Adiós Buenos Aires, de Germán Kral

¿TODO ESTÁ PERDIDO?. 

“Uno tiene que pelear por lo que cree, aunque sea una causa perdida.”

La declaración de Atilio que lee Julio

La historia se remonta a noviembre de 2001 cuando la Argentina estaba atravesando una de las peores crisis económicas de su historia. En la ciudad de Buenos Aires resiste Julio, que heredó la tienda de zapatos en la que ya no entra nadie y acumula polvo y deudas. Su existencia se salva gracias a su grupo “Vecinos de Pompeya” con su bandoneón en el que tocan clásicos temas de tango en un boliche de cuarta cada vez más vacío, que hacen que la realidad no parezca tan dura o quizás, por un instante, la olvidan imaginando con tiempos diferentes, incluso, mejores. Debido al panorama desolador, Julio ha decidido exiliarse a Berlín y comenzar de cero. Su hija de 12 años no está muy feliz con la idea y, además, la cosa se revuelve con la aparición de Mariela, una taxista luchadora con la que tiene un accidente en un cruce. Cuando el destino parecía llevarlo fuera del país, la realidad le recordará que no resultará tan fácil dejar el país en la práctica, porque aunque el país se vaya a la mierda, quizás todavía se puede hacer alguna cosa por él, y por uno mismo. 

El director Germán Kral (Buenos Aires, Argentina, 1968), y emigrado en 1991 a Alemania. Desde 1993 ha trabajado con Wim Wenders en diversas ocasiones, amén de interesantes documentales como Imágenes de la ausencia (1998), sobre sus padres, y sobre música como Música cubana (2004), siguiendo la estela de Buena Vista Club Social, donde recupera a sus músicos, El último aplauso (2009), sobre el popular Bar El Chino donde se tocaba tango, y Un tango más (2015), sobre famosos bailarines de tango. Con Adiós Buenos Aires (en el original “Chau Buenos Aires”), deja el documental para instalarse en la ficción donde la música vuelve a estar muy presente y es el vehículo que da vida a unos personajes tristes, melancólicos y sin esperanza. Una película que no habla de rabia y resentimiento, sino de desilusión. Una desilusión que todavía sigue ahí, sin ir más abajo, gracias al tango, a aguantar el grupo aunque ya nadie vaya a verlos, y donde no generan dinero, sólo unas cuántas empanadas. A pesar de eso y de todo, siguen ahí, como el letrero luminoso del local, que va perdiendo la luz fluorescente lentamente, metáfora del sentimiento que anida en el interior de los personajes, y por ende, de un país en plena catástrofe.  

Estamos ante un buen guion que se mueve entre la tragicomedia, entre el Neorrealismo italiano y la Comedia pícara, que firman el propio director junto a Stephan Puchner, que ya trabajó con el director en Música cubana, y el gran Fernando Castets, conocidísimo por sus grandes películas con Juan José Campanella, El mismo amor, la misma lluvia (1999), El hijo de la novia (2001) y Luna de Avellaneda (2004), y otras con Gerardo Herrero y Emilio Aragón, y una serie con Daniel Burmann. La excelente música de Gerd Bauman, que hizo con Kral Imágenes de la ausencia y Un tango más, y su trabajo con el director alemán Marcus H. Rosenmüller, donde consigue dar ese toque en el que se mezcla sensibilidad y dureza. Amén de grandes clásicos del tango como «Pasional»«Desencuentro»«Cambalache»«Honrar la vida». La cinematografía del dúo Daniel Ortega y Cristian Cottet, del que conocemos sus trabajos en La antena y la serie El reino vacío, de Marcelo Pinyeiro, que construye con mucha naturalidad una cinta donde hay realidad, algo de fantasía y sobre todo, mucha duda. El montaje de otro dúo teutón como Patricia Rommel, que tiene en su haber grandes películas junto a directores/as como Wolfgang Becker, Carolina Ling, Angelina Jolie y Florian Henckel von Donnersmarck, y Hansjörg WeiBbrich, con más de 60 títulos al lado de Schmid, Bille August, Schrader, von Trotta, Sokúrok y Serebrennikov. Un trabajo excepcional, detalle y preciso donde se fusiona todo y con suavidad en sus 93 minutos de metraje. 

La historia se mueve bien en todos los sentidos en buena parte por la excelencia del guion, la buena dirección de Kral y un gran plantel que da vida con sencillez y honestidad a unos personajes quijotescos que aguantan el tirón como pueden, unos mejor que otros, aportante una humanidad y dignidad donde el grupo y la comunidad son esenciales para sobrevivir. Tenemos a Julio en la piel de Diego Cremonisi, el bandoneonista, al que hemos visto en Invisible, Rojo, y films de Eduardo Pinto. Le acompañan Mariela que hace Marina Bellati, en cintas de Gustavo Taretto, Miguel Cohan, Juan Taratuto y Ana Katz, y los del grupo como los teclados de Carlos Portalupii, el bonachón adicto al juego en plena recuperación, Manuel Vicente, el violinista idealista en las causas perdidas, Rafael Spregelburd, el playboy y mecánico, todo un buscavidas, el veterano Mario Alarcón, con más de 4 décadas de carrera que da vida al gran cantante retirado Ricardo Tortorella, y otros como El Polaco que regenta el boliche que da vida David Masajnik, todo un experto en los fenómenos espaciales de tiempo y lugar. Tienen mucho del grupito de Rufufú, de Monicelli, pero con más tristeza, más melancolía y más argentinos. 

Una película como Adiós Buenos Aires no busca respuestas a tantas preguntas, sino en seguir de pie cuando toda tu vida y por cercanía, tú país se va hundiendo sin remedio. En esos momentos de apocalipsis de verdad, la película nos cuenta las diferentes actitudes de los personajes ante semejantes hechos que son capaces de terminar con la esperanza más férrea. Tampoco es una película que trate con condescendencia ni blanquee las situaciones a las que se enfrentan sus individuos, no va de eso. Si no que es al contrario, porque muestra un abanico muy distinto ante la avalancha de pobreza y escasez. Unos deciden quedarse y otros, como el protagonista Julio, marchar. Dos opciones diferentes pero igual de complejas. Además, añade la idea del grupo y la comunidad y el amor que se tienen y el  acompañamiento ante el desastre. La comunicación como vía esencial y vital para mantenerse a flote. Ayudarse como único camino cuando a tí te va mal. Una película a contracorriente de una sociedad cada vez más individualista, consumista y vacía. Este grupo se es algo es que todavía no ha perdido su dignidad como espetaba el personaje de Darín en aquel tremendo discurso que espetaba en la fantástica y mencionada Luna de Avellaneda, recuerden, no están sólos aunque les hagan creer el contrario. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Antonio Méndez Esparza y Malena Alterio

Entrevista a Antonio Méndez Esparza y Malena Alterio, director y actriz de la película «Que nadie duerma», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 15 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonio Méndez Esparza y Malena Alterio, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Juanma Barbero de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Que nadie duerma, de Antonio Méndez Esparza

LOS ESPEJOS DE LA IRREALIDAD. 

“La vida era también un plano ciego en el que cada uno debía ir colocando los acontecimientos que la delimitaban”

Frase de la novela “Que nadie duerma” (2018), de Juan José Millás

Hace justo un año que se estrenaba en cines la adaptación de la novela “Desde la sombra”, de Juan José Millás bajo el título de No mires a los ojos, dirigida por Félix Viscarret. Ahora, llega otra adaptación de Millás, la de la novela “Que nadie duerma”, que con el mismo título, nos pone en la vida de Lucía, una informática que de la noche a la mañana pierde su trabajo y se recicla como taxista en un barrio obrero de Madrid. La vida de esta mujer se sitúa en visitar a su anciano padre, recordar la muerte trágica de su madre y mirarse en el espejo y no reconocerse, sentir que su vida siempre está en otro sitio sin ella. Las horas del taxi le están ayudando a no sentirse tan sola, escuchando e interactuando con sus clientes, sus historias y miedos, compartidos y cercanos, aunque Lucía todavía no sabe que su vida y sus deseos y frustraciones también están siendo visibilizados con sus clientes. La realidad, o lo que creemos que es, lo onírico, lo cotidiano y lo absurdo mezclado con lo surreal y lo fantástico,  la sensación de estar y no estar, resultan elementos cruciales en el imaginario de Millás, que se acerca y traspasa a sus personajes envolviéndolos en situaciones reales o no, de verdad o no, y sobre todo, difíciles de explicar y mucho menos entender. 

De Antonio Méndez Esparza (Madrid, 1976), conocíamos su cine primero filmado en México donde hizo Aquí y allá (2012), en la que repasaba la difícil situación de un mexicano que vuelve a su país después del periplo migratorio en Estados Unidos. Luego, instalado en Florida con La vida y nada más (2017), donde profundiza las complejas relaciones de una madre soltera y un conflictivo hijo adolescente, y en Courtroom 3H, de hace 3 años, en la que recogía los casos en una sala de juicios especializada en relaciones de padres e hijos. Con la película Que nadie duerma, filma por primera vez en su ciudad, en un Madrid muy cercano, de diario, de barrio obrero, y lo hace en 16 mm con Barbu Balasoiu (del que vimos en 2016 su trabajo en Sieranevada, del prestigioso Cristi Puiu), el cinematógrafo que le ha acompañado en sus tres largos anteriores, con el propósito de acercarnos a la vida de Lucía, de sentarnos en su taxi y ser un testigo más de su existencia. A partir de un guion que firman el talento de Clara Roquet, y el propio director, que consigue, sin alardes ni estridencias, trasladar ese universo particular de Millás, entre lo real y lo irreal, lo soñado y lo vivido, entre aquello que proyectamos y no, entre tantas cosas y ninguna. 

Un relato donde se juega a través de la vida de Lucía, una mujer sola, quizás demasiado sola, y demasiado inquieta para el mundo que le ha tocado vivir, que se obsesiona un día como otro cualquiera, cuando escucha la música de su vecino de arriba, en la que suena la pieza “Nessum Dorma”, cantada por Pavarotti para el “Turandot”, de Puccini. Sube y conoce a su vecino Calaf, que tras desaparecer, deja a Lucía obsesionada con él. Clientes del taxi que se hacen amigos como Roberta, una bella y sofisticada productora teatral, Ricardo, un escritor nada especial que podría ser un sosías del propio Millás, y otros clientes tan inquietantes con los que surgirán situaciones rocambolescas e irreales, o tal vez, demasiado reales para ser comprendidas. Con un gran trabajo de montaje de la gran Marta Velasco, en una película pausada pero muy agitada en la que no dejan de suceder muchas cosas, que logra dotar de precisión y detalle a una trama que alcanza los 122 minutos de metraje. La asombrosa composición musical de una estupenda Zeltia Montes, fundamental para contarnos esta película, que con una banda sonora compuesta de cuerdas consigue golpearnos emocionalmente siendo testigos de la vida de Lucía, una irrealidad muy real que deambula como Crusoe, no en su isla desierta, sino en su propio desierto, en su taxi y en ese Madrid periférico e inquietante, donde hay muchos mundos a parte de este, en el que Lucía va descubriendo con sus almas tristes y solitarias, de las que hay saberse cuidar y mantener alejadas. 

Un personaje de la inquietud y complejidad como el que transmite Lucía debía tener una actriz que tuviese la mezcla entre lo ingenuo, lo frágil y lo oscuro como resulta la extraordinaria interpretación de una sublime Malena Alterio, a la que hemos visto en muchos roles diferentes que van de la comedia y el drama, pero su Lucía es otra cosa, una mujer capaz de todo, y cuando digo capaz de todo, es que lo es, porque muchas veces la vida se vuelve del revés y nos da de hostias, tantas que perdemos la cabeza o quizás, sólo perdemos la esperanza y las ganas de levantarnos cada día en ese mundo o inframundo en el que nos ha tocado vivir. Le acompañan una sobresaliente Aitana Sánchez-Gijón en el papel de Roberta, con un look muy rompedor con ese pelo rizado a lo afro, esas gafas enormes, esos vestidos de mujer elegante e independiente con empleo liberal que es como así decirlo la imagen del otro lado del espejo al que le encantaría reflejarse Lucía. Tenemos al siempre eficaz José Luis Torrijo como escritor y articulista, uno más o uno menos, alguien que pasa desapercibido, de esas personas agradables pero aburridas, que las mata callando y tienen una vida sin más, interesante sólo por el caparazón. También, como no, hay un actor, el tal Calaf, que en realidad es Braulio Botas, que interpreta Rodrigo Poisón, que tiene sus momentos de representación, acaso la vida no lo es, que engatusa a la infeliz de Lucía, o quizás se engatusa ella misma, a la que falta todo y no sabe por dónde empezar, ni por donde caminar, y sobre todo, qué hacer cómo encontrarse en su vida y aceptarse y pasar más de los demás. 

Recomiendo enormemente la película Que nadie duerma, de Antonio Méndez Esparza, porque materializa con gran inteligencia el cotidiano, absurdo, tenebroso y fantástico universo de Millás, que no es nada fácil en el cine, del que sólo conoce tres adaptaciones contando la mencionada, tenemos la de La soledad era esto (2002), de Sergio Renán, y lo mejor de todo, que no opta por lo fácil con trucos ni engaños, sino por la parte más interesante y compleja, porque aparentemente todo se muestra muy real e íntimo, pero su forma de mirar, como si fuéramos un voyeur, que nos escondemos para mirar por un agujero por el que nunca nos sorprenden, una sensación que experimentamos cuando se lee a Millás. Porque la película y su protagonista se muestran desnudas, con todo lo que son y lo que hay, sin nada más, en una trama que mira de frente a sus personajes y lo que van experimentando, a partir de una realidad que duele, que se siente mucho, o mejor dicho, una realidad más irreal que cualquier otra, donde todo es posible y no, porque siempre dependerá de quiénes seamos y de todas las mentiras de los demás y las propias que seamos capaces de creernos y de sentir, porque, al fin y al cabo, como sostiene Lucía, llega un momento que miramos de otra manera, mucho más adentro y descubrimos cómo son en realidad los demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA