Isla perdida, de Fernando Trueba

UN AMOR OSCURO.  

“Todos tenemos nuestro pasado y hemos llegado hasta aquí huyendo de él”.

El universo cinematográfico de Fernando Trueba (Madrid, 1955), está compuesto de dos caminos bien diferenciados. Por un lado, tenemos la comedia costumbrista y muy de aquí, en la que ha querido acercarse a sus queridos maestros como Berlanga, Ferreri y Azcona, y Wilder, Hawks, Cukor, etc… que le ha dado su mayor reconocimiento con títulos como Ópera prima (1980), Sé infiel y no mires con quién (1985), El año de las luces (1986), Belle Époque (1992), y La niña de tus ojos (1998). Por el otro, tenemos sus fantásticos musicales y su exploración al jazz latino, flamenco, bossa nova y demás estilos como Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004), entre otros. Hay una tercera vía, está menos frecuente, donde ha querido aunar comedia y el idioma inglés, rodando en los EE.UU. como hizo con la comedia Two Much (1995), y sus otras incursiones, en el género negro y romántico, el «amour fou» que decía Buñuel, también en inglés, como El sueño del mono loco (1989), basándose en la novela de Christopher Frank, Dispararon al pianista (2023), de animación y con Javier Mariscal como hicieron en Chico y Rita (2010), donde el género del suspense se convierte en el tono y la atmósfera del que se cuenta la historia.

Con Isla perdida (“Haunted Heart”, en el original, que podríamos traducir como Corazón embrujado), vuelve al suspense y al inglés, para contarnos el amor de Alex y Max. Ella, una catalana que llega a una pequeña isla perdida de Grecia para trabajar como metre en el restaurante de Max, un estadounidense exiliado y casi oculto del que nadie sabe nada. Un guion escrito por Rylend Grant y el propio director, situado en las tres fases que son las que van del verano, pasando por el otoño y para terminar en invierno, siguiendo el amor entre estas dos almas tan diferentes, porque ella es alegre, natural y transparente, mientras él, es todo lo contrario, un tipo de pasado muy oscuro y oculto, alguien en continua huida, receloso con su vida y la de las demás, incluida Alex. Estamos ante una película que tiene dos partes bien conseguidas en las que mantiene el pulso narrativo y la atmósfera que se va enturbiando a medida que los personajes se acercan más entre ellos, en que emocionalmente se van distanciando por tantos grisáceos e inquietud, con una parte final menos interesante, donde todo se enreda demasiado, aunque su despedida está a la altura de los grandes títulos. El aparentemente paraíso se va encerrando en sí mismo y una vez acabado el verano cuando todos se van marchando y la pareja se queda sola, parece que todo se va volviendo cada más difícil y oscuro.  

El gran equipo técnico con el que se ha acompañado Trueba ayuda a construir una película de gran factura con una cinematografía del colombiano Sergio Iván Castaño, con el que ya hizo El olvido que seremos (2020), otro de sus grandes trabajos en los que profundizó en el melodrama, con una luz que empieza muy mediterránea para ir volviéndose poco a poco más gótica, propia de Inglaterra, más cerrada y más tenebrosa, así como la excelente música de un grande como el polaco Zbigniew Preisner, que tiene en su filmografía a nombres tan importantes como Krzysztof Kieslowski, Agnieszka Holland y Louis Malle, entre otros, con el que ha trabajado en La reina de España (2016) y la citada El olvido que seremos, que vuelve a crear una música muy atmosférica y llena de luz y más oscura conforme avanza el relato y sus consecuencias, con algún que otro tema de jazz como no podía faltar en un erudito del tema como el director.  El sonido de una grande como Eva Valiño, con más de 90 títulos, debuta con Trueba después de haber sido asistente en El embrujo de Shanghai (2002), donde la banda sonora es crucial para enmarañar todo ese enjambre de emociones y contradicciones que sobrevuelan el amor turbulento de la pareja protagonista. Finalmente, tenemos el montaje de Marta Velasco, una habitual de los Trueba, que ha trabajado con Fernando en tres cintas., con una misión nada fácil en una película de corte clásico, sí, pero que se va a los 128 minutos de metraje. 

Rodar en otro idioma conlleva muchas dificultades como acoplar un reparto que conecte y sea creíble, y en la película está más que logrado con una extraordinaria Aida Folch en el rol de Alex, que nos lleva con una facilidad y naturalidad por toda la película haciendo creíble su personaje con una mirada cómplice y un leve gesto. Un pedazo de actriz que debutó precisamente con Trueba en la citada El embrujo de Shanghai hace 22 años, la volvió a recuperar en la extraordinaria El artista y la modelo (2012), y ahora le da la cámara y el plano para deleite de los espectadores. Ella es la película y la aguanta con inteligencia. A su lado, tenemos a Matt Dillon como el enigmático Max, un personaje muy Ripley, muy del Renoir noir y Highsmith, que nos atrae, nos embruja y nos inquieta a partes iguales, con el rostro de un actor curtido en mil batallas que no está muy lejos del tono y del laberinto oscuro en el que se metía Dan Gillis, el personaje que hacía Jeff Goldblum de la mencionada El sueño del mono loco. Por último, tenemos a un personaje vital para la historia, un tipo buscavidas, amante de las mujeres y viva la vida como Chico, un brasileiro que habla mil idiomas y sabe hacer otras tantas cosas, en la piel del colombiano Juan Pablo Urrego, otro gran acierto que ya trabajó con el director en la citada El olvido que seremos

Agradecemos a Fernando Trueba que haya hecho una película como Isla Perdida que, aunque su parte final no nos haya convencido, sí que nos alegramos por su aventura de explorar otros géneros alejados a los que nos tiene acostumbrados, porque nos convence que el cine ante todo sea un camino de exploración, de atreverse, de escarbar en las historias que uno se proponga contar, como esta, en la que una joven de la que apenas conocemos su vida, pero no tiene nada que ocultar, y un tipo, mayor que ella, un leitmotiv que se repite en muchas de las películas de Trueba, del que que no conocemos nada y sabemos que lo oculta todo, o quizás, oculta algo demasiado oscuro e inquietante, no sabemos, la película con la mirada inquieta y curiosa de Aida Folch nos ayudará a resolverlo o a marearnos mucho más, habrá que descubrirlo mientras la vemos. ¿Ustedes que creen?. La película nos invita a descubrirlo si hay algo que se oculta en Max o no, resulta atrayente la propuesta, eso sí, no se dejen llevar por las apariencias, y sabrán que Alex no lo hace, porque está dispuesta a todo por su amor, uno de esos amores complicados y muy oscuros, sí, pero quizás no lo sean la mayoría, los que valen la pena. ¿Ya me dirán ustedes?. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Incidencias, de José Corbacho y Juan Cruz

incidencias_cartelEN MEDIO DE LA NADA.

El tándem formado por José Corbacho (1965, Hospitalet de Llobregat) y Juan Cruz (1966, Barcelona), nacidos en el seno de la productora televisiva El Terrat, han labrado una filmografía de películas estimables e interesantes, en las que a través de retratos intimistas y cotidianos, mezclaban con acierto la comedia y el drama, tomaban el pulso de las gentes de barrio, y las dificultades y alegrías en las que se enfrentaban en su deambular diario, con el denominador común de la ciudad colindante, obrera y emigrante de Hospitalet. En su debut, Tapas (2005), se centraban en la variopinta parroquia de seres que se reunían en un bar, todo contado con una frescura y encanto, en su segunda película, Cobardes, rodada tres años después, siguiendo la misma línea que la anterior, ahora el protagonismo se lo llevaba un joven acosado en el instituto, el tono era más social y dramático, pero seguían manteniendo el pulso de la descripción de personajes y el pulso del barrio. Un año después, dieron el salto al medio televisivo, la apuesta era Pelotas, de la que hicieron un par de temporadas, el protagonismo se lo llevaban unos personajes de barrio que se alegraban y enfadaban por culpa de un equipo de fútbol de regional, todo contado a través de esa comedia social con tintes dramáticos.

En su tercera película, han cambiado de rumbo, quizás mantienen el espíritu de alguno de sus personajes de barrio, pero ahora cambian de escenario, meten a sus criaturas a bordo de un tren que despega de Barcelona con destino a Madrid la noche de fin de año. En un momento del viaje, en mitad de la nada, la línea se queda sin tensión y el tren se detiene. A partir de ese instante, empezaremos a conocer a sus variopintos y extremos personajes: su tripulación, un maquinista obsesionado con su padre y el orden, un subalterno, simpático y enamorado de la chica de la cafetería, que anda muy perdida con ganas de salir corriendo, también, tenemos a un cargo público que huye junto a su amante, una pirada escolta, con un maletín lleno de dinero, una pareja que se morrean, él, psicótico y ella, japonesa, un modernillo enfermo de las nuevas tecnologías, un árabe con un bulto sospechoso, un joven matrimonio, él, obsesivo del móvil y tonto de capirote, y ella, de carácter y a punto de dar a luz, una atractiva sola y borracha, y para rematar el cuadro, una pareja de abuelos, que el marido se quedará fiambre.

Incidencias

Con este panorama, el intento de los directores es evidente, plantear una suerte de comedia disparatada, llena de situaciones rocambolescas, y cargas de tensión donde las horas que van pasando con el tren detenido, harán aumentar el nerviosismo de los personajes y la locura se irá apoderando de las relaciones y desencuentros que se van generando. La intención de hacer una comedia de lo disparatado de la realidad social del país tiene su gracia, aunque aquí, no acaba de funcionar, el mejunje es demasiado extremo, y no hace ni pizca de gracia, carece de complicidad con el espectador, unas situaciones demasiado rebuscadas que no acaban de implicar la necesaria empatía con los personajes, un microcosmos estereotipado que no cuaja y además se tiene la sensación que cada uno de los personajes está representado algo o alguien. Parece un humor de antes, trasnochado, que ya no cala en los espectadores, y para acabar de adobar todo el contenido, nos presentan unas entrevistas que aluden a lo ocurrido esa noche en el tren, que no encajan en la trama, y además rompen el ritmo que pretenden imponer en la historia. Ni el buen hacer del magnífico plantel de intérpretes salva la función. Recuerda en tono y situaciones a Los amantes pasajeros, de Almodóvar. Deseemos que Corbacho y Cruz vuelvan a su universo, a su barrio, que tan buenos resultados les había dado, a esos héroes cotidianos que trabajan duro por traer un trozo de pan a casa, de la cervecita del bar, el súper de la esquina, en el retrato de esas gentes humildes que tiran pa’lante con su vida como pueden junto a sus amigos y familia.