LA HUIDA INTERIOR.
Juana tiene 12 años y estudia en un colegio inglés exclusivo del norte de Buenos Aires. La niña se muestra indiferente a las clases y las materias. La madre, preocupada e instada por los profesores, decide llevarla a especialistas con el objetivo que encuentren a que se debe esa indiferencia en el centro educativo. El debutante Martín Shanly (Buenos Aires, Argentina, 1988) se pone tras las cámaras, después de haber interpretado algunos papeles, construyendo un relato sencillo en apariencia, filmado desde la honestidad y formalmente audaz, utilizando 4K con aspecto de 16mm (un formato parecido al empleado por Lisandro Alonso en Jauja). Shanly vuelve al colegio donde fue de niño, a los lugares que recuerda de su infancia, para filmar a su hermana Rosario y a su madre. Un retrato de una niña en plena pubertad, en ese estado de transición, un tiempo de incertidumbre, un tiempo de cambios donde dejará de ser una niña para convertirse en adulta. Juana se siente perdida, no encaja en ese mundo, no atiende en clase, explica que se interesa, pero no es verdad, sólo quiere integrarse en el grupo de niñas de su clase, ser una más, pertenecer al grupo, aunque sus intentos no obtienen el deseo esperado.
Frente a ella, tiene el colegio inglés, que en vez de tenderle una mano, se la corta, un espacio en el que todos visten el mismo uniforme, comparten el mismo escenario donde tienen que demostrar constantemente su validez, ser mejor que el otro, competir constantemente y no quedarse atrás. Juana ya no sigue el ritmo, ha generado su propio mundo, una isla emocional, vive preocupada en otras cosas, temas que considera más importantes que escuchar a unos profesores anquilosados, sólo pendientes de seguir una pedagogía caduca y detenida en el pasado. Juana no encuentra apoyo en su entorno familiar, su madre, no tiene tiempo de escucharla, y se muestra demasiado racional, la lleva a expertos que la estudien a fondo para descubrir esa apatía que le ha invadido. Shanly observa con su cámara, no se inmiscuye ni tampoco toma partido, retrata ese mundo encerrado en sí mismo, alejado de la realidad, una realidad que no es admitida, que pertenece a ese otro mundo que existe afuera, pero que se ha vuelto invisible para la enseñanza de otro tiempo, un método viejuno que continúa imponiendo a sus alumnos de familias ricas que pagan religiosamente cada mes.
El joven realizador argentino profundiza en el retrato psicológico de los cambios en las puertas de la adolescencia a través de una mirada inquieta y observadora. Su cámara inmóvil, observa y escruta la mirada de Juana, la luz etérea e indefinida que sigue a la niña por su deambular parsimonioso, dificultoso y ajeno por un mundo que sigue unas normas, y no permite que nadie se las salte, no comprende, y además rechaza impecablemente a todo aquel que no sigue lo establecido. Retrato sutil y demoledor sobre cierta educación que no permite a las personas realizarse de un modo humano y sobretodo, rechaza un modelo basado en las inquietudes personales de los individuos. Shanly se toma su tiempo en cada encuadre, en cada instante de su película, la desarrolla acariciando cada detalle, se muestra paciente en dar forma a la construcción de su relato, y cómo se manifiestan las relaciones personales en un entorno tan adverso y sumamente parapetado en conceptos cerrados y extremadamente conservadores. Una película que en su retrato de esa adolescencia perdida e indiferente a las normas de la sociedad y del mundo de los adultos, no andaría muy alejada de propuestas como Los rubios, de Albertina Carri o La niña santa, de Lucrecia Martel. Un cine vivo e interesado en las partes invisibles del relato, en el que se atrapa al espectador desde la incertidumbre e inquietudes de unos personajes que apenas hablan, que casi todo lo explican de forma no verbal, apoyados en sus miradas y gestos. Un film breve, apenas 75 minutos de metraje, y mínimo, se vale de pocos elementos y personajes, para contarnos una historia sumamente compleja y sincera, que nace desde lo más profundo del alma, en la que además se reserva un pequeño homenaje a Los 400 golpes, de Truffaut, una de las obras cumbres del cine, que retrató de forma magistral a esos niños que huyen de un mundo hostil a través de sus anhelos más profundos.