EN MEDIO DE LA NADA.
El tándem formado por José Corbacho (1965, Hospitalet de Llobregat) y Juan Cruz (1966, Barcelona), nacidos en el seno de la productora televisiva El Terrat, han labrado una filmografía de películas estimables e interesantes, en las que a través de retratos intimistas y cotidianos, mezclaban con acierto la comedia y el drama, tomaban el pulso de las gentes de barrio, y las dificultades y alegrías en las que se enfrentaban en su deambular diario, con el denominador común de la ciudad colindante, obrera y emigrante de Hospitalet. En su debut, Tapas (2005), se centraban en la variopinta parroquia de seres que se reunían en un bar, todo contado con una frescura y encanto, en su segunda película, Cobardes, rodada tres años después, siguiendo la misma línea que la anterior, ahora el protagonismo se lo llevaba un joven acosado en el instituto, el tono era más social y dramático, pero seguían manteniendo el pulso de la descripción de personajes y el pulso del barrio. Un año después, dieron el salto al medio televisivo, la apuesta era Pelotas, de la que hicieron un par de temporadas, el protagonismo se lo llevaban unos personajes de barrio que se alegraban y enfadaban por culpa de un equipo de fútbol de regional, todo contado a través de esa comedia social con tintes dramáticos.
En su tercera película, han cambiado de rumbo, quizás mantienen el espíritu de alguno de sus personajes de barrio, pero ahora cambian de escenario, meten a sus criaturas a bordo de un tren que despega de Barcelona con destino a Madrid la noche de fin de año. En un momento del viaje, en mitad de la nada, la línea se queda sin tensión y el tren se detiene. A partir de ese instante, empezaremos a conocer a sus variopintos y extremos personajes: su tripulación, un maquinista obsesionado con su padre y el orden, un subalterno, simpático y enamorado de la chica de la cafetería, que anda muy perdida con ganas de salir corriendo, también, tenemos a un cargo público que huye junto a su amante, una pirada escolta, con un maletín lleno de dinero, una pareja que se morrean, él, psicótico y ella, japonesa, un modernillo enfermo de las nuevas tecnologías, un árabe con un bulto sospechoso, un joven matrimonio, él, obsesivo del móvil y tonto de capirote, y ella, de carácter y a punto de dar a luz, una atractiva sola y borracha, y para rematar el cuadro, una pareja de abuelos, que el marido se quedará fiambre.
Con este panorama, el intento de los directores es evidente, plantear una suerte de comedia disparatada, llena de situaciones rocambolescas, y cargas de tensión donde las horas que van pasando con el tren detenido, harán aumentar el nerviosismo de los personajes y la locura se irá apoderando de las relaciones y desencuentros que se van generando. La intención de hacer una comedia de lo disparatado de la realidad social del país tiene su gracia, aunque aquí, no acaba de funcionar, el mejunje es demasiado extremo, y no hace ni pizca de gracia, carece de complicidad con el espectador, unas situaciones demasiado rebuscadas que no acaban de implicar la necesaria empatía con los personajes, un microcosmos estereotipado que no cuaja y además se tiene la sensación que cada uno de los personajes está representado algo o alguien. Parece un humor de antes, trasnochado, que ya no cala en los espectadores, y para acabar de adobar todo el contenido, nos presentan unas entrevistas que aluden a lo ocurrido esa noche en el tren, que no encajan en la trama, y además rompen el ritmo que pretenden imponer en la historia. Ni el buen hacer del magnífico plantel de intérpretes salva la función. Recuerda en tono y situaciones a Los amantes pasajeros, de Almodóvar. Deseemos que Corbacho y Cruz vuelvan a su universo, a su barrio, que tan buenos resultados les había dado, a esos héroes cotidianos que trabajan duro por traer un trozo de pan a casa, de la cervecita del bar, el súper de la esquina, en el retrato de esas gentes humildes que tiran pa’lante con su vida como pueden junto a sus amigos y familia.