Entrevista a Nicolás Herzog, director de la película «Elda y los monstruos», en el marco del D’A Film Festival, en los Jardins de Mercè Vilaret en Barcelona, el miércoles 10 de abril de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nicolás Herzog, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y al equipo del D’A Film Festival, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“En enero de 2007, el alcalde del pueblo calabrés donde estaba rodando Le Quattro volte, me llevó a dar una vuelta por el Pollino. “¡Tienes que ver las maravillas de estas montañas!”, me dijo. Me llevó a un sumidero en el que se veía un escaso corte en el suelo. Me quedé perplejo, decepcionado. El alcalde, en cambio, entusiasmado y orgulloso, lanzó una gran piedra a ese vacío. Se la tragó la oscuridad. El fondo era tan profundo que no se podía ver ni oír nada. Esa desaparición, esa falta de respuesta, me produjo una emoción muy fuerte. Ese extraño lugar se me quedó grabado, llamándome a volver a él años después, para cuestionarlo y crear un proyecto dentro de la silenciosa negrura del Abismo de Bifurto”.
Michelangelo Frammartino
Muchos de los que nos consideramos amantes del cine nos quedamos gratamente sorprendidos con la aparición de una película como Le Quattro volte (2203), del director Michelangelo Frammartino (Milán, Italia, 1968). Una bellísima película ambientada en el sur de Italia, en la región de Calabria, en los pequeños pueblos de Alessandria del Carretto, Caulonia y Serra San Bruno, sobre los ciclos naturales de la vida y la naturaleza, donde se hacia una profunda exploración y reflexión sobre los oficios y las vidas rurales que se perdían y la película dejaba huella de toda esa lenta e irreparable desaparición.
Siete años antes, el cineasta milanés ya había debutado con Il Dono, donde desde el mencionado Caulonia, ya advertía de la terrible despoblación. Con Alberi (2013), rodada en Armanto, también de la región calabresa, una película de veintiocho minutos que formaba parte de una instalación que pasó por el MoMA y el Pompidou, en la que recuperaba la antigua tradición de los Romiti, los hombres que se cubrían con hiedra, los hombres-árbol que pedían limosna y custodiaban los secretos del bosque. Un cine sobre el tiempo, las huellas del pasado, la naturaleza y la vida rural, campesina y pastoril, unas vidas que el tiempo va borrando, y el cine de Frammartino, con su peculiar estilo de fusión de ficción y documento, recupera esas vidas, esos lugares, esas actividades, y sobre todo, unas gentes y la memoria del territorio de Calabria. Sus estudios de arquitectura en que el espacio físico se convierte en terreno de estudio junto a las imágenes de cine y video, se han convertido en tema esencial de sus películas.
En Il Buco, en un guion de Giovanna Giuliani y el propio director, nos traslada a la Italia del milagro económico de los sesenta, más concretamente a 1961, en un contexto en que se había inaugurado el edifico Pirelli, entonces, el rascacielos más alto de Europa en 1958, en la ciudad de Milán, al norte del país. En el otro lado, en el sur, unos jóvenes se fueron, no a surcar los cielos, sino a sumergirse bajo tierra, en un agujero abierto en mitad de la meseta del Pollino, capitaneados por Giulio Gècchele y su joven grupo espeleológico de Piamonte. Los expedicionarios se adentraron en la grieta y descubrieron una cueva a 700 metros bajo tierra, la segunda cueva más grande de la Tierra en aquel momento. Frammartino recoge aquella historia real de la aventura espeleológica y filma con su peculiar fusión de realidad e imaginación, en el que no solo se sigue a la expedición bajo tierra, con las herramientas de entonces, donde cada metro se explora y se va descubriendo, en la más inmensa oscuridad, en un camino que es totalmente incierto lo que va a ocurrir y con lo que se van a encontrar. También, nos habla de la superficie y se centra en un anciano pastor que ha enfermado.
La película tiene el característico aroma del mejor Herzog, en sus aventuras-películas, en que lo imprevisto de la naturaleza y la vida salvaje se recoge con naturalidad y dejando constancia de la belleza y lo terrible de lo natural. También, encontramos ecos de la experiencia extrasensorial e inmersión absoluta que ya estaba en La ciudad oculta (2018), de Víctor Moreno, en la que se adentraba bajo la tierra de la urbe de Madrid, acompañando a los trabajadores del suelo. La oscuridad y el leve sonido de los espeleólogos se apodera de la pantalla, donde nos perdemos en el abismo profundo de la cueva, un universo por descubrir, un universo desconocido, y sobre todo, un mundo incierto, donde todo está por conocer y descubrir, en el que la imagen se construye a oscuras, en el que destaca con intensidad el grandísimo trabajo de cinematografía del legendario Renato Berta, toda una institución del cine europeo, ya que lleva trabajando hace más de medio siglo y con nombres tan ilustres como los de Godard, Gitaï, Resnais, entre otros. El ejemplar montaje de Bennie Atria, el maravilloso sonido de Simone Paolo Olivero, ambos en el equipo de Le Quattro Volte. La película usa pocos diálogos, deja todo al sonido natural del interior de la cueva, y algún leve diálogo entre los conquistadores de aquello que no vemos, entre estas personas que se lanzan hacia abajo a explorar ese submundo. Esa otra tierra, ese otro sonido y esa otra cosa, como una especie de monstruo que solo muestra la entrada y nunca la salida, la salida está ahí, pero no se sabe a qué profundidad.
Con Il Buco, el director italiano elabora un ejercicio no solo de memoria, sino de humanismo y de experimentación que el cine prodiga poco, porque la experiencia cinematográfica de ver una película de Frammartino es muy especial, y nos deja una huella donde hay tiempo para sombrarse, descubrir y sumergirse en el interior de la tierra y en el interior de uno mismo. Una experiencia que devuelve al cine la capacidad de asombro y magnificencia que tenía en sus orígenes, cuando todo estaba por hacer, y cuando todo lo que aparecía en la pantalla era una novedad, porque la experiencia filmada de Frammartino va más allá de su forma de reivindicación el trabajo de estos espeleólogos que, en su día pasó totalmente desapercibido por los medios y demás, sino que vuelve a detenerse y a mirar la región de Calabria, tanto en su superficie como en su interior, filmando cada detalle, cada mirada, cada suspiro, cada gesto, cada animal, con momentos mágicos y hermosísimos como ese de los recién llegados pasando de noche por una plaza donde unos lugareños miran la televisión atentamente, o ese otro de la cotidianidad de los propios espeleólogos y la rutina de los pastores y las gentes con sus trabajos y sus intimidades
Una forma de filmar y acercarse a lo rural y sobre todo, a sus gentes que, remite completamente a los trabajos en el campo documental de Vittorio de Seta entre 1955 y 1959, que pudieron verse el pasado febrero en la imperdible Filmoteca de Cataluña, o los más recientes de Raymond Depardon, donde lo rural, ese mundo atávico y extraño, adquiere su dimensión de cercanía, de belleza y de universo imborrable en la memoria de tantos, aunque la modernidad y los cambios constantes de la vida y de la mano del progreso se lleven por delante una forma de vida ancestral que andaba de la mano de la naturaleza, observándola y trabajándola, como una comunión perfecta entre humano y naturaleza. Nos alegramos enormemente que una distribuidora como La Aventura apueste por el cine de Frammartino y estrene una película de estas características, porque no solo engrandece la idea de hacer cine, sino que consigue llevarnos a otros mundos, a otros universos y lo más curioso de todo, es que se encuentran en este, bajo tierra, como aquel viaje que nos proponía Verne, un viaje que en ciertos momentos parece espacial, por toda esa oscuridad y ese silencio, y no es otro mundo que el que se encuentra bajo nuestros pies, en el interior de la tierra. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Yo no tengo la culpa de que la vida se nutra de la virtud y del pecado, de lo hermoso y de lo feo”.
Benito Pérez Galdós
Todavía se recuerda el impacto que ocasionó Uranes (2013), la opera prima de Chema García Ibarra (Elche, Alicante, 1980), en la sección “Un impulso colectivo”, comisariada por Carlos Losilla, del D’A Film Festival de Barcelona. Una peculiar historia, filmada con actores no profesionales, familiares y amigos del propio director, que iba sobre una invasión extraterrestre cotidiana, cruzada con una cruenta historia familiar. Luego, vinieron otros trabajos más cortos del cineasta ilicitano, como El ataque de los robots de Nebulosa-5 (2008), y Misterio (2013), siempre con el mismo espíritu transgresor, naturalista y rompedor, donde mezclaba con muchísimo acierto y brillantez la ciencia ficción con la comedia costumbrista y cotidiana. Con La disco resplandece (2016), una película de 16 minutos, su cine cambiará de tercio, filmada en 16mm por el cinematógrafo Ion de Sosa (que recordamos por sus estupendos largometrajes True Love y Sueñan los androides), la cinta se centraba en una noche cualquiera de un grupo de jóvenes y una fiesta que recordaba a aquella otra, ahora llena de polvo y edificios abandonados. El binomio repetiría con Leyenda dorada (2019), en la codirección, rodada nuevamente en 16mm, en un relato que volvía a jugar con el naturalismo y la ciencia ficción.
Para su segundo largo, Espíritu sagrado, que sigue la vitola de títulos llenos de ironía y estupendos. García Ibarra sigue investigando todo aquello que ya estaba en sus anteriores trabajos. El formato de 16mm, en el que Ion de Sosa vuelve a operar, que consigue esa cercanía que traspasa y ese grano tan característico del celuloide, que ayuda a penetrar de forma espacial en el interior de los personajes, de sus casas y sus vidas, la economía de planos y encuadres, casi siempre quietos, en un laborioso trabajo de forma, marca de la casa en toda su filmografía, que hace aún más evidente toda esa idea de ver la película desde una mirada directa, sin juzgar, y sobre todo, a la misma altura de los protagonistas. El ejemplar trabajo de arte de Leonor Díaz Esteve, que consigue adaptar todos los objetos tan característicos de las viviendas ochenteras a la actualidad, jugando con lo de ayer y lo de ahora, el inmenso trabajo de montaje de Ana Pfaff, en otra brillante ejecución de planificación y tempo, donde todo funciona de manera perfecta.
La ciencia ficción vuelve a estar presente, ahora en calidad del grupo Ovni-Alicante, una serie de individuos de vidas y caracteres dispares, aficionados al mundo de los extraterrestres, y sin olvidar, ese costumbrismo tan de aquí, anclado en un barrio de la zona norte de Elche, donde lo doméstico, lo cotidiano y lo transparente se dan la mano. La inclusión de actores no profesionales, que dan a la película toda esa verosimilitud, esa concentración y esa profundidad, de forma muy clara y concisa, sin necesidad de grandes aspavientos argumentales ni nada que se le parezca, porque el director alicantino construye una película sencilla y muy íntima, donde todo lo que ocurre está contado desde la verdad, como si de un documental se tratase, sin serlo, con esa ficción mínima que hace posible que todo lo que se cuenta, y el cómo, adquiera todo su férreo armado y su brillante naturalismo, donde todo es posible, hasta lo más inverosímil y extraño, porque dentro de esa cercanía, en la que vemos a personas como nosotros, la película y su trama se van introduciendo de forma natural, en el que todo convive y se mezcla poderosamente, lo cotidiano con lo inquietante, donde cada individuo, cada espacio y cada objeto adquiere características misteriosas y reveladoras.
García Ibarra bebe del cine de Corman, de aquella ciencia ficción de los cincuenta y sesenta, donde lo humano trascendía a la técnica, donde siempre se profundizaba en lo emocional, a partir de un hecho sobrenatural, también, encontramos huellas del costumbrismo y la tradición española, el de Valle-Inclán, Larra, Baroja, Galdós, Azcona-Berlanga, el universo de Mariano Ozores, o esa rareza y estupenda El astronauta, de Javier Aguirre, y demás, donde la convivencia entre la tradición choca con lo moderno, y donde el más allá convive de forma pacífica con la cotidianidad diaria. Un reparto que brilla desde lo íntimo y lo cercano, donde hay pocos diálogos y donde todo se explica más porque lo que hacen que por lo que dicen. Tenemos a Nacho Fernández, el hilo conductor de la historia, que da vida a José Manuel, que regenta un bar de barrio, que habla nada, y escucha poco, y es el nuevo director del Ovni-Alicante, después del fallecimiento de Julio, que vive con su madre, a la que da vida Rocío Ibáñez, una médium retirada ahora enferma de alzheimer , que cuida de su sobrina, a la que interpreta Llum Arques, gemela de una niña desaparecida, que tiene desesperada a su hermana, que hace Joanna Valverde, y otros personajes como esa señora chismosa que todo lo sabe y habla por los codos, o los variopintos componentes de la asociación extraterrestre, como una chica que no para de hacer cursillos subvencionados, un joven garrulo, y demás individuos que creen más en el espacio exterior que en sus vidas diarias.
García Ibarra ha construido una película magnífica y especial, toda una rareza muy bienvenida, donde mezcla y fusiona de forma brillante cosas tan alejadas como la ciencia ficción, muy terrenal y de andar por casa con lo cotidiano, lo sobrenatural con lo más cercano, con ese tono de humor negro, donde nunca encontramos esa mirada condescendiente hacia los personajes, sino una idea de retratar a los diferentes individuos desde su humanidad y complejidad, de frente, contando unas vidas sencillas y asquerosamente cotidianas, como las de todos nosotros, eso sí, con sus peculiaridades, rarezas y extrañezas, que también, todos las tenemos, algunas más extravagantes que otras. En Espíritu sagrado se fusionan lo fantástico y lo doméstico, de forma excéntrico, cutre, feo, naif y artesanal, siempre desde lo íntimo, despojándolo de todo oropel y efectismo, aquí está entre nosotros, conviviendo como una cosa más, donde los personajes lo acogen, lo tratan de forma sencilla y completamente natural, donde cada personaje parece esconder y esconderse, donde cada cosa que ocurre se llena de incertidumbre, inquietud y diferente, donde todo parece ser de otro mundo, pero en este. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA