Entrevista a Ken Scott

Entrevista a Ken Scott, director de la película «Érase una vez mi madre», en el hall del Hotel Seventy en Barcelona, el miércoles 28 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ken Scott, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Marien Piniés de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Érase una vez mi madre, de Ken Scott

MADRE CORAJE. 

“El amor de una madre por un hijo no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. No conoce ley ni piedad, se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone”. 

Agatha Christie 

Si pensamos en madres coraje nos vienen a la memoria Maddalena Cecconi, el personaje que hacía la gran Anna Magnani en Bellísima (1951), de Luchino Visconti, y también, Cesira que componía la otra grande Sophia Loren en La ciociara (1960), de De Sica. Dos madres imperfectas. Dos madres corajudas. Dos madres luchadoras. Dos madres que pelean contra molinos-gigantes como hacía aquel hidalgo, con el propósito de conseguir que sus vástagos lleguen donde se proponen por muchos obstáculos y males en su contra. A este dúo podríamos incluir sin ningún género de dudas a Esther Pérez, la madre que protagoniza Érase una vez mi madre (en el original, Ma Mère, Dieu et Sylvie Vartan), el séptimo largometraje de Ken Scott (Quebec, Canadá, 1970), que muchos recordarán su gran éxito con De la India a París en un armario de Ikea (2018). En su nueva película, basada en la novela homónima de Roland Pérez, la citada Esther se enfrenta a que, su sexto hijo, Roland, naze con una malformación en un pie en el París de los sesenta, y ella, tozuda como una mula, se niegue a aceptar la incapacidad del niño y agarrada a su convicción, su esperanza y una voluntad de hierro luche contra viento y marea para cambiar el destino de su hijo. 

Como en sus anteriores trabajos, el director canadiense construye una interesante mezcla de drama, comedia, con toques de costumbrismo y social con un tratamiento de fábula al mejor estilo de películas como Amélie y Big Fish, donde recorremos la infancia de Roland en su peregrinaje con médicos, especialistas y vendedores de elixires que lo tratan y le ofrecen una salida de discapacitado. La madre erre que erre y seguirá consultando con otros y otras para que el sueño de ser alguien normal para su hijo se haga realidad. La gran valedora y sostenedora de este cuento de hadas no es otra que Leïla Bekhti, la gran actriz que recordamos por su participación en película como Un amor tranquilo, de Lafosse, y Querida desconocida, de Bureau y la más reciente Maria Montessori, de Todorov, compone una extraordinaria Esther Pérez pasando por medio siglo de una vida siendo esa madre protectora, torpe, valiente, sagaz y sobre todo, amorosa, quizás demasiado, con su Roland. Una interpretación que mantiene a flote la película porque hace lo difícil de forma muy natural y transparente, nada impostado, creando una mujer y madre de verdad, que no se arruga ante la adversidad y sigue pa’lante. 

Hay que hacer mención a los técnicos que acompañan a Scott como dos de sus habituales que les han acompañado en cuatro películas como son el editor Yvann Thibaudeau, con casi tres décadas de carrera con más de 70 títulos en su filmografía, y el músico Nicolas Errèra, en medio centenar de películas, amén de tener en su haber los nombres de Larry Yang, Frédèric Jardin y Patrick Timist. Y la presencia del cinematógrafo Guillaume Schiffman, también con más de 50 películas entre las que destacan títulos de Claude Miller, Michel Hazanavicius, Emmanuel Bercot y Martin Provost. Y otro editor Dorian Rigal-Ansous, que ha estado en 8 películas del famoso dúo de directores Olivier Nakache y Eric Toledano, que muchos recordarán por su popular Intocable. Todos ellos realizan un gran trabajo, al igual que los equipos de arte, caracterización y vestuario para hacer creíble aquellos sesenta tan convulsos y domésticos, donde se reflejan los pequeños detalles de toda una época y su característica forma de vivir, vestir y hacer. Sin olvidar, por supuesto, las canciones de Sylvie Vartan, tan importantes en la vida del pequeño Roland, ya sabrán porque les menciono. Unos temas que le dan calidez, paz y esperanza a Roland, a Esther y la familia.  

Acompana a Bekhti la presencia de Jonathan Coen, siendo Roland de adulto, que hemos visto hace poco siendo uno de los Dalís de Daaaaaalí!, del inconfundible Dupieux, la citada Bartan que hace de sí misma como no podía ser de otra forma, y la impertinente Madame Fleury que hace Jeanne Balibar, una especie de ogro en este cuento atemporal, sensible y esperanzador, que mientras te van contando el drama de un niño que debe arrastrarse por su piso y ser llevado en brazos por una madre que no se detendrá ante el destino que le anticipan los doctores a su hijo. Érase una vez mi madre es el relato de un niño, ya adulto, que nos cuenta su vida, y sobre todo, la relación con su madre. Una señora Pérez demasiado protectora, demasiado presente, pero ante todo, demasiado en todos los sentidos, para bien y para mal. Se puede ver la película como una historia lo que significa ser madre y también, ser hijo, dentro de las torpezas e imperfecciones de una y otro, porque lo que es este historia es el relato de unas personas de verdad, que aciertan e hierran a partes iguales, y consigue emocionarnos con una película pequeña, de unos inmigrantes en el París de los años sesenta, porque mientras unos querían cambiar el orden imperante y establecido, otros, como la señora Pérez se obstinaba en cambiar su mundo escenificado por su pequeño Roland. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Léa Todorov

Entrevista a Léa Todorov, directora de la película «Maria Montessori», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 25 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Léa Todorov, por su amistad, tiempo, sabiduría, generosidad, a Alba Sala, a la inmensa labor de la intérprete Sílvia Palà, y a Arantxa Sánchez de Karma Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Maria Montessori, de Léa Todorov

LA MUJER QUE CAMBIÓ LA ENSEÑANZA. 

“Para educar a estos niños, lo primero que hicimos fue quererlos”

Maria Montessori 

Erase una vez… Una mujer llamada Maria Montessori (1870-1952), doctora, filósofa, psiquiatra y pedagoga, y un carácter indomable y una pasión desbordante, vive en la ciudad de Roma, por allá en 1900, trabajaba junto a su compañero en una institución para niños discapacitados. Maria aunque era codirectora del centro, no constaba en ningún registro oficial. aunque su amor y dedicación por los niños y su forma cercana y apasionada y observadora en sus métodos de enseñanza, cambió la forma rígida y conservadora e impulsó una nueva forma de educación en la que el niño sería el centro del universo, atendiendo sus capacidades, sus tiempos y sobre todo, enseñándolo a ser libre e independiente. Su forma acuñó el “Método Montessori” que, a día de hoy, sigue siendo la forma más adecuada e inteligente de educar. Esta es su historia y María Montessori (“La nouvelle femme”, en el original), de Léa Todorov (París, Francia, 1982), es la película que cuenta esta historia. Un relato situado en 1900, que arranca en las calles y los cabarets de la bohemia de París, en el que conocemos a Lili d’Alency, una famosa cortesana de gran éxito, que mantiene en secreto a una hija discapacitada, y para quitarse el “muerto” de encima, llegará hasta Montessori, donde la niña aprenderá a ser querida y sobre todo, donde será una más y respetada y visibilizada y tratada con amor y cariño. 

A partir de un personaje de ficción, la citada cortesana, y uno real, Maria, la película es un magnífico retrato del patriarcado de entonces, donde las mujeres estaban sometidas y oprimidas al marido, encontramos a dos mujeres libres e independientes, tanto vital como económicamente, que luchan con todas sus fuerzas para seguir siendo lo que son y demostrar a los hombres y a la sociedad conservadora que hay otras formas de vivir, muy alejadas a los convencionalismos y presiones sociales. También, la película es una excelente biopic, no al uso Hollywoodense, en el que se ensalzan los éxitos y se disfrazan los fracasos, aquí hay verdad, contratiempos, contradicciones (Maria debe ocultar a un hijo porque al no querer casarse, legalmente no puede vivir con él), dramas personales (entre el amor y el deseo contra la prisión del matrimonio), y con la educación (esa lucha entre la modernidad que propone Montessori frente a los carcas hombres que abogan por un sistema que oculta y discapacita al diferente. Una película que ensalza la diversidad y la diferencia, no como problemas, sino como retos para el que enseña y para la sociedad, tratándolo como lo que son, personas como nosotros pero diferentes. 

Una película nacida a partir del documental School Revolution: 1918-1939 (2017), sobre pedagogía alternativa, escrito por Todorov, en el que descubre a Montessori, y por encargo del productor Grégoire Debailly nació un guion coescrito por Catherine Paillé, que ha trabajado con directores tan importantes como Sarünas Baratas, Kiyoshi Kurosawa y Guillaume Brac, entre otros, y la propia directora, que recoge una parte de la vida de Maria Montessori, con la calidad y el detalle que tienen las películas históricas francesas, tanto en su forma como en su fondo, con una luz natural y concisa del cinematógrafo Sébastien Lowe, del que conocemos su trabajo en películas como Una historia de amor y deseo (2021), de Leyla Bouzid, el estupendo y rítmico montaje de Esther Lowe, que se ha fogueado en los equipos de cámara de grandes películas como Los miserables, de Ladj Ly, y La isla de Bergman, de Mia Hansen-Love, y su debut en Softie, de Samuel Theis, en una película ajustada en sus 99 minutos de metraje, que se pasan con atención y emoción. El ejemplar y sobrio sonido de un experto como Cédric Berger, con más de medio centenar de títulos a sus espaldas, y la delicada música de Rémi Boubal, que tiene en su filmografía a directores como Éric Zonka, y películas que hemos visto como Plan 75, de Chie Hayakawa. 

El tono sencillo e íntimo de la película debía tener unas actrices capaces de expresar mucho con nada y esto se consigue con creces con dos intérpretes magníficas como Leïla Bekhti, que tiene en su haber nombres tan importantes como Jacques Audiard, Cédric Khan y Joachim Lafosse, se mete en la piel de Lili d’Alency, una cortesana que hará su gran y personal travesía para ver con otra mirada, dejándose de prejuicios morales y sociales que la llevará a mirar de otro modo, como si mirase por primera vez, gracias al método de Montessori, que hace una fascinante e hipnótica Jasmine Trinca, una actriz que ya conocíamos de su capacidad en la cinematografía italiana al lado de monstruos como los Taviani, Moretti, Castellitto, Ozpetek, y sus “exilios” con Bonello, fue una de las cortesanas en la maravillosa L’Apollonide (Souvenirs de la maison choice), y con Ildikó Enyedi. Su Maria es cercanísima, se mueve con ligereza y camina con firmeza y valentía, y cómo mira a los niños, con dulzura, con sensibilidad, y sobre todo, con amor, ofreciéndoles toda la humanidad que se les ha negada, con dedicación, con atención y una voluntad y paciencia de hierro. 

No podemos dejar de alentar al respetado público que vaya a ver una película como Maria Montessori, por su inagotable belleza plástica y por su forma honesta y transparente de acercarse a la vida extraordinaria y dura de una mujer que se enfrentó a todos y todo para, sin hacer ruido y sin ningún atisbo de egolatría y ambición materialista, se acercó a los niños y niñas más necesitados, a aquellos que nadie quería y con un sólo gesto que fue mirarlos, cogerles de la mano y sobre todo, quererlos, los cambió para siempre, con mucho trabajo, saltando los obstáculos y presiones de esos hombres añejos y roñosos que le impedían y se mofaban de sus métodos y dedicación a un colectivo que creían inútiles. Maria rompió con lo establecido y generó una nueva forma de mirar, de educar, de sentir y de estar, a través del amor y el cariño, pusó unas nuevas formas de enseñanza donde el niño era un todo, donde el maestro aprendía con él, y no imponía nada, y se adapta a las necesidades del niño, en compañía, siendo el guía de su aprendizaje y formación, no a través de sólo conocimientos, sino a través de su personalidad, carácter y empatía, donde los sentimientos son la parte fundamental de su enseñanza. Una revolucionaria como Maria Montessori no sólo fue moderna en su época, sino en cualquier época, esta película es un buen ejemplo de cómo acercarse a su figura y descubrirla, para todo aquel/lla que no la conozca, porque seguro que le cambiará muchas cosas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las dos caras de la justicia, de Jeanne Herry

ENFRENTAR EL DOLOR. 

“Qué mecanismo psicológico tan raro, y tan común, el que provoca el sentimiento de culpa y de pudor en la víctima y no en el verdugo”. 

El mundo (2207), de Juan José Millás

Hace dos temporadas nos quedamos sobrecogidos por la elogiada Maixabel, de Icíar Bollaín, donde conocíamos la historia real de la citada mujer, que quiso conocer a los asesinos de su marido. Toda una muestra de coraje, valentía y serenidad de una persona que enfrenta su dolor y rabia frente a las personas que le arrebataron una de las personas más importantes de su vida. La tercera película de Jeanne Henry (Francia, 1978), después de las interesantes Elle l’adore (2014), y En buenas manos (2018), bucea en la denominada justicia restaurativa, una actividad que consiste en enfrentar a autores de delitos enfrentándolos con víctimas de delitos parecidos. Estamos ante una película sobre el habla, sobre el diálogo, sobre el dolor, las heridas, el trauma y la reparación, cerrando todas esas roturas del alma. Una película en la que se habla mucho, peor muy bien, nada banal ni sentimentalista, sino todo lo contrario, incidiendo en los diversos conflictos de cada una de las víctimas y verdugos, con calma y pausa, con tiempo, exponiendo cada problema, cada proceso, cada mirada y cada gesto. 

No estamos ante una película más, es una película cosida a conciencia, porque tiene entre manos un tema delicado y extremadamente sensible, un tema que requiere pausa, profundidad y mucho tacto. En Las dos caras de la justicia (del original Je verrai toujours vos visages, traducido como Siempre veré tus caras), se palpa una tensión parecida a la que palpaba en la magnífica Doce hombres sin piedad (1957), de Sidney Lumet, donde los espectadores nos convertimos en testigos privilegiados que participan en estos encuentros, resulta altamente aleccionador el arranque-prólogo de la película, cuando vemos a los voluntarios en los talleres de aprendizaje, aprendiendo y enfrentándose a futuros conflictos, y el salto a un año después, cuando entramos en materia, y vemos la realización in situ. Y no sólo la película aborda uno de los encuentros, del que hemos hablado, sino que también, explica un caso desde su primigenia, cuando una joven Chloé, se presenta en la oficina y explica su caso, víctima de abusos sexuales por su hermanastro, con el que quiere encontrarse para enfrentar su dolor. No son dos relatos paralelos que van y vienen, sino que van de la mano, porque, tanto en uno como en otro, vemos lo que ocurre después y antes del proceso de justicia restaurativa. 

Herry abandona todo sensacionalismo e impacto, ya sea visual o argumentativo, para centrarse en las personas y en su interior, con ese planos cercanísimos y en interiores, casi en su totalidad, con una narrativa desnuda y sencilla, a modo de documento, en un gran trabajo del cinematógrafo Nicolas Loir, con el que trabaja por primera vez, del que conocemos sus trabajos para Antoine de Bary y Cédric Jimenez, entre otros. Una cámara que mira y está detenida, que sigue a sus personajes del modo clásico, sólo si se mueven, una cámara-testigo como si de una película de Wiseman se tratase, que observa, filma y deja las conclusiones y reflexiones para el espectador. El montaje, construido a partir de planos cortos y cerrados, también trabaja para conseguir esa intimidad y transparencia que encoge el alma, en una película que se va a las dos horas de metraje, y hablada, con nula acción física, contada a través de diálogos que suben y bajan como si estuviéramos en una montaña rusa, elementos que componen un interesantísimo trabajo de Francis Vesin, cómplice de la directora en su tercer trabajo juntos. La estupenda música de Pascal Sangla, que ya estaba en En buenas manos, ejerce ese cruce entre drama íntimo y personal, donde no hay respiro, aparte de algún que otro diálogo entre los voluntarios que participan, consiguiendo esa finísima línea donde drama y tragedia bucea, tocándose levemente, pero sin caer en el dramatismo y la desesperanza, sino encontrando vías de comunicación, empatía y miradas cómplices. 

Una película de estas características necesita un gran plantel de intérpretes, actores y actrices que con una mirada y un gesto transmitan todo ese desequilibrio emocional que sufren sus protagonistas, donde el pasado se haga muy presente, y donde se explique lo necesario sin caer en lo reiterativo ni superfluo. Tenemos a los verdugos: Nassim, que hace Dali Benssalah, del que recientemente vimos La última reina, siendo Barbarroja, Thomas es Fred Testot, especializado en comedias locas y divertidas, Issa es Birane Ba. Frente a ellos, las víctimas: Nawelle que hace Leïla Bekhti, una actriz con amplio recorrido con nombres tan interesantes como Lafosse, Caudel, Mihaileanu, Audiard, etc…, Grégoire en la piel de Gilles Lellouche, un actor muy reconocido en el país vecino, que ya estaba en En buenas manos, y Sabine en la piel de Miou Miou, madre de la directora, también en la mencionada En buenas manos, toda una institución en Francia, que ha trabajado con grandes como Bellocchio, Tanner, Miller, Losey, Malle, Deray, Leconte, Berri, y más. Otra víctima es Chloé que tiene el rostro de Adèle Exarchopoulos, y luego están los voluntarios: Élodie Bouchez, la inolvidable protagonista de La vida soñada de los ángeles, que trabajó en la citada En buenas manos, Sulianne Brahim, que tiene películas con Amalric, Donzelli y Macaigne, y Jean-Pierre Darroussin, poco hay que decir del excelente actor fetiche de Guédiguian, entre muchos otros. 

Sólo nos queda aplaudir y hablar maravillas de uno de los grandes títulos de la temporada que acaba de comenzar, y lo decimos sin ánimo de ser demasiado indulgente ni eufórico, sino porque la película lo merece, porque plantea temas muy complejos y peculiarmente dolorosos, a partir de una forma y un fondo que son dignos de estudio, profundizando de forma digna, humanista y ejemplar, sin manejar al espectador a su antojo, elemento que reiteramos, sino dejándolo libre y generando ese espacio de observación y reflexión, tan vital para no sólo entender sino también comprender, valores en desuso en los tiempos actuales, más dados a la crítica y el desprecio facilón. Debemos quedarnos con el nombre de la cineasta Jeanne Herry no sólo por afrontar temas tan difíciles como la maternidad en su anterior y citadísima película en este texto, y ahora, la culpa, el dolor y el trauma y los caminos para afrontarlos, para mirarlos y curarse, a través de víctimas que han roto esa coraza de autocompasión y se han lanzado a participar, a ser activo, a mirar al verdugo, a enfrentarse al otro, y sobre todo, enfrentarse a su dolor y a sí mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA