Deep Sea. Viaje a las profundidades, de Tian Xiaopeng

SHENXIU EN EL PAÍS BAJO EL MAR. 

“De modo que ella, sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas, aunque sabía que sólo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad”

Del libro Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll

Cuando se habla de cine de animación es inevitable hablar de una de las parejas más grandes Hayao Miyazaki e Isao Takahata que, a través de su Studio Ghibli, se han encargado de construir un imaginario propio, cercano y fantástico, en el que se adentran en las emociones de las niñas que pueblan su ríquisimo imaginario. Shenxiu, la protagonista de Deep Sea, no estaría muy lejos de aquellas de Satsuki y Mei de Mi vecino Totoro (1988), o de Chihiro en El viaje de Chihiro (2001), sólo por citar un par de ejemplos. Niñas enfrentadas al dolor, la tristeza y la ausencia que, con su inmensa imaginación, el mejor refugio contra los males, recrean un espíritu del bosque o de una tierra imaginaria donde nada es lo que parece. En el caso de Shenxiu, su dolor se centra en la ausencia de una madre que la abandonó, una pérdida que la sumido en una fuerte soledad y aislamiento, a pesar que, su padre ha creado una nueva familia, de la que ella no se siente parte de ella. 

La película Deep Sea. Viaje a las profundidades (Shen Hai, del original, que vendría a traducirse como “Dios” o “Ser divino”, y “Dos”), supone el segundo trabajo de Tian Xiaopeng (Pekín, China, 1975), después de su debut en el largometraje con Monkey King: Hero is Back (2015), una historia que mezclaba fantástico, aventuras, monstruos, mitología y Wuxia (el subgénero de fantasía que mezcla artes marciales con tintes de melodrama), en un memorable trabajo técnico en 3D. Con Deep Sea, vuelve a apabullar con la exquisita y detallada de la animación en 3D, en el que fusiona el maltrecho estado de ánimo de la joven protagonista con un viaje a las profundidades del mar, a un mundo de fantasía a bordo de un submarino enorme convertido en un restaurante que se llama “Deep Sea”, que capitanea un atribulado, torpe y mago Nan He, y su especial tripulación formada por morsas que cocinan y tejones como camareros, en un universo que parece no tener fin, en el que una enigmática sopa hace las delicias de unos clientes que son peces de diferente tamaño y forma, en el que no faltan las dificultades y peligros como el del fantasma rojo, una extraña criatura en forma de sombra gaseosa que navega por las profundidades. 

La película es un derroche de fantasía, aventuras y de imaginación desbordante, en el que cada detalle cuenta y se muestra su increíble importancia. Todos los aspectos técnicos brillan en la película, desde la parte visual de la que hemos dado buena cuenta, su rítmico, intenso y enérgico montaje en una película que se casa a las dos horas de metraje, y su excelente banda sonora que firma Dou Peng, que no se limita a acompañar sus imágenes espectaculares, sino que va muchísimo más allá, creando todo el entramado emocional de la protagonista, y generando todo ese mundo tanto el físico como el espiritual, y el onírico, donde la fábula y el relato se usan para construir y deconstruir la historia, lo que vemos y lo que no, en una aventura en la que la no cesan de ocurrir cosas, pero que, además, nunca se desvía del asunto central: la historia de una niña solitaria que no ha pasado página y sigue anclada en un pasado donde su madre la quería, y este viaje por el mar, o por las profundidades del mar, a bordo de este peculiar y fantástico vehículo y formando parte de su extraña y mágica tripulación, aprenderá a ser ella misma, a aceptar la ausencia y sobre todo, a imaginar y comenzar a vivir un mundo en que su madre ya no está. 

La aventura íntima de Shenxiu tiene un referente claro: el de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Una historia donde la supuesta realidad, o esa parte que produce dolor y tristeza, se convierte en un mundo lleno de fantasía donde los animales se humanizan, donde las cosas adquieren otro significado y sobre todo, otro valor, más íntimo, más profundo y más de verdad, como ocurrían en las fábulas clásicas, en las que los animales adquirían emociones y valores humanos, pero no aquellos interesados y volubles, sino otros que no dañan y si lo hacen se afanaban en hablarlo y perdonar, en relacionarse de manera sencilla y humilde, y no en rivalizar ni competir, sino en compartir de forma equitativa y humana, y sobre todo, en restar importancia en tantos prejuicios y miedos impuestos por la locura consumista y clasista de una sociedad que no construye personas sino adictos a lo material y al derroche. La película Deep Sea ha significado un gran descubrimiento para el que suscribe, por su apabullante técnica visual y sonora, y también, por su forma de fusionar la tristeza y el dolor de una niña frente a un universo fantástico y real a la vez, donde ese mundo invisible y subterráneo no es más que infinitos reflejos de su propia realidad, de esa realidad vacía y oscura de la que quiere escapar, pero no para de encontrarse, porque así son las situaciones, cuando queremos dejar atrás algo que no deseamos, la vida y las circunstancias se empeñan en enfrentarnos a ellas, ya se de otras formas, colores, y demás aspectos, que nosotros creamos muy diferentes de lo que huimos, pero nada que ver, siempre estaremos delante de aquello que nos duele, y es así, porque huimos e intentamos alejarnos por miedo, pero volverá y nos seguirá allá donde vayamos, y eso será así hasta que lo enfrentamos y vivamos con ello, aceptando su naturaleza y lo que nos duele y de esa forma podremos vivir sin miedo y dolor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

The Wonderland, de Keiichi Hara

NEKANE EN EL PAÍS DEL AGUA Y EL COLOR.

Nekane finge estar enferma porque no le apetece ir al instituto. Se ha levantado con un día espléndido, pero ella se siente triste y no sabe porqué. La idea de vaguear por casa se trunca cuando su madre le envía a recoger un encargo a la tienda de todo de su tía Chii, una mujer demasiado absorbente para la timidez y apatía de Nekane. Una vez allí, por casualidad, Nekane abre una compuerta secreta del que aparece el alquimista Hipócrates, un ser de otro mundo que le explica a Nekane que ella es la salvadora para el problema terrible que acecha su mundo, un mundo donde el agua está en peligro y eso provoca que el color desaparezca. El entusiasmo de la tía arrastra a Nekane a semejante aventura. El nuevo largometraje de Keiichi Hara (Tatebayashi, Japón, 1959) nos invita a sumergirnos en un viaje fantástico, basado en el libro Chikashitsu Kara no Fushigina Tabi, de Sachiko Kashiwaba, un viaje de consecuencias imprevisibles, un viaje que Nekane y su tía Chii harán junto a Hipócrates y su fiel Pipo, una especie de duende mágico fiel escudero del inventor.

Hara creador de Shin Chan, al que le ha dedicado serie y varias películas, ha saltado a la fama como obras como El verano de Coo (2007) en la que nos hablaba de la amistad sincera entre un ser de la mitología japonesa y un chaval en el Japón actual, en Colorful (2010) indagaba en un tema de gran impacto social como el suicido en su país, a través de la reencarnación y la búsqueda del motivo de alguien que termino con su vida. En Miss Hokusai (2015) rescataba la vida olvidada de una pintora del feudal japonés ensombrecida por su padre. En The Wonderland, vuelve a contar con Miho Maruo, su guionista habitual, para contarnos una película que no estaría muy lejos de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, en la cual una jovencita se interna por azar, en un mundo diferente al suyo, en un universo donde habitan arañas que controlan el espacio-tiempo, pájaros y peces gigantes, ovejas enormes que forman esferas perfectas, y personas como ella que viven aterrorizadas porque la falta de agua está convirtiendo su mundo en un espacio sin colores, en que la vida va desapareciendo y todos los seres se ven avocados al desastre total. Nekane es su salvación, alguien de otro lugar, alguien destinada a encontrar el antídoto contra aquellos que intentan atentar contra el agua como el oscuro Xan Gu y su fiel Doropo.

El cineasta nipón ha contado esta vez con el ilustrador visual ruso Ilya Kuvshinov, para imprimir un estilo visual magnífico e impactante, donde el color brilla en todo su esplendor, donde los personajes, perfectamente ilustrados y encantadores, nos seducen desde el primer instante, dejándonos llevar por esa magia fantástica que tienen las películas de animación japonesas, que tocan con maestría e intimidad cualquier conflicto, por muy arriesgado que parezca a simple vista, para hablarnos de enfermedades, suicido, depresión, aislamiento, miedo, etc… desde lo más profundo y sincero, sin caer en el sentimentalismo o las fórmulas mágicas, sino sumergiéndonos en el problema de una forma veraz y honesta. En The Wonderland, el conflicto radica en el agua, en su falta y sobre todo, en su mala gestión, en la que unos la quieren para sí, y de esa manera arrasar con todo este mundo, relacionando el agua como bien humano, y el color como la consecuencia de ese mundo que sin el preciado tesoro del agua desaparecería irremediablemente.

Como no podría ser de otra manera, entre los personajes impera el conflicto del pasado, de aquello que fueron de todo lo roto entre ellos, donde el presente y el conflicto del agua deberá resolver también muchos conflictos pasados que siguen abriendo las heridas sin cicatrizar. La inagotable imaginación del relato que nos cuentan, así como la gran variedad de espacios, a cada cual más increíble y fantástico, y la oscura relación entre algunos de los personajes, hacen de la película un gran puzle de variedad narrativa y formal, que no solo apabulla sino que también nos convierte en un personaje más de ese universo peculiar, lleno de fantasía, pero también de terror. Nekane al igual que Alicia pasa del estupor y el miedo del principio de su aventura a la decisión y la brillantez a medida que avanza la historia, convirtiéndose en un podríamos decir leitmotiv de mucha de la animación japonesa, donde el/la protagonista no solo se ve envuelta en una aventura de dimensiones grandes sino que también le sirve para crecer como persona, madurar y enfrentarse a los problemas de la vida adulta, envuelta en ese tiempo de tránsito donde deja de ser una niña para emprender la adultez, aunque sea a marchas forzadas.

Hara ha construido una conmovedora e intensa fábula ecologista, llena de humanismo, fraternidad, amor, aventura, color, negrura, drama, amistades de toda índole, que sitúa al agua como centro de la acción, convertida en el tesoro más preciado de la vida, en un elemento indispensable para vivir y sobre todo, en la fuente que da color, luz y alma a los habitantes del mundo. Quizás algunos echarán en falta algo de empaque emocional en el relato, pero no le resta ni un ápice de verosimilitud y tensión dramática, en la que nos seduce con esa sensible mezcla entre realidad y fantasía, entre aquello que nos creemos que somos y lo que en realidad somos, en una aventura a lo desconocido, a convertirse en protagonista, a sentir el miedo, la verdad y la difícil tesitura de tomar decisiones que nos obligan a dejar unas cosas y decidir otras, al fin y al cabo a ser responsables de nosotros mismos y acarrear las consecuencias de las decisiones que tomemos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA