LA LLAMADA DE LO SALVAJE.
La película arranca con un amanecer en pleno epicentro del pirineo catalán, un hombre subido a una moto y una escopeta colgada, circula camino arriba, rasgando el silencio sepulcral que reina en la placidez de la montaña. Llega a una cabaña, se detiene y se aproxima hacia un árbol donde se apoya. Se apunta con el arma para acabar con su vida, pero después de unos instantes, no se atreve y desiste de su empeño. Se levanta y se pierde hacia el interior de la montaña. De esta forma tan contundente y enérgica se abre el nuevo trabajo de Christophe Farnarier (Marsella, Francia, 1963) que ha sido cinematógrafo de Albert Serra y de Lluís Miñarro, y autor de una filmografía muy interesante que arrancó en el 2008 con El somni, película que abordaba el último viaje del pastor Joan “Pipa” por los montes guiando su gran rebaño, luego siguió con La primavera (2012), en la que se adentraba en la figura de Carmen, una campesina y su familia. Ahora, y siguiendo con la naturaleza como paisaje atávico y libre que estructura su mirada, vuelve a centrarse en un personaje que deberá enfrentarse a sí mismo y en un entorno hostil, un paisaje natural con sus formas, sus cambios y sus elementos en constante cambio.
Farnarier toma como referencia la vida real de un campesino andaluz que estuvo 14 años viviendo por voluntad propia en las montañas, aunque hay se acaban las similitudes, la propuesta de Farnaier se encamina pro otros derroteros. Su película abandona todo elemento verbal, es una película sin diálogos, para centrarse en la figura humana (interpretado de forma ejemplar por Adri Miserachs, sin ninguna experiencia previa y amigo del director) y en su cotidianidad más elemental, de espíritu en total libertad con la naturaleza, la cámara lo sigue ininterrumpidamente, no vemos a otra persona durante todo el metraje de la película, y sólo otro ser vivo, la inclusión de un perro. El director francés pero afincado en Banyoles, tampoco emite ningún juicio psicológico ni motivación de su personaje, sólo conocemos, y tomando el arranque como medida, que viene de algún lugar oscuro, ya que tiene intención de suicidarse, pero, a partir de ese momento, no sabremos nada de su pasado, sólo su inmediato presente, y su capacidad para sobrevivir en la naturaleza y convertirse en uno más.
Farnarier filmó su película alrededor de un año, siguiendo con naturalidad y firmeza los pasos de su criatura, y cómo iban afectando los cambios de los diferentes elementos y las estaciones que se iban produciendo. La película abandona toda clase de artificios cinematográficos, se impone la atmósfera natural y agobiante del bosque y las montañas, en que el silencio del bosque se apodera del ambiente, solo roto por los sonidos propios provocados por los trabajos y las acciones del hombre, en la que prima la luz natural y la cámara en mano, filmando tomas largas y de detalle, consiguiendo esa cercanía que describe con minuciosidad la experiencia/aventura de este hombre de una forma penetrante y humana, muy visceral y orgánica, como nos contaron Henry David Thoreau en su magnífico libro Walden, la vida en los bosques (1854), en la que retrataba dos años de vida en una cabaña en el bosque, del que la película suscribe muchas de las enseñanzas y experiencias de su aventura, y las novelas de Jack London, que enfrenta al hombre con su vertiente más primitiva y salvaje, enfrentándose a su entorno natural y su forma de sobrevivir, recuperando los orígenes perdidos por el mundo civilizado.
Farnarier consigue transmitirnos la humanidad de su hombre, traspasando no sólo su fisicidad, sino su interior, un espacio en el que a través de sus movimientos y su trabajo diario logramos introducirnos de la forma más natural y sencilla, sin remarcarlo a través de la palabra, sólo apoyado en sus tareas cotidianas. La película respira el espíritu de Robert Bresson, en su capacidad de mostrar lo profundo a través de lo más sencillo y ordinario, sin necesidad de explicaciones innecesarias, Farnarier opta por filmar con detalle y paciencia esos trabajos, capturando el movimiento de las manos trabajadoras que rasgan la piel del jabalí, derriban los árboles para construirse su hogar, preparan el fuego, prueban los utensilios que va encontrando en casas abandonadas (mostrando el éxodo de los habitantes a la ciudad dejando los lugares rurales vacíos y en ruina) y cogen las hierbas comestibles que se cruzan en su camino, etc. Un viaje introspectivo y humanista que avanza hacia delante, sin detenerse pero sin prisa, con otro ritmo, pausado y con sublime serenidad, disfrutando y viviendo intensamente cada momento. Una película que arranca como un viaje de la aventura de la humanidad, iniciándose desde los orígenes, recorriendo la experiencia del hombre, desde la caverna (como nos explicaba Platón) para lentamente, avanzando hacia la naturaleza y a convivir en ese escenario, valiéndose por sí mismo, alejado de toda civilización, huido de todo aquello que para él ha perdido todo su sentido, en una forma de empezar de nuevo, de renacer, reconstruirse o morir para volver a nacer, pero ya en un entorno natural.