UN LUGAR PARA OLVIDARSE DEL MUNDO.
“Cuanto más te disfraces, más te parecerás a ti mismo”.
De la novela “El hombre duplicado”, de José Saramago
Temas sobre mirar al otro, observarlo, reconocerse y en pocos casos, relacionarse con él de forma que los muros desaparezcan y encontrar todo aquello que compartimos o no, todo aquello que queda fuera de lo que creemos que somos. Muchas de estas cuestiones ya se planteaban en la brillante y magnética Vasil (2022), la ópera prima de Avelina Prat (Valencia, 1972), que relataba la extraña relación entre Alfredo, un jubilado profesor de matemáticas y un recién llegado de Bulgaria. Lo humano explicado a través de la cotidianidad y sencillez de unas personas que rompían sus moldes establecidos para reencontrarse con su otro yo, para mirar hacia afuera, para tropezarse con otras realidades muy cercanas a ellos. Muchos de esos elementos los volvemos a encontrar en Una quinta portuguesa, la segunda película de Prat, en el pone el foco en la existencia de Fernando, un reservado y silencioso profesor de geografía que un día, sin mediar palabra y sin ningún conflicto aparente, Milena, su mujer serbia coge la maleta y se marcha. Fernando deja su vida y se va a Portugal, donde todo virará hacia otra idea.

La peripecia de Vasil es parecida a la de Fernando, ya que se encuentra en un lugar extraño con gentes extrañas y a modo de Robinson Crusoe explorará su nueva realidad adentrándose en el otro convirtiéndose en otro y otros, como forma de supervivencia emocional para olvidarse de quién eres y encontrarse con lo que deseas o simplemente, huyendo de uno mismo y de quién eras. Las ideas que planean sobre la película son muy trascendentales y profundas, pero la película no lo es, porque adopta un forma y relato muy sencillo, donde las relaciones copan el entramado, contado a partir de una home movie, en esa casa que es el centro de todo y de todos, a través de poquísimas palabras llenas de silencios e interludios que nos dicen mucho más de los personas que el diálogo, con sus acciones, sus momentos en soledad y sus miradas y gestos diarios. Una quinta portuguesa es de esas películas tranquilas y reposadas, en las que el conflicto se puede contar en una frase pero que todo lo que cuenta, y su peculiar forma de hacerlo, la hace muy grande, porque vuelve al cine donde todo lo rodeaba el misterio, el cine como herramienta de profundizar en el interior de las personas, en lo que somos, en lo que creen los demás que somos, y sobre todo, en esas partes calladas en las que sabemos quiénes somos y nos encantaría ser otro u otros.

Para su segundo trabajo, la directora valenciana se ha vuelto a rodear de los técnicos que la acompañaron en su debut como el cinematógrafo Santiago Racaj, un gran director de fotografía con más de medio centenar de películas al lado de grandes nombres como Javier Rebollo, Jonás Trueba, Fernando Franco, Celia Rico y Carla Simón. Una luz cercana que traspasa la intimidad de los personajes y del espacio generando un paisaje humano donde cada elemento resulta reconocible y misterioso. La estupenda música de Vincent Barrière, que ha trabajado mucho en el cine valenciano junto a Adán Aliaga, coproductor de la cinta, Roser Aguilar, Claudia Pinto y la reciente Un bany propi, de Lucía Casañ Rodríguez, con esos toques de quietud e inquietud que ayudan a crear esa atmósfera que va entre lo doméstico y las sombras. La mezcla de sonido de Iván Martínez-Rufat resulta esencial para crear ese pequeño universo entre lo misterioso y lo mundano. El montaje de Juliana Montañés que, en sus inquietantes 114 minutos de metraje, nos van cogiendo de la mano, sin prisas, pero con extrañeza y misterio para ir descubriendo el lugar, la casa y los habitantes que por allí se mueven.

Como sucedía en Vasil con un plantel encabezado por unos magníficos Karra Elejalde e Ivan Barnev acompañados de un elenco que transmitía veracidad y una cercanía que traspasaba la pantalla. En Una quinta portuguesa pasa lo mismo, con personajes que se instalan en lo misterioso, en esos lados donde todos actuamos, donde somos quiénes nos gustaría ser y no lo que nos ha tocado en suerte, con un gran Manolo Solo, tan conciso, sobrio y silencioso, que se asemeja al Delon de Le samurai, de Melville, alejado de sus oscuros personajes para encarnar a Fernando en una encrucijada en la que se deja llevar y convertirse en otro o en otros, huyendo de sí mismo, en un tipo parecido al que hizo en Cerrar los ojos, de Erice, porque si allí buscaba a otro, aquí se busca a su otro yo. Le acompañan los portugueses capitaneados por una extraordinaria María de Medeiros, como la mestressa de la casa, Rita Cabaço como la que cocina y limpia, Luisa Cruz, que tiene en su haber trabajos con Lisandro Alonso, Joâo Nicolao y Miguel Gomes, y Rui Morrison con Benoît Jacquot y Raoul Ruiz, son dos jugadores de cartas, las cartas otra vez haciendo presencia en el universo de Prat, y Branka Katic, la actriz que interpreta a un personaje inolvidable que ha trabajado con Kusturica, entre muchos otros.

Si tuviéramos que hermanar la película con otras que reúnan algunas de sus singularidades podríamos pensar en el cine de Chabrol y Losey, y no lo digo por el lado policíaco que, en cierta medida, podríamos encontrar en la película de Prat, aunque los tiros y nunca mejor dicho, no van por ese lado, sino por cómo plantea la construcción de los lugares y la interacción de los personajes, encajados en una normalidad y sencillez poderosísimas, en el que las cosas y muchos menos las situaciones, son lo que parecen, donde los distintos individuos siempre andan ocultando cosas de ellos y de sus pasados, donde el misterio hace mover la trama que, es muy mínima, porque lo interesante de estas películas no es lo que cuenta, eso sólo es una excusa, lo que importa es cómo se cuentan, y cómo reaccionan los personajes ante los diferentes hechos, en un relato que los espectadores sabemos lo que ocurre y tenemos la información, siguiendo el patrón que mencionaba Hitchcock que de esa manera se creaba mucho más inquietud e interés cuando se sabía un poco más que algún personaje. No se lo piensen y descubran Una quinta portuguesa, de Avelina Prat y quédense con su nombre porque dará mucho que hablar, ya que nos devuelve el cine que hacía del misterio su razón de ser, donde sus personajes y sus hechos se erigían como misterios que había que resolver o no. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


LOS COLORES DIFERENTES. 

