El origen del mal, de Sébastien Marnier

STEPHANE Y LA EXTRAÑA FAMILIA. 

“Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”.

Enrique Jardiel Poncela 

Había una vez una mujer llamada Stephane. Una mujer que apenas sabía de su padre, un padre dedicado a los negocios y a las mujeres. Pero, un día Stephane conoce a su septuagenario padre en su rica mansión en mitad de una pequeña isla,  y su opulenta vida. Allí conoce su vida. Una vida en la que están una mujer sesentona, caprichosa y estúpida, una hija fría y calculadora que se ha puesto al frente de los múltiples negocios después del ictus del padre, una nieta que odia a su familia y quiere huir, y finalmente, una criada inquietante y oscura que sabe demasiado de todos y todas ellas. La realidad con la que se encuentra Stephane es muy inesperada, una situación que invitaría a huir y no volver jamás, aunque en el caso de la mujer e hija resucitada, todo será diferente, porque estará entre un padre que necesita a una aliada frente a sus “enemigas”, y las mujeres, necesitan otra mujer a su lado, alguien en confiar y derrotar al padre débil. 

La tercera película del director francés Sébastien Marnier, después de las interesantes Irréprochable (2016), y L’heure de la sortie (2018), sendos dramas ambientados en el trabajo y en la educación, se erige a través de un guion del propio director y la colaboración de Fanny Burdino, que tiene en su haber películas tan estupendas como Después de nosotros (2016), de Joachim Lafosse, El creyente (2018), de Cédric Kahn y Arthur Rambo (2021), de Laurent Cantet, entre otros. Un relato que, en su primera mitad, nos habla de una familia disfuncional, no son todas un poco o mucho, una familia enfrentada por la herencia de un padre débil de salud, en la que vemos sus relaciones y los diferentes roles de los personajes, tan excéntricos como cercanos. En su segunda parte, la película vira hacia el thriller hitchockiano, donde todo se torna aún más oscuro si cabe, y donde la historia se adentra en aspectos mucho más inquietantes y sorprendentes. El director francés nos sitúa en otro lugar muy Hitchcock, que recuerda a aquella mansión de Rebeca (1940), aunque está muy peculiar, llena de cajas y cajas llenas de artículos y productos que compra compulsivamente Louis, la mujer de George, el padre. 

Al igual que la siniestra familia, el lugar no podía ser diferente a tanta apariencia y lujo, como esa casa sobrecargada de elementos, a cuál más siniestro, como esos animales disecados, plantas y toda clase de objetos muy horteras que ofrecen un aspecto frágil y vulnerable a todo lo que allí acontece. Marnier vuelve a trabajar con el cinematógrafo Romain Carcanade, que ya estuvo en L’heure de sortie, que consigue esa luz etérea, donde enmarca a unos personajes que ocultan muchas cosas, con esos largos planos secuencia, como el que abre la película en el vestuario de la empresa de conservas, y las interesantes divisiones de la pantalla, tan significativas en el desarrollo emocional de los individuos. El preciso y brillante montaje de Valentin Féron, del que hemos visto Tan lejos, tan cerca y Black Vox, y Jean-Baptiste Beaudoin, del que conocemos Una íntima convicción y Promesas en París, que dota de ritmo y un in crescendo brutal a una película que se va a las dos horas de metraje. Una excelente música que va puntualizando los altibajos de unos personajes cercanísimos y misteriosos, firmada por el dúo Pierre Lapointe y Philippe Brault, que repiten después de la experiencia en El vendedor (2011), de Sebastien Pilot. 

Si el guion funciona como un mecanismo funcional lleno de capas complejas, y la técnica se pone a su servicio, el reparto debía estar a la altura de la exigencia. Tenemos a una Laure Calamy, que hace poco la vimos como la alocada Magalie en Las cícladas, de Marc Fitoussi, ahora su personaje está en las antípodas, porque su Stephane es una mujer que trabaja como operaria de conservas de pescado, vive en una habitación de alquiler y mantiene una relación tóxica con una reclusa. La llegada de su padre perdido dará un vuelco a su miserable vida. Le acompañan Doria Tillier en el papel de George, una mujer de armas tomar, siniestra y arribista, que hemos visto en películas de Quentin Dupieux y Nicolas Debos, entre otros. La joven Céleste Brunnquell como Jeanne, la pequeña menos contaminada de esta familia de locas, Verónique Ruggia Saura, que ha estado en las tres películas de Marnier, como Agnes, la criada que no está muy lejos de la Señora Danvers, y muchas saben de lo que hablo, Suzanne Clément como una detenida, amante de Stephane, que nos encandiló en las películas de Xavier Dolan, entre otros, y para terminar, dos grandes y veteranos de la cinematografía francesa como Dominique Blanc y Jacques Weber, en los roles de Louise y Serge, tal para cuál o un matrimonio que se odia más fuerte que el amor que quizás sintieron alguna vez en sus vidas. 

El origen del mal, de Sébastien Marnier, no es una película de esas que agradan a todos los públicos, porque no sólo habla de la familia, sino de una familia en particular, una familia que, salvando las distancias, se parece a las nuestras, aunque sea un poco, que ya es mucho, porque la familia y en este caso, esta familia no es diferente a la nuestra y la de nadie, porque en ella hay de todo, hay personas que se odian a sí mismas y a los demás, hay tensiones, mentiras, secretos, violencia, amor no lo sabemos, o quizás, el amor, en su complejidad, tiene demasiadas caras o quizás, el amor puede ser también eso, querer sin importar las consecuencias, o tal vez, el amor es querer sí, pero no querer a los demás demasiado, como hacen en esta familia, que usan el amor para querer, pero no a los que tienen más cerca, si no a lo que tienen, al maldito parné, que cantaba Miguel de Molina, o al vil metal, que decía Pérez Galdós, el dinero, esa cosa que mezclada con el amor da resultados muy sorprendentes e inquietantes, sino que le pregunten a Stephane y su nueva familia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La número uno, de Tonie Marshall

EN UN MUNDO DE HOMBRES.

«El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres.»

Simone de Beauvoir

Emmanuelle Blachey es una brillante ingeniera que, gracias a su capacidad de trabajo e inteligencia, se ha encaramado a la cima de las grandes empresas, convirtiéndose en parte del consejo de administración de la empresa energética más importante de Francia, amén de encontrarse felizmente casada y madre de dos hijos. Un día, una poderosa e influyente red de mujeres le propone ser presidenta importante. Para ello, deberá enfrentarse a un mundo de hombres despiadado, machista y poderoso que, como será de esperar, utilizarán todas las artimañas sucias y rastreras para desbancarla de la carrera por tan codiciado puesto. La directora Tonie Marshall (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1951) que después de protagonizar algunas películas de Jacques Demy, optó por la dirección, tarea que lleva casi tres décadas, en las que se ha especializado en retratos íntimos y poderosos de mujeres, en las que reivindica el derecho a compaginar profesión y amor, desde una perspectiva sencilla y honesta, explorando todos los puntos de vista, a través de tramas complejas e inteligentes.

En La número uno, se adentra en el terreno de las altas finanzas y los ejecutivos de trajes caros y cocktails por la noche, pero lo hace posando su cámara en la mirada de Emmanuelle Blachey, una mujer fuerte, pero con debilidades como todos, su heroína es humana, y no viene a salvar el mundo, nada de eso, sino que se enfrenta a una estrategia por mejorar en su trabajo, y hacerse un hueco en un mundo de las grandes empresas dominado por hombres, empresa que no le resultará nada fácil en todos los niveles, tanto a nivel profesional como personal, en el que deberá lidiar con sus conflictos internos, problemas con el pasado familiar, la relación con su marido (que encima está pasando por un período de crisis profesional) y soportar los tremendos golpes de su rival profesional, que opta al mismo que ella, que hará todo lo posible, a niveles rastreros y repugnantes, sacando a relucir las miserias de cada uno, tanto de ella, como de su equipo femenino que le ayuda en este trabajo, arduo, difícil y polémico.

Marshall huye de la caricatura, y se evade completamente de ese cine superficial de buenos y malos, aquí, cada uno utiliza sus herramientas a su alcance, no intentando trabajar para ser mejor que su rival en el puesto, sino utilizando la cara oscura, desprestigiando a su adversario, para sacarlo de la disputa profesional, y también, para dejarlo fuera de circulación, para que así en un futuro no vuelva a encontrárselo en otro camino. La directora francesa-estadounidense nos sitúa en mitad de esos edificios interminables poblados de oficinas y departamentos donde se cuecen las altas finanzas, llenos de pasillos y habitaciones enmoquetadas, donde los trajes y conjuntos de diseño se mueven buscando su oportunidad, un universo aparentemente cuidadoso y formal en su estructura, pero rodeado de negritud y miseria en su fondo, donde las buenas palabras y los gestos siempre esconden algo turbio e interesado. Estamos ante un combate de boxeo en toda regla, aunque no se disputa en un ring rodeado de espectadores emocionados, sino en espacios de diseño, cuidadas hasta el más mínimo detalle: oficinas, teatros, restaurantes, congresos, etc… donde se reúnen, unos y otros, para acordar su estrategia y seguirla hasta el final.

Marshall compone una honesta y detallista película sobre mujeres que trabajan incansablemente para cambiar las reglas del juego, para romper con la hegemonía masculina en este territorio de las altas esferas financieras, pero no desde el choque entre unos y otros, posicionándose con las mujeres, porque nos cuenta el relato a través de ellas, pero presentándonos mujeres complejas, humanas y ambiguas, que también tienen partes oscuras, al igual que los hombres, dejando que los espectadores tomemos o no partido por el bando que más nos seduzca. La directora no juzga a ninguno de ellos, los filma desde todas las perspectivas posibles, en la intimidad y en sociedad, sumergiéndose en sus formas de actuar, de hablar y de sentir, capturando cada sentimiento, benigno o maligno, que desarrollarán a lo largo del metraje. Un reparto interesante, convincente y espectacular bien medido y cuidado, que encabeza una fantástica Emannuelle Devos, con esa mirada fría y triste, con sus deudas e ilusiones, moviéndose en estas arenas movedizas, donde cada acción puede cambiar el escenario en cualquier instante, bien acompañada por Richard Berry como su adversario, Benjamin Biolay como escudero del contrincante, John Lynch como marido y compañero leal (sumamente importante en estos casos) y Suzanne Clement, una de sus aliadas feministas. Tonie Marshall ha construido una película de aquí y ahora, sobre ese mundo de altos ejecutivos que algunas mujeres luchan incansablemente para cambiar, para que tome otro rumbo, para que se convierta en un universo igualitario, equitativo y sobre todo, humanista, en el que hombres como mujeres, por igual, tengan las mismas oportunidades.