Yo capitán, de Matteo Garrone

EUROPA, EUROPA. 

“Los inmigrantes no pueden escapar de su historia más de lo que uno puede escapar de su sombra”.

Zadie Smith

Esta es la historia de Seydou y Moussa, los jóvenes protagonistas de Yo capitán, la nueva película de Matteo Garrone (Roma, Italia, 1968). Dos primos adolescentes que sueñan con salir de su poblado de Senegal y viajar hasta Europa, enfrentándose a un viaje completamente desconocido. Un viaje que hacen cada día hombres, mujeres y niños y niñas anónimos e invisibles que quieren una vida mejor. El director romano que siempre ha estado atento para visibilizar las gentes de la periferia, a través del lado oscuro como hizo en Gomorra (2008), su primer y mayor éxito basado en la novela de Roberto Saviano, que destapaba las artimañas sucias de la Camorra, le siguieron otros títulos interesantes como Dogman (2018), y Pinocho (2019), éste último no estaría lejos de la atmósfera de Yo capitán, porque también habla de dos personas que están sometidos al mundo de los adultos, enfrentados a continuos peligros que deberán lidiar como puedan. 

Garrone a partir de un guion escrito junto a Massimo Ceccherini, que ya estaba en Pinocho, Massimo Gaudioso, que ha coescrito muchas películas con el director romano, incluida Gomorra, Andrea Tagliaferri, colaborador en los cortometrajes de Garrone, y el propio director, para construir una odisea que arranca en Senegal y sigue por el inmenso y vasto desierto del Sahara, con ese land rover surcando la arena a toda hostia, para más tarde, encontrarnos con los militares libios que les roban, y después, siendo detenidos por las mafias que les exigen dinero, y más allá, una eterna espera trabajando en Trípoli para conseguir el dinero suficiente para embarcarse y llegar Italia. El director italiano deja a un lado la responsabilidad europa ante tanta injusticia y tanta maldad, porque la película quiere contarnos aquello que desconocemos, que no ocupa nunca los informativos, y quiere explicarnos esta terrible odisea a modo de diario, siendo testigos de las penurias, las amenazas, y el miedo que viven los dos protagonistas. Eso sí, en ningún instante, se regodea ante tanta injusticia, porque la película no va por ahí, la cámara muestra pero no se torna miserabilista, muestra lo necesario y sobre todo, se centra en el sueño de los dos senegaleses. Hay fraternidad y compañerismo, aunque a veces sirva de muy poco, hay mucha miseria, una idea explotación brutal y deshumanizada, pero entre los sometidos hay esperanza, muy poca, pero ahí. 

Otra gran posición de la película es la de mirar a sus personajes y su paisaje de un modo humano y honesto, no hay esa intención de regodeo en las imágenes sobrecogedoras de la inmensidad del desierto y su paisaje hipnótico, porque su película no va de un safari, sino todo lo contrario, porque el desierto actúa como ente amenazador como va mostrando el reguero de cadáveres que deja. La cinematografía de Paolo Carnera, que ha trabajado con grandes como Paolo Virzi, Sergio Rubini, Érick Zonca y Paolo Taviani, entre otros, ayuda a crear esa especie de viaje extraordinariamente físico y sensorial, donde no hay tiempo para pensar, porque el nuevo peligro amenaza. El montaje de Marco Spoletini, que amén de trabajar con Alice Rohrwacher, es un fiel cómplice del cine de Garrone, que se va a los 121 minutos de metraje, en una historia que cuenta muchas cosas, pero lo hace sin atiborrar ni cansar, con pausa y tensión. La música de Andrea Fabri que debuta en el cine de Garrone, amén de las canciones que resuenan con fuerza y delicadeza, se tornan imprescindibles para contar todo aquello que las imágenes no llegan y generar esos espacios de emoción tan importantes en una película que habla mucho de lo que somos como planeta. 

No es la primera vez que la inmigración había sido el tema del cine de Garrone, en su ópera prima Terra di Mezzo (1996), donde seguía a varios inmigrantes que sobrevivían en la periferia romana con ecos de Pasolini, y en su segundo trabajo Ospiti (1998), se centraba en dos primos albaneses que luchaban en la bulliciosa Roma. Con Yo capitán vuelve a la inmigración de lleno, pero no aquella ya en Europa, sino aquella que quiere llegar, relatándonos las historias dentro del viaje, al igual que hizo Elia Kazan en América, América (1963), contándonos la terrible odisea de unos primos turcos que quieren llegar a Estados Unidos. Mención especial tiene el dúo protagonista, Seydou Sarr como Seydou y Moustapha Fall como Moussa, que no sólo dan vida a estos dos jóvenes enfrentados a este negrísimo cuento de hadas, sino que dan humanidad y ferocidad a unos personajes que pierden la inocencia y la aventura de la infancia para adentrarse en el peligroso, injusto y malvado universo de los adultos, bien acompañados por Issaka Swadogo que hemos visto en La noche de los reyes, de Philippe Lacôte, y Mali Twist, de Guédiguian, entre otros, Hichem Yacoubi, en Un profeta, de Audiard, El Cairo confidencial, de Tarik Saleh, y más, Bamar Kane en Padre y soldado, de Mathieu Vadepied, y Ndeye Khady Sy como la madre de Seydou. 

Un ejemplar reparto que consigue veracidad y cercanía en una película muy física que cambia de paisaje a cada instante, dando vida a unos personajes de carne y hueso, unas personas que luchan por seguir adelante en su viaje, porque lo poco que tenían, o sea todo lo que tenían lo han invertido en él, y no pueden volver atrás, pase lo que pase, y se enfrenten a lo que sea. Mucho tenemos que aprender de Seydou y Moussa y todos los inmigrantes que aparecen en la película, porque tienen un sueño y hacen lo imposible por materializarlo, cueste lo que cueste, para ayudar a su madre, como dice uno de ellos, y el aprendizaje de no perder la esperanza en los muchos momentos que deben lidiar, tan difíciles y peligrosos, donde sus vidas se ven amenazadas constantemente, y la valentía y el coraje para ir sobrellevando tanto miseria y dificultad. El que pretenda ver en Yo capitán una película de esas de superación, se estará equivocando, porque la película de Garrone habla de una realidad que existe diariamente, aunque la negamos o la ignoremos, no sé que es peor, una realidad que existe por muchos motivos que ahora no entraremos, pero si hace la película una cosa muy importante, la muestra y deja documento, a partir de una ficción que para muchos será un documento porque la han vivido, la vivirán y algunos no lo podrán hacer porque murieron en el intento. Yo capitán es una historia que pide ser vista, y sobre todo, recordada, porque cada día muchos la viven y algunos ni tan siquiera la pueden recordar. No lo olviden. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cartas mojadas, de Paula Palacios

LOS INVISIBLES DEL MEDITERRÁNEO.

“Huimos de una guerra, y nos encontramos con otra en el mar”

Desde que en 2015 estallará la crisis descontrolada de inmigrantes que se lanzaban al mediterráneo, intentando llegar a Europa, utilizando travesías difíciles, y llenas de peligros que costaban la vida de muchos, muchas cámaras se fueron a documentarlo, generando una gran cantidad de trabajos sobre la tragedia de los inmigrantes muertos en el mediterráneo, desde miradas, ángulos y puntos de vista diferentes, quizás faltaba uno que introdujera el elemento humano, el que se sube a bordo de los barcos, y registra la cotidianidad, lo que sucede en su interior de forma sincera y veraz. En Cartas mojadas, de la española Paula Palacios, cumple esa función, de mirar de frente, de filmar los rostros y los cuerpos del mediterráneo, hablando de todo, del inicio del viaje, de todo lo que dejan, las travesías, y los destinos. Un relato que va desde lo más íntimo, a lo más general, deteniéndose en todos las miradas y sentimientos, y no solo muestra lo que sucede en el mar, sino va más allá, dirigiéndose a esos lugares donde van a parar los inmigrantes cuando supera la barrera del mar, mostrándonos las diferentes realidades con las que se encuentran, y todo nos lo cuentan, de forma humanista, rigurosa y sensible. Palacios ha producido y dirigido más de veinticinco documentales para televisión, donde prevalecen los temas sobre migración y mujer, haciendo hincapié en esa parte humana que se oculta con tantas cifras de fallecidos.

En Cartas mojadas, su primera película para cine, nos convoca en tres espacios. En el primero, iremos a bordo del barco humanitario “Open Arms”, en el que rescatarán del mar a más de medio millar de personas, personas que conoceremos y miraremos a sus rostros cansados, mientras la tripulación, intenta por todos los medios un puerto donde recalar. En el segundo espacio, nos llevarán a las calles de París, donde inmigrantes viven al raso, sin nada, en el que son expulsados por la policía. Y en el tercer espacio, nos subimos a bordo de una patrullera de guardacostas libio que, localiza embarcaciones y las devuelve a sitios como Libia, donde los inmigrantes son torturados y esclavizados. Tres miradas de la tragedia que se vive a diario en el mediterráneo, de todos los que sobreviven. Y todo ello, Palacios nos lo cuenta a través de una voz en off, de una niña ficticia que lee una carta de la madre, esas cartas mojadas que elude el título, todas esas cartas que no llegan a su destino, que se pierden bajo las aguas del mar, reivindicando a todos aquellos que mueren, víctimas invisibles de una política europea que ahoga a los países pobres e impide que sus habitantes lleguen a Europa, un continente demasiado ensimismado en su ombligo y en hacer dinero, que salvar vidas.

La película tiene una factura impecable, con esa luz que capta todos los elementos humanos y físicos de la película, una cinematografía que firman Taha Jawashi, Amine Belhouchat y Mikel Landa, que capta con mucho criterio y sobriedad la vida y la muerte del mediterráneo, bien acompañado de un montaje enérgico y brillante, obra de Virginie Véricourt, que sabe contarnos las diferentes realidades sin perder un ápice del contenido de la obra, y la excelente música de Mariano Marín (que muchos recordamos por las score de Tesis y Abre los ojos, entre muchas otras), una música afilada y oscura que describe el terror que muchos viven en su trágico viaje. Palacios ha construido una película de frente, sin recovecos ni sentimentalismos, muestra unas realidades tremendas, las que viven miles de personas que se lanzan al mar para huir de la guerra, la miseria, la violencia y la injusticia que se viven en sus países de origen, huyen de una guerra y se encuentran con otra, la que sufren en el mar, la de aquellos que los rechazan y les impiden llegar a un lugar mejor del que huyen.

Un relato triste y lleno de rabia, desesperanzador y durísimo, que la película consigue mostrar con el equilibrio adecuado, entre esa cercanía para que podamos empatizar con sus imágenes, pero también, la suficiente distancia para la reflexión necesaria, que nos conmovamos con unas imágenes terribles, pero sin caer en la lágrima, sino explorando unas realidades que no acostumbran a mostrarse en los informativos occidentales, siempre tapadas con cifras que no describen el inmenso drama para tantas personas. La película se lanza al vacío, muestra y provoca la reflexión y el pensamiento en los espectadores, sin caer en la superficialidad de otras producciones, aquí no hay épica ni heroísmo, solo unas personas que intentan salvar a otras, personas que actúan con conciencia ante la tragedia del otro, ante la impasibilidad de sus países, y no miran hacia otro lado como hace la mayoría, materializan su ayuda, subiéndose a un barco, enfrentándose a todas las autoridades y trabajando por salvar vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


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