muy emocional. Zanasi apoya su película en el rostro de Alba Rohrwacher (que ya habíamos visto como actriz en las películas de su hermana, la directora Alba Rohrwacher, y en otros títulos de nombres importantes como Bellocchio, Garrone o Guadagnino) acompaña de ese cuerpo inquieto y en continuo movimiento, al borde de un ataque de nervios, como diría Almodóvar, que se mueve entre prisas y torpezas, entre creer o no, entre ser una niña o no, entre su deber laboral o su deber espiritual, si es que todavía se acuerda de que lo tiene, o algo que se le parezca.

La cosa se complica aún más, con esa hija adolescente que no lo pone fácil, y para más conflictos, su ex, de nombre Arturo, quiere volver con ella y se le acerca, y encima, trabaja en la construcción. El mensaje ético y existencial de la Madona viene a decirnos que la codicia y la maldad de los hombres tiene que parar, y ella, Lucía, que va desde la incomprensión inicial a tomar partido, a su manera y con el escepticismo que la caracteriza, en el problemón que tiene frente a su vida y su existencia futura. Si la aparición de San Dimas era un cuento para revitalizar el maltrecho balneario en Los jueves, milagro, de Berlanga, la llegada de esta Virgen es para detener una obra corrupta y fraudulenta, y para abrir los ojos a Lucía, la interlocutora contra el más allá divino y la tierra de los hombres. Zanasi construye una tragicomedia, donde hay risas y carreras, y momentos surrealistas y caóticos, muy de aquella comedia clásica donde mujeres muy desorientadas y confusas emprendían aventuras sin pies ni cabeza, algunos a su pesar, como le ocurre a Lucía, con el fin o no, de conseguir algo o a alguien que esperaban les cambiase la vida o algo parecido, como aquel atribulado personaje que hacía la Hepburn en La fiera de mi niña, o el que hizo años después la Streisand en ¿Qué me pasa, doctor?, emulando a la primera.

Lucía sabe que algo tiene que hacer, que seguir con el proyecto y callarse no está bien, que su corazón bulle hacia la verdad, aunque todas estas reflexiones la llevarán a vivir en un tsunami emocional de aquí te espero,  pasando por muchos estados emocionales y vitales durante los 110 minutos de metraje, que mantienen un ritmo excelente y lleno de situaciones a cual más rocambolesca y vergonzosa (como ese desternillante momento de la fiesta del proyecto, cuando Lucía es zarandeada por la Madona, sin que esta se vea, ante las miradas atónitas de los allí presentes) con esa ligereza con contenido, que la hace divertida y también, reflexiva, y no en excesivo, manteniendo ese toque mágico entre la comedia y el drama, entre la vida y Dios, entre el trabajo y el deber místico, entre lo que creemos y lo que debemos creer, entre mantener el espíritu de ese niño que continua en nuestro interior, o dejarse llevar por los deberes adultos, sean o no lícitos, en definitiva, qué somos y hacia dónde vamos, se nos aparezca la Virgen María o no.