Misericordia, de Alain Guiraudie

JÉRÉMIE HA VUELTO A SAINT-MARTIAL. 

“Todas las novelas son historias en las que nos contamos lo que somos, lo que nos gustaría ser y lo que no sabemos que somos”. 

Michel Schneider

La película se abre como un western fronterizo y crepuscular con el protagonista Jérémie llegando en coche a su pueblo. La cámara opta por un punto de vista subjetivo en esos primeros minutos, nosotros somos el personaje, y seguramente, estamos experimentando unos espacios del pasado que ahora, vemos como extraños, la vida y agitación de antaño han pasado a mejor vida y estamos ante un lugar casi deshabitado y desolado. Es otoño, un tiempo intermedio, Jérémie regresa a lo que fue su casa para ir al entierro de Jean-Pierre, su antiguo jefe en la boulangerie del pueblo. Allí se reencontrará con viejos fantasmas que irá desenterrando como Martine, la viuda, Vincent, el hijo, con él que fue amigo antaño pero que ahora es todo diferente. También, con el cura extraño y callado, y Walter, alguien con quién no tuvo mucha relación. El joven que parece en mitad de la nada, se quedará unos días, todavía no sabe cuántos, y comenzará a deambular por el bosque a la caza de setas y entablar ciertas compañías. 

Al director Alain Guiraudie (Villefranche-de-Rouergue, Francia, 1964), lo conocemos por su inolvidable El desconocido del lago (2013), un interesante cruce de amores homosexuales y thriller asfixiante alrededor de un lago en un pequeño pueblo apartado. En Misericordia, su séptimo largometraje, sigue la línea de un cine que mezcla géneros, texturas y formatos, cogiendo un poco de cada cosa y creando un conjunto que juega al desconcierto y la confusión a partir de unos personajes nada convencionales de los que conocemos muy poco y donde el pasado se sugiere de una forma intrigante. Un cine con una trama inquietante que le acerca a Chabrol, tanto en sus atmósferas como tempos y lugares, en que el deseo, ya sea correspondido como ocultado es el motor de sus protagonistas, donde vemos mucho el cine de Buñuel, porque la historia dentro de una cotidianidad aplastante y una sucesión de lugares comunes y repetitivos, se va creando una red de relaciones cada vez más turbias, raras y muy oscuras. El director francés nos sumerge en una trama que se va componiendo a través de los personajes, de todo lo que vemos de ellos y lo que no, en un juego complejo de espejos-reflejos donde lo noir es una excusa para que podamos conocer el ambiente que se respira o no. 

El formato 2;35 ayuda a crear ese halo de misterio que cruzado con lo doméstico va tejiendo una atmósfera “real” pero con sombras alrededor. Una cinematografía que firma Claire Mathon, en su tercera película juntos, que tiene en su haber cineastas como Maïwenn, Céline Sciamma y Pablo Larraín, entre otros, donde el frío y gris otoño genera ese aire cercano y alejado a la vez, donde lo rural con el bosque omnipresente va creando ese lazo invisible entre los diferentes personajes con Jérémie como hilo conductor. El gran trabajo de sonido formado por Vasco Pedroso, Jordi Ribas, Jeanne Delplancq y Branko Nesko, donde cada detalle resulta importante para el devenir de todo lo que se cuenta. La música de Marc Verdaguer aporta el halo de incertidumbre y agobio que sobrevuela toda la trama. El montaje de Jean-Christophe Hym, también con 3 títulos con Guiraudie, en una filmografía con titanes como Raoul Ruiz y Hou Hsiado-Hsien, realiza un ejercicio metódico y calculado del tempo cinematográfico de la película con sus desapasionados y concisos 103 minutos de metraje en que pivotan apenas cinco personajes a los que se añadirán otros que irán creando ese retrato de unos personajes que callan mucho, hablan poco y miran aún más. 

Los repartos de las películas del cineasta galo están muy bien escogidos porque sus películas están cruzadas por muchos aspectos y elementos y son sus intérpretes los que las hacen más profundas y diferentes. Tenemos a un impresionante Félix Kysyl en la piel de Jérémie, uno de esos personajes tan cercanos como alejados, nada empáticos, que es el narrador de la historia o quizás, es un invitado que nos muestra ese lugar atemporal entre el pasado y el presente, en una especie de limbo que conocemos, y a la vez, nos resulta totalmente desconocido. Le acompañan Catherine Frot como Martine, una actriz curtida en más de 50 títulos hace de una mujer que le coge cariño a Jérémie y le ayuda a pasar el duelo, Vincent, el hijo malcarado de Martine y del fallecido lo interpreta Jean-Baptiste Durand, uno de esos personajes con actitudes violentas que tiene mucho rencor a Jérémie de un pasado en el que fueron amigos y algo ocurrió que ahora ya no pueden volver a serlo. Jacques Develay, un actor sobrio y estupendo hace del cura, un personaje vital en la historia y lo es porque tendrá una parte esencial en su transcurso, de esas presencias que difícilmente se olvidan en una película de este tipo. Tenemos a David Ayala dando vida a Walter, otro “amigo” del pasado con el que el protagonista mantiene algo o quizás, no. Y finalmente, otras presencias que no desvelaremos para no anticipar interesantes sorpresas. 

No deberíamos dejar de ver Misericordia, de Alain Guiraudie, con un título al que el director nos remite al cine de Bergman, un término en desuso pero muy necesario en estos tiempos actuales donde se juzga muy a la ligera y se nos olvida la empatía. Destacar la presencia de Andergraun Films de Albert Serra y Montse Triola como coproductores de la cinta, a los que añade la contribución de los mencionados Jordi Ribas y Marc Verdaguer, en uno de los títulos del año y no lo digo porque de vez en cuando hay que expresarse en términos lapidarios, ni mucho menos, lo digo porque es una película de las que hacían Lang, Huston y demás, donde se profundiza en valores como la moral, la ética y lo que significa la bondad y la maldad en nuestro tiempo, y donde se cuestionan las estructuras y convenciones sociales en lo referente a todo aquello de la conducta, el deseo y demás acciones y sentimientos. Una película que tiene el amor fou buñueliano como motor de su trama, amores ocultos, invisibles y nunca expresados, también aquellos otros consumados y ocultados a los demás, en las diferentes vidas vividas y no vividas en una película que juega a preguntarse y no hacer juicios de sus personajes y muchos menos de lo que hacen, ese matería, tan difícil se la deja a los espectadores, pero tengan cuidado, que alguno de ellos podría ser usted. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entre rosas, de Pierre Pinaud

CREAR ROSAS, CREAR VIDAS.

“Aquel que no se atreve a agarrar la espina, no debería ansiar la rosa”.

Anne Brontë

La cinematografía francesa tiene entre otras virtudes, la de manejar con acierto y brillantez esa dicotomía entre el cine más personal y profundo y la comercialidad de la propia película, generando un género en sí mismo, la de un cine con voz propia y además, con excelente vocación comercial, toda una capacidad que en otras cinematografía del entorno, por ejemplo, como la nuestra, se ve en muy raras ocasiones. Entre rosas, con el título original de Le fine fleur), no sitúa en la actualidad, en la piel de Eve, que en un pasado no muy lejano, creaba rosas que arrasaban en los concursos nacionales. Ahora, sus días son difíciles, están llenos de demasiada nostalgia y amargura, y sus rosas se han quedado anticuadas y ya no interesan a nadie, y además, su empresa, «Rosas Vernet», heredada de su difunto padre, está en la bancarrota, y aún hay más, la gran empresa de la creación de rosas, quiere comprarle su negocio y convertirla en una más. Ante este oscuro panorama, Vera, su fiel asistente, tiene una idea peculiar, contrata a un trío de empleados de un programa de inserción social. Una locura o su última tabla de salvación.

La tercera película de Pierre Pinaud (Montauban, Francia, 1969), sigue la línea de sus anteriores trabajos. En Les miettes (2008), un cortometraje de 30 minutos, se centraba en una mujer que veía trastocada su vida con el cierre de la fábrica donde trabaja. En Hábleme de usted (2012), su opera prima, nos hablaba de una famosa locutora de radio, que en su cotidianidad está soltera y quiere conocer a su madre. Todas ellas mujeres, mujeres perdidas en un tiempo definido, que tienen sus vidas en suspenso, existencias azotadas por los problemas económicos y emocionales. Eve está a punto de tirar la toalla cuando aparecen los tres nuevos empleados. El director francés construye una historia sencilla y lineal, que se desarrolla casi en su totalidad en la empresa de Eve, rodeados de invernaderos y líneas de rosas plantadas, donde los recién llegados aprenderán el oficio, y ayudarán a reflotar la empresa, o al menos intentarlo, tres personas que trabajan para salir del agujero y recuperar sus vidas, como la de Fred, un joven que ansía tener relación con unos padres a los que se les quitó la custodia de su hijo.

Lo más importante de la película es la relación entre los personajes, entre Eve y sus empleados, que tienen unas circunstancias muy parecidas, todos necesitan trabajar y, algo de suerte para salir del atolladero en el que se encuentran en sus vidas. Entre rosas tiene su parte documental, porque asistimos a todo el proceso para crear una rosa, pero no una rosa cualquiera, sino una rosa especial, una rosa campeona en los concursos, una flor con un aroma muy peculiar, y una forma que deslumbré y sobre todo, seduzca a todos. La película se mueve entre esa comedia inteligente y el drama más íntimo y humanista, que explica las existencias de cada personaje sin caer en el manido tema de la superación ni cosas por el estilo, sino todo lo contrario, nos habla de frente y de forma directa de los conflictos entre ellos, entre sí mismos, y entre la dificultad de reflotar la empresa en declive, situación que pasa por crear esa flor, esa rosa bella y seductora que alivie sus maltrechas vidas, la rosa como metáfora de esas vidas feas que deben reconstruirse y crear caminos con menos obstáculos.

Aunque si hay algo que caracteriza a este tipo de películas, no es otra que su magnífica elección de sus intérpretes. Con una brillante Catherine Frot en la piel de Eve, manteniendo el pulso humano que tanto necesita su personaje, con esa montaña rusa a la que está sometida continuamente, con esa valentía y esa soledad que desprende un personaje del aquí y ahora, transparente y muy cercano. El joven Melan Ormeta interpreta a Fred, el joven, tan solo como la protagonista, que encontrará su camino, quién lo diría, en un ambiente tan ajeno a él como el cultivo y la creación de rosas. Bien acompañados por Olivia Coté, que da vida a Vera, la fiel asistente, que nunca abandonará a Eve, y hará lo indecible para seguir trabajando en la empresa. Fatsah Bouyahmed como Samir, el cincuentón que necesita el empleo y su contrato indefinido, y la joven Marie Peitot como Nadège, que quiere otra oportunidad y trabajará como una jabata para no perderla, y finalmente, el “malo” de la función, Vincent Dedienne como Lamarzelle, el tipo de la educación privada, que sabe tropecientos idiomas, y no entiende de seres humanos, sino de números con muchos cero, el fiel reflejo de ese capitalismo voraz y deshumanizado que lo quiere todo, y para conseguirlo, usará todos sus medios económicos, que son muchísimos, para conseguirlo, sin ningún tipo de remordimiento. Pinaud ha construido una película, dedicada a su madre fallecida, llena de sensibilidad, de verdad, de amor, y también, de oscuridades, porque como decía el poeta, la belleza de la rosa va acompañada de sus espinas, porque todo tiene sus lados, tanto buenos como malos, porque todo se sustenta en el modo de mirar las cosas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA