Los restos del pasar, de Luis (Soto) Muñoz y Alfredo Picazo

EL PAISAJE Y SU REPRESENTACIÓN. 

“La representación de la vida y de la muerte es infinitamente más desgarradora que la vida y la muerte mismas. Ello sucede porque las imágenes nos dan las cosas, pero nos las dan en tanto que perdida. Ahí radica la verdadera patética verdad de la imagen. La imagen está siempre por algo que fue, pero que ya no es”. 

Ricardo Menéndez Salmón en la novela “Medusa” (2012)

En el universo cinematográfico de Luis (Soto) Muñoz (Baena, Córdoba, 2000) predomina lo oscuro y lo oculto, lo que no vemos, las grietas de la vida o quizás, la muerte, donde la periferia, noche y el paisaje filmado juegan un protagonismo primordial, siempre jugando con las estructuras propias de lo representado y su representación. En El cuento del limonero (2021), película de 50 minutos filmada durante la pandemia y en Baena,  mostraba a su abuela en un interesante dispositivo en el que había texturas y mezclas muy diferentes. En Sueños y pan (2023), partiendo de Los golfos (1960), de Carlos Saura, retrataba a dos marginados envueltos en un robo y en sus ilusiones que iban marchitándose a medida que avanzan sus circunstancias en un fascinante blanco y negro. 

En Los restos del pasar vuelve a Baena, junto a la codirección de Alfredo Picazo, también del 2000 y de Baena, que hizo el montaje del citado El cuento del limonero, por supuesto, para volver a experimentar con las infinitas posibilidades de la imagen y su formas de representación, porque nos sitúa en un lugar reconocible pero en un tiempo indeterminado, en el que rueda la semana santa del pueblo, con sus ritos, su tradición y sus gentes, como si estuviéramos frente a un documental etnográfico, fusionado con la historia de Antonio adulto que recuerda en off su infancia y su encuentro trascendental con Paco, un pintor que le hablará de la vida, la muerte y la forma de mirar el entorno y aprender de él. El paisaje de Baena actúa como santo y seña, en una mirada que transforma su idiosincrasia y su no tiempo, donde hace un profundo análisis y reflexión sobre el tiempo, nuestro paso por la vida y por todas las presencias y ausencias que nos rodean. La película fusiona con acierto la liturgia religiosa, la excepcional comunión de los habitantes del pueblo y la trama de la infancia perdida, rodeada de olivos, de tradiciones y de observar la vida y entender la muerte a través de lo terrenal, representado por el pintor, y la místico, que representa la religión en las conversaciones con el párroco. 

El blanco y negro, que recuerda a aquel cine español de los “Nuevos Cines” de los sesenta, del que los autores se consdieran deudores, no sólo por afinidad cinéfila sino también por su creatividad, y algunos momentos en color, en un gran trabajo del cinematógrafo Joaquín García-Riestra Guhl, con el formato 1:1:66, tan característico de aquella época del Cine Español, que ya hizo la imagen de la mencionada Sueños y pan, en el que crea una atmósfera de tiempo no tiempo, de una infancia envuelta en la bruma del recuerdo y la fábula. El montaje de Rafael Cano, que ha trabajado con (Soto) Muñoz en sus películas y en Cuando se hundieron las formas puras (2021), cortometraje de Alfredo Picazo sobre el asesinato de Lorca, genera esa idea de gazpacho que reina en toda la película, donde la naturalidad se impone proque se va creando un documento sobre el tiempo, la vida, la muerte y la infancia en sus 83 minutos de metraje. La fuerza de la música procesional que casa a las mil maravillas con la música del dúo Pedro Catalán y Juan Marpe nos van sumergiendo en una Baena real e inventada, donde todo es posible. El magnífico trabajo de sonido de Laura Gantes, que consigue convertirnos en un baenense más, o incluso, nos conduce por sus tiempos y sus fantasmas, los presentes y ausentes. 

Las tres películas que hemos visto de Luis (Soto) Muñoz, al que hay que añadir a Alfredo Picazo en esta última, emergen como tres cintas donde existe una idea muy profunda de la representación tanto de la imagen como los diferentes elementos cinematográficas, tanto en su búsqueda como en su experimentación, en la que no hay límites ni caminos trillados, sino todo lo contrario, una travesía de descubrimiento, muy sorpresivo y de ir encontrándose con los paisajes y escenarios a filmar, y sobre todo, las formas en que serán representados, en una eterna fusión de formas y texturas a priori muy alejadas, pero en su materialización casan de forma muy expresiva, intensa y espectacular, en una cadena de imágenes reveladoras y tremendamente significativas, no sólo en su exterior sino socavando todos los matices y detalles que se van manifestando, componiendo una sinfonía de almas, intimidades y revelaciones, donde las diferentes procesiones de Semana Santa de Baena consiguen una fuerza brutal acompañadas de la voz en off de Antonio adulto que recuerda a las películas de Val del Omar. No dejen de ver Los restos del pasar y sobre todo, dejense llevar por su historia, su verdad y su viaje por el tiempo y el no tiempo, por la muerte y los fantasmas que habitan en los paisajes de nuestra memoria y nuestra infancia, aquel tiempo que siempre pasa y siempre se recuerda. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mi querida cofradía, de Marta Díaz de Lope Díaz

PASTILLAS, TORRIJAS Y SEMANA SANTA.

Un imponente plano aéreo acercándose al majestuoso puente de Ronda abre la película, deteniéndose en el caminar seguro y valiente de Carmen, una católica, apostólica y malagueña, como reza el dossier de la película. La mujer avanza por el puente y las calles de su ciudad de manera tranquila, contenta y sintiendo que ese día, donde luz un espléndido sol, es su día, por fin, después de tantos años siendo una hermana rendida y devota de su Hermandad, por fin, va a ser nombrada Hermana Mayor, y eso, que no es poco, le hace sentir la mujer más dichosa de la faz de la tierra. Pero, las cosas nunca salen como uno espera, o al menos, no salen de manera que todos desean, y Carmen, desgraciadamente, y contra la opinión unánime de la Hermandad, pierde las votaciones e Ignacio, su contrincante en el puesto, se alza con el merecimiento. Carmen, vencida, abatida y dolida, se vuelve a casa. Aunque Carmen no es de esas mujeres que se encierran con su mal, qué va, ni mucho menos. Carmen ama a su hermandad, a su Virgen y su Ronda, y ha perdido una batalla, pero no la guerra.

La directora Marta Díaz de Lope Díaz (Ronda, Málaga, 1988) es otra de las perlas surgidas de la Escac, y ya había hablado de mujeres, familia y cotidianidad en sus cortometrajes, en Y otro año, perdices (2013) trabajo de graduación, y en Los pestiños de Mamá (2016) entre medias, había participado en la película colectiva Los inocentes, un ejercicio de terror convencional. La realizadora rondeña debuta en solitario con una película sobre su tierra, en la que habla sobre mujeres, como pudieran ser nuestras abuelas o madres, estructurada a través de Carmen, que por circunstancias ajenas a su voluntad o tal vez sí, se verá metida en un entuerto de tres pales de pelotas, con Ignacio, el Hermano Mayor de su Hermandad, inconsciente en su baño, pero ahí no acaba la cosa, cuando se dispone a ponerse manos a la obra, aparece su hija Beatriz, que ha peleao con su marido Julián, que también es alcalde el pueblo, y para redondear aún más la cosa, Juana, una vecina que no tiene mucha maña en la cocina, se presentará angustiada para que la ayuden a hacer torrijas e impresionar a la impertinente de su cuñada. Y si no fuera suficiente, también entrará en el piso como una exhalación María, su nieta que viene con un problema mu gordo. Y por sí no fuera poco, estamos en plena semana santa, en el día grande para la Hermandad, donde saldrá su paso, cosa que tiene atacados a todos sus miembros, y encima el Hermano Mayor no aparece por ningún lado.

Díaz de Lope construye una película sencilla, en apenas tres espacios, el piso de Carmen, la iglesia donde se reúne la Hermandad, y las calles soleadas y primorosas de Ronda, y tiñe su atmósfera de ese costumbrismo, cotidianidad y comedia negrísima del mejor Azcona o Berlanga, con esas almas casi en pena que nunca consiguen lo que quieren y la divina providencia o miserables de alta alcurnia los derrotan cruelmente, también, hay rasgos del Almodóvar ochentero, aquel que exploraba el alma femenino de manera natural, compleja y muy divertida, sin nunca caer en la diatriba de buenos y malos, porque en la película de Díaz de Lope no existe tal cuestión, sino una derrota en la que Carmen intentará devolverla, tomar un mando que por antigüedad y derecho se merece, y su condición de mujer se la ha impedido, la película aboga por un cambio en la forma, en esas Hermandades capitaneas siempre por hombres que obligan a cómo deben vestirse, maquillarse e incluso caminar las mujeres, un orden antiguo, ancestral que el grupo de mujeres encabezados por Carmen se dispone  a cambiar, o por lo menos intentarlo.

La cineasta rondeña nos habla de lo más intrínseco de la cultura y sociedades españolas, la religión y el machismo, y de la necesidad de cambiar roles para que las mujeres tengan su mando y su espacio, siempre negado por unos hombres con ideas conservadoras, puritanas y dictatoriales con sus compañeras. La trama ofrece intriga, drama, algo de tragedia, y mucha diversión, en el que el ritmo que impone la directora malagueña es un no parar, todas ellas se mueven por el piso de manera vertiginosa, y cuando parece que el problema va encaminado, ocurre algo o aparece alguien para retorcerlo aún más si cabe, que nos recuerda inevitablemente a aquel Montalbán 7 donde vivía Pepa Marcos de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Aquí, el entuerto va por otros derroteros, y nos estructura a través del esplendor de Carmen, que pasará por su derrota, y como un fénix resurgiendo de sus cenizas, volverá a la carga, enfrentándose a quién haga falta, aunque sea claudicar en ciertas cosas, y entender a todos y sobre todo, a las mujeres, como las Mantillas de la Hermandad, las que avanzan junto a la Virgen pidiendo, y siempre por otros, nunca por ellas.

Un espléndido reparto encabezado por Gloria Muñoz que está inmensa como esa mujer hecha y derecha que deberá tomar su mando en su Hermandad querida, que también tiene de coral, le acompañan la sabiduría de Pepa Aniorte como su hija enfadá con su alcalde y marido, Carmen Flores es Juana, la vecina sin torrijas, Rocío Molina es la nieta, que además viene con problemas y muy de no te menees, Juan Gea es Ignacio, el ogro del relato, Joaquín Núñez es el yerno y alcalde servicial (que algunos lo recordaréis de Grupo 7) con ese guardaespaldas que parece su fiel escudero, el siempre convincente Manuel Morón como mano derecha de Carmen, y finalmente, Rosario Pardo como la lugarteniente de las Mantillas. Díaz de Lope Díaz nos hace divertirnos, sufrir y sobre todo, reflexionar sobre modelos de masculinidad que deben quedar anulados y lanzados a la basura ya que atentan contra la dignidad de las mujeres, y reivindica su derecho a ser ellas mismas y avanzad hacia esa igualdad y equidad tan necesaria para el crecimiento de las personas y de la sociedad en la que se relacionan.