Amama, de Asier Altuna

Cartel-AmamaENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD

Cuenta la tradición que en los caseríos vascos cuando nacía un hijo se plantaba un árbol y la abuela los pintaba con el color que les asignaba. A Xabi, el mayor, el blanco, por su condición de vago e inútil, a Gaizka, heredero del caserío, el rojo, y finalmente, el tercer hijo, Amaia, el color negro, por su rebeldía y cuestionamiento de lo inamovible. Asier Altuna (Bergara – Gipuzkoa, 1969) realizó Aupa Etxebeste (2005), co-dirigido con su colaborador Telmo Esnal, y el documental Bertsolari (2011), que explicaba la tradición oral a través de un improvisador de versos cantados en euskera. Ahora nos llega su segundo largo de ficción, situado en un caserío en medio de un frondoso bosque, la cierta armonía del lugar se ve trastocada por el hijo mayor, Asier que decide marcharse, y de esta manera no sigue con la tradición ancestral de continuar con el trabajo heredado en el caserío. El segundo hijo, denostado y desplazado por el padre ya ha hecho su vida fuera, donde tiene mujer e hijos. La tercera en discordia, Amaia, se revela ante la imposición paternal y rompe con la tradición, el padre terco y huraño, se niega a aceptar el devenir de la modernidad, y se agarra como animal herido a su caserío, su tierra y la memoria de sus antepasados.

Altuna nos sumerge en una película de poderosa y fuerza visual, en uno escenarios filmados de manera asombrosa que sobrecogen y atrapan desde el primer instante, donde el simbolismo compone una función elemental para entender el devenir familiar y las películas de super 8 que alimentan el imaginario de cada uno de ellos y lo que fueron. El eterno conflicto entre padres e hijos, entre la tradición y la modernidad, entre la mirada de lo antiguo frente a unos tiempo nuevos, ni mejores ni peores, sino diferentes, y todo la situación emocional que genera entre padres y progenitores. Aquí, el conflicto se desata con el padre y la hija menor, Amaia, la rebelde, la contestataria, la que rompe y aniquila y desaprueba un modo de vida ya extinguido y moribundo. Una vida que ya murió, que se pasea como un fantasma en pena por un bosque que ya no es el que es, y un quehacer que pasó al olvido. Altuna maneja su historia de forma ejemplar y excelente, la cuenta de forma cadenciosa y pausada, como aquellos cuentos que se contaban alrededor de una hoguera en las noches de invierno, nos muestra un paisaje bellísimo, con una luz oscura de fuertes contrastes y sombras, en el interior del caserío y el bosque, y para la ciudad, nos reserva una fría luz y etérea, su cámara filma de forma asombrosa, posándose en las miradas y silencios que hielan, explicando sin necesidad de subrayados y diálogos todo lo que hierve entre los personajes que habitan en esa casa milenaria.

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Una música que mezcla los sonidos tradicionales vascos con la música electrónica, creando una atmósfera asfixiante y respirable según el instante. Un reparto bien escogido hace el resto, sobresalen las composiciones del veterano Kandido Uranga, curtido en mil batallas, que interpreta a ese padre anclado en el pasado, Amparo Badiola, encarnando a Amama, la abuela omnipresente y silente, que explica sin hablar todo lo que se siente en el caserío y en el conflicto que se ha desatado, y finalmente, la auténtica revelación de la película, la maravillosa y contenida interpretación de la debutante Iraia Elias, una joven actriz que viene del teatro independiente, nos regala una composición hacia dentro, que encoge el alma con una mirada y unos gestos que sobrecogen y hacen entendible todo lo que se está cociendo en el alma de los personajes. Además, su personaje artista de profesión, captura la esencia de la memoria familiar a través de fundir la tradición y la modernidad. Una cinematografía obra de Javier Aguirre Erauso, que ya había trabajado con Altuna, haciendo un trabajo soberbio del manejo de la luz natural de grandísima altura, que le coloca a la altura de otros maestros de la luz como Cuadrado, Escamilla o Alcaine… Una película que entronca directamente con Primavera tardía, de Ozu, donde en la posguerra en Tokio, una hija, Noriko, se negaba a casarse y se rebelaba ante la imposición paterna, el genio japonés seguía planteando los eternos conflictos entre padres e hijos que edifican su filmografía, entre el Japón milenario contra ese Japón modernizado. Amama continúa la tradición del cine español en dialogar entre lo rural y lo urbano como ya lo había hecho en Furtivos, Tasio, o Vacas, donde algunos miembros de la película ya repetían hace dos decenios, o con la esencia de elementos dramáticos de La mitad del cielo, de Manuel Gutiérrez Aragón, donde una joven Ángela Molina se abría camino en la fauna urbana siguiendo los sabios consejos de su difunta abuela Rosa. Altuna ha parido una obra de grandes dimensiones cinematográficas que se erige con sabiduría y encanto, y manifiesta la buenísima salud del cine vasco, hablado en euskera, después de la imponente Loreak, de la temporada pasada, donde algunos técnicos e intérpretes repiten, siguiendo aquella estela de la generación de los Urbizu, Medem, Bajo Ulloa… que surgieron a principios de los 90.

<p><a href=»https://vimeo.com/134258577″>AMAMA_TRAILER</a> from <a href=»https://vimeo.com/user3148570″>txintxua</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

52 Martes, de Sophie Hyde

52-martesMI MADRE/PADRE Y YO

Sophie Hyde es una directora australiana que lleva un lustro, junto a la colaboración del guionista Matthew Cormack, dedicada a producir y dirigir piezas de ficción y documentales para la compañía Closer Productions. Los dos colaboradores se han lanzado a abordar un tema espinoso y controvertido como es la transexualidad, en una película/experimento que se ha producido siguiendo la premisa argumental que plantea la película, en un trabajo parecido como el abordado por Richard Linklater en Boyhood. La película  explora las complejas relacionas de una madre y una hija, después que la progenitora le explica que va a recibir un tratamiento médico, de un año de duración,  para cambiar de sexo y convertirse en un hombre (tratamiento real que siguió el actor que interpreta a la madre), durante ese tiempo las dos se verán sólo los martes. La producción también se citaba cada martes durante ese año para filmar la película, con la idea que debería incluirse en la película algo de  lo filmado cada semana.

El trabajo de Hyde se mueve entre varias capas a nivel formal: la narración que actúa como elemento observacional, luego, vemos lo rodado por la madre que documenta su transformación, también, la hija, Billie, junto a dos amigos, graba en vídeo sus encuentros sexuales en un almacén, y además, también filma en soledad sus reflexiones y pensamientos sobre lo que está ocurriendo entre su madre y ella, finalmente, las imágenes de televisión que van documentando los sucesos que se van desarrollando durante los 365 días en los que transcurre la acción. La decisión de la madre, acelera el despertar sexual de la adolescente Billie, que a escondidas y sin permiso paterno (ahora vive con su padre) experimenta de forma libre y desinhibida el sexo que además filma en vídeo. Hyde opta en su película (que tuvo una gran acogida en Sundance y Berlín, certámenes en los se llevó dos galardones), por un tratamiento natural y cercano, huyendo de lo morboso y lo trágico, los personajes (actores no profesionales que debían tener algún tipo de vínculo con los roles que interpretaban), el núcleo familiar y la gente que les rodea, aceptan de manera normal la decisión de la madre de convertirse en James, si bien es Billie que quiere pasar más tiempo con su madre, y también, se desmarca escondiendo sus verdaderas opiniones sobre lo que está sucediendo, refugiándose con la ayuda de sus dos amigos, y la compañía de la noche, en unos juegos, que no resultan de lo más indicado para una joven confundida y desorientada que se siente apartada e intenta descubrirse a sí misma de manera acelerada, y más como un puñetazo de rabia que de una decisión tomada libremente.

Hyde no juzga a sus personajes ni nada de lo que ocurre, siempre deja la palabra al espectador para que sea él quien decida sobre sus propias ideas acerca de la familia, la maternidad, el género, la identidad y las difíciles relaciones entre los seres humanos ante situaciones que no entienden e intentan infructuosamente estar por encima de ellas, con los problemas que eso conlleva de adelantarse a los acontecimientos e intentar ir más rápido del tiempo que llevan las cosas.