El despertar de Nora, de Leonie Krippendorff

DE ORUGA A MARIPOSA.

“Siempre fui consciente de que la edad adulta no contaba: a partir de la pubertad, la existencia sólo es un epílogo”.

Amélie Nothom en “El sabotaje amoroso”

El registro de la grabación con una cámara de móvil nos da la bienvenida a la película, la misma que también nos despedirá. La cámara está grabando a dos chicas jóvenes de unos dieciséis años mientras pintan una polla en la cara a un tipo durmiendo en la calle. Estamos en Berlín, en el verano del 2018, que está siendo el más caluroso de muchos años. Las chicas que corren cuando el incauto se despierta son Jule y Aylin, aunque la historia la vamos a conocer desde la mirada y la inquietud de Nora, dos años más pequeña que su hermana Jule. La directora Leonie Krippendorff (Berlín, Alemania, 1985), ya debutó en el largometraje con Looping (2016), en la que retrataba a tres mujeres de edades distintas que confluían en la habitación de un psiquiátrico, y ahora vuelve con un trabajo que se detiene en la llegada de la pubertad para la citada Nora, esa fase de la existencia donde todo son cambios y nos sentimos perdidos y llenos de inquietudes con nosotros mismos y todo lo que nos sucede.

En su segundo trabajo para la gran pantalla, que tiene el título original de “Kokon”, traducido como “tamaño”, vuelve a centrarse en un universo femenino, situándose en Nora, una niña que en el verano citado, se convertirá en una mujer, donde comenzará a descubrir su identidad, y todas esas cosas que le encanta a hacer y todavía no sabe ni que le gustan. La aparición de una nueva alumna en el instituto, la tal Romy, una chica desinhibida, diferente a su hermana y su amiga, más centradas en la imagen y el cuerpo, despertará en Nora una atracción inmediata. La excelente cinematografía de Martin Neumeyer, con el formato 4:3 que evidencia ese mundo digital y asfixiante en el que viven los personajes, con esa cámara que convertida en una segunda piel de las protagonistas, las sigue a través de una inmediatez e impulsividad constantes, en un relato muy físico y muy cercano, donde el formidable trabajo de edición de Emma Graef, también ayuda a conseguir esa agitación en la que viven las protagonistas, y condensando con astucia los noventa y dos minutos de metraje, penetrando no solo en sus pequeñas cotidianidades, sino también en el interior de sus almas, donde la mirada de Nora escruta y reflexiona con todas esas cosas que están pasando en ella y en su alrededor, sintiéndose una náufraga en muchos momentos.

 La película funciona también puede verse como una radiografía actual de la juventud berlinesa, y por ende, de cualquier ciudad occidental del mundo, con una aplastante multiculturalidad, donde coexisten jóvenes de diferentes países, culturas y orígenes muy diversos, de familias desestructuradas, padres y madres ausentes, y totalmente abducidos por el universo digital donde todo pasa por ahí. Nora se mueve en dos mundos, el de su hermana y la amiga de esta, y los amigos, que se encuentran en esa adolescencia donde conviven las drogas, el amor y algo más. Y luego, el mundo de Romy, que está en un local cultural con gente mucho más mayor, y vive casi a solas porque su madre trabaja muy a menudo. Nora sometida a los cambios de su edad, tanto físicos como emocionales, va descubriendo el mundo más adulto de Romy, y también, se va descubriendo a sí misma, a su cuerpo, su primera regla, sus masturbaciones, y el amor, al igual que el deseo, el romántico, pero también, el desamor. La cineasta alemana ha construido una película de aquí y ahora, sin moralina ni sentimentalismo, hermosa, auténtica y libre, con ese espectacular momento con las performance tanto de Nora como de Romy, mientras escuchamos el “Space Oddity”, de Bowie con las imágenes de explosiones en el cuerpo de la joven, un momento que recuerda a otro muy cercano como el de Licorice Pizza, con otro tema relacionado como “Life on Mars?” del duque blanco. El despertar de Nora no está muy lejos de los trabajos de Primeras soledades (2018), de Claire Simon, Quién lo impide (2021), de Jonás Trueba y FREIZEIT oder: das Gegenteil von Nichtstun (2021), de Caroline Pitzen, películas que no solo juegan con la ficción y el documento para poner el foco en la juventud, y en todo lo que les envuelve.

 Krippendorff tiene en sus jóvenes actrices la fuerza y la frescura que necesitan sus imágenes y todos los conflictos que plantean. Tenemos a Lena Klenke como Jule y Elina Vildanova como Aylin, y sobre todo, a Jella Hanse como Romy, que ya era una de las protagonista de Looping, junto a la fantástica e hipnótica Lena Urzendowsky en la piel, el cuerpo y la mirada de Nora, auténtico descubrimiento de la directora, porque no solo consigue fascinarnos con sus miedos, dudas y torpezas, sino que nos sentimos identificamos con una niña-adolescente-mujer que en ningún caso quiere ser como las demás, obsesionadas con sus cuerpos, su alimentación, la ropa y los chicos, sino que Nora quiere y siente algo diferente, algo que rompe con lo establecido, algo que la situará en el camino de conocer y conocerse, descubrir y descubriendo a los demás, y de paso, hacer todas esas cosas que jamás hubiera pensado que podía hacer, o ni siquiera, sabía que las haría y conociendo a Romy, una chica tan diferente y tan cercana a ella, porque como decía el poeta solo se es joven una vez, y cuando nos damos cuenta de verdad, ya ha pasado y solo nos queda recordar como éramos y cómo hemos cambiado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Juana a los 12, de Martín Shanly

Juana_a_los_12-273733189-largeLA HUIDA INTERIOR.

Juana tiene 12 años y estudia en un colegio inglés exclusivo del norte de Buenos Aires. La niña se muestra indiferente a las clases y las materias. La madre, preocupada e instada por los profesores, decide llevarla a especialistas con el objetivo que encuentren a que se debe esa indiferencia en el centro educativo. El debutante Martín Shanly (Buenos Aires, Argentina, 1988) se pone tras las cámaras, después de haber interpretado algunos papeles, construyendo un relato sencillo en apariencia, filmado desde la honestidad y formalmente audaz, utilizando 4K con aspecto de 16mm (un formato parecido al empleado por Lisandro Alonso en Jauja). Shanly vuelve al colegio donde fue de niño, a los lugares que recuerda de su infancia, para filmar a su hermana Rosario y a su madre. Un retrato de una niña en plena pubertad, en ese estado de transición, un tiempo de incertidumbre, un tiempo de cambios donde dejará de ser una niña para convertirse en adulta. Juana se siente perdida, no encaja en ese mundo, no atiende en clase, explica que se interesa, pero no es verdad, sólo quiere integrarse en el grupo de niñas de su clase, ser una más, pertenecer al grupo, aunque sus intentos no obtienen el deseo esperado.

Frente a ella, tiene el colegio inglés, que en vez de tenderle una mano, se la corta, un espacio en el que todos visten el mismo uniforme, comparten el mismo escenario donde tienen que demostrar constantemente su validez, ser mejor que el otro, competir constantemente y no quedarse atrás. Juana ya no sigue el ritmo, ha generado su propio mundo, una isla emocional, vive preocupada en otras cosas, temas que considera más importantes que escuchar a unos profesores anquilosados, sólo pendientes de seguir una pedagogía caduca y detenida en el pasado. Juana no encuentra apoyo en su entorno familiar, su madre, no tiene tiempo de escucharla, y se muestra demasiado racional, la lleva a expertos que la estudien a fondo para descubrir esa apatía que le ha invadido. Shanly observa con su cámara, no se inmiscuye ni tampoco toma partido, retrata ese mundo encerrado en sí mismo, alejado de la realidad, una realidad que no es admitida, que pertenece a ese otro mundo que existe afuera, pero que se ha vuelto invisible para la enseñanza de otro tiempo, un método viejuno que continúa imponiendo a sus alumnos de familias ricas que pagan religiosamente cada mes.

Juana los 12El joven realizador argentino profundiza en el retrato psicológico de los cambios en las puertas de la adolescencia a través de una mirada inquieta y observadora. Su cámara inmóvil, observa y escruta la mirada de Juana, la luz etérea e indefinida que sigue a la niña por su deambular parsimonioso, dificultoso y ajeno por un mundo que sigue unas normas, y no permite que nadie se las salte, no comprende, y además rechaza impecablemente a todo aquel que no sigue lo establecido. Retrato sutil y demoledor sobre cierta educación que no permite a las personas realizarse de un modo humano y sobretodo, rechaza un modelo basado en las inquietudes personales de los individuos. Shanly se toma su tiempo en cada encuadre, en cada instante de su película, la desarrolla acariciando cada detalle, se muestra paciente en dar forma a la construcción de su relato, y cómo se manifiestan las relaciones personales en un entorno tan adverso y sumamente parapetado en conceptos cerrados y extremadamente conservadores. Una película que en su retrato de esa adolescencia perdida e indiferente a las normas de la sociedad y del mundo de los adultos, no andaría muy alejada de propuestas como Los rubios, de Albertina Carri o La niña santa, de Lucrecia Martel. Un cine vivo e interesado en las partes invisibles del relato, en el que se atrapa al espectador desde la incertidumbre e inquietudes de unos personajes que apenas hablan, que casi todo lo explican de forma no verbal, apoyados en sus miradas y gestos. Un film breve, apenas 75 minutos de metraje, y mínimo, se vale de pocos elementos y personajes, para contarnos una historia sumamente compleja y sincera, que nace desde lo más profundo del alma, en la que además se reserva un pequeño homenaje a Los 400 golpes, de Truffaut, una de las obras cumbres del cine, que retrató de forma magistral a esos niños que huyen de un mundo hostil a través de sus anhelos más profundos.