Aire, de Ricardo Íscar

RESPIRAR PARA NO RESPIRAR.    

“Casi nunca tengo guion. Más bien es un “plan de ataque”. Porque la realidad quiere ser el amo, hacerse copiar. Y yo debo luchar y ganar la batalla contra la realidad, hacerla de nuevo. Esto es mejor, porque si la realidad fuera el amor, ¡para qué ir al cine! ¡Que las personas se paseen en la misma realidad!

Joris Ivens

Hace algún tiempo cuando participaba en un seminario de Documentales sobre viajes que impartía Isaki Lacuesta, y después de las oportunas presentaciones, el viaje arrancó con Une histoire de vent (1988), la última película del gran Joris Ivens (1889-1988), y Marceline Loridan, en la que el cineasta neerlandés, aquejado de problemas respiratorios, y por recomendación médica, visitó lugares donde hacía mucho viento, como China. Una obra entre el documental, la ficción, la fantasía, la mitología y la filosofía que muchos definen como una de las películas más libres jamás filmadas de un creador militante, observador y libre. Una situación parecida ocurre con Aire, la última película de Ricardo Íscar (Salamanca, 1961), porque nos muestra a su madre con problemas para respirar, y decide acercarse a aquellos que deben aguantar la respiración bajo el agua para así desafiar sus propios límites y conseguir sus objetivos. 

El director salmantino siempre se ha caracterizado por su acercamiento a esos paisajes invisibles, ocultos a nuestra mirada, lugares que son observados e investigados, y mostrados con una formidable naturalidad e intimidad. Ahí están películas como A la orilla del río (1991), sobre una familia gitana junto al río Tormes, Badu. Stories From the Negev Desert (1993-4), sobre los nómadas beduinos, La punta del moral (2001), sobre un pueblo de pescadores de Ayamonte en Huelva, El cerco (2005), codirigido junto a Nacho Martín, sobre la pesca del atún en Barbate, Cádiz, Tierra Negra (2006), sobre las últimas minas de Carbón en León, Danza a los espíritus (2009), sobre un médico tradicional al sur de Camerún, y El foso (2012), sobre la orquesta del teatro del Liceu, amén de sus trabajos de cinematografía en Monos como Becky (1999), de Joaquim Jordà, y En Construcción (2001), de José Luis Guerín,  son sólo algunas de sus obras, en las que no importa su duración, sino lo que se mira y cómo se filma y se construye, donde el relato y su narrativa se fusionan para generar un cine humanista, etnográfico y tremendamente reflexivo, en la línea de los Flaherty, Rouch, el mencionado Ivens, Depardon, De Setta, Piavoli y Rossellini, entre otros. 

Un cine que explore, que investigue y se investigue, que no imponga miradas, texturas ni tonos, sino que se deje llevar por lo que cuenta y cómo lo hace. Un cine abierto a todo y todos, y a la propia investigación de su materia y artificio. Con Aire, producida a través de una campaña de micromecenazgo, vuelve a sumergirse, y nunca mejor dicho, en un universo invisible y desconocido, como el que existe bajo el agua, acompañando a dos expertos en apnea, el ejercicio de aguantar la respiración sumergidos en el agua. Acompañamos el viaje de Miquel Lozano, uno de las ocho personas en el mundo capaz de bajar más de 100 metros con sólo una bocanada de aire, y Tewfick Blaoui, que hace lo mismo pero en el interior de una piscina. Dos cuerpos, dos personas que desafían sus límites bajo el agua, aguantando su respiración, y todo lo que su cuerpo manifiesta durante ese proceso de unos pocos minutos. Durante 6 años somos testigos de sus vidas, tanto a nivel personal como profesional, viajamos a lugares como Cataluña y Tenerife, Dahab (Mar Rojo), Kas (Turquía), Niza (Francia), Roatán (Honduras), en los que vemos sus entrenamientos, sus competiciones, su pasado y su presente, en un mundo que la cámara de Íscar observa muy cerca.

La película se detiene en unas existencias que se hacen íntimas, explorando el mundo de la apnea desde la curiosidad, su modus vivendi, pero como vehículo para investigar sobre los límites del ser humano, sobre el hecho de respirar, sobre el primer y último aliento de nuestras vidas, sobre quiénes somos y porque somos como somos. Todo contado cómo caracteriza el cine del salmantino, afincado en Catalunya, con una transparencia y calidez que hace de lo mínimo e invisible, de aquello que no vemos porque pertenece a otro mundo, algo que visibiliza de forma natural y sencilla, con una honestidad sin juzgar ni pretender nada más que mostrar y contar unas vidas y nada más. Entre su equipo técnico encontramos nombres tan importantes como Amanda Villavieja en sonido directo, surgida del Máster de Documental de Creación de la UPF impulsado por los citados Jordà, Guerín, Balló y el propio Íscar, del que han surgido cineastas tan importantes como Isaki Lacuesta, Mercedes Álvarez, Neus Ballús, entre otros, y Domi Parra en montaje junto a Néstor Betancourt y el propio director, Enrique G. Bermejo en mezclas de sonido, y Alejandra Molina en diseño de sonido,  que dan brillo y aportan excelencia a una película que cuenta, que se mira y mira, que busca y encuentra, y sobre todo, se detiene en aquello que no vemos y en aquello invisible. 

Con Aire, Íscar demuestra o más bien, sitúa o devuelve al cine a su esencia, aquel medio que sirve para contar la peripecia humana y su entorno, tanto lo visible como lo que oculta, y su emocionalidad, sus miedos, ilusiones, sus contratiempos y sus alegrías, todo lo que le envuelve, y no sólo eso, sino también sus circunstancias vitales, temporales y de lugar, sus límites, sus pérdidas y ausencias, sus victorias y derrotas. Un cine que sea presa no sólo de lo filmado, sino de su circunstancia, de aquello que está pero que no se ve a simple vista, de su esencia, de su sentir, de todo lo que con el tiempo será la película, fuera de lo que filma y sus motivos, sino de su legado. Un cine que está ahí para filmarse, a pesar de los pocos medios disponibles, a pesar de los contratiempos y circunstancias, a pesar de todo eso, es un cine que se filmará, y la mejor respuesta es la película de Íscar, porque está bien viva, con su claridad y detalle, sumergiéndose con los que desafían su respiración y su cuerpo frente a la inmensidad del mar y la falta de aire, esa actividad de la que no podemos prescindir por mucho tiempo, la cuestión para estos desafiadores es cuánto tiempo es. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Algún día nos lo contaremos todo, de Emily Atef

LA PASIÓN OCULTA DE MARÍA. 

“Durante la noche, él la codiciaba y ella se entregó”.

La semana pasada llegó a nuestros cines la película Más que nunca, de Emily Atef (Alemania Occidental, 1973). Un durísimo drama de una mujer enferma rodado de forma sensible y cercana, alejada de sentimentalismos y crudeza innecesaria. Una semana después se estrena otra película de Atef, Algún día nos lo contaremos todo (del original, Igendwann werden wir uns alles erzählen), basada en la exitosa novela homónima de Daniela Krien, que firma el guion junto a la directora, en la que también se apoya en una mujer, María de 19 años de edad, apasionada y soñadora, que prefiere leer libros como Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, que acudir a clase. Vive en la Alemania Oriental a punto del colapso del verano de 1990, en una granja con su novio Johannes y la familia de éste. Al igual que Hélène, la protagonista de Más que nunca, María también se siente sola, vacía y perdida, como los habitantes de esa RDA poscomunista que se vieron consumidos por la Alemania Occidental, se ve trastocada con en el encuentro con Henner, un granjero solitario y huraño que vive en la granja de al lado. Un deseo y pasión desbordantes se apoderan de María que no puede sucumbir a una relación con un hombre de 40 años, rudo, salvaje, oculto y prohibido, que también ama la lectura. 

La directora franco-iraní mezcla con astucia y sabiduría dos frentes, el personal y el político. María que tiene una relación con Johannes, tranquila, acomodada y convencional, con la otra con Henner, pura pasión, violenta, cruda e inesperada. Y también, tenemos la coyuntura política, esa Alemania Oriental absorbida por la otra Alemania, con problemas económicos, y llena de incertidumbre e inquietud a unos ciudadanos que no saben que será de sus trabajos, algunos sin empleo y otros, sudando mucho para ganar poco y mal. Dos frentes que escenifica muy bien la vida de María, con esas dos casas, la de su novio, y la de su madre, sin empleo y depresiva, a la que suma otra, la de Henner, que pertenece a un pasado que ya no volverá, un pasado que ese verano borrará para siempre. Lo íntimo y lo personal mezclado con lo social y lo político, de una forma brillante, sin caer en demasiadas explicaciones. Una situación caótica y desesperante que se manifiesta con ese hijo que pasó al otro lado y resquebrajó la familia en dos, esos dos mundos entre los que se cimenta la película, en que María, absoluta protagonista, representa con cercanía, temor y locura, en esa existencia de Robinson Crusoe en la que está, sin saber qué hacer, perdida en sus emociones, en ese no futuro que les espera a millones de habitantes de la Alemania Oriental que se vieron obligados a vivir de otra manera, a ser y sentir diferente. 

El inmenso paisaje de Turingia sirve como implacable escenario y se erige como otro de los personajes de la película, una belleza deslumbrante y trágica, que recuerda a la de las películas de Malick como Días del cielo y Vida oculta, sendos dramas rurales en los que se mira Algún día nos lo lo contaremos todo, donde abundan los silencios y los gestos, esos espacios que cortan el aliento entre la soledad y la quietud de los personajes mientras leen o se pierden en sus contradictorias emociones, apoyada en sus miradas, que siempre dicen mucho más que cualquier diálogo. Una gran cinematografía de Armin Dierlof, que debuta en el cine de Atef, y es un habitual de la cinematografía alemana, construye un mundo rural lleno de sensaciones, de complejidad y sobre todo, de un exterior lleno de vida y silencio, y un exterior donde se desata la tormenta de la pasión y el deseo, un sexo que se siente y se huele, pero sin caer en lo burdo y en lo representativo sin más. El gran trabajo de montaje de Anne Fabini, que ha trabajado con Hannes Stöhr y en películas tan interesantes como Of Fathers and Sons (2017), Talal Derki y la reciente Alis, de Nicolas van Hemelryck y Clare Weiskopf, sin olvidarnos de la precisa y conmovedora música del tándem Christoph Kaiser y Julian Maas, que ya trabajaron con Atef en 3 días en Quiberón (2018), amén del director Lars Kraume y Edward Berger, entre otros. 

En su reparto, en el que sobresalen las certeras y detalladas interpretaciones de los diferentes actores y actrices, destaca la maravillosa, profunda y sensible mirada de Marlene Burow, que está impresionante con su María, en su segundo protagónico deslumbra de forma magnífica, todo lo que dice esa mirada y esos gestos, siendo esa mujer que lo transgrede todo y a todos por vivir una pasión arrolladora, peligrosa y fuera de lo común, de esas que tienes un pie fuera y otro dentro, o dicho de otro modo, esas pasiones que se recuerdan para siempre. Una mujer que es la película, porque la película va de ella, y sobre todo, va de todas esas mujeres que se dejaron llevar por lo que sentían, traspasando todos los límites personales y morales. A su lado, tenemos a Felix Kramer como Henner, otro ser solitario y vilipendiado por ese pueblo y sus habitantes, que hemos visto en series televisivas y películas con Christian Alvart, entre otras. Cedric Eich es Johannes, el apasionado de la fotografía que se aleja de su novia María, y sobre todo, de ese mundo rural del que es totalmente ajeno, un tipo que, al contrario que su chica, tiene muy claro su futuro. También destacan Silde Bodenbender y Florian Panzner como los padres de Johannes, y Jördis Triebel como la madre de María, que nos encantó en películas como La suerte de Emma, Al otro lado del muro y La revolución silenciosa, entre otras. 

No se pierdan Algún día nos lo contaremos todo, sexto largometraje de Emily Atef, porque no les va a defraudar en absoluto, porque les ayudará a regresar a cuando eran jóvenes, a cuando todo estaba por descubrir y por hacer en sus vidas, donde las pasiones y las emociones eran el motor de sus decisiones, donde todavía no estaban absorbidas por la sociedad, por lo correcto y por lo que conviene, sino por lo que sienten. Un viaje a ese tiempo, a esas sensaciones, a ese otro yo, a descubrir a María y su amor fou, un amor que mata pero también y que da vida. Y no se dejen llevar por su aparentemente drama romántico rural, que está lleno de complejidad y belleza, también oculta muchas otras cosas más, el destino de muchos alemanes orientales que vivieron un verano el de 1990 muy extraño, tremendamente inquietante ante un futuro de lo más incierto, como dejan con detalle las secuencias en la Alemania Occidental, donde ese otro país se impondrá y los dejará en una especie de limbo difícil de gestionar, tal y como le ocurre a María, la antiheroína que no se detendrá ante sus sentimientos a pesar de ese mundo que se derrumba a su alrededor, pese a quién pese. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA