Bonnard, el pintor y su musa, de Martin Provost

LA HISTORIA DE AMOR DE MARTHA Y PIERRE. 

“La belleza no está en el objeto en sí, sino en la forma en que lo vemos y sentimos”. 

Pierre Bonnard

La primera película que recuerdo haber visto sobre las relaciones de pintores con sus musas fue Los amantes de Montparnasse (1958), de Jacques Becker, en el recordado ¡Qué grande es el cine!, de Garci. Se contaba la dura existencia de Modigliani, incomprendido y consolado con alcohol y mujeres, hasta que conoce a Jeanne, una joven burguesa de la que se enamora perdidamente. Luego, han habido muchas películas que se han centrado en este tipo de relaciones de artista y musa, aunque no se había tratado la importancia de la mujer en la obra de la artista, no ya como un mero objeto de deseo sino en una persona que ha influenciado tanto a la persona como al artista. En Bonnard, el pintor y su musa (“Bonnard, Pierre et Marthe”, en el original), de Martin Provost (Brest, Francia, 1957), se sitúa en la presencia capital de Marthe de Méligny, una joven que conoció casualmente al pintor un día de París de 1893 y le propuso pintarla como muestra la secuencia que abre la película. Desde ese momento y durante medio siglo entre los dos vivieron una relación de amor tortuosa, dependiente, con muchos altibajos y complejísima. 

De las ocho películas que ha filmado Provost, la mitad son históricas: Séraphine (2006), que también se centraba en la pintura y un personaje outsider, Violette (2013), sobre la relación de Simone de Beauvoir y Violette Leduc, y Manual de la buena esposa (2020), donde un internado de mujeres se enfrentaba al Mayo del 68. Con la historia de Bonnard y Marthe reivindicaba el papel de la mujer, de las llamadas musas tradicionales para transformarlas en una identidad muy activa, en alguien con mucho carácter, que reclama su sitio y tiene una ayuda esencial en la obra del pintor del paisaje, el retrato y el desnudo. Con la colaboración en el guion de Marc Abdelnour, que ha estado en 4 películas del director, el relato se divide en 4 partes, la citada de finales del XIX en el París bohemio y de la Belle Époque, dos veranos en el 1914 y 1918, divididos en la famosa La Roulotte, una casa aislada a orillas del Sena, en Normandía, y finalmente, la vejez en la casa de Le Cannet, en la provenza, donde vivimos la apasionada relación, de dependencia total, llena de altibajos emocionales, donde el amor y el odio y el no se qué se mezclan con mucha energía, como esas carreras constantes cogidos de la mano como si no hubiera un mañana. 

Como es habitual y marca de la casa, las películas históricas francesas brillan por su autenticidad, detalles y composición en cada espacio, encuadre y complementos, y Bonnard, el pintor y su musa no se queda atrás. Con una gran composición del plano que firma el cinematógrafo Guillaume Schiffman, que ya estuvo en la mencionada Manual de la buena esposa, amén de otros cineastas como Claude Miller, Michel Hazanavicius y Emmanuel Bercot, entre otros, así como el depurado trabajo de sonido donde todo se hace cercano y natural por un gran trío como Ivan Dumas, que ha trabajado con von Trier, Wenders y Doillon, Ingrid Ralet con 6 películas con Provost y finalmente, una leyenda como Olivier Goinard con casi 120 películas a sus espaldas, con cineastas tan esenciales como Varda, Assayas, Hansen-Love y Ozon, y muchos más. La exquisita música de Michael Galasso, ayuda a explicar todo el mejunje emocional entre los dos protagonistas. El montaje de Tina Baz, que tiene en su haber películas con Naomi Kawase, Leïla Kilani y Sébastien Lifshitz, donde en sus dos horas de metraje llena la pantalla de ritmo, de tensión en una historia que no deja descanso al igual que la relación tormentosa que explica.

Una característica del cine de Provost es su especial elección de sus intérpretes y la naturalidad de sus composiciones, porque nos olvidamos de sus nombres y sólo vemos al personaje, con una delicada dirección de actores del director, en el que abundan los grandes nombres como los de Yolanda Moreau, con 3 películas juntos, Carmen Maura, dos, Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Emmanuel Devos y Catherine Frot, y Olivier Gourmet, dos también, excelentes intérpretes como Vincent Macaigne como Bonnard, un tipo talentoso, trabajador, mujeriego, dependiente de Marthe y lleno de pasión y dolor, Cécile de France es Marthe, una mujer que esconde su pasado, de pasión enfermiza, depresiva y llena de dulzura, amor y autodestrucción, que tuvo una incipiente carrera como pintor que la locura cortó, y Stacy Martin es Renee, una joven modelo que posa para el pintor y que se introducirá en este amor lleno de belleza y tristeza, en un personaje que desbarata muchas cosas. También están Anouk Grinberg en el rol de una mujer a la caza del rico de turno que le pague sus excentricidades, Claude Monet y Édoudard Vuillard, dos pintores amigos de Bonnard interpretados por André Marcon y Grégoire Leprince-Rignet, que consiguen esa intimidad y naturalidad, como cuando aparecen en barca con comida y vino, muy del aroma del universo de Renoir. 

Si son personas interesadas en el mundo de la pintura o de cualquier arte, no deberían dejar pasar una película como Bonnard, el pintor y su musa, de Martin Provost, porque no sólo habla de los difíciles procesos creativos, sino de todo aquello que queda fuera del cuadro, fuera de la obra acabada, de todos aquellos personajes que pululan a su alrededor, del propio Bonnar, por supuesto, y de Marthe, sobre todo de ella, porque muchas veces o casi todas, las mujeres han quedado relegadas a la sombra o simplemente, al anonimato e invisibilidad absolutas, y ha sido el tiempo y la exhaustiva investigación que les ha concedido su lugar en la historia y en la historia de Pierre Bonnard, por todo lo que hicieron, por todo lo que amaron, por toda su locura, por toda su excentricidad, como esos impagables momentos cuando corren a toda velocidad desnudos enredados por el paisaje y finalmente, se lanzan al agua y disfrutan de la vida y del amor y sus tormentas tan oscuras y profundas, donde Pierre y Marthe lo compartieron casi todo, el amor, la pasión, la lujuria, la tristeza, la locura y la vejez, o simplemente, la vida y sus sombras. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un amor de verano, de Catherine Corsini

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“Me di cuenta de que muchas cosas que hoy doy por hechas se las debo a esas mujeres comprometidas y luchadoras […] es más, las mujeres homosexuales hicieron mucho por la emancipación de la mujer en general”.

Catherine Corsini

La película arranca en plena campiña francesa, allí, conocemos a Delphine, una joven que trabaja en el campo junto a sus padres, y mantiene oculta su condición homosexual. El yugo de la vida en el campo la ahoga, y decide irse a París. Nos encontramos en 1971, en plena efervescencia de los movimientos surgidos a raíz de mayo de 1968. Delphine se tropieza con las feministas en plena calle durante una acción (tocan los traseros de los hombres como protesta) acude a sus reuniones y participa en el activismo para reivindicar los derechos de la mujer, se contagia de su vitalidad e insolencia, de la poderosa energía del grupo, bella y desobediente, en el que discuten y gritan en el paraninfo de la Universidad, rescatan a un amigo homosexual de un psiquiátrico, donde sus padres lo han ingresado debido a su condición, e incluso, tiran carne a un médico abortista, mientras lanzan octavillas y piden lo que se les niega, su derecho a ser mujeres libres, el derecho al aborto y disfrutar de su propio cuerpo. En ese ambiente parisino y de lucha política, Delphine conoce a Carole, maestra de español que vive con Manuel, pero el deseo y la atracción que sienten se desata y la pasión las devora, y se enamoran.

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Catherine Corsini (1956, Dreux, Francia) estructura su cine a través de las relaciones amorosas y homosexuales, dibujando personajes oscuros y sometidos a derivas emocionales de gran calado. En su anterior película, estrenada por estos lares, Partir (2009) se detenía en una burguesa casada, familiar y acomodada que mantenía una relación sexual con un español de oscuro pasado. Ahora, en su décimo título de su filmografía, acota la trama en la primavera y verano del 71, adentrándose en los convulsos años políticos de los 70, y en el movimiento feminista que tanto ayudó a emancipar a las mujeres, junto a su coguionista, Laurette Polmanss han rescatado una época de fuerte liberación del género femenino, sus referentes y fuentes de inspiración fueron Carole Roussopoulos y Delphine Seyrig (cineastas y artistas que hicieron películas feministas, de las que reivindican su figura, no obstante las dos protagonistas adoptan sus nombres), y otras figuras femeninas que, desde otros ámbitos, alzaron la voz sobre la situación discriminatoria de las mujeres, sometidas al yugo patriarcal en una sociedad que las silenciaba y las volvía invisibles.

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Corsini mezcla con naturalidad y sabiduría los contrastes de su propuesta, el bullicio y la libertad de París contra la intemporalidad y el aislamiento del campo, a ritmo de temas rockeros del momento de Janis Joplin, Colette Magny, Joe Dassin, y la música de Grégoire Hetzel, aportando el lirismo que pide en ciertos momentos la película. Dos mujeres que se aman, pero que deberán afrontar sus miedos e inseguridades para ser libres y afrontar su amor sin prejuicios. La cineasta francesa construye un relato bellísimo, vital, de pura energía e intimidad desaforada, sigue a dos almas enamoradas que, no sólo deberán luchas por sus derechos en el ámbito social, sino también en su intimidad, vencer los obstáculos reales e imaginarios que las acosan. La película, a través de una forma transparente, que da protagonismo a los personaes y sus emociones, describe la vida en la granja de forma detallista y realista, componiendo una imágenes bellísimas cargadas de una naturaleza absorbente, sin caer en ningún instante en la imagen edulcorada. La opresión del paisaje rural es evidente, la actitud de asfixia que siente el personaje de Delphine, atada por la enfermedad de su padre, y la mentalidad de su madre, y el miedo a mostrar su identidad homosexual en contraposición con la sensación de libertad de Carol, una mujer que ha vencido sus miedos y contradicciones y ha despertado en ella un mujer diferente, descubriendo un amor lleno de vida y deseo. Una pasión que la ha llevado a vivir en el campo con la persona que ama, dejándolo todo.

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Corsini nos sumerge en la vida rural de forma concisa y libre, desnudándonos los prejuicios, y filmando las escenas sexuales de forma sencilla y honesta, capturando la belleza sexual sin tapujos, mostrando esos cuerpos desnudos entre la hierba amándose libres, mientras las vacas mugen y pastan (con elementos que nos recuerdan a la pintura de Renoir o Manet, y el cine de Renoir o la Agnès Varda de La felicidad), sin olvidar ese ambiente cercado y de apariencias formado a partir de tradiciones ancestrales y conservadoras. El gran trabajo del trío protagonista, que contamina de humanidad y sensibilidad la película, con una maravillosa y lúcida Cécile De France, desnudándose física y emocionalmente, a su lado, Izïa Higelin, su tez morena, carnalidad, y aspecto rudo, componen un interesante contrapunto, y finalmente, Noémie Lvovsky, que interpreta a la madre de Delphine, anclada en una vida rural, de trabajo y supeditación marital. Corsini ha construido una historia de amor bellísima, apasionante y real, con su pasión, sexo, miedos, inseguridades y contradicciones, en un contexto histórico de reivindicaciones, acciones, y política, y sobre todo, impregnado por una lucha que, aunque se hayan conseguido muchos derechos, sigue en plena vigencia, porque hay luchas que continúan, y no sólo las sociales sino también las propias.