Entrevista a Pau Calpe, director de la película «Llobàs», en el parc Monterols en Barcelona, el viernes 19 de julio de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pau Calpe, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La humanidad se mide en la forma en que tratamos a los demás”.
De la novela “Frankenstein”, de Mary Shelley
En El bosque del lobo (1970), de Pedro Olea, se mezclaba con sabiduría el género de terror y fantástico, despojándose de convencionalismos, con lo social, adentrándose en un espacio más íntimo y profundo, donde el género era un mera excusa para realizar un exhaustiva crítica con dureza de una sociedad clasista, tradicionalista y llena de prejuicios que persigue al diferente. Algo así sucede en Llobàs, segundo largo de Pau Calpe, después de la interesante Tros (2021). En su nuevo trabajo se mantienen algunas de las características en las que se sostenía su predecesor como la adaptación de una novela, en este caso el autor escogido es Ginés Sánchez, autor de la novela «Lobisón», también habla de relaciones paternofiliales, aunque aquí sea de hermano mayor a pequeño, y la atmósfera vuelve a ser el universo rural, con esos toques de western en que la huida imposible se convierte en el modus vivendi de unos personajes itinerantes y sin hogar, ante una sociedad que persigue lo diferente, que no quiere entender y se muestra despiadada con el “raro”.
Calpe vuelve a coproducir, dirigir y coescribir, en esta película con Nati Escobar Gutiérrez, en la que se construye una relato pausado, alejado de la estridencia y de las piruetas argumentales, para describir con minuciosidad de cirujano la historia, o podríamos decir la maldición que sufre Adrià, el séptimo hijo que hereda la naturaleza de hombre-lobo, en una película de corte lineal con algunos saltos a partir de flashbacks, en las que se describe la relación con su padre. Seguimos a esta terna que forman el citado Adrià, su hermano mayor Ramón, y su novia Tona, que viven a bordo de una furgoneta y van acampando en los diferentes pueblos de lo que se llama la España vaciada, siempre de paso hasta que Adrià comete alguno de sus fechorías sangrientas en las noches de luna de llena. Una vida errante que se sustenta en el día a día, sin más futuro que el hoy, en la que este trío peculiar sobrevive con pequeños hurtos, caza furtiva y algunos golpes más serios. Calpe describe desde el alma, a partir de la complejidad de las relaciones de estos nómadas de aquí y ahora, situando su cámara desde el observador que mira y no juzga, porque se adentra con detalle en las diferentes personalidades y todo lo que hay en cada uno de ellos.
Una cinematografía que firma Víctor Entrecanales, del que hemos visto en series como La Vall y Parot, documentales como Mujeres sin censura, y ficciones como La banda, donde se consigue un gran detallismo tanto en el cuadro como en la luz, en una película que no va de fx, sino desde otro lugar, donde los diferentes colores rojos nocturnos ayudan a la transformación en lobo de Adrià, tan sutil como magnífica, porque aquí lo importante es contar la soledad de alguien estigmatizado por ser como es en una sociedad demasiado superficial y juzgante que no admite lo diferente. El estupendo montaje de Ares Botanch, que ha trabajado con Elisa Miller y en series como El candidato, en la prima la minuciosidad y el reposo para contar las diferentes emociones de los personajes y los paisajes que transitan, tan aislados y desolados, donde la naturaleza resulta esencial en una historia de despojados y huidos, en una película donde el ritmo coge una gran importancia ya que la historia se va a 103 minutos de metraje. La excelente música de Tarquim, que trabajó en La mort de Guillem (2020), de Carlos Marqués-Marcet, donde se trabaja el concepto de fábula con estos toques de leyenda y mito y también de cotidianidad que nos va envolviendo con gran suavidad.
Como sucedió en Tros con la terna de Pep Cruz, Roger Casamajor y Anna Torguet, en Llobàs tenemos otro gran trío de intérpretes empezando con León Martínez, que había estado en la formidable serie Merlí, debuta con excelencia en el cine con un personaje tremendamente dificultoso con el añadido del silencio porque es mudo, en la piel de un individuo que se comunica a través de la mirada y el gesto con su hermano mayor. Un personaje que no está muy lejos de Víctor el niño de El pequeño salvaje (1970), de Truffaut, y la niña que hacía Kiti Mánver en Habla, mudita (1973), de Gutiérrez Aragón, en esa dualidad de niño/a con dificultades de comunicación y el salvajismo que le rodea, no natural sino social, destino de la burla y la violencia del resto. Le acompañan Pol López como Ramón, el hermano mayor/padre de Adrià, su protector y el único que entiende la naturaleza salvaje y violenta de su hermano, siempre tan convincente y natural. A su lado, Tona, su chica que hace María Rodríguez Soto, que coincide en las pantallas con Casa en flames, aquí en un rol que sería la antítesis de la citada, ya que es una mujer enamorada y atrapada en una no vida pero feliz a su manera. Destacar la presencia de la solvencia de un actor como Carles Sanjaime como uno de los colegas de Ramón.
En una producción de cine que se debate entre esas producciones comerciales destinadas a un público joven que desea disfrutar del cine sin más, muy alejado de la pausa y la reflexión que merece un cine como Llobàs, que se aleja del género manido de efectos y efectismos para crear una obra muy singular, diferente y muy incómoda, que consigue trazar un interesante pensamiento sobre nuestra identidad, de la forma que encajamos o no en la sociedad imperante que nos desvía de nuestros sueños e ilusiones y nos somete a las directrices mercantilistas, y lo que hace con todas aquellos que son y actúan diferentes, las estigmatización que sufren en forma de violencia y cómo estos, como sucedía en el caso del mencionado Frankenstein, se defienden con más violencia, sin pensar en todo lo que ocurre en el interior de estos individuos que son atacados por el mero hecho de ser diferentes o no encajar en las normas conservadores de una sociedad traumatizada y enferma que persigue todo aquel que quiere ser cómo es. Llobàs es de esas películas a contracorriente e inteligentes que no debería pasar inadvertida, porque tiene mucho empaque de crítica social y sobre todo, en la forma que hacemos y nos relacionamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Es de noche en uno de esos pueblos despoblados, envejecidos y perdidos en la provincia de Lleida, el imaginado Alcastrer. Hace un frío que pela. Un grupo de hombres agricultores, de los pocos que quedan del centenar de población, se ha reunido para patrullar la zona y evitar los robos de herramientas y gasoil, los llamados “somatén”. Entre ellos están Joan, un sesentón huraño, reservado y solitario, y su hijo, Pepe, que ha vuelto a la ciudad tras la muerte de la madre. Los demás no les hace ni pizca de gracia que estos los acompañen pero acceden. Todo parece ir sin sobresaltos, hasta que Joan persigue a uno de los hurtadores y lo atropella acabando con su vida. A partir de ahí, padre e hijo emprenderán una huida sin fin, una huida a través de las sombras de la noche, una huida en la que destaparán demasiadas cosas que les unen y que desconocían. El catalán Pau Calpe lleva casi un par de décadas produciendo cine de diversos géneros a gente como Salvador Ruiz, Álvaro Fernández Armero y Fernando Cámara, y películas y series para televisión.
Para Tros (que alude a esa tierra que tanto ha costado levantar al padre y no tiene heredero), su debut como director en el largometraje, Calpe se ha basado en la novela homónima de Rafael Vallbona, a partir de un guion de Marta Grau, con la que coescribió la tv movie Cançó per a tu, en una película que en realidad son dos películas. Por un lado, tenemos la relación de padre e hijo, con sus ausencias y presencias y el alud de reproches, la trama más ficcionada de la trama. Y por el otro, tenemos a los otros, la gente de los pueblos de Alcanó y Sarroca, donde se ha rodado la película, en que la película descansa en una forma cercana al documento y a la improvisación de los actores y actrices no profesionales. Calpe sitúa la acción en una noche, en una jornada nocturna oscurísima y fascinante, donde todo se dirime a partir de un intenso y asfixiante thriller de los de antes, con el mejor tono de los Lang, Fuller, Peckinpah y los de aquí desde la literatura de Aldecoa, Benet y Delibes, y películas como La caza, de Saura, y Furtivos y Leo, ambas de Borau, para contarnos un relato áspero, muy frío, gélido, y violento, lleno de claroscuros y cercanía, con el excelente trabajo de la cinematógrafa Gina Ferrer, que nos encantó en Panteres, de Èrika Sánchez, y la magnífica labor del ágil y rítmico montaje de Aina Calleja, condensando con acierto los ochenta y tres minutos del metraje, una editora que tiene en su haber nombres tan importantes como los de Mar Coll, Nely Reguera y Liliana Torres, etc…
Mención aparte tiene el inmenso trabajo de la música, con ese tema que articula la trama, con la música de Bernat Vivancos, profesor de composición y orquestación de la ESMUC, y la brutal voz de la soprano Núria Rial, especialista en música del Renacimiento y barroca. Estamos ante una tragedia griega, entre un padre y un hijo, que en medio de esa noche sin tregua ni descanso, se redescubrirán, se mirarán a tumba abierta, en una noche donde no habrá vuelta atrás. Si la parte técnica brilla con fuerza, la parte interpretativa no se queda atrás en absoluto, porque la pareja protagonista, Pep Cruz, un actor de cuerpo y alma, con ese rostro machacado como los personajes de Peckinpah, compone un padre rudo y fuerte, atravesado por la codicia y la pertenencia a una tierra que va a defender con lo que sea, un tipo que el mundo lo está arrinconando y él se resiste a morir. Frente a él, un Roger Casamajor, que viene de hacer el periodista adicto de La vampira de Barcelona, el oficial marino sin escrúpulos de El vientre del mar, vuelve a demostrar su buen hacer, erigiéndose como el mejor intérprete de su generación, haciendo un tipo perdido, en una huida constante, saliendo de la ciudad por problemas y llegando a un pueblo donde todo parece vacío y lleno de soledad.
Después tenemos a los otros. Los estupendos y naturales intérpretes no profesionales, entre los que hay que destacar a dos que tienen más peso en la trama, como Eduard Muntada en la piel de Duard, un tipo que tiene mucho que enfrentar a Pep, y a la gran revelación de la película, la magnífica Anna Torguet dando vida a Cinta, una de esas mujeres que no hace falta que diga nada porque lo expresa todo con la mirada y el gesto, un auténtica maravilla que brilla con fuerza cada vez que aparece por el cuadro. El director catalán Pau Calpe se destapa como un excelente director, que habrá que seguir con detenimiento en su esperamos carrera como director, porque consigue con muy poco muchas cosas interesantes, creando una película con una atmósfera brutal y agobiante, llena de fealdad, de violencia desatada, con ese catalán de las tierras leridanas, tan propio y característico, como hacía Renoir en la maravillosa Toni, y luego, los neorrealistas, y temas tan universales como la pertenencia, la herencia y la idea de justicia, y demás, y sobre todo, de personajes absorbentes y llenos de pozos oscuros, de los que atraen y repelen a la vez, llenando esa noche de verdad, de misterio y de calma tensa, de esa que encoge el alma, de esa que te atrapa sin remedio. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA