Entrevista a Albertina Carri

Entrevista a Albertina Carri, directora de la película «¡Caigan las rosas blancas!», en el marco de la retrospectiva que le dedica la Filmoteca de Catalunya, en la Sala Laya de la citada institución, el jueves 10 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Albertina Carri, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sandra López Jiménez de Nueve Cartas Comunicación, y a Jordi Martínez de Comunicación de Filmoteca, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

¡Caigan las rosas blancas!, de Albertina Carri

VIAJE A NINGÚN LUGAR.   

“En el laberinto de mis pensamientos, encuentro la belleza en la oscuridad, la luz en la sombra, la esperanza en el abismo”. 

Alejandra Pizarnik 

El universo de Albertina Carri (Buenos Aires, Argentina, 1973), está construido en base a la constante exploración de las herramientas de lo cinematográfico, es decir, cada trabajo de la cineasta bonaerense nace de dos vías. En la primera, cuenta un relato o algo que se le parezca a esa definición, y en el segundo, somos testigos del proceso de ese no relato, donde la película continuamente muestra sus herramientas al natural, en que el descarte se convierte en materia fílmica y viceversa, en un continuo juego donde la película va cambiando, va yendo hacia lugares desconocidos que la hacen viva, de su tiempo y la convierten en un poderoso viaje lleno de cuestiones y nada convencional. De sus siete largometrajes, el puñado de cortometrajes y serie podemos decir que la mirada de la directora de la fascinante Los rubios (2003) ha navegado por todo tipo de mares: el documental, el archivo, la ficción, en que cada obra suya tiene de todo y se nutre de todo para crear un mundo único, profundo, inteligente y lleno de poesía y política, porque su cine es bello y trágico a la vez. 

En ¡Caigan las rosas blancas!, que podría encajar como díptico junto a Las hijas del fuego (2018), donde exploraba las posibilidades de la representación del porno a partir de un viaje en el que varias mujeres practican sexo poliamoroso y explicito en un hermoso canto feminista sobre la necesidad de compartir en libertad y en paz. En su nueva película, a partir de un guion que firman Agustín Godoy, la propia Carri y Carolina Alamino, la actriz que hace de Viole, la protagonista, en la que cuenta a través de Viole, la directora que, después del éxito de la anterior, es contratada para hacer un porno mainstream que la lleva a una crisis y acaba por renunciar, yéndose con tres amigas que trabajan en la película lanzándose a un viaje sin causa ni efecto. La película nos lleva por una travesía en el que continuamente va mutando en géneros y texturas, con el aroma de La flor (2018), de Mariano Llinás, a modo de episodios en los que transita por la road movie, la comedia disparatada y negra, el musical, el documental, el metacine, el melodrama, la de aventuras, el terror y el thriller y el fantástico, en la que volvamos a encontrarnos con las formas de representación y las diferentes miradas a estructuras, formatos y texturas, en que el video doméstico y el Súper 8 entran en escena, en una película en continua ebullición, a punto de explotar, como sucedía con Las hijas del fuego, donde la experimentación estaba cruzada con lo que se cuenta, en este caso, la crisis tanto profesional como existencial de Viole, la directora que ha perdido la ilusión del cine y de vivir. 

La magnífica cinematografía que firman el dúo Sol Lopatin (que ya estuvo en La rabia (2008), amén de Dúo, de Meritxell Colell y en películas de Daniela Goggi), y la brasileña Wilssa Esser, que ha trabajado con Anna Muylaert, y en la reciente Levante, de Lilah Halla, que contribuye a dar ese aroma de inmediatez que tiene toda la película, de una naturalidad asombrosa y una forma de contar que todo está pensado pero sin parecerlo, como si fuese todo espontáneo. La música de la española Paloma Peñarrubia, que tiene en su filmografía a cineastas como Samu Fuentes, Juan Schnitman y Rocío Mesa, entre otras, ayuda a fusionar el frenético y caótico viaje junto a lo poético y lírico que anidan en el alma de todo lo que sucede. El montaje de lautaro Colace, que ya trabajó con Carri en la serie 23 pares (2012), y cuatreros (2016),  con sus 122 minutos de metraje, que avanzan a muchas velocidades, con ese aire de western crepuscular a lo Monte Hellman, en que el viaje es una mera excusa para contar y contarnos las diferentes crisis tanto de la cineasta como de sus acompañantes, en una travesía que parece enroscarse y sin salida, en ese estado de soledad, pérdida y sin reconocerse a uno mismo, como sucedía en películas como Jauja (2014), de Lisandro Alonso, y Zama (2017), de Lucrecia Martel.  

El magnífico cuarteto protagonista empezando por la mencionada Carolina Alamino, siguiendo por Mijal Katzowicz, Rocío Zuviría y María Eugenia Marcet, que ya deslumbró en Las hijas del fuego, donde daban rienda suelta a sus pasiones y deseos sexuales en un desenfreno alucinante y contestatario. Ahora, también viven un viaje de aúpa donde les ocurre de todo, que recorre lo más rural de la Argentina hasta llevarlas hasta un lugar que mejor no desvelar para disfrute del espectador/a. Las cuatro actrices se atreven con todo, transmitiendo una naturalidad que traspasa la pantalla y nos devuelve a ese cine sin tanta impostura ni artificio. Les acompañan dos grandes como Laura Paredes, una actriz muy “pampera” que era una de las protagonistas de la citada La flor, aquí transformándose en un rol muy alejado de ella pero dándolo todo, una presencia tan brillante como la de Érica Rivas en Las hijas del fuego, en dos personajes en las antípodas. Destacada la presencia de la española Luisa Gavasa, en un rol que es mejor no desvelar, porque adquiere una importancia capital en la trama ya que es uno de esos personajes que no dejan indiferente, y sobre todo, nos habla de la raíz primigenia del cine, ya verán. 

Resulta muy agradable encontrarse con el cine de Albertina Carri y cada nuevo trabajo es una gran alegría para el cine y para su constante mutación, para preguntarse constantemente por qué se hacen películas y porqué se hacen como se hacen, y muchas más cuestiones que hacen del cine una herramienta en constante movimiento y evolución, donde siguen habiendo caminos y lugares por explorar, por indagar y por investigar. ¡Caigan las rosas blancas! es una de esas películas tan originales e irreverentes cargada de belleza, de poesía, de política, de cine, de su tiempo y de cualquier tiempo, que se atreve con aguas de todo tipo, y pasa de sofisticaciones ni de estridencias que tanto se llevan, para crear su propio mundo, tan cercano como extraño, tan natural como diferente, por donde pasa la vida, el erotismo, el sexo, las dudas, las crisis, las de allí y las de allá, en que el espectador sigue muy atento a todo lo que ocurre y cómo ocurre, porque en el cine de Carri nada es esperado y en el fondo, si, porque ella, al igual que le ocurre a Viole, emprende un viaje hacia adelante sin olvidar los orígenes, la propia esencia del cine, lo más básico y artesanal, encontrando la pureza de las cosas, lo primigenio, aquello que con tanto pompa e inmediatez, olvidamos y perdemos y debemos recuperar para seguir viviendo y soñando el cine. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA