L’àvia i el foraster, de Sergi Miralles

EL CUENTO SOBRE TERESA Y SAMIR.   

“Toda nuestra humanidad depende de reconocer nuestra humanidad en los demás”. 

Desmond Tutu

Érase una vez… un pueblo valenciano llamado Alcalà de la Sierra. Un pueblo como cualquier otro, un pueblo al que llega Enric, alguien que es del pueblo pero su inmigración lo ha convertido en un “forastero”. Enric viene al funeral de su abuela Teresa, la costurera del pueblo, que fue inmigrante de joven en Francia. Allí, sabrá de la existencia de Samir, un paquistaní, que ha llegado al pueblo, el tercer inmigrante, que conoció a Teresa y entre los dos se ayudaron para confeccionar el vestido de la elección del Rey y Reina de las fiestas patronales del pueblo. L’àvia i el foraster, la ópera prima de Sergi Miralles (Pego, Alicante, 1985), está contada como si fuese un cuento, una fábula sobre las actitudes que nos hacen humanos y las que no. Un relato sobre la fraternidad y la solidaridad, y nos es para nada una película condescendiente, ni mucho menos, es una historia que nos habla de nosotros mismos, de todos nosotros, de cómo miramos al otro, al diferente, y sobre todo, cómo nos relacionamos, y cómo nos definimos con nuestras acciones. 

Miralles que se ha fogueado a través de cortometrajes como Un domingo cualquiera (2016), y Confeti (2020), y series de la televisión valenciana como La forastera (2019), recupera vivencias personales de su abuela paterna para construir una historia llena de sensibilidad y muy cercana, recogiendo mucho de la idiosincrasia de su tierra, eso sí, sin ser localista ni sainetero, sino mostrando una forma de ser y hablar y estar, en un guion que firman María Mínguez (que ha coescrito películas como Vivir dos veces, Amor en polvo y Unicornios), Mila Luengo, coproductora de la cinta, y el propio director, a modo de cuento costumbrista y totalmente desdramatizado, en el que nos cuentan la pericia de Teresa, una mujer que cosa para los demás, y debido a una serie de circunstancias, Samir, uno de los fruteros del pueblo, le pide ayuda, porque necesita su máquina de coser para confeccionar el vestido de fiestas de su hijo. Entre metros de tela, pespuntes, dobladillos y dedales, nace una peculiar relación clandestina entre los dos, donde no hay diferencias de color y origen, sino un sinfin de intercambios y de pequeños lazos fraternales donde tanto uno como otro, se miran y se ayudan, conociéndose y queriéndose como hermanos, como iguales, en un entorno de bondad y generosidad. 

Miralles ha contado para su primera película con muchos de los cómplices que le han acompañado en su difícil viaje de hacerse una carrera como cineasta en este país, como el cinematógrafo Víctor Entrecanales, del que hemos visto La banda, otra buena muestra de cine valenciano, el documental Mujeres sin censura, y la reciente Llobàs, de Pau Calpe, entre otras, imprimiendo esa luz tranquila y mediterránea que nos acerca a los personajes y sus situaciones, en el que prevalece esos barrotes y aislamiento que siente el personaje de Enric. La delicada música del dúo Jorge Tortel y Jordi Sapena, que ya firmaron juntos en el citado Confeti, crean una banda sonora que ayuda a ver toda esa maraña de sentimientos que a veces, se muestran y otras, se ocultan. El montaje, que también firma Miralles, es reposado, sin prisas pero tampoco sin pausa, en esa idea de dos tiempos, los vividos por Teresa y Samir y luego, con la llegada de Enric, el nieto que a modo de investigador, va descubriendo todo lo que sucedió en la casa de la abuela y el objeto en cuestión: la máquina de coser, macguffin de la historia y clave en la trama. 

El reparto debía tener esa intimidad y naturalidad que emana de la película, y se acierta en esa interesante mezcla entre intérpretes más conocidos con otros del audiovisual valenciano. Tenemos a Carles Francino, que transmite con seguridad todas las dudas y miedos de alguien que ha emigrado a Manchester y ahora, se siente un extraño en los dos lugares. Un actor con carácter que desprende en ese mar de conflictos interiores y la galopante crisis personal que arrastra durante su estancia en el que fue su pueblo. Le acompañan la actriz valenciana Isabel Rocatti, con casi medio centenar de títulos, como la madre de Enric, que le urge vender la casa de la abuela por problemas con las dichosas naranjas. L’àvia Teresa que hace l a alcoyana Neus Agulló, que ha estado en película como Tierra y libertad, de Loach y Son de mar, de Bigas Luna, entre otras, transmite esa ternura y transparencia en cada mirada y gesto en un trabajo muy especial en el que llena la pantalla, junto a ella, la revelación de Kandarp Mehta, un actor indio que hace un Samir adorable, cercanísimo y humano, que crea una pareja inolvidable junto a Neus Agulló. Como todas las películas de este tipo, el reparto está muy bien y bien escogido entre los que destacan intérpretes de la “terreta” como Maria Maroto haciendo de Eva, ese amor del pasado que nunca olvidamos, Empar Ferrer como Encarnita, la madrastra de todos los cuentos, Jordi Ballester y Aïda Ballmann, entre otros que dan esa amplitud tan necesaria en películas de esta índole. 

No deberían dejar escapar una película como L’àvia i el foraster, de Jordi Miralles, porque a pesar de ser una producción modesta hace de esa carencia su mejor cualidad, porque habla de lo cercano de forma sencilla, construyendo un relato sobre valores humanos, algunos, desgraciadamente, difíciles de ver con asiduidad, como la solidaridad, la fraternidad, el ayudar para ayudar y muchas más que irán descubriendo los espectadores que elijan ver la película. En una no sociedad tan lanzada a la mercantilización de todo, extasiada por la felicidad efímera y la superficialidad materialista, se agradecen películas como esta en la que nos proponen sentarnos en una butaca de cine, acomodarnos con tranquilidad, y esperar a ver una historia que tiene un ritmo reposado, descubriendo historias pequeñas y muy cotidianas, donde se reflexiona sobre nuestra naturaleza, nuestros prejuicios y nos cuestiona nuestra forma de ver y relacionarnos con los demás, con los diferentes a nosotros, con diferentes orígenes, culturas y formas de vivir. Tiene el aroma de las fábulas clásicas donde se exponen conflictos que nos interpelan a ver de qué pasta estamos hechos, y eso, se agradece y mucho en los tiempos que vivimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

My Beautiful Baghdad, de Samir

LAS REJAS DEL PASADO.

“Bagdad, todavía eres un prisionero tras las rejas. Pero has sustituido a un carcelero por otro. Bagdad, todavía estás en mi vida. Baghdad, todavía estás a mi sombra.”

La película se abre de forma intensa y muy descriptiva del tono y la forma. Una imponente panorámica sobre Baghdad que recorre el río Tigris va descendiendo para enmarcar un mural de Saddam Hussein. En una calle desierta que custodian dos hombres armados, irrumpen dos autos y se detienen frente a una puerta. De él bajan varios hombres armados, que llevan consigo dos hombres encapuchados, que son introducidos en el edificio a golpes. Estamos en pleno régimen iraquí, cuando la dictadura perseguía y torturaba a todos aquellos que consideraba enemigos. Pasamos a la actualidad, cuando Taufiq, un antiguo comunista y poeta, uno de los encapuchados, se ha exiliado en Londres. De repente, es llevado a la policía y es preguntado por unos hechos ocurridos en un parque. El director Samir (Baghdad, Irak, 1955), emigró a Zurich en los sesenta junto a su familia, y desde entonces ha compuesto una filmografía donde abundan elementos políticos y sociales tanto en la ficción, el documental y el cine experimental en una carrera que abarca más de cuarenta títulos.

A través de un imponente guion que firman Furat al Hamil y el propio director, My beuatiful Baghdad (en el original, Baghdad in My Shadow, que en dialecto iraquí-árabe tiene el doble significado de memoria y sombra), se estructura con un intenso flashback vamos conociendo la pequeña comunidad de iraquíes exiliados en Londres, que se reúnen en el Café Abu Nawas, que recibe el nombre de un poeta clásico que vivió hace 1300 años. El lugar epicentro, que sirve como centro cultural y también, como espacio donde convergen y se relacionan personajes dispares que tienen en común de ser iraquíes, en el que se reúnen varias generaciones como las del propio Taufiq, ahora vigilante nocturno, Amal, una mujer que quiere olvidar su pasado y volver a ilusionarse junto a su novio inglés, Muhanad, que debido a su condición homosexual debe esconderse, Zeki, el dueño del café, y su querida ex esposa, Naseer, sobrino de Taufiq, que se está radicalizando a través de la mezquita del barrio, que con la llegada de Ahmed Kamal, un antiguo esbirro del régimen de Saddam, se generará una tensión brutal entre todos los personajes en cuestión.

El director iraquí nos habla de tres tabúes importantes en el mundo árabe: el ateísmo enfrentado a los religiosos fanáticos, el adulterio, y sobre todo, la libertad de la mujer,  por último, la homosexualidad. Todos los temas son tratados con honestidad e inteligencia, sin caer en ningún instante en el estereotipo ni nada que se le parezca, sino profundizando en sus constantes contradicciones y disputas que padecen los personajes tanto a nivel interior como exterior. Este grupo de exiliados deben hacer frente a todo su pasado, y su presente, a vivir a pesar de todo, a pesar de los que aparecen para enturbiarles sus existencias, y la película lo muestra con sobriedad y contención, penetrando en esa intimidad de sus vidas, con todos sus traumas, tanto pasados como actuales, en una cafetería convertida en un oasis en el que convergen sus dos universos, el iraquí y el londinense, el ateísmo y al religión, la prisión y la libertad, como demuestra la apertura de la película con ese río que divide Baghdad, esos dos mundos enfrentados, dos mundos diferentes, dos formas de vivir y sobre todo, sentir.

Un grandísimo reparto que añade sinceridad, naturalidad y humanismo, encabezado por Haytham Abdulrazaq en el papel de Taufiq, Zahraa Ghandour como Amal (que ya nos encantó en la impresionante La decisión (2017), de Mohamed Al Daradji), Wassem Abbas en el rol de Muhanad, Shervin Alenabi como Naseer, Kabe Bahar como Zeki, Ali Daeem en Ahmed, Farid Elouardi como Yasin, el jeque radical, y los ingleses Maxim Mehmet en Sven, Andrew buchan como Martin y Kerry Fox como editora, entre otros. Es de agradecer que la distribuidora Surtsey Films apueste por este tipo de cine, y de un país como Irak, del que conocemos muy poco a nivel cinematográfico, con escasos títulos en nuestras carteleras, si exceptuamos algunas como Zaman, el hombre de los juncos (2003), de Amer Alwan, Las tortugas también vuelan (2004), de Bahman Ghobadi, y Homeland (Irak año cero) (2015), de Abbas Fahdel. Un cine profundo, magnífico y humanista que nos habla de la situación política, económica, social y cultural de un país, que tuvo su esplendor en materia de libertad y modernidad en los cincuenta y sesenta, y con la llegada de Hussein entró en la oscuridad y el terror del que todavía no ha salido. My Beautiful Baghdad no solo nos habla de exilio, sino también de algo mucho más universal, la necesidad de olvidar el pasado y sobre todo, de reconciliarse con él, a pesar de las decisiones que tuvimos que tomar, que quizás no eran las más adecuadas, pero fueron las que decidimos, y debemos continuar hacia adelante, perdonando y perdonándonos, para ver lo que vendrá de forma más humana y honesta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA