BLANDINE CONOCE A BLANDINE.
“En el cine, las jóvenes solitarias suelen ir asociadas al drama o al peligro. Me interesa explorar esa soledad como espacio de descubrimiento. Con Blandine quería retratar a esas mujeres que superan la treintena sin ajustarse a las expectativas sociales, sin reivindicarlo necesariamente”.
Valentine Cadic
Seguramente recuerdan a Delphine, la protagonista de El rayo verde (1986), de Eric Rohmer que, al llegar las esperadas vacaciones, no tenía con quién ir y decidía ir sola, y eso la llevaba a conocer una parte oculta y muy importante de su alma. Algo parecido le ocurre a Blandine, la protagonista de Aquel verano en París (en el original, “Le rendez-vous de l’été”, traducido como “Reuniones de verano”), ópera prima de ficción de Valentine Cadic que, al igual que Delphine, llega al París en pleno auge de Juegos Olímpicos en el verano de 2024 desde Normandía con la idea de ver la competición de la nadadora Béryl Gastaldello, que se interpreta a sí misma, y aprovechar su viaje para ver a su hermana mayor Julie, que no ve desde hace diez años, y de paso conocer a su sobrina Alma.

A través de un guion coescrito entre Mariette Désert, que tiene en su haber films de Martin Rit y Mikaël Hers, y la propia directora, seguimos las peripecias, desventuras y tropiezos de Blandine, que soporta con estoicismo y buen humor todos los avatares de la turista que se pierde, que no puede entrar al recinto porque su mochila es demasiado grande y cosas de ese tipo. La película no oculta su sencillez e intimidad, sino que al contrario hace de ello su fortaleza y solidez para construir una historia que nos atrapa desde el primer instante, combinando las imágenes propias del documento que está sucediendo al instante con la obra de ficción que se fusiona generando una idea de vida y ficción que casa con claridad y de forma muy natural, como ya hizo Cadic en dos cortos como Les grandes vacances (2023), con un camping en plena temporada como telón de fondo, y en Omaha Beach, que reconstruye el desembarco de Normandía en los mismos lugares donde sucedió. Blandine nos sirve de guía en mitad de un caos de ciudad, llena de gente, y el reencuentro/desencuentro con Julie, más pendiente de su caos personal que de la visita de su hermana.

La directora que ha actuado en las películas “Ava” de Léa Mysius y “Nuestras batallas” de Guillaume Sénez, se ha rodeado de una gran cinematógrafa como Naomi Amarger, que trabaja en las cintas de Marie-Castille Mention-Schaar, impone una luz clara y transparente que evidencia la humanidad de la joven protagonista, con la textura que da el celuloide como hacían en Mi vida con Amanda (2018), del citado MIkaël Hers, y en Una bonita mañana (2022), de Mia Hansen-Love, mostrando un París caótico sí, pero captando los contrastes entre las calles de multitud con los interiores más reposados. La música de Saint DX, que debuta en el cine, ayuda a establecer un interesante diálogo entre las imágenes festivas con los las emociones que experimenta Blandine, una especie de náufraga que más que salir de la isla quiere estar un rato en silencio y experimentando lo que es y lo que necesita. El montaje de Lisa Raymond, en una película breve, tranquila y nada complaciente, aunque a primera vista a algún espectador le pueda parecer lo contrario, en un montaje clásico, que no usa recursos modernos ni da que maquille lo que se cuenta y de la forma en que lo hace, en sus interesantes y profundos 77 minutos de metraje.

Si el guion funciona a las mil maravillas con un París que se ve diferente, con una perspectiva de ciudad densa, multitudinaria y también, con pequeñas historias que suceden en silencio como la de Blandine, auténtica alma de la película con la magnífica y emocionante interpretación de Blandine Madec, que ya fue la antiheroína de la mencionada Les grandes vacances, con un personaje diferente pero con esa actitud de estar sola sin nadie alrededor. Le acompañan India Hair como Julie, que hemos visto en películas de Quentin Dupieux, Ursula Meier, Maïwenn y la reciente Tres mujeres, de Mouret, Arcadi Radeff que ra uno de los protagonistas de El cuadro robado, entre otros. Una película como Aquel verano en París es una rara avis porque reivindica la soledad como herramienta esencial para estar y conocerse a uno mismo para crecer, respirar y sentir a tu manera, despacio y sin prisas. Una película en ese sentido muy revolucionaria, porque en un mundo lleno de presiones sociales, donde estar soltero/a se relaciona a algo negativo y no a una elección muy personal, el relato de la directora francesa captura con gran sentido y claridad la necesidad de estar sola que tiene Blandine, y sobre todo, de tomarse la vida como viene, a aprender a dejar de amar, a una lección constante, a ser y estar como uno quiera sin necesidad de dejarse llevar por una sociedad tan libre que se olvida de sentir el verdadero significado de ser libre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


LA HISTORIA DE AMOR DE MARTHA Y PIERRE. 




LA DESILUSIÓN DE VIVIR. 

