Dobles vidas, de Olivier Assayas

VIDAS REALES, VIDAS DE FICCIÓN.

“Todo debe cambiar para que nada cambie”

(Príncipe Salina en El Gatopardo, de Visconti)

La frase que encabeza el texto mencionada por el Príncipe Salina, que interpretaba Burt Lancaster, al final de la película, tiene mucho que ver con este mundo cambiante, en continua transformación que nos ha tocado vivir, en el que continuamente iluminados de la tecnología vaticinan el fin del producto convencional por lo más nuevo, por la última virguería informática que hará nuestras vidas diferentes, modernísimas y mejores, aunque a la postre nada cambie y todo siga igual, más o menos, como vaticinaba el príncipe Salina. Las nuevas tecnologías en nuestra cotidianidad, las relaciones humanas y demás elementos que conciernen a nuestro tiempo son el marco por el que se guía la nueva película de Olivier Assayas (París, 1955) la decimoséptima de su carrera, que arrancó allá por 1986 con Desorden, en una primera etapa que se extendió hasta El agua fría (1994) en que dedicó cinco películas para hablarnos de la juventud, de sus deseos, ilusiones, infelicidad y vacío existencial, para adentrarse más adelante en terrenos más maduros en los que sus personajes y sus problemas iban haciéndose mayores junto a él, como en Finales de agosto, principios de septiembre (1998) donde exploraría la muerte y la ausencia dejada y cómo afectaba a sus más allegados, elementos que cohabitarán de forma natural y sistemática en su posterior cine con Después de mayo (2012) Las horas del verano (2008) Viaje a Sils Maria (2014) y Personal Shopper (2016).

Ahora, Assayas vuelve con Dobles vidas, donde se detiene en cinco individuos, cinco almas que se mueven en esta sociedad, donde parece que vivimos varias vidas a la vez, porque todo se hace y se vive demasiado intensamente, a una velocidad de vértigo, como si todo se tuviera que hacer deprisa y corriendo y varias cosas a la vez, sin parar, porque todo se acaba o está a punto de acabarse. Assayas nos cuenta las vidas de este grupo de parisinos en la que se sumerge en sus vidas íntimas y públicas, en las que conoceremos a Alain (Guillaume Canet) un exitoso editor que se contradice constantemente, porque tiene una mujer a la que adora, pero tiene un affaire con Laure (Christa Théret) una compañera que viene a digitalizar todo el modelo económico de la editorial, a Leonard (Vincent Macaigne) un escritor que plasma en sus novelas, que se niega a calificarlas de autoficción, todas sus experiencias vitales y sentimentales, y además, se acuesta con Selene (Juliette Vinoche, tres películas con Assayas) mujer de Alain, y actriz estancada en una serie exitosa de acción, pero que se muestra incapaz de dejar la serie. Valérie (Nora Hamzawi) mujer de Leonard, es una agente de campaña de un político integro y concienciado con los problemas más sensibles.

Y así están las cosas, un grupo de personas que viven su vida, la oficial, en la que todo parece ir bien, y por otra parte, la otra vida, la de ficción, o la que ocultan a sus allegados, o la que forma del autoengaño, a saber, porque ellos mismo ni lo saben. El cineasta francés enmarca su película en una comedia ligera, donde impone un ritmo acelerado, quizás contaminado por el sino de los tiempos actuales, donde sus personajes hablan y hablan, y no dejan de hablar, de muchos temas, por ejemplo, la digitalización de la sociedad actual, del futuro o más bien de la especulación, como apunta Alain en una mesa con amigos, donde todo parece que va a estallar de un momento a otro, pero no lo hace, o si lo hace, se trata de forma muy tímida, casi como un remolino intenso pero que se terminará en poco tiempo, algo así como el remolino interno y emocional que viven los personajes llevando adelante sus vidas, las que todos conocen, y las que ocultan, o las que no cuentan, que quizás son menos ocultas de las que creen.

Assayas atiza con vehemencia a nuestra sociedad, a sus rígidas estructuras económicas y al supremacismo del dinero, a esos gurús de la tecnología que vaticinan la defunción de lo tradicional en pos a una sociedad cibernética e hiperconectada, donde todo se hará por internet, en el que nos movemos por el mundo laboral, en este caso la edición de libros, como ocurría en Demonlover (2002) donde Assayas se sumergía en el espionaje industrial entre empresas y la sensación de los dibujos porno en 3D. Aquí, también hay estrategia industrial, entre otras cosas, como escenifican de forma sencilla y magnífica la relación entre Alain, el editor que apuesta por el libro de toda la vida, y se mantiene expectante a tantos cambios que se proclaman a los cuatro vientos como hace Laure, su nueva compañera de trabajo y cama. Unos tiempos convulsos, en los que todavía hay náufragos resistentes de sus novelas como Leonard, que tiene el mismo problema que tenía Harry con sus ex novias y amigos porque no paraba de hablar de ellos en sus libros en Desmontando a Harry, de Woody Allen.

El director parisino también nos habla de cine, como hizo en Irma Vep (1996) donde un director fracasaba en el intento de devolver a la actualidad la serie de Las Vampiras, de Feuillade. Ahora, se acuerda de Bergman y su película de Los comulgantes, donde recuerda al sacerdote sin fe que hablaba a una iglesia vacía, como ese mundo convencional en pos del online que muchos vaticinan que llegará pero que no llega, o a Haneke, con un chiste sexual en un cine viendo una del director austriaco. Assayas se muestra crítico con la sociedad, con la política, con las verdades absolutas, y las mentiras de siempre, encontrando a unos personajes infelices y frustrados, que encuentran en la mentira y las dobles vidas, que habla el título, en su razón de existir, aunque muy bien no sepan porque lo hacen y a qué lugar les lleva todo eso, porque al fin y al cabo, todos nos movemos con prisas en esta vorágine absurda y superficial que alguen llamó vida, porque todo se autodefine constantemente, y lo que ayer era el no va más con mucha energía, ahora se niega o se contradice con la misma fuerza. Un mundo cambiante, en constante ebullición, donde todo parece una cosa y al día siguiente, ya es otra. Quizás, como nos quiere contar Assayas, después de todo, nos quedan los amigos, nuestros amores, los reales y los ficticios, una copa de vino, y una buena charla sobre todo o nada. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA    

Ghost in the shell, de Rupert Sanders

SUEÑAN LOS ANDROIDES.

En 1989 apareció el manga Ghost in the shell, de Masamune Shirow, que pronto se convirtió en un fenómeno de público. Seis años después, se produjo la película basada en el manga, dirigida por Mamoru Oshii, auténtica obra de arte del género de la animación, siguiendo la estela de Akira (1988), de Katsuhiro Otomo, su potencia visual, acompañada de una exquisita banda sonora, que devenía en una compleja estructura narrativa en la que se profundizaba sobre la contaminación tecnológica, la sobreexplotación de la información y el ciberterrorismo, catapultando al estrellato la película convirtiéndola en un icono del llamado “cyberpunk”. Le siguió una secuela e incluso una serie, y otras sagas como Matrix, que le deben muchísimo. Más de dos décadas después, la maquinaria hollywoodiense se ha puesto manos a la obra para adaptar el manga a imagen real, en el camino se cayeron varios proyectos que nunca llegaron a ver la luz. El director elegido es Rupert Sanders (Westmister, Reino Unido, 1971) de amplia trayectoria en el mundo publicitario y director de Blancanieves y la leyenda del cazador (2012) una adaptación oscura del clásico, con multitud de efectos, estética visual y muchísima acción.

Ghost in the shell  nos sitúa en un futuro distópico, en el que las grandes corporaciones acaparan un mercado mundial dominado por las últimas tecnologías, la información tiene un valor incalculable, y tanto como los gobiernos como los delincuentes trafican con ella, a través de hackear cuentas y vender esa información. La película se centra en la Sección 9, una división antiterrorista compuesta de soldados de élite que luchan encarnizadamente con las mafias del robo de información. Su mejor arma es “La Mayor” (mitad humana, mitad robot) una cyborg perfecta, una fembot diseñada y construida para matar, y el resto de su equipo, todos ellos con alguna parte de su cuerpo robotizado. El conflicto que se plantea es el siguiente: un cyborg está hackeando cuentas y eliminando a todos aquellos que pertenecen a la Kanka Corporation (empresa que construye los cyborg). Sanders construye una primera mitad interesante, donde, a través de las señas de identidad inspiradas del manga japonés, como la fantástica estética visual, una atmósfera inquietante y muy oscura, y además, una intriga que atrapa y logra atraparnos en la madeja argumental.

En la segunda mitad, ya es otra cosa, la acción se apodera del espectáculo, pero no consigue levantarnos del asiento, se deja atrás la parte más importante de la trama, la reflexión política y el uso desmedido de la tecnología en pro del avance económico, dejando atrás colmenas de gentes que viven aislados o simplemente no existen, en la parte filosófica la película se pierde y no consigue emocionarnos. Un thriller que arranca con fuerza, pero a medida que avanza, va cayendo en lo convencional, hasta la parte final, donde se destapa el pastel, que ya se bien intuyendo, dicho sea de paso, y asistimos al duelo final. Una cinta a la que le influyen demasiado sus referencias, como la novela de ciencia ficción de los 50 y 60, como Yo robot o Fundación, ambas de Asimov, Dune, de Frank Herbert, o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, hitos de la literatura robótica que algunas de ellas fueron adaptadas consiguiendo grandes títulos como Blade Runner, clave en el género que con el tiempo se ha convertido en auténtica piedra angular sobre cómo la tecnología afecta a nuestras vidas, y la idea de un futuro decadente, vacío y deshumanizado, dentro de una estética visual asombrosa, una estructura apabullante y una poética magnífica.

Ghost in the shell es una película oscura y entretenida, muy lejos de su antecesora, que si bien mantenía una estructura compleja (muy propia de la animación japonesa) conseguía una película enérgica, que apabullaba a través de sus imágenes y su tremenda análisis sobre una sociedad perdida y narcotizada de tecnología. Un reparto de altura que manejan con brío y corrección sus personajes, encabezados por Scarlett Johanson (muy criticada su elección), Juliette Binoche como la Doctora creadora de la fembot, Michael Pitt en un rol siniestro y fantasmal, del reverso del hijo prodigo, y “Beat” Takeshi Kitano, con alguna secuencia que recuerda a sus magníficos thrillers, componen un reparto heterogéneo, como suelen ser las grandes superproducciones made in Hollywood. Una película que se deja ver, con escenas de acción, persecuciones, intriga de manual, y algo de reflexión filosófica sobre quiénes somos y sobre todo, hacía donde vamos y de dónde venimos.