Diamanti, de Ferzan Özpetek

LA SARTORIA CANOVA ABRE SUS PUERTAS.  

“El cine nunca es arte. Es un trabajo de artesanía, de primer orden a veces, de segundo o tercero lo más”. 

Luchino Visconti 

Hubo un tiempo que el cine italiano, de la mano del gran Luchino Visconti (1906-1976), se convirtió en una de las cinematografías más importantes en el apartado de vestuario, porque de la mano del magnífico diseñador Pietro Tosi (1927-2019), erigió ese departamento en uno de los más sofisticados y elegantes, dotando a la ropa un significado muy especial, no visto hasta ese momento. Películas como El gatopardo (1963), La caída de los dioses (1969), Muerte en Venecia (1971) y Ludwig (1972), entre otras. Un cine y una época ya desaparecida. Un cine y una época que el director Ferzan Özpetek (Fenerbahçe, Turquía, 1959), que cuando empezó trabajando como ayudante de directores como Massimo Troisi conoció la sastrería donde trabajaba el citado Tosi. En Diamanti, su película número 14 mira aquel pasado y construye un gran homenaje a aquella sastrería, ahora llamada como “Sartoria Canova”, donde hacen los trajes para el cine. 

A partir de un guion de Elisa Casseri, Carlotta Corradi (que trabajó con Özpetek en a serie Los ángeles ignorantes), y el propio director, nos sitúan en la mencionada sastrería que capitanea la temperamental y recta Alberta, que aprendió el oficio en París al lado del gran Balenciaga, y la reservada y apocada Gabriella, que arrastra la pena de su hija fallecida. Con el fabuloso prólogo en que, el propio director turco nacionalizado italiano, convoca a sus actrices a una comida y les explica la película que estamos a punto de ver. Cine y realidad, o más bien, cine dentro del cine, donde el cine registra la vida o viceversa, quién sabe. En la sastrería conocemos al resto de empleadas, todas mujeres, con sus conflictos personales y secretos inconfesables. Estamos ante una película que evoca un tiempo y una forma de hacer cine ya desaparecida. La película convoca un tiempo pasado, o lo que es lo mismo, nos sitúa en una recreación o en sueño, en un año como el 1973, con los encargados de alguna película de Visconti. El relato va por dos caminos. En uno, nos envuelven en la magia del cine, en la dificultad de encontrar el traje que se acomode al personaje, y por ende, a la actriz. Por el otro, vamos conociendo la intimidad de las empleadas, en sus hogares, sus situaciones personales, algunas muy duras. 

Özpetek construye una película llena de detalles, en que se respira el aroma de las películas de época del mencionado Visconti, donde cada objeto y color estaba muy pensado. Una cuidadosa cinematografía que firma Gian Filippo Corticelli, con el que ha hecho 8 películas, en que la cámara se mueve de manera elegante por las diferentes habitaciones de la doble planta de la sastrería, en unos deslizantes planos secuencia donde prima el movimiento y la belleza de los colores del espacio. Muy trabajados los departamentos de arte de Silvia Colafranceschi y vestuario de Sefano Ciammitti, así como la música del dúo Giuliano Taviani y Carmelo Travia, que ya trabajaron en varias películas de los Taviani. El montaje de Pietro Morana, otro gran cómplice del director de Hamam, el baño turco, con el que ha trabajado cuatro cintas, en un gran trabajo nada sencillo ya que la película se va a los 135 minutos de metraje, pero en ningún instante se apaga su luminosidad y ajetreo, tanto en el interior de la sastrería, con sus problemas y tejemanejes, y en el exterior de la misma, donde cada una de las mujeres vive su realidad cómo puede, en una sociedad donde todavía las mujeres debían luchar el doble para ser reconocidas y sobre todo, lidiar con unos conflictos que no resultaban muy complejos. 

Si el cine del director de La ventana de enfrente destaca es por su gran trabajo con el elenco de sus películas. En Diamanti recluta para la causa a alguna de sus actrices cómplices como Luisa Ranieri como Alberta, la voz cantante con su peculiar oscuridad en París, ya lo verán. La fascinante Jasmine Trinca hace de Gabriella, una alma rota y ausente que lleva su pena como puede. Y las sastras: Geppi Cucciari, Nicole Griamudo, Loredana Cannata, MIlena Mancini, Anna Ferzetti, Lunetta Savino, Aurora Giovinazzo, y más, la nerviosa diseñadora Vanessa Scalera, la mamá Mara Venier Silvana, las “actrices” Kasia Smutniak y Carla Signoris, y algún que otro hombre, como el director Stefano Accorsi, y otros. Un plantel que interpreta con naturalidad que consigue transmitir toda esa comunidad femenina que, gracias a la compañía y la solidaridad, construyen una familia que aborda con valentía y coraje las vicisitudes y demás oscuridades que deben afrontar en la Italia setentera. La película tiene esa dosis de realidad, tan dura y compleja, aunque lo que transmite es esa luz mágica que tenía el cine de entonces, donde cada traje era una obra de arte muy especial e importante, donde cada detalle era fundamental, en que cada pliegue y cada costura tenía su razón de ser. Un lugar donde los sueños se materializan, donde el trabajo, la magia y la fantasía hacían su labor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La diosa fortuna, de Ferzan Ozpetek

LA DEFINICIÓN DEL AMOR.  

“La Diosa Fortuna tiene un secreto, un truco mágico. ¿Cómo haces para que la persona a la que quieres se quede contigo para siempre? Tienes que mirarla fijamente, robar su imagen y cerrar fuerte los ojos. De esta forma va directa a tu corazón y desde ese momento, siempre permanecerá contigo”.

Arturo y Alessandro son el sol y la luna, el agua y el aceite, pero llevan 15 años juntos. Arturo se gana la vida como traductor y sueña con ser escritor, un sueño que se alarga demasiado. Es un obsesivo del orden y lleva la casa. En cambio, Alessandro es fontanero, rudo y directo, desordenado y todo lo contrario a Arturo. La pareja lleva un tiempo distanciada, el sexo y la pasión han desaparecido y se plantean dejarlo. Pero, su suerte cambia, cuando Annamaria, una amiga de la pareja, se planta en su casa, y les pide que cuiden de sus dos hijos pequeños, Martina y Sandro, mientras ella se hace unas pruebas médicas. Toda su situación deja de ser importante, y se convierten en “padres” por unos días o más.

El universo de Ferzan Ozpetek (Estambul, Turquía, 1959), está lleno de personas que aman, amores de toda índole, estructuras y texturas. Sus películas describen los comienzos del amor o cuando estalla la pasión, donde un grupo de personas se ven envueltos en relatos sobre las emociones, donde prevalecen nuestras contradicciones, miedos e inseguridades. Muchos recordarán su opera prima, Hamam: el baño turco (1997), El hada ignorante (2001), La ventana de enfrente (2003), No basta una vida (2007), o Tengo algo que deciros (2010), entre otras. De la mano de su guionista predilecto, Gianni Romoli, Ozpetek nos sitúa en una relación a punto de romperse, o mejor dicho, una relación a la que solo se falta ponerle una fecha para finiquitarla. Pero, a veces, cuando todo parece acabarse, la suerte o el destino llega a nuestra existencia para ponerlo todo patas arriba, la llamada “Diosa de la fortuna”, que hace referencia el título, y replantearnos muchas verdades o mentiras que creíamos a pies juntillas, reflexión que provocan la llegada de los hijos de Annamaria, que se convierten, por unos días, en los hijos de Arturo y Alessandro, y sin proponérselo, deberán lidiar con la nueva situación.

El director turco, que lleva desde 1976 viviendo en Roma, parte de una situación real, para construir un relato naturalista y cercano, donde nos habla de redefinir el amor, y también, la paternidad, y lo hace de una manera sencilla y directa, sin sentimentalismos ni vericuetos argumentales, todo se cuenta de forma honesta y sensible, manejando el ritmo y el tempo cinematográfico con astucia y sinceridad, mostrando una diversidad de tono y marco en el que se desarrolla la película, en la que vamos de la risa al llanto en la misma secuencia, como el espectacular arranque, con la boda de los amigos (unos amigos que serán parte de esta historia, con esas secuencias corales llenas de vida, comicidad y fraternales), recorriendo las miradas, gestos y testimonios de cada invitado, para finalmente, llegar a los protagonistas, y darnos cuenta de todo lo que ocurre, cuando el silencio y la tensión se apodera de ellos. O ese otro instante mágico de los protagonistas junto a los niños, en el santuario de Fortuna Primigenia, donde trabaja Annamaria, en el recinto sagrado dedicado a la Diosa Fortuna en la ciudad de Palestrina, donde la pareja es invadida por recuerdos que quizás no esperaban recordar, donde memoria e historia se cruzan en la realidad que viven los protagonistas.

Ozpetek nos habla de fragilidad, de corazones frágiles, de emociones, de inseguridad, de sentimientos que no sabemos interpretar, de gestionar nuestras emociones cuando todo es incierto, de esa montaña rusa, a velocidad de crucero, de la dificultad de amar y desamar, de no escuchar tanto a nuestra cabeza y dejar libre a lo que sentimos, de tomar decisiones, de aceptarnos y aceptar la vida con sus alegrías y tristezas, o ese tiempo que parece que no pasa nada y en realidad pasa mucho. Stefano Accorsi, un intérprete que ha trabajado en varias ocasiones con Ozpetek, vuelve a su universo para encarnar a Arturo, Edoardo Leo es Alessandro, al que hemos visto en películas de Monicelli y Moretti, y Jasmine Trinca es Annamaria, un torbellino de vida, alocada e impetuosa, una actriz que vimos con los Taviani o Moretti. En su decimotercer trabajo, Ozpetek habla de la vida, del amor, de la buena fortuna, y de también, que hacemos con las cosas que ocurren, con esos contratiempos y estallidos que vienen sin avisar, como gestionamos lo inesperado, que hacemos con aquello que no habíamos pensado, ni siquiera imaginado, si somos capaces de amoldarnos a los accidentes de la vida, que vienen para enseñarnos alguna cosa o simplemente, vienen porque los estábamos pidiendo, aunque no de una manera consciente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA